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51 Lienzos

El día que le quitaron el inmovilizador del brazo fue el mismo que eligió para mudarse finalmente de regreso a La Arboleda, o a Canos, como le llamaban en ese tiempo. También era el día de su cumpleaños. Infinidad de bromas lo habían bombardeado desde primera hora de la mañana hasta el momento en el que descubrió que sus amigos habían planeado una especie de fiesta sorpresa para él y que más tarde la Galería Bonse ofrecería una ceremonia en su honor en uno de sus salones de conferencias a donde estaba invitado para asistir, por supuesto.

Algunas de sus obras serían expuestas y miles de personas habían comprado boleto de asistencia con meses de anticipación, esperando que él se presentara y revelara los secretos de la inmortalidad al mundo, o algo parecido, le había explicado Marice muy serio. Emma lo había corregido asegurando que sólo querían su presencia para conmemorarlo y agradecer todo lo que su gran talento y capacidad creativa había hecho para la historia de Talis, especialmente para Artadis y Canos.

Mucha gente había adquirido copias en miniatura de muchas de sus pinturas y esperaban que él las firmara, lo que podría llevarle horas, por lo que el departamento de historia había ideado un plan para que la gente dejara sus recuerdos en la puerta de la Galería, pagara una pequeña suma de dinero, y esperara recibir su pintura firmada por Giulio algunas semanas más tarde, cuando les fuera devuelta por paquetería a sus domicilios.

Cuando Giulio había preguntado para qué la gente querría su firma, Tomello y Marice habían resumido que era una práctica muy común del siglo veintiuno; la gente solicitaba las firmas de los famosos como un recuerdo y muchas veces terminaba convirtiéndola en un objeto muy valioso y de colección que podía vender por sumas exorbitantes de dinero, lo que continuaba sin parecerle lógico a Giulio pese a que accedió a firmar los recuerdos para los días posteriores y pasó a su siguiente intriga; el enorme pastel de tres pisos que estaba sobre la mesa central del departamento, y alrededor del cual la que ahora consideraba su familia empezó a cantar una extraña canción sobre un feliz cumpleaños que lo hizo reír por lo extraño de la letra y lo divertidos que todos se mostraban.

Tom y Marice habían decorado las paredes y cada mueble a la vista con extrañas esferas de aire de colores, tiras con pergaminos llenos de dibujos y habían colgado sobre la barra de la cocina tres enormes globos dorados con forma de números que formaban el quinientos veintiséis. Después Fátima se había adelantado a quitar el cinco para dejar únicamente el veintiséis y Karline, que por supuesto estaba presente, se había puesto a correr por todos lados con el enorme cinco entre los brazos, llamando a gritos a Bodegón, que rehuía de ella.

Era una celebración de cumpleaños, le habían dicho, y en ella la tradición era rendir homenaje al festejado, así que sentaron a Giulio en el centro de la mesa, le pusieron un extraño gorro de cartón en la cabeza con decoración (también de colores) que le envolvió las mejillas con un elástico, le sirvieron una enorme rebanada de pastel de chocolate con una porción igual de grande de helado y se reunieron alrededor de él a comer y a conversar de todo y nada a la vez.

Emma había elegido el lugar frente a él, y sonreía siempre que cruzaban miradas. A su lado izquierdo estaban Brisa y Mattias, y a la derecha estaba Karline, que desde la semana anterior, después de que Giulio y sus abuelos le dijeran que iría a Canos a vivir con él y tendría dos enormes caballerizas para pasar todo el día mirando caballos, no dejaba de preguntar en qué momento partirían. Cuando se había enterado que sólo iría ella se había mostrado indecisa y había roto a llorar. Había sido tan difícil consolarla y convencerla de que todo estaría bien que Giulio había comenzado a dudar de su decisión, hasta que Emma había intercedido para hablar con ella.

De pronto la pequeña había regresado de su habitación constipada pero sonriente, y le había asegurado a sus abuelos que hablaría con ellos diariamente por video para desearles los buenos días y las buenas noches. Había convivido continuamente con Giulio por casi tres meses y la afinidad de ambos había sido instantánea y confiaba en él para cuidarla. Sangre de su sangre, eso era. Sin importar cuantas eras y generaciones se habían sucedido unas detrás de otras entre ellos, Karline y Brisa eran aquello que había recuperado de entre todo lo que había perdido y no pensaba separarse de ninguna de las dos.

