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48 Lienzos

Visitó a Brisa y a Karline varias veces en las siguientes semanas, volviendo a aplazar la pintura del cuadro tal vez de forma no tan inconsciente. También recibió fecha para reunirse con una de las personas que Talis consideraba más importantes al ser el mismo que las dirigía en conjunto. El primer ministro, Jared Sablosto, se había presentado en la sala de reuniones de la Galería Bonse con más equipo de seguridad que aquel que custodiaba a Giulio. La primera impresión que había dado había sido la de un tipo seco y sarcástico, que estaba siempre al pendiente de la hora y que hablaba entre dientes cuando la gente a su alrededor demostraba ser humana y no perfeccionista.

Antes de que las cámaras comenzaran a filmar (lo que Giulio ya conocía porque Marice le había explicado cómo es que grabarían el evento para después pasarlo por la televisión) Jared Sablosto se había dirigido a él como si Giulio tuviera alguna atrofia en el cebrero; le había preguntado si sabía qué eran los vehículos, si conocía el baño, el drenaje, el jabón y qué opinaba de la tecnología. Giulio no había alcanzado a contestar la mitad de las preguntas porque inmediatamente el hombre se había dado la vuelta para decirle algo a la mujer que estaba siempre a su lado tomando notas y le había ordenado a alguien a los gritos que le preparara un café.

Era un como un rey. La gente lo trataba con reverencia e incluso con miedo. Cuando Giulio le había preguntado si tenía el poder de ordenar la decapitación de una persona que no cumplía con sus demandas, Jared y cada persona ahí reunida se había quedado en silencio, mirándolo como si acabara de lanzar una maldición sobre ellos.

—Si tan sólo pudiera —había bufado el primer ministro, y la actividad había reiniciado, frenética, caótica, como si el tiempo realmente fuera a terminarse y tuvieran que cumplir el último cometido de sus vidas antes de que la vida se esfumara de sus cuerpos.

Algunas personas estaban grabando con sus celulares mucho antes de que la pequeña ceremonia iniciara, y Giulio más tarde se vería a sí mismo en las redes sociales haciéndole aquella polémica pregunta a Jared y a Jared contestando con lo que en su próxima campaña de reelección lo conduciría a la ruina y al linchamiento social, si bien no físico y por eso, pensaría Giulio, debía sentirse muy agradecido.

Emma había estado a su lado en todo momento, haciéndole compañía y explicando pacientemente todo lo que Giulio preguntaba en voz baja. Se había reunido con reyes en el pasado y ni siquiera en aquellas importantes ceremonias había tenido que esperar tanto para que las cosas dieran inicio.

La hora del «maquillaje» fue la peor de todas. Un hombre con modales extraños y con el rostro pintarrajeado se había encargado de untarle cremas, bálsamos y demás cosas viscosas y pegajosas en la cara mientras parloteaba acaloradamente sobre el desastre que era el cabello naciente de Giulio y lo horrendas que se verían sus cicatrices en cámara. Había intentado, además quitarle el inmovilizador del brazo, asegurando que se lo devolverían una vez que la sesión de grabación terminara, pero Emma había intervenido a tiempo para impedirlo y había sugerido, en cambio, que lo cubrieran con el saco del traje de tres piezas que un tal Brioni había enviado para él, o eso había entendido Giulio.

Era la primera vez que usaba ropa tan bonita desde su regreso a la vida. Había visto infinidad de caballeros elegantes vistiendo eso que llamaban simplemente «traje» y le había encantado. El que le habían dado para esa ocasión era negro, había sido hecho a su medida y cerraba en el torso con un chaleco de la misma tela sedosa y brillante que el pantalón y que Leo le había ayudado a ponerse por la incapacidad de su hombro fracturado. En el cuello llevaba una corbata que Emma había anudado gentilmente para él.

Era como recuperar parte de su personalidad, de su vida. Si bien la ropa del presente distaba mucho de parecerse a la del pasado, Giulio había sido criado en la abundancia y su padre se había esmerado en enseñarle a vestir con elegancia y pulcritud no importaba la hora del día, o si atendería o no un evento formal.

