53 Lienzos
Emma se mudó a la casa del lago una semana después de la propuesta de Giulio. El ático había resultado un acomodo más que favorable para ella, con todas las funciones y necesidades básicas cubiertas, y también la mejor de las vistas. El bosque de La Arboleda era hermoso. En primavera era frondoso y verde, y parecía expandirse más allá del cielo y de los límites del lago, dando la sensación de que crecía desmesuradamente, y en verano proporcionaba sombra y envolvía la casa de tal forma que sus ramas la cubrían de los rayos del sol y la dejaban respirar con frescor, por lo que Emma no había tenido que manipular el clima artificial de la habitación y se había limitado a abrir las ventanas, para deleite de Giulio.
Sólo quien tenía la experiencia de vivir en el bosque sabía de lo beneficioso de su cercanía. Si bien ahora había internet y la gente no tenía mucho interés en la naturaleza, él planeaba que Karline creciera teniendo una combinación equilibrada de ambas. Había hablado larga y tendidamente con las niñeras y ambas habían acordado limitar el uso de dispositivos electrónicos para mantenerla más en contacto con la naturaleza. El próximo verano la enviarían a la escuela, además, para decepción de Giulio, que en un inicio había creído que tendría que separarse de ella temporalmente.
Cuando le habían dicho que la escuela tenía horarios flexibles, y que Karline podría ir y venir diariamente se había sorprendido. La Arboleda no contaba con nada parecido a una escuela en el pasado, ni mucho menos las niñas podían atender una institución de enseñanza común como ahora. Karline tenía que ir para aprender a socializar, a afinar sus funciones motrices e introducirse en el campo del aprendizaje. Le enseñarían de todo desde tan temprana edad y en algún momento, cuando fuera mayor, podría escoger una carrera a la cual podría dedicarse por el resto de su vida si así lo quería.
Quería ser médico de animales, «veterinaria» le decían. Las nanas creían que era un impulso del momento y que después lo olvidaría, cuando conociera más cosas y los gustos que ahora tenía ya no le parecieran tan interesantes. Giulio no lo sabía y no le gustaba presionarla para que decidiera lo que haría a futuro porque quería que sólo se abocara en disfrutar el presente. Pese a su propia educación estricta y tradicional, estaba completamente dispuesto a permitir que Karline se dedicara a lo que ella deseara cuando creciera, y que dirigiera su vida como ella decidiera. Eso y que Emma le había dado una acalorada lección sobre cómo las mujeres del siglo veintiuno eran libres de decidir por su cuenta lo que deseaban sin la influencia de un hombre doblegando sus voluntades. El machismo, como llamaban en esa época al patriarcado, era casi un crimen.
Giulio no quería ser visto ni tratado como un criminal, así que se había limitado a escuchar a Emma hablar y a prometer que que no sería un hombre tirano con las mujeres.
Tener a Emma habitando el departamento del ático había resultado encantador. Intentaba darle su espacio no absorbiendo todo su tiempo con las preguntas que le surgían en todo momento ni con las curiosidades que aprendía diariamente, pero cuando ella estaba cerca le era imposible no apoyarse en su conocimiento. En cierta manera, su ignorancia sobre esa nueva vida era más pronunciada que la de Karline, para quien todo era normal porque aunque era poco más que una bebé, era originaria de ese siglo.
Emma iba y regresaba a todas horas, o a veces no salía en lo absoluto y bajaba a la sala de estar principal de la casa, donde Giulio a menudo la encontraba departiendo con Karline, que estaba maravillada con ella. En ocasiones podía escucharlas hablando y riendo mientras él trabajaba en su taller, y cuando salía para unirse a la conversación, ambas callaban y se miraban con una complicidad que más que molestarlo, le encantaba. Pese a la tragedia enfrentada a tan temprana edad en su vida, Karline tenía el carácter ligero y sabía cómo ganarse a la gente de inmediato. Ambas nanas se veían ya encariñadas con ella y los cinco cachorros de mastín y salchicha que habían arribado en el transcurso de la semana la seguían para todos lados cuando salía a convivir con ellos. Sin mencionar a los caballos, que bufaban de gusto en cuanto escuchaban su vocecita atronar a la distancia y sus pasos intrépidos apurándose hacia las caballerizas.
