Sal de mi cabeza
—Comed de este fruto para recuperar la energía que el cuerpo necesita —dijo la deidad con tranquilidad, dándonos la manzana de oro en nuestras manos.
La sierva de las deidades tomó la valentía primero, tomando el fruto para así darle una mordida en uno de sus costados. Yo lo hice despues, mordiendo así el lado contrario a este.
No podía creerlo, el sabor era fresco, como el de una manzana recién cosechada. No se sentía lo metálico del oro, como si no tuviera nada de dicho metal. Mi cuerpo sintió pasar un escalofrío por la espalda, llegando a mi nuca y haciendo que me tensara un poco. No me esperaba esto. Pero, pude sentir como si no estuviera cansada. Como si despertara después de un sueño reparador y con la motivación de querer domar el mundo sin importar que se pusiera en mi camino. La manzana de la vida me había hecho vivir de nuevo.
Caya tomó la manzana para dejarla a un lado. Un mordisco basto para hacer que ambas estuviéramos como nuevas, así que seguramente guardaría el resto. O eso me dijo dejando el fruto sobre una de las mesas que habían en la gran habitación donde se hizo en primer lugar.
No solo me sentía como nueva, sino mejor. Por alguna razón mi cuerpo se sentía más liviano. Mis oídos podían escuchar el suave viento atrapado en la habitación, como también captaba mis latidos del corazón. No eran más fuertes, simplemente, ahora los lograba escuchar en mi cabeza.
Mi mirada bajó lentamente hasta encontrarse con mi mano. Giré mi muñeca, revisando si había algo extraño en ella. Mover mis dedos fue lo primero, sintiendo que se movían más rápidos, y al apretar mi puño un poco más de fuerza de la habitual capté sobre la palma de la misma.
—Ahora, salgan para que sigan con su tarea —dijo la deidad más grande que nosotros, viéndome específicamente, como si estudiara mis movimientos.
Era raro, quizás nunca hubiese notado movimientos tan sutiles como el de los ojos. Pero podía sentir su mirada en donde se fijaba, captando primero mi cara, pero luego fue a mis puños. Lograba captar el movimiento de sus pupilas y lo que enfocaba estas. Cuando dejé de ver sus ojos, a lo lejos pude ver como un fruto verde caía de un árbol. Era una muy larga distancia, que normalmente no vería ya que fue a través del ventanal de la habitación hasta uno de los árboles ubicados en las grandes cosechas del enorme terreno. Y, aunque me sorprendió ver como caía al suelo, escuchar su golpear con el suelo me dejó estupefacta.
—¿Cómo es... posible? —me pregunté en un bajo murmuró. Tan bajo que pensaba que sólo yo podría escucharme, pero tanto Caya como Harvts voltearon a verme.
—Tus sentidos se han agudizado. Es un efecto común que provoca la manzana de la vida. Esta te da el poder para aumentar las habilidades de cualquier especie. Velocidad, fuerza, visión, incluso el olfato.
Escuchar eso de la deidad de la cosecha me hizo darme cuenta de lo que pasaba. Y para rectificar todo lo que este decía, moví mi nariz captando el olor de la habitación. Antes, podía decir que el único olor que había era el de tierra seca, pero ahora un suave aroma a hierva se hizo presente. Miré de inmediato a donde me guiaba ese olor, siendo una planta dentro de la habitación. Era una planta de largos y muy gruesos tallos que salían de la tierra de un color verde y con algunas pequeñas espinas que lo cubrían.
—Es áloe vera —dijo Harvts al verme mirando aquella planta—. Si sabes manejarla, tiene unos componentes curativos y refrescantes que te podrían sacar de muchos problemas. Con esas he curado un par de heridas a mis amigos y siervos.
—Señor Harvts, espero no molestarlo —dijo tomando decisión y mirando al gran toro deidad de la cosecha—. Pero, quisiera saber, ¿por qué nos ayuda?
—Conozco a Caya, he seguido sus pasos antes de venir aquí y hacerse una de nuestras siervas —respondió la deidad mientras tomaba asiento. Sabía que se vendría una charla un poco larga—. Su alma pura, amorosa y llena de bondad. Sé lo que hace, y su ayuda es muy convincente. Ambas son seres llenos de fé. Y aunque su karma es bueno, aveces un poco de más no viene mal. La van a necesitar.
—¿Necesitar? —le pregunté confundida y un poco nerviosa—. ¿Qué quiere decir?
—Verás, mi pequeña. En este mundo las deidades somos quienes ofrecemos ayuda a ustedes, pero no podemos tomar preferencias ni intervenir en las historias que cada uno crean. Ethous lo sabe todo, pero solo puede escribir algunos destinos. Incluso las peores catástrofes pueden ser evitadas con el simple vuelo de una mariposa —contaba este, aunque no lo entendía del todo—. Tú, eres uno de esos destinos escritos, pero no del todo. Pelearas por tu pueblo, por tu salvación y libertad. Pero, tu victoria no está segura. Ni el mismo Ethous lo sabe, y él lo sabe todo. Por eso, las ayudo. Quiero que las dos almas puras del combate salgan victoriosas. Pero aunque les di una ayuda, no puedo hacer más por ustedes.
—Pero... eres una deidad, un ser superior, deberías poder ayudar a quien quieras —dije convencida en mis palabras acercándome al toro, quien al verme tan cerca negó con la cabeza suavemente—. ¿Por qué?
—En este mundo no sólo hay deidades buenas, Zaphiro. Cada deidad tiene una tarea, y las hay buenas y malas. Solo imagina un mundo sin muerte, sin asesinos, robos, trata de imaginar el mundo perfecto —mi cabeza podía hacerlo, podía imaginar como todo el mundo estaba en paz—. Ahora dime, como alimentaras a todas las personas del mundo. Como harás que los recursos que les damos nosotros lleguen a todos y no se los queden algunos. Como vivirán todos en armonía.
—Ustedes deben de saber la respuesta. Después de todo ustedes son
—No. No es así mi niña —me interrumpió de inmediato. Caya entonces pone una de sus manos sobre mi hombro para que me calmara. Me había exaltado un poco—. Nosotros nos encargamos de que esto esté controlado. Si la vida no fuera lo más preciado, si la muerte no existiera, todos vivirían en la miseria por siempre. Enfermedad, dolor, depresión, hambruna, y mucho más. Por eso, cada uno es una historia, y todas las historias deben de tener un fin. Cada deidad tiene un propósito, bueno o malo. Bondad o pecado. Todos tienen la opción de elegir, y eso hace que cada historia sea diferente. Albedrío.
—Pero... mi historia está escrita, ¿no?
—Te dije, Ethous solo pudo encontrar una parte de la historia. Una profecía. Aunque parezca tu historia, no está terminada y todo puede pasar. Obtuvieron mi ayuda, pero sus enemigos también podrían tenerla.
—Zaphiro —Caya me llamó y soltando un leve suspiro prosiguió—. Debemos prepararnos. Tenemos la ayuda de Harvts, pero eso no nos asegura que ganaremos. Debemos seguir nuestro camino.
Miré un momento al toro aún sentado, y con respeto ante él hice una reverencia, agradeciendo por su ayuda.
Caya hace lo mismo, despidiéndose de Harvst y tomando mi mano para llevarme hasta la salida. Su paso era firme y rápido, como si no dudara en la decisión que había tomado.
—¿Por qué la prisa? —le pregunté cuando ya estábamos un poco más lejos y me solté de su agarre con fuerza.
—El tiempo corre, Zaphiro. Tenemos que seguir con la profecía —dijo con seguridad y seriedad Caya al detenerse y verme—. No podemos quedarnos ahí todo el tiempo. Tu gente está en riesgo.
Solté un bajo suspiro y la seguí entendiendo a lo que se refería. Además, hasta yo había sentido aquel ambiente tensó que había ocasionado con la deidad. Un ambiente que probablemente no me ayude para recibir su ayuda de nuevo. Me había dejado llevar demasiado, y debía calmarme.
Después de algunos segundos de silencio le pedí que siguiéramos, pero un poco más despacio para permanecer con energía. Ella asintió, y así emprendimos de nuevo nuestro viaje de vuelta al mundo de los mortales.
Caminábamos con calma, a la espera de volver a los grandes terrenos de arena que cubrían el enorme desierto al que pertenece mi pueblo. Mis pies poco a poco empezaron a sentir como la arena se hacía suave, y debido a mi peso me hundía un poco en esta. Ya no era la arena de aquel mundo extraño, esa dimensión que Caya no pudo explicarme con más detalle. Ahora estábamos de vuelta en mi mundo.
—Estamos a algunas horas de tu pueblo. Pero conozco un poco más cerca un pequeño oasis en el que podremos descansar y pasar la noche —dijo Caya con calma mientras se detenía para verme.
—Sí seguimos llegaremos muy cansadas. Tomaremos un descanso y después seguiremos —le dije.
—¿Tienes algún plan? —me pregunta con intriga—. Aunque pelearé a tu lado, realmente entre menos haga mejor. Según mis reglas no debo interferir en este mundo. Aunque... creo que ahora es una ocasión especial.
—Muchas gracias, Caya —le dije y me acerqué para darle un suave abrazo con bastante cariño y aprecio—. En serio lo necesito. No quiero estar tan sola...
—No es nada, Zaphiro —me respondió y suavemente sus manos rodearon mi espalda para corresponder el abrazo que le había dado—. Vamos, antes que se haga más tarde. Pronto la noche llegará.
Me separé del abrazo y moví mi cabeza en señal de que siguiéramos. La sierva de las deidades iba iba frente mientras yo le seguía el paso con calma. No lograba saber a donde íbamos, pues nunca aprendí a guiarme con el sol ni las estrellas. Era algo que pensé nunca necesitar.
De repente la alta temperatura del desierto disminuyó abruptamente, y el viento helado elevaba pequeños granos de polvo que hacía imposible ver a donde íbamos. Al menos para mí lo era, y solo podía ver a Caya caminar al frente. Al menos hasta que en un momento sentí como algo detrás mío caminaba. Pasos pesados, pero rápidos. Voltee para ver, pero el humo que causaba el viento y la arena me dejaba casi ciega. Mis ojos ardieron un poco, y tuve que usar mis puños para intentar relajar el ardor.
Me di cuenta tarde. Al mirar de nuevo a mí espalda Caya ya no estaba. Me había quedado sola de nuevo en el desierto. O al menos eso pensaba.
—Zaphiro. Al fin te conozco —dijo una voz gruesa detrás de mí. Se sentía en la lejanía, pero aun así lo escuchaba fuerte y claro. Era extraño, como si estuviera aquí, pero no a la vez.
—¿Quién... Quién eres? —pregunté en voz alta, tratando de mantenerme tranquila pero mi voz me delataba. Estaba nerviosa, asustada ante lo que me pasaba. No era solo miedo a la voz, sino al simple hecho de no saber dónde o con quién estaba.
—No tienes que asustarte. No voy a causarte daño —dijo. Su voz poco a poco se agudizaba y bajaba su volumen. Lo sentía más cerca, mucho más cerca. Ahora, no era la voz gruesa imponente, sino, una voz más femenina—. Tú me das diversión.
—¿Diversión? —cuestioné mientras miraba a todos lados. Mi cuerpo estaba erguido, mis orejas arriba, y mi vista tratando de captar todo mi alrededor. Estaba alerta a cualquier cosa—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Ay perdón, que son mis modales. Así no me educó mi padre —dijo ahora con una voz más suave y bastante femenina. Pero, seguía detrás de mí. Rápidamente me di la vuelta, viendo así, a aquella mujer que hablaba. Era una canina, un perro salvaje de notables manchas por toda la piel. Sus ojos color carmesí, igual que su atuendo, un gran vestido que le cubría desde los hombros hasta los pies, y en sus orejas varios pendientes en los que recalcan uno en la punta de su oreja derecha y otro un colgante grande en forma de cruz en su oreja izquierda. Su tamaño era considerable, siendo dos cabezas más alta que yo, su cuerpo cubierto por la tela roja era delgado, con curvas finas, su cintura delgada marcaba su figura femenina—. Soy Violtt. Es un placer conocerte, Zaphiro.