Los zapatos también eran a su medida, negros, lustrosos, con una hechura que hacía a sus pies lucir un tanto alargados pese a que no entorpecían sus pasos al andar.

Había decidido que si vivía lo suficiente sólo se vestiría así, era como recuperar una parte de su pasado, de las buenas costumbres que su padre le había heredado para consentirse a sí mismo.

Para cuando la ceremonia dio inicio, Giulio se contrarió al encontrarse sentado frente a frente con el primer ministro Jared Sablosto. Con un rey jamás se habría atrevido a ponerse a su altura, mostrándose como su igual, tampoco le habría tomado la mano para estrecharla. A los reyes no se les podía tocar, ni tutear, ni hablar cuando no se les dirigía la palabra. Había excepciones, por supuesto, pero Giulio había procurado ser muy cuidadoso y no cruzar la línea de lo personal para ahorrarse problemas a futuro.

Una bandera de Talis colgaba de un pequeño mástil de fondo. Era roja con amarillo y blanco, y tenía en un rincón un ave hermosamente elaborada que estaba por levantar el vuelo y que se desintegraba en un manto de plumas, laureles y hojas. En los dos sillones blancos sobre la pequeña tarima redonda acomodada en medio de la sala, estaban Jared y Giulio sentados. La personalidad del primer ministro cambió en ese momento, fue amable, risueño, y en las primeras palabras que salieron de sus labios citó una serie de alabanzas hacia Giulio que casi sonaron sinceras.

Por acuerdo de privacidad, le había explicado Emma horas antes de llegar a la Galería Bonse, el primer ministro no le preguntaría sobre temas delicados, como su regreso a la vida ni su secuestro. La conversación se limitaría a preguntar cosas básicas y finalizaría luego de cinco minutos con Jared dándole las llaves de la mansión del lago.

Cinco minutos de teatro para dos horas de preparación y una horrenda sesión de maquillaje que lo había hecho estornudar copiosamente cuando el polvo que le habían puesto en la cara se le había metido en la nariz y los ojos.

—Nos alegramos por tenerte de regreso, Giulio —dijo Jared en algún momento de la conversación—. Lamentamos mucho lo que te sucedió, aunque agradecemos que los culpables ya estén pagando y tu recuperación sea favorable.

Giulio reculó cuando alguien le dijo al oído que contestara con amabilidad y mucho agradecimiento y miró en todas direcciones, un poco perdido, antes de recordar que tenía un objeto dentro del oído y que todo se debía a la tecnología.

—Gracias.

<¡Suena más sincero!>, le ordenaron.

—También me siento feliz de estar de regreso. No sabía si...

—Eres un patrimonio viviente para nuestra nación, ¿lo sabías? —preguntó Jared. Su sonrisa no alcanzaba sus ojos. Giulio la detalló por un momento, olvidándose de la pregunta. Por el contrario, el hombre lucía cansado y molesto.

<¡Contesta!>

—Eso me han dicho.

—Modesto el muchacho —se burló Jared sin ningún disimulo.

Giulio no pudo sentirse molesto ni intimidado tal vez porque aún no comprendía el alcance que esa simple reunión estaba teniendo a lo largo del mundo. A su parecer, tener un par de objetos con lentes apuntando a su rostro no era tan aterrador como sus amigos le habían contado. Ciertamente no era peor que tener miles o millones de ojos mirándolo de frente, juzgándolo y criticándolo. Entendía, no obstante, que esas pequeñas lentes eran una ventana al resto del mundo, como había sucedido luego de ver su rostro por todos lados una vez que había salido del hospital y cientos de personas se habían amontonado en los alrededores para gritar su mundo y acercar aparatos hacia él en un ansia desesperada por que él respondiera a sus preguntas.

Emma no había mentido al decir que su desaparición había desatado un caos y muchas personas habían contribuido para buscarlo y encontrarlo.

Y una vez que había sido hallado, mucha de esa gente había colmado su galería en Pictugram con infinidad de muestras de afecto que había sido incapaz de responder. Su cuenta, además, había ascendido de seiscientos mil seguidores a más de cuatrocientos treinta y dos millones durante su lapso de ausencia, ubicándose en el número cinco de una reducida lista de popularidad en esa red social, según le habían contado. Muchas personas querían «colaborar» con él y Emma había hablado de la necesidad de contratar un administrador de redes sociales para que lo manejara todo en su nombre.