A la escandalosa reunión, que Marice había ambientado con música de fondo, se habían unido Leo y también Azumi, invitada por Tom, que aún llevaba la pierna envuelta en varillas, para su pesar. Fátima, Crisonta y su esposo eran otros de los invitados. Cada uno hablaba por turnos con personas distintas, y se levantaban e iban de ida y vuelta a la cocina trayendo platos con golosinas de todos los estilos y también con comida que entre Tomello y Fátima habían preparado.

—Chef. Eso es lo que quiero ser —le había dicho Tom a Giulio el día anterior, mientras preparaba todo para la fiesta sorpresa con ayuda de Fátima y Giulio comía helado sobre la barra—. En eso usaré el dinero que logré ahorrar y que continuaré guardando cuando pueda volver a pararme de esta mierda. Pagaré la escuela de gastronomía y seré el mejor de los chefs.

Giulio le daba crédito porque su comida era una de las mejores que había probado en su vida, tanto en el pasado como en el presente. También le había ofrecido su ayuda para que comenzara sus estudios cuanto antes, sin preocuparse por el dinero, y aunque Tomello se había negado en un inicio, avergonzado, había terminado por aceptar cuando Giulio le había propuesto (de palabra) que le devolviera el préstamo una vez que culminara sus estudios y comenzara a trabajar. De continuar con vida, su padre lo habría criticado severamente por su falta de ambición al momento de formalizar acuerdos, pero después de haberlo perdido todo y haber prevalecido, invertir en el futuro de una persona tan querida para él era algo que no le molestaba, aun si no recuperaba una sola moneda.

También le había obsequiado el departamento a sus amigos después de descubrir que estaba a su nombre cuando el notario le había hecho mención de que debía firmar las escrituras de la casa del lago y del departamento en el centro de Artadis. La sorpresa había conmocionado a Marice y había puesto a maldecir a Tomello con nerviosismo, y cuando había llegado el momento de firmar los títulos, ambos habían preguntado continuamente si aquello era real o una broma, para lo que Emma, no tan segura de la decisión de Giulio, les había reiterado la veracidad de los documentos.

Así había sido, entonces, cómo Giulio se había convencido a sí mismo de que no todo estaba perdido cuando su existencia se veía involucrada en la vida de los demás. Había tomado malas decisiones, y aunque jamás podría arreglar las repercusiones que habían traído consigo, había tenido también nuevas oportunidades para hacer las cosas bien.

La mayoría de sus pertenencias, que no eran muchas salvo lo que contenía su estudio y el guardarropa en el departamento, ya habían sido enviadas a La Arboleda. Su taller estaba listo para ser reinaugurado y la nueva obra inconclusa, cubierta con una tela oscura, estaba a la espera de ser concretada. La había vuelto a aplazar por todos esos meses, de nuevo temeroso al momento en el que diera la última pincelada. Había pintado otras cosas mientras tanto, dibujado mucho y aceptado la invitación de Crisonta para impartir dibujo anatómico en su taller. Los cupos se habían llenado de inmediato y habían tenido que abrir horas adicionales que Emma se encargaría de acomodar en la agenda de Giulio.

Había querido el destino que el día de su nacimiento regresara a La Arboleda, luego de cumplir con todos sus deberes y agradecer a toda la gente que había hecho de su estadía en ese nuevo mundo una experiencia menos impactante pese a los eventos traumáticos que otros le habían hecho sufrir.

Una caja apareció frente a él, envuelta en papel de colores claros y un moño rojo en la cima. Marice sonreía con satisfacción, y pronto se le unieron los demás cuando también comenzaron a hacer aparecer regalos de todos lados con los que llenaron la mesa de repente despejada de platos y de los restos de la torre de pastel.

—¿Para mí? —preguntó Giulio con encanto—. ¿Por qué?

—¡Es tu cumpleaños, estúpido, obvio! —exclamó Tomello con alegría, luego se disculpó, cuando Azumi le dio una palmada en la cabeza.

—En los cumpleaños es común que se den regalos —le dijo Emma. El suyo era pequeño pero no menos significativo, y fue por el que Giulio comenzó—. Se dan regalos, se reúne la gente querida, se hace comida y se sirve pastel.

—¡Y se decora todo con colores bonitos! —intervino Karline, colgándose de su brazo. Giulio la dejó sentarse sobre su regazo cuando insistió en ayudarlo a rasgar los envoltorios de los obsequios—. ¿Alguien te dio un caballo, Lio?

