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Un día con la sierva

Para empezar lo que sería el entrenamiento, Caya me pide que tratara de mover un poco el cuerpo con saltos simples. Mantener mis pies activos con pequeños brincos para mejorar mi reacción ante ataques cuerpo a cuerpo. No era difícil para mí, pues al ser bastante delgada mi agilidad era buena. Aunque parecía que no la usaría nunca, de hecho siempre lo hacía indirectamente. Pues, al siempre intentar huir de Lucio cuando estaba como esclava en el castillo me hizo muy sigilosa y rápida con mis tareas. O al menos eso era lo que pensaba, si no, no tendría otra explicación real.

Caya después de eso me enseñaría a golpear. Por ahora, sus movimientos eran lentos. Me demostraba como debía hacerlo. Pero, ¿cómo ella sabía eso? Quizás luego se lo pregunté, no quiero distraerme de esto.

Puños cerrados, brazos arriba, y la mirada fija en quien sería mi oponente. No parecía complicado. Cuando lancé mis primeros golpes tuve que ir despacio. Esto pues no tenía lo qué Caya llamaba «técnica». Mis golpes no iban con firmeza, y mis puños temblaban. Quizás no era por mi falta de fuerza, sino los nervios que me daba el pensar que tendría que hacerlo frente a alguien.

—Quizás los golpes de tus puños no sean fuertes, necesitarás algo para atacar —me dijo Caya con seriedad. Pensaba en que podría usar—. Creo que algún palo funcionará.

La sierva de las deidades se acerca a la palmera. Esta suspira levemente y golpea el tronco del árbol haciendo que entre las hojas caiga un largo palo con un hilo de lana en la punta.

—¿Qué es eso? —cuestioné mirando a la coyote.

—Es una caña de pescar. La usan para cazar peces en ríos y océanos —fue su respuesta. Ella quita el hilo de la punta y me entrega el palo.

—¿Para qué lo tienes? —pregunté.

—Es obvio. Con eso consigo mi comida —ella señala el lago que había allí.

—Espera... ¿comes? ¿No eres inmortal? —cuestioné muy confundida.

—No lo soy. No soy una deidad, solo una sierva que les sirve —decía ella—. Mi edad se detuvo, pero aun soy una mortal. Debo comer, beber, dormir y descansar.

—Ya veo... —mi perspectiva de ella cambió un poco. Ahora sabía que a pesar de su ayuda no tendría la batalla ganada. Pero también sabía que al venir conmigo se estaba arriesgando a morir—. Tú... ¿Tú vendrás conmigo?

—Dije que te iba a acompañar en tu misión. Debo luchar también para eso —fue su respuesta dándome el palo en las manos—. Sigamos.

Sentir la madera agarrada en mis manos me hizo meter en mis pensamientos. Ella se estaba arriesgando por esto. Me estaba enseñando a combatir, a pelear y cumplir la profecía. No podía creer que estaba teniendo ayuda de alguien como ella. Era una bendición dada por las mismas deidades haberme traído hasta su manto. Trague saliva y mis puños se cerraron con firmeza para tomar el palo que usaría como arma para atacar.

—Hay habilidades para cada arma, y esta al ser de largo alcance solo necesitas de agilidad, no fuerza —me explicaba ella.

La tarde fue pasando, en todo ese tiempo Caya me mostraba y enseñaba posicionamiento básico, como cubrirse y contraatacar en mi arma. Por un momento ella hizo como si fuera mi enemigo, fingiendo atacarme. No podía contraatacar contra ella, podría lastimarla. Aún así, ella insistía.

Quizás, dejándome llevar un poco decidí hacerle caso. Cubrí uno de sus golpes con el palo para después moverlo rápidamente y darle con este en su mentón. Tal acción hizo que se sorprendiera y no logrará defenderse del golpe, teniendo que dar un par de pasos atrás mientras con ambas manos se cubría la zona afectada.

—Ahh... duele —murmura ella y gruñe de nuevo con bastante dolor.

—¡Ah! —exclamé muy asustada. Solté el arma rápidamente para acercarme a ver si tenía alguna herida—. Perdón. Perdón.

Ella me separa un momento solo para escupir algo de saliva al suelo. Su saliva no iba solo con aquel líquido viscoso trasparente, sino con algo de sangre carmesí mezclada en ella. Me aterre al ver tal cosa, por lo que rápidamente volví a acercarse pidiendo perdón por haberla herido.

—No pasa nada. Lo hiciste muy bien —respondió ella al verme tan preocupada y camina hasta el lago donde se agacha para tomar algo de agua y así limpiar su boca—. Me sorprendió simplemente. Pero esa es la idea. Muy buen golpe.