Giulio había aceptado sin entender qué era lo que había aceptado en primer lugar.

Ahora su galería virtual publicaba arte nuevo cada pocos días con ayuda de Sebastián, el nuevo miembro del equipo de trabajo de Emma que había aparecido un día para fotografiar meticulosamente los cuadernos actuales de Giulio y también sus pinturas. Él respondía a los comentarios en nombre de Giulio, y discutía con Emma sobre las ofertas de trabajo que le eran enviadas antes de que Giulio diera la palabra final. Era un hombre joven, alto y moreno que usaba lentes y que había saludado a Giulio casi al borde del llanto por la emoción de conocerlo, había dicho.

—Entiendo que esa casa tiene un significado muy valioso para ti —continuó Jared, interrumpiendo sus pensamientos, que tendían a disociar su enfoque cuando perdía el interés en lo que ocurría e su entorno.

—Ahí nací y crecí.

<Procura no ser tan seco en tus respuestas. Estás ante el primer ministro de la nación. En el contrato firmado aceptas que tu deber durante esta entrevista es lograr que su imagen quede mucho mejor posicionada que cuando entró a este set de grabación. No quieres una demanda en tu escritorio el día de mañana, ¿o sí?>.

—Y moriste, supongo —borbotó Jared antes de encogerse ligeramente y recuperar la compostura casi al instante—. Me refiero a que...

—Sí, ahí perdí la vida —dijo Giulio ya cansado de tanto escándalo—.Era la casa de mi padre. Pese a lo ocurrido, tengo recuerdos muy bonitos de ese lugar.

—Entiendo, y no es de sorprenderse ya que...

<¡Sonríe!>.

Giulio se apresuró a cumplir la demanda, luciendo cómico, le diría después Leo.

—...es un sitio muy hermoso. Yo mismo viajé ahí una vez cuando era niño. El lago lleva tu apellido. El Lago Brelisa, otra de las maravillas de Talis.

—Me enteré hace poco —murmuró Giulio—. Fue otra sorpresa para mí.

<Sé más amable>.

—Y me pareció... curioso —añadió Giulio mecánicamente—. Cuando yo vivía ahí el lago se llamaba...

—¿Qué dirías si pudieras recuperarla?

—¿Eh?

Giulio miró de reojo a Emma, que estaba de pie detrás de las máquinas de grabación y asintió con tranquilidad, animándolo.

—La casa, por supuesto —dijo Jared—. ¿Qué dirías si pudieras recuperarla?

—Ah, me encantaría.

Jared se puso de pie. Giulio lo imitó después de batallar un poco dado que no tenía su muleta al alcance y su rodilla había elegido ese preciso día para comenzar a doler, presa de tanto ajetreo. Se tambaleó, buscó apoyo en la mesita que tenía a un costado e hizo caer por accidente un jarrón que se partió en mil pedazos al golpear el piso y que hizo saltar a Jared como si los fragmentos de porcelana hubieran sido proyectiles de fuego.

Esa sería otra de las imágenes que habrían de machacar la carrera del primer ministro, cuando la gente comenzara a criticarlo por su notoria falta de empatía por la salud de Giulio, y por cómo en lugar de ayudarlo a ponerse de pie, se había retirado como si al caer el jarrón hubiera contenido una bomba. Sería en un par de horas cuando Giulio conocería los llamados «memes», y se reiría de aquellos que pondrían un sinfín de objetos letales en lugar del jarrón y a Jared reculando con un pie en el aire y la expresión sorprendida.

—Lo lamento —dijo Giulio, mortificado, cuando finalmente logró ponerse de pie. Emma fue la que apareció, pese a las protestas de quienes grababan, para entregarle su muleta, que ella había arrebatado de manos del maquillista tras una silenciosa riña con él.