—Tal vez. Habrá que descubrirlo, muñequita —sonrió Giulio, agradeciendo a todos los detalles.

Emma le obsequió un reloj de muñeca que lo maravilló por lo práctico de su diseño y su función. Saber la hora así le sería más sencillo que consultar el celular y apagarlo o hacer llamadas por accidente cuando presionaba los botones laterales. Una vez había llamado a emergencias y había preguntado la hora a la mujer que había contestado queriendo saber cuál era su urgencia, lo que por alguna extraña razón lo había hecho acreedor a una reprimenda y a una amenaza de ir a prisión.

Marice y Tomello le obsequiaron una consola de videojuegos. La más actual de todas, con esos mismos videojuegos sangrientos y de robo de vehículos que a ellos tanto les encantaba y en los que Giulio siempre perdía porque no lograba coordinar el movimiento de los botones tan rápido como Marice. Crisonta y David le obsequiaron tres tomos de edición elegante con toda la colección de sus dibujos y pinturas que lo avergonzó y emocionó a partes iguales. Brisa y su esposo le obsequiaron un suéter de lana muy bonito que él prometió usar el próximo invierno, Leo descubrió ante él un elegante cuadro con la réplica de la pintura de sus padres que lo dejó sin habla por la nitidez de la imagen, Azumi le dio una pistola dentro de una caja que Emma se apresuró en alejar de las manitas intrépidas de Karline, secundada por las exclamaciones de horror de todos, y Fátima le mostró dos gruesos cuadernos para dibujar que él aceptó con una sonrisa.

Luego llegó el turno de Karline, que puso frente al rostro de Giulio una hoja con un dibujo con muchas figuras torcidas que más tarde señaló como caballos, y en medio de todos Giulio, que estaba de cabeza, o esa impresión daba la pequeña persona de palitos que sostenía lo que parecía ser un pincel en una de sus manos. Sólo tenía un brazo porque el otro estaba herido, había aclarado Karline.

—Aunque tendré que arreglarlo porque ya tienes dos brazos de nuevo.

Y también su pierna estaba mucho mejor, habiendo prescindido de la muleta algunos días atrás, luego de que los médicos le dijeran que debía comenzar a ejercitar su rodilla sin ayuda externa.

—Es hermoso. Me gusta así —dijo Giulio. Le dio un beso en la cabeza y levantó la hoja para verla mejor—. Lo enmarcaré y lo pondré en mi taller. Siempre que no sepa qué hacer, lo veré y estoy seguro de que me dará mucha inspiración.

—¿Verdad que sí? —sonrió Karline, conmoviendo a todos—. Los caballos siempre dan inspasión. Tengo una lámpara que Biba me compró que dibuja caballitos en el techo y las paredes y me ayuda a dibujar.

—¡Esta niña y sus caballos! ¡Me ha vuelto loca todos estos días hablando solamente de eso! —exclamó Brisa, arrancando una risa en general.

—Me pasó igual con mi hijo mayor cuando tenía su edad —dijo Fátima—, excepto que con él todo eran tortugas.

Karline se bajó del regazo de Giulio y volvió a correr por todo el departamento con la energía de una centella, tal y como Brisa y Mattias la llamaban. Quizás Emma tenía razón sobre la malcrianza, porque a Giulio no le importaba verla ir de arriba abajo y preguntarlo todo con una curiosidad mayor a la que él aún sentía cuando ese mundo no dejaba de asombrarlo con sus sorpresas, la más reciente había sido la llamada Inteligencia Artificial, que podía crear arte por sí misma y contra la que muchos artistas protestaban, según le habían explicado como intentando obtener su apoyo, lo que no podía brindar por entero si no comprendía en primer lugar lo que era realmente una inteligencia artificial, ajena a todo razonamiento y cognición humanos.

Al terminar la fiesta llegó el momento de marcharse del departamento. Giulio lo hizo al final, después de que la mayoría de los invitados se habían ido, incluidos los Peroso, que querían llevar a Karline a casa por última vez mientras Giulio atendía el evento en la Galería Bonse, y habían hecho el favor de llevar a Bodegón con ellos dentro de una mochila de tela especial para mascotas. Marice y Tomello lo despidieron con fuertes abrazos y mucho agradecimiento, asegurándole que siempre que necesitara quedarse en Artadis su habitación estaría disponible. Aún no creían que la casa fuera suya y a menudo preguntaban si no se trataba de una broma.