Tardé algunos segundos en procesar lo que ella me decía, pues no creía que a pesar del golpe tan fuerte que le di y haberla herido estuviera tranquila y hasta podría decirse orgullosa.

—Gra... gracias —murmuré como respuesta ante lo que me dijo. Pero aun así, no me sentía del todo bien. Me acerqué de nuevo para poder verle más de cerca—. ¿Te encuentras bien?

—Ya te dije que lo estoy —me respondió con una sonrisa. De su boca aún salía algo de sangre debido a un corte que le hice—. Con un poco de agua hasta que deje de sangrar y listo. Estaré como nueva.

La coyote vuelve a lavarse la boca gracias al agua del lago, escupiendo esta a un lado en la arena y notando como poco a poco la sangre disminuía.

—Creo que terminamos por hoy —dijo ella manteniéndose positiva y con un leve acento de diversión. Con calma se levanta para caminar hasta la palmera y sentarse a descansar con su sombra—. Al menos ya sabes como defenderte un poco.

Con pena aun en mi ser, me acerqué hasta la palmera. Sentándome a su lado le miré y con bastante delicadeza mi mano fue a parar a la mejilla de la sierva, viendo fijamente sus ojos.

—¿Te sientes mejor? —le pregunté. Haberle hecho daño me hacía sentir muy mal. Ella era quizás la única amiga que haya tenido, la única con quien podía sentirme segura después de mi familia. Era quien me estaba ayudando a salir adelante después de este enorme problema en el que estoy metido y según las deidades debo afrontar.

—Lo estoy, tranquila —respondió ella, viendo también mis ojos. No lo había visto, pero después de un par de segundos su mano también estaba justo en mi mejilla, acariciando esta suavemente.

Tenía una extraña sensación. Era como si estar junto a ella me hiciera sentir segura. No solo de quien pudiera hacerme daño, sino de todas mis inseguridades. Con ella todo volvía a estar tranquilo. Ver el brillo en sus ojos me causaba una calidez en mi interior que no podía explicar. Mi mirada no enfocaba nada más que no fuera ella, mientras que mi corazón latía con más fuerza y rapidez.

El sonido de algo moverse en el agua logra sacarme de aquel trance en el que estaba. No me esperaba que algo estuviera allí. Caya también da un leve brinco bastante sorprendida al escuchar lo qué provenía del lago.

—Debe ser un pez —murmuró antes de separarse de mí para caminar hasta el lugar donde había dejado el arma con la que entrenaba, es decir, el palo. Tomando el hilo de antes amarra este haciendo así la caña de pescar que me había mencionado antes. No tarda mucho y lanza el hilo al agua mientras clava el palo en la arena. Soltando un largo suspiro para relajarse se pone de rodillas a un lado de la caña, y dice en voz alta—. Gran deidad de la caza, ayúdame a conseguir mi alimento.

Quizás era por ser una sierva de las deidades, o una muy fiel seguidora de muchas de ellas. Pero su plegaria fue escuchada. El palo se mueve un poco, y cuando Caya lo nota lo toma para jalarlo saliendo disparado del agua el pez que había hecho el ruido.

No pude reaccionar, y aquel animal de escamas viscosas había caído sobre mis manos. Solté un grito de miedo al verlo saltar sobre mí y de manera instintiva lo lance a cualquier parte. Caya al notarlo rápidamente intenta atraparlo de nuevo, logrando agarrarlo antes que cayera dentro del lago. Lo tomó por su cola y vio como este se movía intentando zafarse. Ella, para que él dejara de moverse lo pone en el suelo y lo golpea con el palo de la caña de pescar. Con un par de golpes termina por matarlo.

El tiempo sigue pasando, y la noche empezaba a adueñarse del cielo. Poco a poco la luz del sol se perdía por el horizonte, dando el paso al crepúsculo. Mientras eso pasaba, Caya había preparado un pequeño montón de hojas de palmera, las cuales según ella usaría para hacer fuego y cocinar lo que sería nuestra cena, pescado. No soy de comer carne debido a mi especie, pero, no existiendo ningún otro modo de alimentarme, no tendría otra opción que comer pescado. Esperaba que no me hiciera ningún mal.

—La evolución nos ha hecho mejorar nuestro sistema digestivo —mencionó Caya al ver que no me sentía muy cómoda comiendo tal cosa—. No te va a pasar nada, y la carne te dará más proteínas para aumentar tu energía.

Al escucharla simplemente asentí afirmando que lo había entendido. Aunque en el fondo aun no estaba del todo segura.