—No te preocupes. Los accidentes pasan. Debimos ser más cuidadosos con tu pobre estado y prever tus necesidades del momento. Creo, sin embargo, que esto va a alegrar tu día. —Jared tomó algo del bolsillo de su saco y lo extendió hacia Giulio. Eran unas llaves—. ¿Sabes lo que es? Son las llaves de tu casa, la casa del lago. El gobierno de Talis se siente muy complacido de poder otorgarte este gran obsequio, Giulio Brelisa. Eres y has sido siempre un orgullo nacional, un símbolo para cada ciudadano de este país. Tu historia nos ha dado tanto que creemos que es justo devolverte un poco, y empezaremos con tu casa, la casa que te vio nacer y a donde debes regresar.

—Gracias —dijo Giulio, mirando las llaves en su mano. Tal vez eran simbólicas, porque las que Emma le habían dado eran distintas y él la había visto utilizarlas en cada puerta que había requerido de su uso—. Me siento halagado por todo el afecto que he recibido en...

—Eres grande, Maestro Brelisa. —Jared se adelantó hasta él para tomarlo de la mano, lo que volvió a tambalear el equilibrio de Giulio, le dio un medio abrazo y le palmeó la espalda, todo en un mismo movimiento, que concluyó con ambos volteando hacia las cámaras.

Giulio sonrió con una mueca acartonada cuando la misma voz aguda y malhumorada le gritó en el oído que lo hiciera.

Después de eso Jared le preguntó si estaba pintando y esculpiendo de nuevo, y se echó a reír como para encubrir su desliz cuando Giulio le dijo que él no era escultor, aunque en algún momento le había interesado y tal vez más tarde lo intentaría de nuevo. La gente, por supuesto, tampoco dejó pasar el pequeño incidente y Jared saldría días después en una conferencia de prensa a ofrecer disculpas públicamente a Giulio por haber sido descortés y haberse mostrado distraído y apático, lo que muy pocos lograron creer, generando opiniones encontradas.

A Giulio no le importó.

Cuando la reunión con Jared terminó, cada herida en su cuerpo dolía como si estuviera fresca y se había mostrado agradecido cuando había llegado el momento de regresar al departamento. Emma le había asegurado que lo había hecho bastante bien y Leo había añadido un seco repertorio de insultos hacia Jared con los que había resumido que el hombre era una lacra como mandatario y que sus días en el poder estaban contados.

—¿Lo ejecutarán? —se mofó Giulio a bordo de la camioneta que Leo conducía. Emma iba de copiloto.

—¡Ojalá! —exclamó Leo.

Emma se rio.

—Sabes que no se dan más esas prácticas. Aunque podría decirse que es una ejecución social y moral. Jared tiene los números en su contra y su comportamiento déspota y arrogante del día de hoy no le ayudó mucho a terminar de simpatizar incluso con su propia gente. Es posible que el próximo sexenio de presidencia lo tome alguien más y él se quede sin la posibilidad de aspirar nuevamente al cargo.

—La persona que me hablaba al oído dijo que me demandarían por no hacerlo quedar bien, ¿qué significa eso en esta época?

Emma y Leo intercambiaron una mirada.

Ella comenzó entonces una larga explicación sobre los procesos legales que ahora funcionaban en Talis y que eran una de las bases del óptimo desempeño de la entidad como país. Giulio escuchó con atención y no interrumpieron la plática ni siquiera cuando arribaron al estacionamiento del edificio donde vivían y la tarde cedió el paso a la noche. Emma era buena hablando. Tenía la facilidad de hacerse entender y resumirlo todo con ejemplos sencillos que no generaban más dudas en Giulio.

—Por lo que no, si saben lo que les conviene no tomarán ninguna medida legal en tu contra. Además de que no habría caso para empezar. No hiciste nada para demeritar a Jared, sino todo lo contrario, fue él quien se comportó como un patán —finalizó Emma.

—Su carrera agoniza. Demandar por una estupidez, y a alguien tan amado por el país entero en una hermandad donde se unen tanto sus detractores como sus simpatizantes terminaría de matarla —asintió Leo.