—Estaremos siempre en contacto, ¿verdad? —preguntó Marice, conmovido—. ¿Contestarás los mensajes?

—Si es que sabe cómo hacerlo —Bufó Tom. Miró a Giulio con escarnio—. Sólo no llames de nuevo a la guardia nacional, ¿quieres?

—No fue a la guardia nacional —chistó Giulio. Detrás de él, en el pasillo, escuchó a Emma reír suavemente—. Y no vino nadie.

—Seh, bueno, a la próxima será —se rio Tomello. Estiró un brazo, que Giulio tomó. En el movimiento se agachó para chocar su hombro con el de su amigo en silla de ruedas, como había aprendido que solían saludarse quienes desarrollaban verdadero afecto entre ellos, salvo por las mujeres. Una vez había intentado saludar así a Crisonta y había terminado desecho en disculpas al darse cuenta de su yerro—. Cuidate, hermano, y no te olvides de nosotros.

—Yo jamás olvido a un amigo, Tomello.

—¡Es «Tom». Mierda!

De fondo, la voz de Azumi gritó algo en un idioma desconocido para Giulio y Tomello se hundió entre sus hombros, refunfuñando una disculpa.

Giulio y Marice se rieron, resumiendo la despedida, y finalmente Emma, Leo y él se pusieron en camino hacia la Galería Bonse, donde la conmemoración a su persona fue más intensa de lo que había esperado, empezando porque toda la cuadra y sus calles aledañas estaban llenas de personas. Había cientos, miles de ellas, y no pocas llevaban a lo alto imágenes de las obras de Giulio, otras habían escrito frases y mensajes de apoyo que él leía rápidamente, sintiendo que el nerviosismo aumentaba en su interior, y en ocasiones especiales, algunas extendían mantas enormes con impresiones que dejaban a Giulio con la boca abierta.

Era mucha gente reunida, y aunque la mayoría expresaba sus buenas intenciones y deseos hacia él, entre ellos podían esconderse aquellos que, como Vassé, querían hacerle daño. Si volvían a crear un distractor que lo alejara del equipo de seguridad podrían atraparlo de nuevo, y tal vez «Ella» ya no lo ayudaría, molesta como debía sentirse porque Giulio no había cumplido aún su parte del trato y el cuadro descansaba incompleto, cubierto por una tela, en su nuevo taller.

Elevó una plegaría en silencio, pidiéndole perdón también a «Ella» por su deshonestidad en sus tratos, y logró mantenerse tranquilo cuando el vehículo se condujo hacia el callejón lateral de la Galería, que estaba cerrado por la policía.

—Un maestro de ceremonia llevará a cabo la conducción en todo momento —repasó Emma una vez que descendieron del vehículo y entraron a la Galería por el lateral, lejos de las marejadas de personas que hacían un ruido sordo al ser tantas las voces que se elevaban al mismo tiempo. Un pasillo blanco se extendió ante ellos—. Se expondrá la información más conocida sobre ti y aquella otra que ha sido corregida con lo que nos has revelado. Como pediste, habrá cosas que no volverán a mencionarse y las preguntas se limitarán a lo básico. Entrarás cuando el asistente principal te lo indique y, a diferencia de lo que ocurrió con Jared Sablosto, no habrá asientos ni más descortesías, pero estarás rodeado de cinco de tus obras más conocidas, de las cuales mucha gente querrá saber detalles.

Giulio asintió, mirando ocasionalmente en todas direcciones.

—Relájate —dijo Leo, que caminaba detrás de ellos—. La seguridad dentro del Bonse es infranqueable.

—Nada es infranqueable —dijeron Giulio y Emma al mismo tiempo.

—Cada persona que ha entrado en el Bonse ha sido revisada de pies a cabeza —añadió ella—. El equipo de seguridad estará distribuido de forma discreta y no te abandonará en ningún momento. Si alguien intentara hacerte daño de nuevo, lo sabríamos de inmediato.

—Lo sé. Gracias.

Alcanzaron una puerta y entraron a una antesala llena de sillones, luces y mucha gente corriendo en todas direcciones. Giulio los miró a todos rápidamente y se humedeció los labios al sentir la boca demasiado seca. Vassé había atentado contra él directamente en su casa, no en un sitio tan público, donde tanta gente velaba por su seguridad, como decía Emma.