De alguna forma, Caya había encontrado dos palos de un arbusto cerca de allí. Era un artista prácticamente seco, y las ramas eran perfectas para provocar una chispa. O al menos fue como ella me lo explicó.

Vi como puso un pedazo de madera en el suelo, para después usar una de las ramas que había encontrado y hacer fricción sobre la madera. El tiempo iba pasando poco a poco hasta que en un momento vi como algo de humo salía de la parte del palo que chocaba contra la madera. Estaba más que asombrada cuando vi que una pequeña y tenue llama empezaba a alzarse. Caya lanza el palo a un lado y con sus dos manos tapa el viento que chocaba contra la llama, y le sopla un poco con suavidad para así alimentar el fuego y hacerlo más denso. Cuando la llama era más grande, toma una de las hojas y las pone cerca, provocando que esta se encendiera y sirviera como combustible para mantener la llama encendida.

—Cómo... —me cuestionaba en voz alta viendo como la llama se hacia más grande, al punto de considerarse una fogata con la que se cocina en el castillo. Pero claro, el castillo para eso usaba bastante madera seca, y dos rocas para provocar una chispa chocandolas entre ellas.

—El rozamiento entre la madera hace que se genere calor. Y al provocar el calor necesario se enciende la madera —me comentó la coyote, sierva de las deidades, respondiendo mi pregunta.

—No sabía que se podía hacer fuego así... —mencioné en voz baja.

Unos minutos después, la sierva de las deidades calentaba el pescado que había atrapado antes con ayuda de la fogata. Y yo miraba como en la palmera había un coco bastante grande.

—Sube, ve por él —me dijo la coyote al verme ahí.

—No creo que pueda —le respondí pero me acerqué más a la palmera.

—Si no lo intentas mo vas a saber —mencionó ella.

Pensándolo un poco decidí abrazar el tronco de la palmera para utilizarlo como apoyo para subir lentamente, aunque no pude hacerlo. No subí casi nada y caí a la arena. Afortunadamente no me hice ningún daño gracias a que la arena en ese momento estaba blanda y me sirvió para protegerme y amortiguar la caída. Aún así, una risa por parte de Caya se hizo presente.

—Supongo que no tener garras no ayuda —dijo ella de forma calmada. Deja por un momento de ponerle atención a la comida para acercarse hasta el tronco. Tal como lo hizo con la caña, esta golpea el tronco de la palmera y el coco cae justo sobre sus manos—. Las frutos maderos caen con más facilidad. Esto para que los animales de baja altura puedan derribarlos sin problemas. Las deidades piensan en todos, incluso en los más pequeños.

Al decir eso, ella se agacha, mostrando como algunas hormigas caminaban sobre el tronco de la palmera llevando pequeñas partes de hojas.

—Pero ñas hormigas no pueden derribar un coco —dije con obviedad.

—No, pero nuestros antepasados sí. Y antes de pudrirse las frutas caen para ser comidas por los insectos —comentó ella dándome el coco mientras se levantaba, volviendo a la fogata a ponerle atención al pescado.

Al parecer las deidades no sólo piensan en nosotros. Aunque de alguna forma somos quienes a más cuidan. Quizás, porque somos basados en ellos, como si fuéramos sus hijos. Es raro pensarlo, pero somos a su imagen y semejanza a pesar de que nuestras especies no marcan de una u otra forma en lo que nos convertiremos. Es decir, las especies como zorros no serán pecadores, como lo es la deidad de la lujuria, una zorra. Y tampoco las especies como gatos serán bondadosos y amorosos como la deidad del amor. Cada persona y ser tiene su propio libre albedrío. Y esto a pesar de que puede causar mucho daño a nuestra raza. Es como si ellos simplemente nos hicieran para cumplir sus deseos. O cumplir una misión. Pero realmente no somos importantes...

Mi mirada se centró en Caya, quien usaba algunas hojas para mantener el fuego de la fogata vivo.

Ella es una sierva de ellos. Hace lo que ellos le piden. Quizás sea eso, nos buscan y analizan para ser sus sirvientes en el futuro... quien no sirva, simplemente dejan que viva como pueda.

No puedo reconocer si eso es bueno o malo. Después de todo, realmente no somos nada a comparación de ellos, y que nos dejen vivir con libre albedrío es considerado de su parte. Pero también, no podemos ignorar el hecho que no haremos nada por este mundo ni el universo, y quizás en el futuro si no le servimos dejaremos de existir.

—La cena está lista —dijo Caya sacándome de mis pensamientos.

Lo mejor será comer y aprovechar el fuego para dormir a una buena temperatura y no dejar a frío del nocturno desierto.

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