Era una buena vida, nueva e interesante, y Giulio no quería que terminara. Aún guardaba dolencias dentro de su corazón, memorias que sacudían sus pensamientos cuando comprendía que eso no sería temporal, sino permanente. No volvería a ver los rostros de las personas que tanto amó a lo largo de su vida ni tendría la oportunidad de desarrollar un futuro a su lado, pero tenía un camino nuevo por delante, tenía gente nueva, gente querida, que había logrado hacerse un espacio en su vida desde mucho antes que el resto de ese nuevo mundo supiera quién era él.
No quería dejar sola a Karline. Si bien la idea de volver a ver a Lucilla en aquel lugar a donde podría ser enviada su alma en caso de que la vida le volviera a ser arrebatada lo llenaba de añoranza, cuidar de Karline era ahora su presente, y estaba seguro de que Lucilla lo querría igual, de que el hijo de ambos lo preferiría así, y cada descendiente que había pisado ese mundo por varias generaciones. Algún día volvería a reunirse con ellos, pero no en ese momento. No mientras aún tuviera un camino que transitar y personas a las cuales cuidar.
Estaba decidido a luchar por quedarse, y a no continuar aplazando más lo inevitable.
Esa noche, luego de casi tres semanas de haber regresado a la casa del lago, finalmente terminaría el cuadro. Sólo era un hueco en blanco, delineado por el azul tenue de un color cualquiera que marcaba el trazo a seguir, lo que debía ser terminado, como la pieza faltante de uno de los rompecabezas de robots espaciales de Karline. Le tomaría minutos rellenarlo y detallarlo. Era la jugada maestra, la última de todas, definitiva y peligrosa.
Afuera llovía, como si el clima presintiera el evento que estaba por avistarse y quisiera añadirle un aire dramático, místico. La luz parpadeaba ocasionalmente y uno de los capataces había anunciado que tenían listas las fuentes de energía de emergencia en caso de que la electricidad se cortara. Mucha de la gente que trabajaba en la casa no vivía ahí, aunque esa noche la mayoría se había quedado en las chozas levantadas al otro lado de la barda de piedra, dentro de la propiedad, por temor a cruzar el bosque en plena tormenta.
Las aguas del lago se agitaban como si el ímpetu de un mar fantasma las empujara. Los árboles se sacudían de un lado a otro, raspando sus copas y produciendo susurros y siseos que tenían nerviosos a los animales que poco a poco habían comenzado a llegar a la casa y a ser instalados en sus respectivos establos y graneros. El único que se sentía en su elemento era Giulio. De no ser por la tarea que debía terminar esa misma noche, habría disfrutado del clamor de la tormenta con las comodidades que la tecnología le ofrecía; luz, paredes reforzadas que no amenazaban con derrumbarse por la intensidad del viento, los animales protegidos y calientes por el clima artificial también instalado en sus acomodos, y música. Tenía música para disfrutar a todas horas y en todo momento.
El único problema era temor de Karline y su llanto amenazando con volverse en un acceso de histeria que sólo la presencia de Giulio y de Emma podía controlar. Así que ahí estaban los dos en ese momento, con ella en su habitación, haciéndole compañía mientras la nana de turno aguardaba para ser llamada. Karline gritaba cada que un trueno retumbaba y sacudía las paredes, y llamaba a gritos a Brisa, a quien Emma no había sido capaz de contactar porque el internet había comenzado a presentar fallas y las líneas telefónicas estaban caídas.
La niña estaba fuertemente abrazada a Emma y les rogaba a ambos quedarse con ella. Era difícil hacerla entender que la tormenta era inofensiva y por la mañana todo estaría mejor. Giulio jamás la juzgaría al recordar cómo él mismo, a una edad similar a la de ella, había corrido despavorido hasta la habitación de su padre para meterse en su cama cuando sentía que las paredes lo iban a aplastar y todo tipo de monstruos y demonios lo iban a devorar cada que un relámpago iluminaba el interior de su tétrica habitación.