Respiró profundo, pidió un vaso de agua cuando alguien se acercó a preguntarle si deseaba algo, y esperó, escuchando a Emma explicar algunas de las cosas que el hombre que hablaba en la televisión, de pie sobre una tarima elevada, decía frente a lo que Giulio después descubriría como un público enorme. Esa persona estaba al otro lado de la habitación, su voz era serena y profesional, con un acento marcado que le recordó mucho a su padre. Akantore le había enseñado afanosamente lo necesario de la pulcritud al momento de entonar la voz y pronunciar las palabras. Giulio lo había aprendido tan bien que la gente de la actualidad continuaba preguntando por qué hablaba de esa forma, sin contar que mucha de la conjugación y la gramática de la pronunciación del taliseno había cambiado completamente y él había tenido que volver a aprender parte de su propio idioma.

Pasaron los minutos. El maestro de ceremonia, que no era otro que David, el esposo de Crisonta, que se había retirado temprano de la fiesta sin dar más motivos que mirar con una pequeña sonrisa misteriosa a Giulio; continuó hablando, impasible, mientras el público escuchaba con atención. La historia de Giulio abarcó desde los primeros años de su vida hasta el último de ellos, a la edad de veinticinco años. Ese día se conmemoraban quinientos veintiséis años de su nacimiento, tantas eras para la humanidad cuando para él el tiempo parecía haberse detenido, dando un giro brusco que lo había cambiado todo de un segundo a otro. Al estar mucha de la información actualizada, los hechos contados por el maestro de ceremonia habían cambiado considerablemente, ya no se presumía de ninguna relación romántica con Jean, a quien nombraron simplemente como su mejor amigo, ni hablaron de Lucilla, oculta por siempre por la historia.

Para cuando llegó su momento de pasar al escenario, lo hizo nervioso. La gente sólo tenía dos opciones para él, creerle o llamarlo farsante. Lastimarlo o adorarlo, y ninguna de ambas le gustaba. Había sido más sencillo cuando nadie sabía quién era y había continuado creando arte con bajo perfil. Claro que si todo hubiera continuado igual jamás habría conocido a Emma, ni a Karline y a Brisa.

Volvió a tomar aire con profundidad, entró a la sala audiovisual y subió los escalones hacia la tarima cuando el maestro de ceremonia lo invitó a pasar, presentándolo con reverencia ante las miles de personas que observaban desde sus asientos y que inmediatamente se pusieron de pie, chocando sus palmas ruidosamente. Fue un sonido estridente que acompañó a Giulio hasta donde el maestro de ceremonia aguardaba con la mano estirada para estrechar la suya con firmeza.

El lugar era inmenso y aun así muy caliente. El saco comenzó a picar en su piel y sintió la espalda húmeda. Era una suerte que el inmovilizador le hubiera sido retirado esa misma mañana, de lo contrario habría añadido peso a su sofoco.

El interrogatorio, o entrevista, como le llamaban en ese tiempo, comenzó, pero a diferencia de lo que había ocurrido con Jared Sablosto, como Emma había dicho, David fue mucho más cortés y lo hizo ver todo como una simple conversación de amigos. No cuestionó a Giulio sobre su regreso a la vida ni intentó indagar en cuestiones íntimas como algunos otros habían intentado hacer en sus redes sociales, y que siempre eran ignorados por Sebastián, el asistente que Emma había contratado. Llevó a Giulio al primero de los lienzos enmarcado que había sido plantado sobre un caballete, El Lobo Devorando al Ángel, y cuando llegó el momento de preguntar qué había inspirado a Giulio a crear semejante obra, el público entero se había echado a reír cuando él respondió que todo se resumía a un perro comiéndose a un cisne en el porche de su casa.

—¿Vas a decirme que un perro comiéndose a un cisne te inspiró a crear semejante obra de arte? —preguntó David con su voz impasible.

—Yo tenía cuatro o cinco años cuando lo miré, fue muy impactante para mí en su momento y recuerdo que lloré por días hasta que mi padre me explicó que era la ley de la naturaleza. Yo creía que todas las aves volaban como los ángeles. Arrancarle a un ser la capacidad de volar es un pecado por sí mismo. Aunque no puedo explicar la pintura porque pinto lo que siento, y no tengo control en lo que la gente interpreta al ver el resultado.

El público murmuró un montón de cosas antes de elevar su aprobación, lo que confundió a Giulio.

Pasaron a la siguiente obra, el Carruaje de las Ánimas. Giulio contó lo que había estado haciendo al momento de crearla, cuánto había tardado y lo impresionado que había quedado el Gran Loresse al mirarla.