—Qué... ¿Qué es lo que quieres? —le pregunté tratando de mantenerme calmada, pero era obvio que no. A mi cabeza le costaba pensar, y pronto me vi sumergida en el miedo de aquella canina.
—Solo verte. Después de todo, pronto me vas a necesitar —su voz era suave, notándose como se divertía. Quizás, burlándose de mí—. Aunque, ya deberías conocerme. Me has llamado bastante. En especial, cuando escapaste del castillo. Nunca vi tanta sangre en manos de alguien tan puro.
Sus palabras perforaban mi cerebro, haciendo que los recuerdos salieran disparados frente a mis ojos. Cada detalle de aquel día era recordado por mí mente, haciendo que algunos dolores de cabeza se hicieran presentes.
La sangre cubriendo mis manos, un cuchillo con el cual mis dedos jugaban, y el cuerpo de dos hombres despreciables en el suelo.
—Eso es, recuerda ese día. Pronto algo así va a repetirse. Pero, no van a ser dos, serán decenas —decía ahora una voz en mi cabeza. Era la voz de la perro salvaje, pero no la veía a mi alrededor. Solo podía ver aquellas imágenes de mí corriendo desesperada por los túneles del castillo hasta llegar al basurero, donde salí huyendo por las calles de los comercios hasta irme de la ciudad—. Todos se lo merecen, cada uno de sus actos los recompensa con el Karma que se han ganado. La muerte pronto les llegará, pero lentamente sus almas serán consumidas por lo que hicieron. Pronto todo será como debe ser. No tengas miedo, actúa.
Corría por las calles comerciales del pueblo, tratando de esquivar a todos los habitantes que pasaban por ahí. No quería que nadie me viera, que nadie pudiera reconocerme y dar la alerta. Solo debía escapar.
De repente, las calles inundadas de gente desaparecieron, y me encontraba de vuelta en el pasillo. Miré mis manos, ahora estaban limpias. Pero, al ver hacia atrás aquellos dos hombres que había asesinado me perseguían. Recuerdo este momento. Yo, huyendo de dos hombres que querían castigarme. No, no este recuerdo. No por favor.
Sin poder evitarlo, vi como la imagen de mi madre se interpone entre el camino de los dos hombres y yo. Las palabras de Lucio retumbaron en mi cabeza.
—Si que eres una molestia.
Puedo recordar plenamente su voz mientras tomaba a mi madre del cuello para después lanzarla contra uno de los muros del castillo. Verla sangrar hacía que me sintiera de nuevo como una niña indefensa. Llena de miedo, inseguridad y solitaria. Pero mi mente fue más allá, recordando lo siguiente.
—Deshaste de ella —la voz de Lucio era clara. Sentía su odio y enojo.
Las imágenes se distorcionaban. Lucio estaba bien al principio, pero después estaba con los ojos negros, llorando sangre, babeando del mismo líquido y en su cuello el cuchillo que le clavé. El dingo que estaba a lo lejos junto a mi madre desapareció un corto momento solo para aparecer tirado en el suelo sangrando tal como lo deje.
—Tú cuerpo está lleno de lo que me alimenta —decía la voz en mi cabeza.
Mi cabeza empezaba a jugar con mis recuerdos. Pronto, imágenes como la de las sirvientes y esclavas siendo golpeadas y maltratadas por el rey y su hijo inundaron mi cabeza. Cada imagen peor que la anterior. Golpes, heridas, sangre, violencia, y muerte. Sentimientos encontrados despertaban mi cuerpo, con el deseo de hacerle de nuevo lo mismo a Lucio y su amigo. Se lo merecían. Ellos causaron todo. Ellos hicieron que mis manos se mancharan de sangre. Fue su culpa desde un inicio. Yo solo hice lo que debía hacer.
Y haré lo que tengo que hacer...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro