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Siempre voy a recordarte...

Estos días se hace cada vez más largos. Sin la protección que mi abuela había conseguido cada acción de los guardias y soldados que caminaban por el castillo era un momento de tensión. Mi madre no había tenido altercados más que con una de las sirvientas que se quejó de la comida. Ella hacía lo que podía, preparar platos de comida para todos los residentes del castillo era difícil. No el hecho de que debería saber bien, sino que debería apañarse con lo poco que tenía para los sirvientes. El rey y su hijo tenían una alacena aparte, en el cual se guardaba mucha comida que solo podía ser usada para cubrir sus necesidades alimenticias, y en fechas importantes como visitas de diferentes reyes de pueblos que pasaban por el lugar. 

Sin embargo, uno de los guardias al conocer la noticia que ahora no teníamos la protección del rey decidió que podía tratarnos como esclavas cualesquiera, lanzando algunos insultos ofensivos cada vez que me ve caminando por los pasillos o incluso mi cuerpo cuando debió pasar cerca de él. Me sentí muy indefensa, como una simple presa intentando sobrevivir entre los depredadores evitando tener contacto con ellos. No podía defenderme, sería ilógico pensar que podía hacerlo. Los guardias y soldados son más grandes que yo, sin mencionar que su fuerza me superaba por mucho. Solo podía evitarlos, estando alerta de mi alrededor en todo momento.  

Empecé a ver la posibilidad de salir del castillo en algunas ocasiones para no tener que sentirme encerrada entre los guardias, y poder estar un poco más libre. Aunque era obvio que no me dejarían salir del castillo, al menos podía ver por las ventanas el gran reino. Incluso en algunas ocasiones que entraba a la habitación del rey me acercaba al balcón que este tenía y desde allí veía todo el reino. Personas normales, campesinos, comerciantes, viajeros y aventureros caminaban por las calles de arena y tierra entre los negocios del centro del pueblo. Las personas vivían en casa hechas con madera y arenisca. Todas estas eran hechas por ellos mismos, y aun así debían pagar un impuesto colocado por el rey con monedas de oro, plata o bronce. Me encantaría poder ir a visitar alguna de esas viviendas, o incluso vivir en ellas. Simplemente quería irme de allí. Pero no puedo hacerlo, debería seguir allí hasta que muera, e incluso si tenía un hijo algún día él debería tener el mismo destino que el mío. No hay forma de cambiar eso. No puedo escapar, mi madre sufriría las consecuencias, y además, no duraría mucho en el pueblo sin que me reconocieran. Huir de la ciudad tampoco era una opción para mí, pues no sé hacer nada con lo cual pueda vivir en otro lugar y no sé como llegar a otros lugares. Me terminaría perdiendo en el gran desierto que nos rodea. Moriría en pocas semanas, o días. Huir de la ciudad tampoco era una opción para mí, pues no sé hacer nada con lo cual pueda vivir en otro lugar y no sé como llegar a otros lugares. Me terminaría perdiendo en el gran desierto que nos rodea. Moriría en pocas semanas, o días. Huir de la ciudad tampoco era una opción para mí, pues no sé hacer nada con lo cual pueda vivir en otro lugar y no sé como llegar a otros lugares. Me terminaría perdiendo en el gran desierto que nos rodea. Moriría en pocas semanas, o días.

Mi trabajo se ha mantenido igual, pasando por las habitaciones para recoger prendas sucias de todos los sirvientes, el rey y su hijo. No ha pasado nada malo en estos últimos días, aunque aun me mantengo alerta para evitar problemas. Al menos hasta hoy.

Mientras caminaba con la cesta de ropa sucia sentí como algo tocó mi piernas. Una mano más grande que las mías me tomaba del muslo y lentamente subía metiéndose bajo mi vestido. Quería tocarme. De manera instintiva di un grito algo fuerte y lance la cesta que tenía en brazos al suelo. Parece que el que estaba detrás de mí no le gustó eso. Claro, si alguien más venía podría vernos. Tenía que cumplir mi trabajo y si él no me dejaba y era descubierto quien sería castigado es él. Puso su mano sobre mi boca, una mano grande, quizás un canino, y por su pelaje café podría pensar que se trataba de un coyote. Me empujó contra una de las paredes del pasillo, donde me dejó acorralada y así no poder escapar de él. El miedo empezó a recorrer mi cuerpo, y mi corazón latía con fuerza, tanta que podía sentir como golpeaba mi pecho repetidamente. Con todas mis fuerzas intentaba quitarlo de encima, pero no podía con su peso. Me era imposible quitarlo. Voltee un poco la mirada, notando que quien era que estaba detrás de mí se trataba de un dingo. Era como un lobo, pero de pelaje café claro, y ojos amarillos. En su mirada se notaba la maldad,

Esto era malo, debía actuar ahora si no quería ser usada como una de las esclavas sexuales que tenía el príncipe. Mi mente procesaba todo rápidamente, buscando algo que pudiera ayudarme. Por fortuna, el castillo estaba lleno de decoración ya que al rey le gustaba todo eso. A unos pocos centímetros de donde me había acorralado se encuentran una mesa de madera, y sobre ella un florero hecho en cerámica con algunas flores encima. No pude identificar las flores, ya que mi instinto me ordenó tomar el florero, estirándome lo suficiente para tomar este y con un movimiento veloz darle con este en la cabeza al dingo. Lo único que escuche fue el florero romperse y ahora mi cuerpo ya no estaba presionado. Voltee para ver que había pasado con mi atacante, y lo encontré en el suelo con ambas manos sobre la cabeza mientras la sangre empezaba a caer al suelo. 

—Maldita bruja — dijo este en voz baja con mucho dolor en lo que se tomaba con fuerza la cabeza para calmar el dolor. 

Tardé en reaccionar unos segundos, pero empecé mi huida de ese lugar lo más rápido que podía. Dejé la cesta allí tirada, primero era mi integridad. A pesar de eso, el dingo no se iba a quedar allí. Cuando pensé que estaba a salvo en otro de los tantos pasillos del castillo, escuche algunos pasos acercarse rápidamente a mí. Intenté esconderme bajo una mesa, cubriendo mi cuerpo gracias al mantel que tenía esta. Pero, aunque pensaba que eso iba a ayudarme, el dingo tomó la mesa y la lanzó a otro lado.    

Alce mi mirada, viendo al canino parado frente a mí. Yo estaba en el suelo, acorralada y muerta de miedo. No tenía como defenderme ahora ante él. Mi cuerpo temblaba, y más al ver como su mirada demostraba mucha ira. Solo con ver uno de sus ojos lo supe, pues parecía que de él salían llamas. Su ojo derecho estaba cubierto de sangre, la cual bajaba por su cara y goteaba al suelo o sobre su túnica, que al ser de un color rojizo podía disimular un poco de aquel espeso liquido carmesí. Su boca mostraba perfectamente todos sus colmillos, mientras gruñía con rabia. Estaba perdida. 

—¿De nuevo tú ocasionando problemas? —dijo una voz que distinguí perfectamente. Se trataba de Lucio, el príncipe del reino. Sonreía con notable burla, mientras caminaba de manera lenta hasta ponerse frente a la escena—. Espero no interrumpir algo importante, pero quisiera saber que fue lo que pasó. 

Yo no podía hablar, el miedo me ganaba en este caso. En mi garganta había un nudo que no dejaba salir las palabras por mi boca. El dingo obviamente no fue como yo, él si habló. 

—¡Esta maldita estúpida me lanzó un jarrón a la cara! —gritó con odio mientras señalaba su notable herida en el ojo. 

—¿Qué te he dicho de gritar, Romeo? —el príncipe parecía calmado, aunque cada vez veía más maldad en su mirada mientras me miraba de reojo. El dingo suspira levemente y se disculpa con Lucio ya más calmado, contando ahora que después me había seguido para llevarme ante el rey y que me dieran un castigo. Mentía completamente, si no estuviera ahora Lucio allí lo más probable es que estuviera muerta, o muy herida—. Ya veo, supongo que yo puedo encargarme de eso. 

Tragué saliva al escuchar tal cosa, y de inmediato intente levantarme para correr, y aunque pude hacerlo unos metros fui atrapada por el jaguar quien me empujó contra el suelo y puso su pie sobre mi espalda. Era inútil intentar algo, estaba perdida. Con lo poco que me quedaba de aliento grite por ayuda, lo más fuerte que pude. 

Parecía que mis suplicas fueron escuchadas, ya que una voz más gruesa se hizo presente unos segundos después. Se trataba del rey, Eliseo. El jaguar más viejo lo que hizo fue suspirar algo cansado y acercarse a la escena. Sin decir nada movió el pie de su hijo y me ayudó a levantarme. Me sentía aliviada, al fin alguien con un poco de inteligencia se hacía presente en la habitación, o al menos eso creía. 

Una fuerte bofetada recibió mi mejilla de parte del mayor. No estaba contento con los problemas que estaba dando, y menos con la herida que causé en uno de sus guardias. Yo no hice nada al respecto, simplemente bajé la mirada muy apenada y sumisa. Tenía miedo de que más podía hacer si se enojaba. 

En ese momento más sirvientes se hacen presentes, entre ellos mi madre. Ella miraba como el rey me dio otra bofetada y gritaba que dejara de causar problemas si no quería que me castigara. 

—Pero señor, su hijo es quien causa todo esto —dijo mi madre entre la pequeña multitud de sirvientes que estaban viendo. 

Lo que dijo hizo que el jaguar levantara las orejas y volteará viendo fijamente a mi madre. Si estaba molesto conmigo, ahora también lo estaba con mi madre. Preguntó si había pedido alguna opinión, y al no recibir respuesta un concreto «¡Entonces cállense!» salió de sus labios. Al verme de nuevo me tomó del cuello y dio otra fuerte bofetada. Mi mejilla se colocó roja de inmediato, y debido a que no era la primera una leve cortada se hizo en mi boca, ocasionando que sangrara levemente y sintiera un sabor metálico se hizo entre mis labios. Mis ojos se llenaron de lágrimas, las cuales no quería dejar escapar aunque me era imposible y algunas de estas se resbalaban por mis mejillas. No era de tristeza, en realidad era impotencia y el dolor que mi cuerpo y mente sentían. Quería gritar que su hijo era un imbécil, que él y el guardia habían provocado todo este alboroto. Pero fue mi madre quien tuvo valentía para hablar, o más bien gritar. 

—¡Ya déjala! —su voz se hizo presente en todo el pasillo, mientras se acercaba y se interponía entre el rey—. Deja que diga que fue lo que pasó. 

El rey se mantuvo en silencio, y aunque sin muchas ganas termina aceptando que hablara. Dije lo que había pasado, que el dingo intentó violarme y que me defendí con un florero. Después corrí lejos para salvarme pero me atrapó, y Lucio ayudó al guardia para atraparme y darme un castigo por lo que hice. Mi madre le dice que tuviera piedad, que solo me había defendido. 

Eliseo soltó un largo suspiro ya un poco más calmado tomando una decisión. Dijo firmemente que nos largáramos. Aceptamos y nos fuimos de allí rápidamente. 

Pensé que la cosa se había calmado, pero Lucio fue detrás de mí y me empujó contra una de las paredes. Detrás de él estaba ese tal Romeo, el cual no estaba muy contento. Tenía entendido que él era un amigo de Lucio, por lo que ninguno de los dos estaba contento cuando me dejaron ir. Iba a golpearme, pero mi madre fue más rápida, y se puso en medio para protegerme. 

—¡Si que eres una molestia! —gritó enojado el jaguar y tomó del cuello a mi madre levantándola del suelo para ponerla a su altura. 

Aquel psicópata no tuvo ninguna piedad ante sus pulsos de sangre, y tiró contra la pared a mi madre ocasionando un fuerte golpe en su espalda y la parte de atrás de su cabeza. 

—¡Mamá! —grité muy asustada al ver que recibió tal golpe y le levanté rápidamente del suelo para ir a revisarla. Tenía una herida en la parte trasera de su cráneo, lo que era un corte profundo y de allí brotaba sangre. Mi mente no quería aceptar la escena que mis ojos veían—. Vamos mamá, resiste. 

Le rogué a las deidades que esto no fuera nada grave, y que pudiera salir ilesa. Pero no fui escuchada. Sentí como Lucio tomó mi cabello para alejarme de mi madre y arrastrarme. No sabía a donde me quería llevar, pero a donde fuera sería una pesadilla. Gritaba por ayuda, pero ahora nadie escuchaba. 

—Deshazte de ella —ordenó Lucio con seriedad al dingo. Este asiente aceptando la orden y tomó el cuerpo inconsciente de mi madre para llevárselo. Pero antes de salir del pasillo, sacó una daga de su cinturón y se lo clavó en la espalda. 

Ver eso hizo que mi mente se pusiera en blanco. Quería que esto fuera una pesadilla y despertar, no podía ser cierto. ¡No! Mi madre había asesinada frente a mis ojos. La mujer que me dio la vida, quien me hizo quien soy y siempre me protegió sin miedo, moría desangrada y no podía hacer nada. 

No, si puedo hacer algo. 

—¡Maldito! —grite con mucha rabia en mi ser. Jale con fuerza empujando mi cuerpo hacía arriba, lo suficiente para alcanzar el brazo Lucio y morderlo. Tal acción hizo que me soltara, y así poder correr contra el dingo. 

Cuando empuje al dingo tirándolo al suelo me acerque a mi madre. Su cuerpo no paraba de sangrar. 

—Hija... cariño... —alcance a escuchar en un murmuro. Miré la cara de mi madre, notando que tenía una leve sonrisa orgullosa, a pesar de que su boca sangraba—. Recuerda que siempre voy a amarte... Te voy a cuidar sin importar que...

Lo que decía mi madre me rompía el corazón. Su voz suave, con poca energía, y tosiendo sangre me hacían sentir peor. No podía hacer nada, mi madre iba a morir. Pero lo haría en mis brazos. La abracé con fuerza mientras las lágrimas salían de mis ojos con mucho dolor y lloraba con fuerza. Ahora estaba sola. 

—Siempre voy a recordarte, mamá —susurré con la esperanza que me escuchara—. Te amo. Te amo mucho. 

Espero ella ahora esté mejor en el paraíso después de la muerte. Allí iba a estar, había sido una mujer ejemplar, es su recompensa por haber sido la mejor madre que pudiera desear. Ruego por las deidades que su alma sea bien cuidada por ellas. 

Mi luto fue interrumpido cuando alguien me golpeó con fuerza en la nuca dejándome inconsciente.  


    

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