—¿Ebrio? ¿En verdad? —preguntó David, después de que Giulio añadiera que tal vez había bebido de más antes de terminar la obra.

Giulio se sonrojó.

—Regresé de esparcir con mis amigos y terminé el cuadro esa madrugada. No recuerdo mucho de cómo lo hice, sólo que al despertar a la tarde siguiente, afiné algunos detalles y quedé satisfecho con el resultado.

—¿Qué la inspiró?

—El Duque Vasovio... —Giulio frunció el ceño, intentando recordar el apellido—, ah, Mosenta, me pidió un cuadro único. Le gustaban los carruajes. Me dijo que hiciera lo que quisiera y que añadiera un carruaje. —Giulio analizó la pintura por un momento—. Murió antes de que pudiera mostrársela y la familia la rechazó cuando les pedí que pasaran por ella.

—¿Cuánto tardaste pintándola?

Giulio lo pensó por un momento.

—La comencé y luego la abandoné por un tiempo, al final lo resumí todo en una noche. Seis o siete días, podría decir. Aunque si contamos el tiempo muerto, un año aproximadamente.

—Impresionante —dijo David, la gente coreó su asombro.

El ambiente comenzó a suavizarse y con él los hombros de Giulio y cada músculo rígido se tranquilizó. Las otras tres obras eran sacras; ángeles, vírgenes y santos entre paisajes caóticos, mantos traslúcidos, cielos apocalípticos y miradas severas o de misericordia que Giulio había aprendido muy bien de su maestro. David preguntó por todas. De algunas Giulio no recordaba los detalles a profundidad, pero compensaba su indiferencia con anécdotas sobre lo que había ocurrido en torno a su creación.

La gente también hizo preguntas. Inquirieron, por supuesto, sobre su regreso a la vida y cómo podría probar que en realidad era él y no algún demente que pensaba que había vivido en el siglo dieciséis, muerto y regresado a la vida por arte de magia, para lo que una pantalla colocada en la parte alta de la plataforma mostró el autoretrato descubierto en la bóveda algunos meses atrás y toda la gente enmudeció.

Giulio volteó para mirarse a sí mismo en la pintura, y David aprovechó el momento para hacer una breve introducción de la obra y de cómo todos y cada uno de sus análisis y estudios habían demostrado su veracidad. Habló también sobre las solicitudes de los departamentos de historia de otros países para acudir a verificar su antigüedad y su originalidad, y de cómo Talis estaba ya colaborando con ellos para transparentar los procesos y asegurar a la gente que hablaban con la verdad.

Ese evento fue aprovechado, también, para mostrar el retrato de sus padres y la nueva obra sobre la batalla de los ángeles que Akantore había ocultado en su caja fuerte por temor a las represalias de la iglesia. Había ya tres documentales programados para estrenarse en uno de los canales de historia más famosos y televisados del mundo, en los que ahondaban en el tema de la resurrección de Giulio y cómo había podido demostrarse quién era él en verdad; su historia, su aclaración de algunos hechos, fragmentos de su confesión y muchas cosas más que David comentó y que calmó de a poco a la alebrestada multitud.

Giulio no habló más durante el resto de la ceremonia, y se limitó a agradecer cuando le reiteraron los buenos deseos por su cumpleaños. No le importaba mucho si creían o no quién era. No había regresado al mundo para probar su identidad ante nadie, sino para cumplir los caprichos de una entidad caprichosa que, al mismo tiempo, lo había dejado disfrutar de una libertad plena y cuestionable al mismo tiempo, aunque siempre pendía sobre su cabeza la amenaza del tiempo, y las repercusiones que aplazar por más tiempo la culminación del cuadro podría traer consigo.

David lo despidió con un abrazo, Giulio se inclinó con respeto hacia el público y descendió lo más tranquilamente posible pese a que quería hacerlo corriendo. Detrás de las columnas y las monturas del escenario lo recibió Emma con un asentimiento, asegurándole que lo había hecho bien. Había sido auténtico y educado como era la mayor parte del tiempo, y eso parecía haber cautivado a la gente.

Cuando salieron de la Galería, poco después del anochecer, lo hicieron con rumbo a la casa de Brisa, donde los esperaban Karline y Bodegón para emprender el viaje hacia La Arboleda, hacia la casa del lago que sería nuevamente su hogar.

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