Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2 Lienzos

Despertó ante la sensación de estar recostado sobre una cama de espinas, con frío y la boca seca. La luz de la mañana se filtraba directamente hacia su rostro, lo que ya había intentado reparar en más de una ocasión rogándole a su mucama que no recorriera las cortinas antes de que él se levantara. Sasila, el ama de llaves más longeva de la historia y que había sido una gran influencia en la crianza de Giulio (y también en la de su padre), era simplemente incapaz de comprender que el hecho de que una persona se levantara tarde por la mañana no implicaba que fuera perezosa si se había ido tarde a la cama la noche anterior por estar trabajando.

Murmuró una maldición, tanto por la luz que le daba directamente en los ojos como por lo fría y dura que sentía su cama. Los sirvientes cambiaban las colchas y las almohadas a menudo para evitar el desgaste, lo que evidentemente no habían hecho en su caso si la sensación que apabullaba su piel desnuda era similar a estar acostado sobre un lecho de raíces secas y tierra.

—Sasila, cierra las cortinas —mugió con desgano, girando sobre su costado con la esperanza vana de escapar a la luz del sol—. Te añadiré a mi próxima pintura con una cola y unos cuernos de demonio si no...

Abrió los ojos y se sentó rápidamente cuando su brazo rozó un arbusto que siseó al contacto y un animalillo saltó, echando a correr entre chillidos.

El panorama que le dio la bienvenida lo dejó sin habla.

Era y no era su habitación al mismo tiempo. Los rastros en las paredes carcomidas por entre las que se colaban enredaderas y hierbajos eran muy familiares. Las ventanas, por otro lado, se habían convertido en huecos parduzcos con marcos desiguales salpicados de flores secas y polvo. Sólo una tenía cristal, las demás habían sido tapiadas con maderas viejas entre las que se distinguían letras borrosas. El piso también había sido destruido, convertido en una especie de rompecabezas de tablones, piedras y tierra. Y su cama... Giulio se puso de pie con un tambaleo, sorprendiéndose aún más al verse desnudo. Su cama era una plancha de lodo, musgo y matorrales que asomaban en forma de ramas secas y espinosas sobre la base desgastada de un armazón de metal sin forma.

No había rastro de sus muebles por ningún lado. Los que había por ahí estaban tan viejos y desgastados, reclamados también por la naturaleza, que era imposible dilucidar su diseño.

Quiso hablar, gritar por Sasila o por su padre para saber lo que estaba sucediendo, pero sentía la garganta tan seca y contraída que sólo atinó a proferir un sonido largo y lastimero que no supo distinguir si fue de furia o de susto. ¿Era en verdad su habitación?

Jean, pensó entonces, llamándolo también en voz alta un par de veces. No sería la primera vez que su mejor amigo le gastaba una broma similar. El muy idiota solía aprovechar las escasas ocasiones en las que Giulio bebía hasta perder la consciencia para trasladarlo a lugares inhóspitos y reírse a costa suya cuando lo veía despertar, tal había sido la ocasión en la que lo había tumbado sobre una plancha de madera y lo había enviado a flotar en el lago. Aunque últimamente Jean había estado muy ocupado revoloteando alrededor de su esposa, que estaba en el quinto mes de embarazo, como para perder la mañana martirizando a Giulio.

Echó otro vistazo rápido, maldiciendo y reculando cuando apoyó el pie sobre una piedra desigual y un chispazo de dolor le recorrió el largo de la pierna.

Sí... Sí, sí, era su habitación. No con los mismos colores ni con el mismo mobiliario entre lo poco que la naturaleza no había devorado, pero sí con la misma hechura, la misma posición de las ventanas, los mismos ornamentos entre los rincones que abarcaban el hecho y la pared, y el mismo tamaño que él recordaba ya no de días, semanas o meses atrás, sino de la noche anterior, cuando había ido a dormir y...

¿Cuándo había ido a dormir exactamente?, ¿después de hacer qué, de hablar con quién, de mirar a...?

Lucilla, pensó entonces, confundido. Se llevó una mano a la cabeza, sintiendo que la habitación escombrada giraba a su alrededor.

