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Se fue sin despedir

El resto del día fue calmado. No tuve que verme con el rey por lo que, por el momento, me encuentro a salvo. Mi madre había reparado la cesta, y además me dio algunos consejos sobre cómo poder coser con esta tela tan dura que usaba para los cestos. Al menos no era como antes todo a mano. No quiero imaginar tener que llevar tantas prendas sucias en mis manos. Sin mencionar el asco que era llevar prendas sudadas y manchadas que no eran de mi pertenencia. Agradecí a mi madre por todo lo que hacía por mí. En verdad era un privilegio tenerla, como también a mi abuela, la cual me aconsejó que evitara andar por los pasillos si el rey estaba cerca. 

A la mañana siguiente todo parece ir normal. Empecé mi trabajo como siempre, caminando por todas las habitaciones del gran castillo tomando la ropa sucia de todas las empleadas, esclavas, putas, y por supuesto la del rey y su hijo. No me molestaba realmente mi trabajo, quitando los momentos donde tenía que llevar ropa más apestosa de lo usual. Aunque me daba más pena de mi abuela que debía lavarla. Para su edad no era bueno que se esforzara tanto. Y hoy parecía que le estaba afectando, pues empezaba a moverse con más lentitud por el cansancio. En algunas zonas su pelaje ya cuelga un poco debido a la edad, y cada día se hace más débil como para seguir el ritmo que tenía ahora años atrás. Sin mencionar que con el pasar del tiempo las esclavas del castillo eran más. Y al parecer al príncipe no le gustaba estar con una sola mujer, pues en el transcurso del día llevaba a varias mujeres a su cama. Lo que era más trabajo para mi abuela. El príncipe tenía la costumbre de obligar a la modista del rey a fabricar varios vestidos, lo que eran regalados a aquellas mujeres con las que se acostaba. Por lo que la ropa que ellas dejaban debías ser lavadas para que la modista pudiera reciclar los materiales, telas, y accesorios para hacer nuevas prendas que serían regaladas de nuevo. Debido a que últimamente los mercaderes no han viajado a nuestro pueblo, debemos tratar de reutilizar todo lo que sea posible.  

Al llegar con mi abuela con la última cesta de ropa sucia me senté un momento para recuperar un poco el aire. No es un trabajo agotador, pero es cansado tener que caminar de un lado a otro en el enorme castillo. Tarde unos segundos en poder tomar la determinación, y camine con la ropa sucia dejándola a un lado del agua y empezando a remojarla. Mi abuela parecía confundida por lo que hacía, pero al ver que le mire con una sonrisa confiada, ella se relajó y me sonrió igual siguiendo con el arduo trabajo que teníamos por delante.

Me alegraba poder tener a mi familia allí. Muchas otras de las esclavas y esclavos eran comprados en el mercado negro. Los más poderosos colocaban a la venda a todos esos hombres y mujeres, así cambiarlos por oro y obligarlos a trabajar de por vida por un poco de agua y bebida. Puede que no tenga ahora la mejor vida, pero me alegro que no me haya tocado algo peor como a otros. 

El tiempo que pase ayudando a mi abuela con la ropa me ayudaba a relajarme un poco de mis pensamientos. Concentrarme en mantener un buen ritmo limpiando las prendas era bueno para mi salud mental. Tanto ver como todos eran explotados, caminar entre los pasillos escuchando gritos de dolor, gemidos, y gritos de ayuda empezaba a afectarme un poco. Más que todo a la hora de hablar con los demás. No puedo simplemente saludar con normalidad a aquel hombre que fue golpeado por romper un plato, o no haber desobedecido una orden. E incluso era peor cuando me hablaban mujeres desnudas que hace unas horas estaban con el rey o el príncipe cumpliendo sus más mugrientos deseos. Esos dos idiotas e imbéciles creían poder mandar a todos, y tristemente así era. No podía hacer nada, simplemente obedecer a todo lo que me pedían. Y nunca meterme en asuntos diferentes a los míos. 

El día prosiguió con total normalidad. Mi abuela logró terminar con sus tareas más temprano, lo cual me alegraba ya que le pediría que descansara ese tiempo extra. Iba a necesitarlo. Su cuerpo es cada vez más débil, y cada minuto de descanso era un beneficio para ella. 

