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27 Lienzos


Menudo espectáculo había montado.

Fue un poco más vergonzoso cuando Crisonta apareció de entre toda la gente que aguardaba en el interior de la antesala de la cripta y caminó velozmente hacia él para tomarlo por los hombros con la consternación de una madre asustada y preguntarle cómo se encontraba. No lo que había ocurrido ni por qué había corrido de esa forma, sólo cómo se encontraba.

Bien.

Mal.

Se encontraba, y eso era en realidad lo malo.

Se encontraba entre todos esos vivos, vivo también, arrancado de un lugar que no podía recordar pero que por momentos se le antojaba mejor que esa realidad de locos. Seguro que «Ella» tenía un poco de demonio en sus raíces, de lo contrario no sometería a Giulio a semejantes pruebas que muy seguramente la hacían reír desde donde quiera que estuviera oculta mirándolo.

Antes de seguir hacia la cámara donde estaba su tumba, alguien llegó con una toalla y una muda de ropa de la que Giulio solamente aceptó la camiseta y el abrigo secos. Se cambió en uno de los rincones, detrás de una columna, sin nadie que lo viera y aun así sintiendo los ojos vigilantes de todos fijos en él. Leo especialmente era el más insistente, también el que había demostrado su furia abiertamente al momento de aparecer de detrás de una tumba para derribar a Giulio sobre su trasero de un violento empujón cuando había bajado del risco, reclamándole por haberlos hecho ir detrás de él como si fuera un maldito niño.

Todo apuntaba a que la afrenta habría degenerado en una feroz pelea a golpes si Emma no hubiera intervenido para evitar que al momento de levantarse Giulio se abalanzara sobre el otro hombre. Ser una persona tranquila no implicaba que fuera un estúpido ni un incapaz para defenderse. Muchos bravucones se habían llevado sorpresas contra él en el pasado.

Pero donde sí podía defenderse de Leo no podría hacerlo contra toda la gente reunida en el interior de la cripta y que sin duda alguna tenía su atención en él. Había algo que flotaba en el aire y de lo que todos tenían conocimiento menos Giulio. Le ponía los pelos de punta imaginar lo que harían una vez que lo llevaran a su tumba.

—Pasemos a la cámara principal —le dijo Emma suavemente.

Giulio la siguió con un ligero temblor sacudiendo su cuerpo, notando de soslayo que Crisonta, que caminaba a su lado, lo veía distinto. Una mezcla de incredulidad y entendimiento brillaba en sus ojos color miel. Lo que sea que le habían dicho, había cambiado por completo su percepción de Giulio en un instante.

Junto a ella iba el hombre que había dirigido la ceremonia del aniversario de la muerte de Giulio. David, creía recordar que se llamaba. Su mano sujetaba a la de Crisonta y sólo entonces Giulio notó que los anillos que llevaban en el anular de la mano izquierda eran iguales. En esa época significaba que estaban casados.

Quiso reírse. El mundo antes tan gigante le parecía ahora tan pequeño y casual.

Cuando alcanzaron la cámara donde en teoría él debía estar sepultado el temblor de su cuerpo se acrecentó, lo que empeoró su ánimo. Tenía miedo, y aunque le avergonzaba terriblemente admitirlo, le era imposible negarlo. Había cosas peores que la muerte, y él había experimentado algunas en carne propia.

La gente se aglomeró alrededor de la tumba donde se alzaba el lienzo de mármol del que emergía el lobo alado. Emma no le había dicho mucho más hasta ese momento. Una vez que Giulio había descendido del risco y que ella había hecho a Leo marcharse, había asegurado nuevamente que no le harían daño, sólo necesitaban ver, comprobar por ellos mismos quién era él, y para eso debían abrir su tumba.

Giulio no sabía lo que harían si había un cuerpo aún sepultado, o lo que harían en caso de que no lo hubiera. Emma no había querido decir más, sólo le había pedido que los acompañara y que no volviera a huir, y él había cedido.

—¿En verdad debo estar presente para esto? —siseó Giulio al sentir que el castañeo de sus dientes sería demasiado audible si los separaba para hablar. Había al menos quince o veinte personas más además de ellos dos y de Crisonta. Un montón de desconocidos—. Sea lo que sea que quieran hacer con... No. Preferiría esperar afuera. No volveré a huir, sólo... no quiero ver esto.

—Tienes que estar aquí —insistió Emma—. Lo lamento tanto pero debes estar aquí.

—¿Por qué?

La intensidad con la que Emma lo miró lo hizo resignarse al instante. No saldría de ahí por voluntad propia. No en una pieza si intentaba hacerlo por la fuerza nuevamente. Los hombres que estaban junto a Leo tenían toda la pinta de saber usar la fuerza bruta en caso de que Giulio decidiera volver a rebelarse. Sospechaba que sólo para eso habían sido llevados.

—Los sellos están intactos —indicó David frente a la tumba—. No han sido abiertos desde la última vez que se estudió el sepulcro.

—¿Cuándo fue eso? —preguntó Emma con voz mecánica, quizás como parte de algún protocolo dado que más de una persona presente estaba grabando y tomando fotos con sus celulares. Muchos apuntaban hacia Giulio sin ningún disimulo.

—Hace cincuenta y dos años, en mil novecientos sesenta y ocho.

Emma asintió y dos hombres con aspecto de obreros comenzaron a picar los bordes de la plancha superior de la tumba con palancas de metal mientras David les daba indicaciones con meticulosidad para que no dañaran el mármol.

—Creo que para estas alturas sabes muy bien lo que... posiblemente hemos descubierto sobre ti —Emma dijo en voz muy baja.

—Nadie me cree —susurró Giulio por debajo del picoteo de las palancas de metal rompiendo los sellos de la tumba—. Nadie lo creyó cuando lo conté en un inicio, ¿por qué es tan importante ahora?

—La palabra no tiene peso en una situación como esta. Las pruebas científicas, en cambio, lo definen todo. Y lo que dieron esos resultados es... —Emma meció la cabeza, mirando con ojos ausentes a los sepultureros trabajar.

—¿Qué? ¿Qué tiene todo eso que ver con el hecho de que deban abrir esa tumba?

Mi tumba, habría dicho si no estuviera ya más en control de sus emociones e impulsos.

—Todo, lo cambiaría todo. Lo cambiará todo. Serás único en el mundo, Giulio... Dios, no puedo creer que algo como esto esté pasando, y que me haya tocado presenciarlo.

Sintiendo el rostro y cada músculo más rígido que antes, Giulio volvió su atención hacia la labor en la tumba. Finalmente los sepultureros resolvieron cómo desatrampar la tapa sin que David los estrangulara en el intento y un potente e inexplicable olor a flores impregnó el amplio de la cámara cuando la levantaron. El corazón de Giulio latía con ferocidad, retumbando como una estampida contra sus costillas.

Todos a su alrededor parecían retener la respiración.

Dentro de la plancha de mármol estaba la carcasa desgastada de un ataúd de madera. Giulio reconoció el roble, favorito de su padre, cuando uno de los sepultureros hizo malabares por entre los bordes de la tumba para comenzar a luchar contra la averiada tapa del cofre. Al lograr abrirlo, la exclamación de asombro del hombre extendió una pausa en la que toda la gente ahí reunida pareció petrificarse. Sólo el rumor lejano de la lluvia azotando sobre sus cabezas, a metros de altura, permaneció como única fuente de vida.

—Está vacía. —la cara enrojecida del sepulturero se volvió hacia el público que lo rodeaba—. La tumba está vacía. No hay restos humanos a la vista.

Los asombrados rostros de todos los presentes se giraron lentamente hacia Giulio, que dio un paso atrás.


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N/A: De antemano una disculpa. Parece ser que se me olvidó añadir este capitulo cuando estaba actualizando la primera vez, y es una parte importantísima del libro. No es muy larga, pero sí clave. Lo noté en esta última revisión. ¡Perdón!

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