Había mirado a Lucilla la noche anterior. Había pasado por ella a su casa en un carruaje que conducía el capataz de mayor confianza de su padre, habían visitado a Jean y a su esposa para departir con ellos durante la tarde y felicitarlos por el embarazo de ella, y después habían regresado a casa de Lucilla, montando ambos un mismo corcel después de que una de las llantas del carruaje se saliera de su eje y Giulio se viera inmerso en la premura de cumplir su palabra y devolver a la hermosa y mimada dama Daberessa a su hogar dentro de un horario decente. Afuera había estado esperándolos Lucio Daberessa, el padre de ella, que, como siempre hacía cuando veía a Giulio, había preguntado si pensaba formalizar algo con su hija o sólo continuaría llenándola de ilusiones.

Tragó con dificultad, frotándose la cara.

Piensa, piensa, piensa, piensa, se dijo, clavando la mirada en el marco torcido de la puerta que por algún motivo parecía estar más a la derecha de lo que recordaba, y ya no era de hoja doble. En ese hueco sólo cabía una puerta y las bisagras asomaban de manera extraña.

Sacudió la cabeza.

La noche anterior había regresado con el cuerpo caliente por el vino y la mente llena de ideas, listo para vaciarlas todas sobre el lienzo hasta que el cansancio mermara sus bríos. Después...

Después...

El estruendo de una puerta, los pasos pesados de un cuerpo moviéndose con torpeza. El hedor del vino y de la furia.

Descalzo, porque no tenía una sola prenda para cubrir su cuerpo a la vista, se apresuró hacia el pequeño corredor lateral que conectaba su alcoba con su taller de pintura. No lo encontró. El pánico comenzó a hacer mella de sus nervios. En su lugar había una pared tan maltrecha como las demás, con un clavo torcido en la cima del que pendía un rectángulo con pedazos de espejo enmugrecido. Se apresuró a limpiar uno de los gruesos fragmentos con el dorso de la mano y retrocedió, suspirando de alivio al reconocerse en el reflejo.

Cabello rizado y castaño, piel clara, ojos color olivo, indefinibles entre el gris y el verde oscuros, rostro delgado; dos piernas, dos brazos, dos manos, dos pies y...

Se congeló a media inspección. Sus dedos subieron lentamente para acariciar las protuberancias que tenía repartidas a lo largo del pecho y del vientre. La que había en el centro de su mano derecha, adornando con una enorme línea horizontal su palma y su dorso, le cortó la respiración. Como las demás, esa también había adquirido un color entre blancuzco y rojizo, característico de las cicatrices que tenían años de haber sanado.

Eran quince en total, y parecían haber sido muy dolorosas en su momento.

Las delineó una por una con dedos sucios y temblorosos.

El rostro furibundo de su padre llegó a su mente como una bofetada y el impacto lo hizo retroceder con tanta fuerza que terminó sobre su trasero luego de tropezar con una madera desnivelada.

Si yo te di la vida, yo también te la quitaré, engendro del diablo.

Su padre. Eso lo había hecho su padre.

Miró alrededor con angustia. Su corazón retumbaba en su garganta. Su padre lo había herido.

Ante el recuerdo del abrecartas hundiéndose una y otra vez en su cuerpo una arcada convulsionó la parte superior de su cuerpo y un chorro de saliva amarillenta abandonó sus labios. Al volver a erguirse, aún tembloroso e incrédulo por lo que ya veía como un recuerdo nítido que más parecía una pesadilla de la que esperaba pronto despertar, su mirada desorbitada volvió a recorrer el largo de su cuerpo entre los fragmentos de espejo que pendían de la pared. Era incapaz de reconocer su rostro en la mueca aterrorizada que le devolvía el reflejo.

Había estado seguro de que no sobreviviría al ataque. Había rogado tanto por que el dolor se detuviera y el descanso finalmente llegara mientras yacía agonizante en su propia cama que no podía razonar cómo era que seguía con vida, o cómo era que todo se había curado de repente, dejando atrás pequeñas marcas que llevaría como funestos recuerdos a partir de ese momento.

El llanto de su padre regresó con un eco ríspido y lejano. Pero no estaba solo. Otra voz lo acompañaba, sus suaves armónicos habían ayudado a matizar el dolor, la pesadez y desolación.

Lucilla.

Debía encontrar a Lucilla, abrazarla, hablar con ella. Necesitaba escucharla de nuevo, tocarla para asegurarse de que no estaba enloqueciendo y de que sin importar lo que estaba ocurriendo ella permanecería como única ancla de la cordura y la razón de Giulio en ese mundo.

