47 Lienzos
Eran las siete de la tarde cuando abordaron el vehículo de Emma, que lo invitó a cenar a un local de pizza escondido entre las casitas de ladrillo y una escuela, cerrada a esas horas. Era un lugar pequeño, con solamente tres mesas cubiertas con manteles de cuadros y repisas llenas de vinos y flores artificiales que pendían de las paredes.
De alguna manera, el hambre había regresado a Giulio y comió tres rebanadas sin tomar pausas, usando siempre tenedor y cuchillo, lo que curiosamente había hecho chistar a Emma al inicio, y reír después, cuando el dueño del restaurante había mirado a Giulio como si hubiera entrado ofendiendo a su madre. Había sido un poco peor cuando había tenido que usar su mano inmovilizada para sostener el cuchillo.
—Hay algo que me gustaría preguntarte, aunque puedes no responder si no lo deseas.
Giulio dejó silenciosamente los cubiertos sobre su plato una vez que tomó el último bocado de pasta y se limpió la boca. Sabía lo que preguntaría. Había notado cuánto se había mesurado Emma para no hacerlo antes, mientras conducían hacia el restaurante.
—Sé lo que preguntarás. La vi antes de morir, al espectro me refiero —dijo con voz queda. El letrero parpadeante por fuera de la ventana alumbraba el perfil de ambos con destellos rojos y blancos—. Creo que... No lo sé, pudo ser antes del accidente con mi padre. Sabía de «Ella» de alguna manera y comencé a pintarla.
—¿Ella? ¿Ella quién?
—No lo sé. La nombro así por decirle de alguna forma. Está en todos lados, o eso es lo que siento. Aparece cuando necesita hacerme saber algo o cuando necesito su ayuda para... La vi por última vez en las cavernas. Ella me guió hacia la salida, me quitó de encima a uno de esos hombres cuando me alcanzaron y rompió el puente para darme tiempo a huir. Suena demente, pero yo solo no habría podido hacer nada de lo que ella hizo para ayudarme a salir. —Movió su brazo herido para reforzar su punto
Emma se tensó como si hubiera contenido la respiración.
—¿Un... te refieres a un fantasma?
—Es descabellado, ¿verdad? —murmuró Giulio sin mirarla—. Estaba pintando su cuadro cuando mi padre entró y me... hirió. No sé muy bien lo que ocurrió después, sólo recuerdo que estaba acostado y me dolía. Era terrible, agónico, y sólo deseaba que se detuviera. —Miró su mano, la cicatriz que abarcaba el ancho de su palma y de su dorso—. Es imposible saber qué tanto de lo que recuerdo que miré durante esa larga agonía fue real y qué tanto lo imaginé, pero ahí estaba «Ella», una mujer si deseas llamarla así, y al mismo tiempo algo distinto, no... No lo sé. No sé qué sea, quién sea, o... No sé nada.
—¿Te pidió que terminaras el cuadro?
Se lo había pedido, sí, tal vez. O sólo lo había deseado y había traído a Giulio de regreso para conducirlo a culminar su obra. Lo que ocurriría después era una incógnita para él. Su decisión al respecto fluctuaba. Quería vivir, quería morir, y ahora quería vivir de nuevo, conocer mejor a Brisa y a Karline, compartir con ellas lo que le había sido negado en su vida pasada.
No supo hacerlo con exactitud, pero describió lo mejor posible la apariencia del ánima para Emma, que lo escuchaba con atención. En momentos le era imposible no demeritarse a sí mismo recalcando que comprendía lo absurdo que debía sonar, tanto como un loco, pese a que Emma no lo secundaba en su sentir. Entre las preguntas y los comentarios de ella no había juicio alguno, sólo curiosidad y pragmatismo al momento de analizar lo que Giulio le contaba, y aportar sus opiniones desde un punto de vista neutral.