Karline era aún muy pequeña, y las tormentas en Artadis no eran tan salvajes ni potentes como las de La Arboleda, por lo que no estaba acostumbrada a enfrentar algo de esa magnitud sin ceder al pánico. Por fortuna, Giulio podía estar junto a ella. Por desgracia, algo le decía en su interior que esa noche era la última que tenía para terminar el cuadro y ofrendarlo a su misteriosa mecenas, que como pago le había devuelto la vida, esa vida.
—Yo me quedo con ella —murmuró Emma cuando Karline, aún abrazada a ella, empezó a dormitar, derrotada finalmente por el cansancio del llanto. Ambas estaban recostadas sobre la cama, Emma con ropa de dormir y el rostro al natural, lo que la hacía ver tan bonita como cuando lo adornaba con maquillaje. Bodegón ya dormía libremente entre las cobijas, estirado cuando largo era—. Sería cruel abandonarla mientras duerme. Si despierta a media noche y la tormenta aún arrecia se va a llevar el susto de su vida.
Giulio, sentado en una de las esquinas a los pies de la cama, repasó sin atención el amplio de la habitación adornada con colores pasteles, repisas, libreros y un sinfín de caballos de juguete de todos los estilos. Había una mesa de plástico rosa en medio, pequeña, con lápices de colores regados y un montón de hojas con dibujos encima.
—Terminaré el cuadro.
—¿Hoy? —No miró, pero imaginó la consternación en el rostro de Emma—. ¿Con este clima? Es escalofriante.
—Tengo que hacerlo —dijo Giulio. Su perfil se iluminó con el resplandor de otro relámpago—. Creo que ha llegado el límite del tiempo que me fue concedido para hacerlo.
—¿Cómo lo sabes? Jamás mencionaste una fecha de entrega.
—Sólo lo sé —murmuró Giulio. Se volvió hacia ella, subiendo una pierna en la cama.
Karline dormía profundamente, por lo que Emma se desenredó un poco de sus bracitos para sentarse en el borde, junto a Giulio.
—¿Giulio, qué pasará si...?
—Me quedaré —le aseguró él—. No importa lo que pase, no importa lo que escuche, no importa lo que sienta en el momento ni lo que mire, me quedaré. Esa es mi decisión.
—No deberías estar solo en una situación así —dijo Emma.
Giulio miró a Karline una vez más, su rostro dormido, la mata de cabello desordenada como la suya.
—Estaré bien. ¿Podrías quedarte con ella?
Los ojos de Emma miraron de Karline hacia Giulio por turnos. Parecía debatirse entre aceptar quedarse e insistir en acompañarlo. La primera era la única opción favorable, puesto que Giulio sabía que ese era un trabajo que debía hacer solo. Era una tarea que debió haber terminado desde el día mismo en el que sus pulmones volvieron a llenarse de aire y sus ojos, libres de tierra, se abrieron una vez más al mundo. Casi había pasado un año de eso, y tantas cosas habían ocurrido en todo ese tiempo que le parecía imposible creer que era la misma persona que había dormido y despertado en esa dimensión desconocida.
—Sí, sabes que sí. Me ofrecí desde el inicio a hacerle compañía y eso haré —dijo Emma con voz queda—. Pero tú...
—Regresaré. Regresaré antes del alba, te lo prometo.
Emma asintió, lo tomó de la mano, mirándolo intensamente a los ojos, y tras un suave silencio entre ambos, lo soltó y volvió a recostarse junto a Karline, que se abrazó a ella de manera inconsciente.
Giulio se puso de pie y les deseó las buenas noches a ambas, sintiendo que acababa de perderse algo muy importante, pero también seguro de que tendría más tiempo, más oportunidades, para recuperarlo, y esta vez no las desperdiciaría más.
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