Se golpeó la cabeza con las manos, sintiendo que giraba.

El mundo daba vueltas. Era una pesadilla. Pronto pasaría. Despertaría y se reencontraría con su familia, con sus amigos, con la mujer que amaba y lo arreglaría todo. Se casaría con ella, se mudaría al centro de La Arboleda o quizás a Artadis, y estructuraría el resto de su vida junto a ella.

En cuanto abriera los ojos todo volvería a la normalidad. Las paredes, los pisos y los techos sanarían, los muebles se reconstruirían y el acceso hacia su taller volvería a abrirse. Sólo tenía que aguardar, sacudirse de encima la sensación de estar inmerso en un estanque de agua helada y levantarse. El vino no sólo había hecho estragos en su padre. También él se había visto alterado por sus efectos. Los malos sueños y las alucinaciones eran a menudo resultado de una mala combinación de dulces y embriagante. Él, Lucilla y Jean habían bebido mucho. No tanto como su padre, pero sí de manera considerable.

Despertaría.

No había otra explicación.

Despertaría pronto sacudido por Sasila, que comenzaría a despotricar cuando fuera a su habitación y lo encontrara con ropa de día y zapatos tirado en la cama, hundido entre las colchas y las almohadas, con uno o dos perros sobre él para completar el descuidado cuadro. Lo enviaría al lago para que se bañara bajo el muelle porque se sentiría demasiado indignada para ordenar que las sirvientas trajeran agua para calentar en el fogón de la cocina, y Giulio lo haría, porque aunque rezongara por fuera, quería demasiado a Sasila para desairarla.

Gritos.

Su mente se sacudió con los gritos de Akantore acusándolo de haber atentado contra el honor de la familia, y la realidad regresó una vez más como un puñetazo que amenazó su endeble equilibrio.

—Yo jamás te haría nada semejante. Jamás tocaría a tu esposa. No te haría eso a ti, mucho menos a Lucilla —murmuró, meciéndose de adelante hacia atrás, sentado sobre un montículo de tierra que enterró ramitas y basura en la piel desnuda de su trasero—. Jamás.

Y, a pesar de saberlo, Akantore había decidido creer las habladurías. Había echado a Giulio, lo que él no podía reprochar porque sabía que desde hacía años rebasaba la edad para continuar viviendo con su padre. Si se había quedado a pesar de eso, procurando su compañía, había sido porque hasta ese momento sólo habían sido los dos. Su error había sido no haberse marchado en cuanto Akantore había tomado a Laurelle como su esposa, pocos años atrás, y no obsequiarles la privacidad que como nuevo matrimonio merecían.

Lo que no era capaz de comprender era la saña, la maldad y el dolo con los que Akantore lo había tratado, cómo se había transformado de un momento a otro para acusarlo de cometer semejante aberración y después de golpearlo e intentar... No, no lo había intentado, lo había hecho. Había tomado un abrecartas y lo había hundido hasta lo más profundo de las entrañas de Giulio no una, sino quince veces, tantas que Giulio recordaba haber caído al suelo cuando la fuerza de sus piernas había comenzado a flaquear y las palabras habían dejado de tener sentido cuando Akantore se había cerrado a escucharlas.

Voy a casarme.

Iba a casarse. Y a viajar, a pintar, a dibujar, a crear maravillas para pocos y para muchos en las grandes cortes y familias de nobles de su mecenazgo, y a formar su propia familia, a envejecer del brazo con Lucilla y morir junto a ella. No solo. No agonizante sobre un lecho que se humedecía con su propia sangre, sudor y orina, quejumbroso y asustado, gritando hasta que sus pulmones se constipaban y el cansancio lo abatía.

Y todo había ocurrido la noche anterior, antes de que los perros comenzaran a aullar de angustia y «Ella», la dama de sus sueños, le pidiera dormir.

El crujir de los pasos sobre la madera vieja y las pilas de escombros no lo sacaron a tiempo de su estupor. Cuando levantó la cabeza, demasiado apabullado como para pensar en esconderse, un enorme y fornido extraño se materializó en la puerta y se quedó inmóvil en el acto, observándolo con la misma estupefacción con la que Giulio lo miró de vuelta.