Para cuando subieron a sus respectivas plantas, después de despedirse de Leo, que vivía en otro sector de Artadis, la luna alcanzó su punto más alto en el cielo. Abordaron juntos el elevador y mantuvieron un cómodo silencio por algunos segundos. Había un tema que no había dejado de dar vueltas por la cabeza de Giulio y que ni siquiera el fiasco de la reunión con el mandatario de Talis había logrado hacer a un lado.

Emma estaba enfrascada revisando algo en su celular cuando Giulio llamó su atención sutilmente. El elevador se detuvo en el quinto piso, donde ella vivía, y ambos salieron al pasillo.

—Sé que me han dado tanto que pedir más sería abusivo de mi parte, pero hay una última cosa que ha estado dando vueltas por mi cabeza —inició Giulio.

Emma guardó su celular dentro de su bolso y asintió, dándole toda su atención.

—Sabes que sólo tienes que decirlo.

—Creo que lo mejor será regresar a La Arboleda cuando haya sanado completamente de mis heridas, pero... estaba preguntándome... si habría alguna manera de pedirle a Brisa y a su familia que se mudaran conmigo.

Emma abrió mucho los ojos, luciendo por un momento como una niña pequeña y no como la mujer de veintisiete años que había sido más que una salvación para Giulio en ese mundo.

—Nunca dejas de sorprenderme —murmuró cuando salió de su sorpresa—. ¿Quieres que vivan contigo en la casa del lago?

—Es un lugar enorme para mí solo. Lo era cuando sólo estábamos mi padre y yo y continuó siéndolo cuando llegó Laurelle. Creo que Brisa, Mattias y Karline merecen un lugar hermoso donde vivir. Además, tengo caballerizas y Karline adora a los caballos. No puedo dejar de pensar en lo feliz que sería conviviendo con ellos.

—Ya viven en un lugar bonito, Giulio.

—No me malentiendas, por favor. Su casa es preciosa, pero...

Emma sonrió.

—Karline conquistó tu corazón, ¿no es así? No me extraña, es una niña preciosa y muy vivaz, y últimamente no dejas de hablar de ella. —su rostro se ensombreció un poco—. Pero sus abuelos son personas muy grandes. La casa del lago es inmensa, por no hablar de la cantidad de escaleras que tendrían que usar para ir y venir. Y los inviernos son muy crudos en Canos.

Giulio se mordió los labios, contemplando lo dicho.

—¿Crees que se negarán si se los pido?

—No lo sé. —Emma miró por la ventana, que formaba el amplio lateral del pasillo al tener cada piso una única unidad habitacional—. Supongo que tendrás estos meses, mientras sanan tus heridas, para conocerlos mejor y averiguarlo.

—Es razonable. —Giulio asintió—. Subiré de regreso a mi casa. Gracias, Emma, y buenas noches —se despidió, inclinando un poco la cabeza con una elegante reverencia.

—Giulio —lo llamó ella cuando lo miró pulsar el botón para llamar al ascensor—. ¿Esto significa que deseas quedarte en este mundo?

—Si está en mis opciones cuando termine el cuadro, lo veo cada vez más posible. Creo que sí, deseo quedarme.

La sonrisa de Emma fue genuina y encantadora, también su suave manera de asentir y el brillo que iluminó sus ojos. Cuando se despidieron, el peso que en los últimos días había tensado los hombros de Giulio como si llevara el mundo a cuestas era más ligero. Aún tenía momentos malos y sabía que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera sentirse completamente seguro y en paz, pero estaba trabajando en continuar andando y en no quedarse estancado en la miseria que había estado a punto de destruirlo.

Se lo debía a la memoria de cada una de las personas que había dejado atrás en su primera vida, incluido su hijo, que ahora le concedía una segunda oportunidad en la forma de Karline y de Brisa, dos almas que al igual que Emma y el resto de sus amigos habían llegado a tenderle una mano cuando la desesperanza había sido su único camino.

Esa noche, luego de cenar con Tomello y con Marice mientras veían una película sobre seres de otro planeta que comían carne humana, regresó temprano a su habitación para continuar el trabajo en el cuadro. Había cosas que aunque fueran aterradoras por lo incierto de su naturaleza, era mejor apresurarlas.

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