«Ella» existía. No en el mismo parámetro de la fisicidad humana, quizás como nada que una persona fuera capaz de comprender por muchas vueltas que le diera al razonamiento. «Ella» era y no era al mismo tiempo, y cuando sí «era» era cuando Giulio comprendía que no podía aplazar eternamente el trato que tenía con ella. Sospechaba que ese había sido el único motivo por el cual el ánima lo había ayudado tanto en su torpe supervivencia en ese nuevo mundo, ya sin sorprenderse por la incapacidad de Giulio de mantenerse lejos de los problemas.
—El cuadro que empezaste ayer es sobre ella —continuó Emma ante su falta de respuesta.
—Para ella —dijo Giulio, mirando cómo la pequeña bola de helado que el mesero había colocado frente a él después de retirar los platos se derretía—. Debo hacerlo. Debo terminarlo. Lo prometí.
—¿Y después qué? ¿Qué sucederá cuando lo termines?
—¿Me crees?
Emma resopló una risa silenciosa, levantando un poco los pómulos.
—Regresaste a la vida, Giulio. Tuviste que hacerlo de alguna forma, aun si ésta suena descabellada. Creo que para estas alturas estamos muy lejos de cuestionar posibilidades si ahora mismo estoy cenando con una persona que hasta hace unos meses estaba muerta y... Oh, lo lamento, no pretendía que sonara tan crudo.
—Pero es exactamente así como sucede —sonrió él sin mucho ánimo.
—La miramos... —El rostro de Emma palideció de pronto, su voz descendió hasta tornarse en un murmullo que Giulio tuvo dificultad para escuchar por la suave música que brotaba del fondo del local—. No planeaba decírtelo aún, pero cuando la mencionaste en casa de los Peroso, aun cuando lo hiciste bromeando, supe que todo había sido real. La miré con mis propios ojos, y si me quedaba alguna duda de quién en verdad eres, ver eso terminó de disiparlas por completo.
—¿Cuándo es que ocurrió? —Giulio se inclinó al frente, alarmado—. ¿Se ha acercado a ti?
—No. Sucedió la misma noche que desapareciste. Hicimos una recolección de las grabaciones de todas las cámaras de vigilancia montadas a lo largo de las cuadras aledañas al edificio donde vivías. Dimos con el momento exacto de tu secuestro. Todo concuerda con tu narrativa de los hechos hasta ese punto. —Emma cerró sus hermosos ojos por un momento, ante la mirada expectante de Giulio—. Fue cuando el vehículo arrancó contigo inconsciente en su interior. Ahí fue cuando ella apareció de la nada, de repente, semidesnuda y con el cabello flotando a su alrededor como si el aire...
—Fluyera de su propio ser. —Giulio se detuvo por un momento para pensar mejor lo que estaba por decir—. Nunca he visto a nadie más como ella en mi vida.
Emma asintió.
—Se quedó mirando cómo te llevaban con una parsimonia envidiable mientras el tiempo corría en la grabación. Cualquier persona o animal que pasó cerca de ella en todo ese tiempo fue inmune a su presencia.
—Ha sucedido que la veo cuando nadie más parece hacerlo.
—Volteó hacia la cámara. —Emma suspiró—. Y miró más allá de mí, como si sus ojos, más negros que el abismo, hurgaran en mi interior a través de la grabación. Fue un instante que sentí durar décadas. Después se desvaneció.
—¿Todos lo miraron? —preguntó Giulio con tono vago, jugando con la cuchara.
—Sólo unos pocos tuvimos acceso a la grabación. Presioné al departamento para que te dé tiempo de recuperarte, descansar y asimilar todo lo ocurrido antes de interrogarte. Querrán hablar al respecto, pero antes nuestra prioridad deberá ser que sanes.
Giulio meció la cabeza.
—No tengo mucho por decir de todas maneras. No tengo idea de lo que «Ella» sea, sólo sé que contribuyó en mi regreso, que lo solicitó incluso, a cambio de que termine el lienzo para ella. No será humana y quizás tampoco mortal, pero sí vanidosa —sonrió—. Jamás he sostenido una conversación con ella. Todo el tiempo el que habla soy yo mientras ella escucha. Ha sido muy paciente conmigo.