Nadie dijo nada durante largos y tensos segundos. Las aves trinaron de fondo, agitando las copas de los árboles enredados entre las vigas del techo de la casa, un par de hojas traviesas cayeron sobre una telaraña, perturbando a su inquilina, que se apresuró a retirarlas, y un roedor chilló tan alto que otro más contestó desde el otro lado de la pared, mientras Giulio, aún sentado en el piso como un niño, miraba al extraño con la boca y los ojos muy abiertos.

—Malditos viciosos —masculló el hombre con un acento demasiado extraño, rompiendo el trance de ambos.

Todo regresó como un aluvión entonces, los ruidos del bosque, los crujidos de la casa, el ulular del viento y un ronroneo lejano que se movía con mucha pesadez, como un gigante que batallaba por caminar entre la espesura de las copas de los árboles.

—¿Qué mierda haces aquí? ¡Hey! —El hombre chasqueó los dedos un par de veces para hacerlo reaccionar—. ¿Quién maldición eres y por qué estás en pelotas? ¡Esto es el colmo!

Giulio retrocedió hasta pegar la espalda en la pared al verlo moverse. Era alto y fornido, con unos brazos que parecían troncos debajo del extraño jubón abierto que los cubría. ¡Y las calzas! Giulio jamás había mirado semejante diseño en su vida; arrugadas, ásperas y desgarbadas, de un color azul muy descolorido que tenía roturas y salpicaduras blancas por todos lados desde los tobillos hasta la cintura, donde se perdían debajo de un chaleco de un anaranjado tan intenso que lastimaría la sensibilidad de cualquier artista. Llevaba unas botas igual de toscas que el resto de su indumentaria, un montón de lazos colgando donde no se distinguía espada o mosquete alguno, y coronaba su estilo con un yelmo redondo y amarillo sobre la cabeza.

Lucía enorme y atemorizante. Y estaba dentro de la casa de Giulio, o de la que hasta el día anterior había sido su casa. ¿Dónde estaban su padre, Sasila, los capataces y demás sirvientes y guardias?

El hombre, cuya mirada indignada se llenó rápidamente de hastío, sacó algo del interior de su chaleco y se lo llevó a la boca. Una especie de rectángulo negro por el que habló.

Giulio no cabía en sí mismo de asombro.

—Rob, tenemos otro adicto en el ala este. Y no te lo vas a creer, está en pelotas.

A pesar de su acento tan raro, las palabras fueron lo suficientemente entendibles para que Giulio se sonrojara. Aunque olvidó su vergüenza y se puso de pie de un salto tan pronto el artefacto que el hombre tenía en la mano chasqueó y contestó con voz propia, añadiendo una larga carcajada a sus palabras burlescas.

¡Obra sobrenatural sin duda alguna!

El rostro del hombre se suavizó un poco cuando sonrió, aunque no fue precisamente amigable para Giulio. Dijo algunas cosas más por el artefacto que emitía chasquidos y volvió a aseverar su expresión.

—¿Qué no sabes que esta es propiedad privada?

—Claro que es propiedad privada. Es mi casa —contestó Giulio con la espalda pegada en la pared bajo el ventanal.

—Tu casa... —El hombre levantó otro artefacto que llevaba colgando del grueso cinturón que le rodeaba la cadera y amenazaba con caerse en cualquier momento. Era una tabla grande y aplanada del tamaño de un cuadernillo con muchas hojas atrapadas por un gancho—. ¿Cómo te llamas? Mierda... ¿Es que no pueden hacer sus malditas depravaciones en otro lado?, ¿qué tal en la propiedad vecina?

¡Los Daberessa!

Giulio se armó del valor suficiente para hacer a un lado su temor e intentó lucir lo más digno posible con las manos cubriendo su intimidad como se encontraba.

—¿Hablas de la familia Daberessa?, ¿su casa continúa intacta?, ¿están aquí? ¡Necesito hablar con ellos! !Ellos me conocen! ¡Me...! 

—Espera, espera —chistó el extraño, levantando ambas manos con brusquedad, lo que agitó la serie de colgajos metálicos que llevaba encima. Giulio miró a su alrededor, buscando entre los escombros cualquier objeto que le sirviera como arma en caso de que las cosas se salieran de control—. ¿Quién mierda son los Dabasa y...?