Cuando mi madre volvió con la cena, nos sentamos en el suelo como siempre, y así empezar a comer. No había mesas en la habitación en la que dormíamos, mucho menos sillas. Simplemente era un cuarto con una pequeña ventana a lo alto por donde no cabía ni mi cabeza, pero si la luz del sol al amanecer para avisarnos que era otro día de trabajo.

La noche fue algo distinta, ya que mientras mi abuela y mi madre dormían, yo simplemente me quedaba viendo techo. En mi interior sentía que algo estaba mal. Pero, ¿Qué era? Mis pensamientos no paraban, proponiendo cada vez un tema diferente del que pensar. Como sería mañana, si el rey estaría molesto como siempre, si alguna de sus mujeres complacientes iba a armar un escándalo con otro esclavo, si hace décadas había sido igual con ese jaguar anterior, si la historia de mi abuela era cierto, y si mi abuela... un momento...

Mis oídos rápidamente se colocaron alerta, si había algo extraño en la habitación. Mi sentido de la escucha no era el mejor, pero gracias a que de niña siempre lo entrenaba para escapar del rey y su hijo intentando no encontrarlos para evitar problemas, era alo bastante agudo para escuchar lo que necesitaba. Escucha la respiración, un tanto pesada pero tranquila, como si durmiera, algo que era normal ya que estaba a unos pocos metros de mi abuela y madre las cuales dormían. Pero el problema no era lo que escuchaba, sino lo que no lo hacía. Solo había una respiración. 

—Abuela... —digo bajo moviéndome para poder verla. Me alce con mis brazos para poder ver desde un mejor ángulo del cuerpo de mi abuela. Pero como me lo temía, no se movía ni un milímetro, no parecía no respirar—. ¡Abuela!

Mi gritó fue tan fuerte que desperté a mi madre, pero aún así mi abuela no despertó. Ella rápidamente se levanta preocupada y enciende una vela para poder ver en la oscura noche que hacía. Gracias al brillo del fuego mis ojos pudieron ver lo que menos deseaba. Mi abuela no respiraba. Me levante del colchón en el que dormía y fui con mi abuela, tomando a esta entre mis brazos y moviéndola en un intento que despertara. 

Mi madre al ver lo que estaba pasando rápidamente corre fuera de la habitación en busca de algún guardia o soldado entrenado que pudiera ayudar. Gritaba por los pasillos por ayuda sin importar despertar a todos, estaba muy angustiada. Después de un rato logra tener la atención de un guardia, que al parecer se resistió un poco antes de seguirla. 

Yo me quedé al lado de mi abuela, tomando suavemente su cabeza y acariciando su mano. No sabía que hacer, y simplemente le gritaba que por favor despertara, pero no parecía funcionar. Mis ojos de inmediato se llenaron de lágrimas, las cuales se deslizaban por mis mejillas y caían sobre el cuerpo de mi abuela. Intente moverla, golpear su pecho, pero nada funcionaba.

Cuando la ayuda llegó con mi madre, era demasiado tarde. Mi abuela había muerto mientras dormía junto a nosotras. Nunca la había escuchado quejarse de nada, y normalmente las personas pueden aguantar más tiempo. Era extremadamente raro que haya pasado, no me lo podía creer así nada más. No, ella no podía haber muerto. Seguí insistiendo, moviéndola y hasta le di un par de golpes en la mejilla intentando desesperadamente que despertara. Iba a darle otra más fuerte, pero mi madre me detuvo y con su mirada supe que lo estaba haciendo en vano. No lo pude resistir más, y abrace por última vez a mi abuela con fuerza llorando en su pecho. Tantos momentos divertidos con ella. Me había enseñado que a pesar de estar en este infierno, podíamos sonreír a la vida. Pero ahora, quien me había enseñado a reír, no estaba conmigo.

La mañana fue muy dura para mí y mi madre. En medio del caluroso día, y con ayuda de un soldado que se había ofrecido, cavamos a unos kilómetros de allí un agujero para enterrar el cuerpo de mi abuela. El rey no había permitido que usaremos el cementerio, ya que era para personas con la capacidad de pagar un espacio allí. Por eso, para cumplir los rituales en los que creemos tuvimos que llevarla lejos de allí. Nuestros rituales son simples, enterrar el cuerpo para que aquella deidad guía de los muertos viniera por su alma y llevarla juntos con los demás caídos en este odioso, y doloroso mundo en el que estamos. Lo único que me confortaba en ese momento es que mi abuela nunca más sería explotada por el rey y su hijo. 

Al terminar de enterrar el cuerpo, tome una roca y la coloque en ese lugar, así podría saber donde estaba para cuando pudiera visitarla. No teníamos flores, eran muy escasas en el pueblo, y las pocas que venían de otros lugares eran vendidas a precios altos. De igual forma, quise hacer un pequeño homenaje para ella, colocando algunas de sus pertenencias como un brazalete y otro collar, sobre la arena. El viento se encargaría de enterrar estos tesoros.

—Lo siento, abuela —digo de rodillas en la arena viendo fijamente el lugar donde ella estaba enterrada. Tenía un nudo en la garganta que apenas y me dejaba respirar bien, pero aún con la dificultad continue—. No reaccione a tiempo. Sabía que algo estaba mal, pero no me percaté. Por favor, perdóname.

—No es tu culpa, cariño —mencionó mi madre limpiándose las lágrimas con su brazo—. Es la naturaleza actuando. Las deidades lo decidieron...

—¿Pero por qué? —murmuro con las orejas contraídas y empiezo a llorar de nuevo al no poder aguantar el dolor de perder a mi abuela.

—Así actúan ellos. No sabemos el porqué, pero siempre tienen una razón... —al decirme eso se me acercó para darme un abrazo. Lo necesitaba, y mucho.

Me acurruque en los brazos de mi madre como una cachorra asustada. Y no era muy equivocado realmente. En ese momento, me sentía demasiado débil. Mis pensamientos eran una laguna llena de recuerdos fantásticos que había vivido con mi abuela desde que nací. Ella y mi madre son las únicas que me han educado y cuidado. No solo eso, me enseñaron lo que es el amor de una familia. Nunca me había sentido sola estando con ellas.  

El guardia nos pide que por favor volvamos al castillo. A pesar de la pérdida, debíamos seguir con nuestras tareas común y corriente. No nos dejaron tener ni un día de duelo. Era duro, pero era nuestra realidad. No podíamos escoger que hacer en nuestras vidas, de lo contrario recibiríamos fuertes castigos del rey. En esta era para nuestro pueblo es obedecer, seguir las ordenes del rey y nunca quejarse. De lo contrario seríamos humillados, torturados, o asesinados según los deseos de nuestro gobernante, Eliseo. Mi madre tomó con suavidad mi mano y con la otra acarició lenta y cariñosamente mi mejilla. Con su pulgar limpió las pocas lagrimas que no se habían secado por el sol, y una cálida sonrisa se hizo en su rostro tratando de calmar mis pensamientos. Ella pensaba que todo iba a estar bien. A pesar de nuestra perdida, eramos fuertes, y esto solo sería un mal recuerdo. 

Al volver al castillo, fuimos recibidos por varias de las esclavas que limpiaban y cocinaban las cuales dieron su sentido pésame por lo ocurrido. Algunas nos dieran algunas palabras de aliento para poder seguir con nuestras vidas, y otras halagaban todo lo que mi abuela había soportado, teniéndola como un ejemplo de vida y muy orgullosas dirían haberla conocido. No podía negar que mi abuela era una mujer grandiosa, pues había vivido desde que era niña como una esclava mas del rey. Había mostrado valentía soportando todos los castigos, y a pesar de todo haber encontrado el amor en mi abuelo. Él no había vívido tan bien, pues cuando mi madre era una bebé murió por un accidente en una de las minas de oro del rey. Y a pesar de perder al amor de su vida, continuó cuidando de mi madre, dándole todo el cariño que ella necesitaba para seguir sin caer. 

Todos los elogios no podían seguir, debíamos volver al trabajo para no ser castigadas después. El rey había dado la noticia de que ahora yo sería quien, además de recoger las prendas sucias en la mañana, debía de lavar estas para seguir con el trabajo de mi abuela. Era una injusticia, pero no podía hacer nada. Al menos tenía un trabajo que no era tan malo... O eso creía. 

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