—Entiendo, pero sea lo que sea que este... ente sea, espera de ti el pago por devolverte la vida —dijo Emma con urgencia—. ¿Pero qué sucederá una vez que lo obtenga?
—No lo sé. Pensé en... —Giulio batió la cuchara dentro del helado—. Consideré regresar a mi descanso.
Los ojos de Emma se abrieron con alarma. Se puso tan pálida que Giulio temió verla desvanecerse.
—Hablas de pedirle que te quite la vida una vez más.
—¿Me la quitaría en verdad? —Miró a Emma con angustia—. ¿Estoy de regreso en este mundo porque lo merezco? No sé qué he hecho hasta este momento, Emma, sino depender enteramente de los demás para sobrevivir y estar la mayor parte del tiempo aterrado aunque intento con todas mis fuerzas mantenerme sereno. Dios, ni siquiera sé elegir mi propia ropa, y de no ser por ti y tu equipo quizás estaría mendigando en las calles de Artadis en este mismo momento.
—No es para menos tu angustia, pero sigues siendo muy duro contigo mismo. Es comprensible que te sientas así y nadie más que tú te ha juzgado tan duramente hasta este momento. Vienes de otra época, donde el mundo se regía con otras costumbres y la mayoría de las cosas que hoy sabemos y damos por sentadas no habían sido aún descubiertas. ¿No te intriga saber más, conocer más? Hay tanto aún por ver, Giulio, tantos lugares por conocer, tantas maravillas que te alegraría descubrir, estoy segura de ello.
Él también, en cierta manera. Le intrigaba saber de dónde había venido, y qué o quiénes le esperaban de regreso en el descanso eterno. Tal vez se había reunido alguna vez con su hijo, con Lucilla y el resto de sus seres amados en ese otro mundo que los vivos no podían comprender, pero lo había olvidado al regresar a la vida.
—No estoy hablando de quitarme la vida yo mismo —la tranquilizó—. Jamás lo haría. Pero no sé lo que sucederá en un futuro. No sé si estoy destinado a quedarme o a marcharme. Todo en torno a mí es un misterio incluso para mí mismo en muchos sentidos, y hasta este momento hemos actuado como si mi presencia fuera normal... Quizás es por la época —sonrió con un dejo de diversión—. La gente de aquí es muy peculiar. Aceptan que una persona regrese de la muerte e incluso lo celebran como si fuese una fiesta. De donde yo vengo me habrían quemado vivo al instante.
En Vassé no quiso pensar. Como en todos lados, siempre existía gente cuyas ideas contradecían la opinión general.
Emma lo miró de reojo, con la cabeza un poco inclinada hacia abajo.
—¿Y si te dieran a elegir? —preguntó con voz muy quieta—. ¿Si esta criatura que ha tenido el poder de traerte de regreso, de darte materia y esencia una vez más, te diera a elegir y no tomara la decisión por ti, aun así optarías por... la muerte?
—No lo sé. Después de hoy, de conocer a Karline y a Brisa, y saber cómo es que llegaron a este mundo, no sé más qué es lo que pienso ni lo que siento. Mi convicción ha sido muy voluble en las últimas semanas. Terminaré el cuadro, la esperaré a «Ella» y entonces decidiré.
Emma tomó su mano por encima de la mesa. Sus dedos delgados sujetaron los de Giulio con fuerza.
—Promete que lo pensarás muy bien y que lo decidirás a consciencia, no guiado por la amargura ni por las terribles impresiones que has sufrido recientemente. El mundo no se reduce sólo a eso. Has perdido mucho, Giulio, pero también has ganado mucho. Hay gente que te ama, que te conoce como realmente eres y no por lo que la historia dice de ti, que sabe de la gran persona que eres más allá del artista. No queremos perderte.
—Gracias —murmuró él, apretando a su vez su mano—. Lo aprecio mucho en verdad.
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