—Daberessa. Lucio y Leonora Daberessa. Su hija es mi... somos... Conozco a su hija y... —Giulio sacudió la cabeza—. Sólo... Dios, necesito un segundo. Necesito pensar lo que... No sé cómo... Necesito verlos, hablar con Lucilla. Ella me ayudará. Ella estuvo aquí ayer, después del accidente. Sé que la miré mientras estaba en cama. Ella debe saber en dónde está mi padre, en dónde están todos y por qué mi casa luce así. —Señaló alrededor con desesperación.

El hombre suspiró, murmuró algo para sus adentros y volvió a hojear entre los pergaminos sueltos sobre la tablilla de madera. Luego de un rato meció la cabeza.

—Todo en cientos de hectáreas alrededor del Lago Brelisa está deshabitado, niño.

—¿Del...? ¿Del lago qué?

—La propiedad vecina fue una fábrica de telas por décadas, hasta que cerró sus puertas hace pocos años. —El hombre se encogió de hombros—. Cosa de fraude y evasión fiscal, o algo por el estilo.

—Eso es imposible. Lucio Daberessa es un comerciante tan acaudalado y exitoso como mi padre, jamás pondría en riesgo el patrimonio y el honor de su familia atentando contra la fiscalía de La Arboleda. Sí, tal vez... ¿Telas? —Giulio no desistió en su intenso escrutinio hasta que el extraño asintió—. No. No es una fábrica, por Dios, es una casa. Una casa como esta. ¡Es imposible no ver el tamaño de su construcción si él y mi padre viven compitiendo en las mejoras y reformas de sus...! No es una fábrica. No es una fábrica. —Olvidándose del pudor, se pasó ambas manos por la cabeza, mirando a todos lados al sentirse perdido—. ¿Dónde estoy? ¿Dónde están todos?

Pensó en correr. Por un momento todo lo que su mente fue capaz de procesar fue la súbita necesidad de correr a la propiedad vecina para cerciorarse de que lo que escuchaba era verdad, para buscar a Lucilla y llamarla a los gritos, para encontrar a alguien, quien fuera, y pedir respuestas. Una sola persona bastaría. Sólo quería mirar un rostro conocido y preguntar cómo era posible que tantas cosas pudieran cambiar en una sola noche.

—¿Es el infierno?

—¿Cómo? —bufó el extraño.

—¿Eres... eres alguna especie de... demonio? ¿En verdad voy a ser castigado por el tipo de arte que pintaba? —Se mordió los labios—. Este es el infierno, ¿cierto? Es el infierno y tú vienes a castigarme.

—¿Qué? —rezongó una vez más el hombre. Miró a Giulio de pies a cabeza, lo que lo hizo recordar su impúdico estado y lo apresuró a cubrirse nuevamente con las manos—. Mira, cabrón, no sé qué mierda te metiste ni qué lugar creas que es este. Lo único que sé, y que quiero, es que despejes el área, que te largues de aquí y me dejes seguir con la inspección. Estamos en obras y esta es una zona peligrosa. ¿Ves a tu alrededor? —Señaló el techo, hacia donde Giulio también miró—. Todo aquí grita que este muladar se puede venir abajo en cualquier momento, y si tú continúas aquí cuando eso ocurra vas a meterme en muchos problemas. —Agitó la tablilla a lo alto—. Si tengo que quedarme la noche entera llenando reportes por tu culpa ten por seguro que voy a hundirte las nalgas a patadas.

Bueno, esa era la amenaza más extraña que un «demonio» podría hacerle a cualquiera. Habría esperado escuchar cómo sería quemado, devorado o descuartizado lentamente por el resto de la eternidad, no pateado en el trasero como una bestia de carga por un hombre que vestía y hablaba como si hubiera brotado de otro mundo.

De haberse encontrado solo se habría echado a reír.

—¿Cómo te llamas?

—Giulio —balbuceó él, tragando en seco—. Giulio Brelisa, y estoy aquí porque vivo en esta casa, lo he hecho desde hace veinticinco años. Aquí fue donde nací.

—¿Giulio? —repitió el hombre con confusión. Volvió a mirarlo de arriba abajo, aumentando su vergüenza—. ¿Giulio Brelisa? ¿Como el pintor?

Antes de asentir, dudando por el súbito cambio en el tono de voz del otro hombre, Giulio se agachó para tomar una hoja de una especie de pergamino corrugado que hizo un mejor trabajo que sus manos para cubrir sus genitales. Entonces el extraño se echó a reír con estruendosas carcajadas, después volvió a hablar a través de su artefacto, y el objeto también se rio.

—Ya veo. Y dime, por favor, ¿qué hace un renombrado «artista» del renacimiento desnudo en una pocilga como esta? Espera un segundo... —dijo entonces, matizando su risa. Miró alrededor con los ojos y la boca muy abiertos, y empezó a reír una vez más—. ¿Es porque esta era su casa? Bah... Deberían demolerla. Su esplendor terminó hace cientos de años, ahora sólo es cuna de viciosos y criminales, o de dementes como tú.

—¿Demolerla? ¿Por qué habrían de demolerla? —Preguntó Giulio por sobre el nudo que le estrujaba el estómago. Pero antes de continuar, su mente rebobinó lo escuchado y ensanchó los ojos—. ¿A qué te refieres con «cientos de años»?

—Giulio Brelisa nació y murió en esta misma casa hace quinientos años, vicioso —masculló el extraño—. Nos contrataron para remodelarla precisamente por él, para celebrar el aniversario número quinientos de su muerte que será este treinta de noviembre que se avecina, aunque el arquitecto está tan seguro como yo de que la obra no estará lista en unas cuantas semanas. A lo menos nos tomará un año y... Argh. —Se agitó, alertando a Giulio, y recuperó su mal semblante—. Eso es lo de menos ahora. Lárgate de aquí. No me interesa lo que te metas, vicioso. Polvo, pastillas, foco... Ve a hacerlo a otro lado. Te doy cinco minutos para que saques tu flacucho trasero de aquí o...

—No soy un vicioso —espetó Giulio a su vez—. Y no sé lo que está pasando ni mucho menos lo que estás diciendo, pero... —Volvió a auscultar sus alrededores. La presión era tanta en su interior que sus piernas terminaron por ceder una vez más, llevándolo a sentarse sobre un montículo de tierra húmeda—. Mi padre intentó matarme y yo... No sé cómo es que estoy aquí. Pensé que esta era mi... Dios. Sé que la impresión que doy no es la mejor, pero estoy en verdad muy confundido. Tuve una noche pésima y la mañana no está siendo mejor. Necesito ayuda.

El rostro del hombre se suavizó con la compasión.

—Oh, Dios, ¿por qué me pasa esto a mí? Escucha, está bien si no quieres decirme tu verdadero nombre, pero haber venido aquí para buscar refugio no fue la mejor idea. Como te dije hace un momento: estamos a punto de iniciar las obras y es peligroso... Maldición. —Levantó el artefacto para volver a hablar—. Rob, busca algo de ropa para el pobre diablo y ayúdame a escoltarlo fuera de aquí. Necesito una mano con él.

—¿Rob es el artefacto? —preguntó Giulio con un fantasma de voz, esperando ver algo, cualquier cosa grotesca, brotar del objeto en cuestión.

El hombre miró su «Rob» con un ojo enarcado y resopló.

—¿El radio?

—¿Radio?

—¿Y dices que no te drogas? —volvió a reírse el hombre. Sacudió la mano con la que sujetaba el llamado «radio» y meció la cabeza—. Ven, debes salir de aquí. Apresúrate —insistió cuando Giulio titubeó para levantarse—. ¡Anda! Ya perdí mucho tiempo contigo y debo continuar la inspección. Muévete, chiquillo demente.

Finalmente, con el cuerpo aún medio encorvado como si llevara el mundo a cuestas, Giulio lo siguió.


ஐ〰ฺ・:*:・✿ฺ ஐ〰・:*:・・:*:・✿ฺ ஐ〰・:*:・・:*:・✿ฺ ஐ〰・:*:・

N/A: El capítulo es un poco extenso en el libro, así que tuve que partirlo en dos para que la lectura no se hiciera muy larga :P Ya voy más allá de la mitad en la edición de la historia en general, así que pronto comenzaré mi largo viaje de enviarlo a todas las editoriales que se me crucen en el camino, jajaja. Igual el «no» ya lo tenemos asegurado, tal vez por ahí salga un «sí» ;-)

Si les gustó o tienen algún comentario, háganmelo saber, por favor. También si me regalan una estrellita me harían muy feliz.

Aquí un dibujito de la escena anterior que hice rápidamente porque estaba muy inspirada.

Y mi galería en Instagram: https://www.instagram.com/jenpa_gc/

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro