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Mi única esperanza

Salir del reino no fue algo realmente sencillo, pero logré hacerlo gracias más que todo a que nadie me conocía, al menos aún. Mi mente solo pensaba en huir muy lejos y nunca volver para no tener que enfrentarme a mi destino.

¿Cómo escapé? Pues al ser un desierto bastante amplio, y al principio no causarse de un reino como tal, habían lugares que no eran cuidados por soldados del Ejército Real. Pase desapercibida gracias a una túnica que cubría mi cuerpo, y unos guantes que había logrado sacar de entre todas las cosas viejas que habían en esa habitación oscura donde me encerraron.

Pase de largo entre la multitud, escondiendo la sangre de mis manos todo lo que podía. El calor era insoportable, pero tenia la excusa de no querer quemar mi pelaje con los rayos del sol. Eso hacia que mi vestimenta no llamara tanto la atención entre toda la gente caminando de un lado a otro en el mercado central que estaba cerca.

Al salir del mercado me encontré con muchas casas hechas en arenisca, con pocas personas allí caminando. Pase de todas sin decir ni una palabra hasta que al fin logre ver un gran campo de arena sin nada más a lo lejos.

Al poder al fin salir del pueblo, hice lo único que podía hacer, caminar.

No sabía orientarme, no conocía otros pueblos, no sabía dónde estaba en el enorme mundo que conocemos. Era solo yo contra la naturaleza despiadada del desierto. Sin agua, ni comida, solo mucha arena y viento.

Mi viaje comenzó, y sólo caminaba hacia el frente sin un rumbo en específico. Lo único que tenía en mente, era huir de allí lo más rápido que pueda.

Los días eran caminatas. El fuerte sol sobre mi cabeza, una alta temperatura sobre mi cuerpo, mi estómago gruñendo por comida, y mi boca completamente seca por la sed. Y la noche era peor, pues el clima cambiaba drásticamente, ocasionando un muy fuerte helaje que mi pelaje no podía soportar, sin mencionar que debido a lo que mi cuerpo pedía como lo era comida y agua, no me dejaba dormir. De por sí, mi cuerpo simplemente caía sobre la arena por el cansancio y mis ojos se cerraban por instinto, durmiendo algunas horas donde podía relajar mi cuerpo.

Sabia por lo que me habían dicho mientras estaba secuestrada por aquellos dos locos, que mi cuerpo no iba a soportar estar sin beber nada durante mucho tiempo. Moriría de sed si no encontraba alguna fuente de aquel preciado liquido cristalino. Pero, dónde podría encontrarlo.

Mi única salvación era simplemente creer. Creer que podía hacerlo, que debía hacerlo. Debía seguir viviendo para hacer orgullosa a mi madre, la cual murió defendiéndome.

Era el tercer día. Mi cuerpo no soportaba más el calor, y el cansancio era mucho. Debía descansar, pero primero debía encontrar algo que beber.

Tal vez empezaba a tener un poco de suerte, o a enloquecer. A lo lejos pude ver una palmera, lo cual significaba que había frutos de coco, donde podría sacar algo de agua. Era raro ver eso, mi abuela me decía que solo podían haber cerca a lugares con alguna clase de agua cercana. Lo que quería decir que debía estar cerca de algún lago, río, o mar.

Mi mente recobró energías y pude correr hasta la palmera, y desde allí pude ver como un pequeño lago de agua cristalina estaba allí. Un pequeño oasis.

Lo primero que hice fue agacharme frente al agua y beber, metiendo mi cabeza dentro del lago. El agua estaba a una temperatura un tanto alta, pero era un poco refrescante, y al menos pude al fin beber y calmar mi sed.

Lo primero fue descansar recostando mi cuerpo contra la palmera, disfrutando de la sombra que daban las hojas. Me senté para poder relajarme, y así poco a poco ir recuperando un poco de energía que mi cuerpo necesitaba.

Después de algunos minutos levanté la cabeza, notando que sobre mí habían algunos cocos. Me levanté para poder sacudir un poco la palmera, y para mi suerte uno de los frutos cayó a mis pies, para darme cuenta que se había roto al estrellarse contra el suelo. Use mis pequeñas garras para terminar de abrirlo, y así beber del agua que había dentro para después comerlo.

Parecía obra de alguna deidad divina que esto me haya llegado. La verdad, me veía muerta desde hace varios días atrás. Incluyendo cuando estaba en el sótano del castillo.

Tristemente, sé que no puedo quedarme aquí pues aunque el agua no me va a faltar, la comida en algún momento va a empezar a escasear. Cómo también, que debía aprovechar todo mi tiempo para irme más lejos.

Pero hoy, iba a descansar. Esta noche al fin podré descansar como se debe. Y aunque el viento tan helado no era de mucha ayuda, al menos podía descansar mi cuerpo sin sentir ese vacío en el estomago que me acompañó por tantos días.

La mañana siguiente había sido un tanto más calmada que las demás. No estaba tan ansiosa en seguir caminando, sino que tome un pequeño descanso en la mañana. Aproveché para darme un pequeño baño, limpiar la sangre sobre mi pelaje, como también algunas heridas que tenia de cuando aquellos dos me habían golpeado y torturado. Limpie con el agua la túnica que llevaba puesta junto con la ropa. Aunque fue complicado, logre quitar las manchas de sangre de la tela. Pero le hice un par de daños, pues ahora se veían mucho más gastados.

Con todo listo, me puse de nuevo la túnica y me disponía a irme, pero entonces...

—Acabas de arruinar el agua —dijo una voz detrás de mí. Era seria, y se le notaba también muy enojada. Pude deducir que era alguien femenino por tu tono, aunque podía equivocarme.

Mi cuerpo, sintiendo un leve escalofrío recorrer mi espalda, se dio lentamente la vuelta para encontrarme con quien me estaba hablando. Una coyote de contextura delgada y ojos claros. No podía notar muy bien el color de estos debido a la luz del sol. Vestía con un peplo blancao que llegaba de sus hombros hasta sus tobillos, una cadena en su cadera que parecía de oro, y en su cuello un collar también hecho de oro.

Era más alta que una coyote común, o al menos más que a las que conocí en el castillo mientras era esclava del rey. Y su semblante serio y enojado me hacia creer que no estaba para nada contenta con lo que estaba viendo.

—¿Cómo llegaste aquí? —cuestionó ella mientras se me acercaba para ver todo mi cuerpo de arriba a abajo cubierto por la túnica.

—Solo caminando —le respondí tratando de mantenerme fuerte, pero mis piernas temblaban levemente por el miedo y los nervios. Quería salir huyendo, pero aun no estoy en la forma optima para hacerlo. Ella me alcanzaría con mucha facilidad.

Se le notaba pensativa mientras su mano me tomó del hombro. Lentamente su tacto subió hasta mi mejilla, y me hizo alzar la mirada para verme directamente a los ojos. No sé que esperaba ver, o hacer, pero mi miedo aumentó a tal grado que no podía moverme. Estaba intimidada ante ella, a tal punto de tener mi mente en blanco y no poder decir ni hacer nada.

—Vienes de mi lejos —tales palabras me sacaron del trance y pude mover ligeramente la cabeza para no ver más sus ojos—. ¿Sabes dónde estás?

Tal pregunta me sacó un poco de lugar. Tal vez pensaba que era alguna viaje, o algo por el estilo.

—No —le respondí con sinceridad dando un paso pequeño atrás para así tener más distancia de ella.

Mi acción al parecer le causó gracias, pues una sonrisa un tanto divertida se dibujó en su rostro. Se separó de mí y se dio la vuelta para ir hacia la palmera. Se paró bajo la sombra que daba el árbol y limpió con suavidad sus patas.

—Tus heridas no son comunes. No te las causaste luchando —mencionó ella—. Te rendiste, querías morir.

Sus palabras golpearon en mi cabeza con fuerza. ¿Cómo era que sabia todo eso? Y lo más importante, ¿Cómo sabia de mis heridas?

—Dejaste mi lago lleno de sangre —rectificó ella. Eso podía responder su segunda pregunta—. Y no tienes marcas que muestran fuerza de más por parte de tu atacante, si siquiera jalones o algo parecido. La sangre que no es tuya la obtuviste al defenderte de una manera inesperada para tu atacante. Por su espalda. Una jugada sucia, pero valida para mantenerte con vida.

Lo que decía cada vez hacia que sintiera más y más miedo. Conocía mucho de lo que había hecho, y eso que la túnica que tenia sobre mi cuerpo tapaba todo mi cuerpo. Lo único que podía explicarlo era que ella me haya visto antes de vestirme y acaba de acercarse. O al menos eso pensaba.

—Te encuentras en Celestina. Un pequeño oasis en el que solo pueden llegar quienes necesiten y merezcan un lugar para descansar en su viaje —decía ella.

—¿Celestina? —cuestioné. Nunca había escuchado de un lugar así cerca al pueblo.

—No tenia visita desde hace varios siglos —dijo ella con una sonrisa acercándose al lago para ver el agua. Metió su mano en el agua y el rojizo que había dejado la sangre poco a poco fue desapareciendo hasta hacer del liquido completamente trasparente.

Quedé sorprendida viendo lo que hacía la coyote. Tal acto no era obra de un ser común y corriente.

—¿Qui... ¿Quién eres? —pregunté con dificultad, sintiendo un nudo en mi garganta ocasionado por el miedo que no me dejaba hablar con claridad.

—Suelo tener muchos nombres —dijo ella como respuesta y suelta una leve risita—. Pero puedes decirme Caya. Y si te lo preguntas, son la protectora de Celestina, guía de los viajeros perdidos en su camino y sierva de las deidades.

—Tú... —mis ojos se abrieron a más no poder al escuchar lo que decía—. ¿Eres una cierva de las deidades?

Se me notaba nerviosa, mi cuerpo temblaba por el miedo y sentía que mi temperatura bajó rápidamente e incluso que mi piel se hizo más blanca.

—Se puede decir que también soy una deidad. Pero no tan poderosa como las demás —mencionó riendo levemente al notar como yo estaba muy asustada ante su presencia.

Mi cuerpo hizo lo único que podía hacer ante un ser superior como lo es la coyote. Me puse de rodillas.

—No es necesario —dijo ella rápidamente y mueve su dedo en una señal que me levantara. Cosa que obedecí rápidamente—. Tú  estancia en este lugar es por una razón. Nadie llega a mis manos sin tener una misión pendiente, sin algún problema por resolver que necesite de mi ayuda.

—Yo... tengo que huir —respondí bajando levemente la mirada, pues no me sentía al nivel de una deidad como ella. No podía verle a los ojos, podría ser una ofensa para ella.

—Si tuvieras que huir, no estarías aquí. Las deidades te darían algún otro medio para ir lejos de tu antigua ubicación —decía con seriedad la coyote—. No lo sabes, pero tu alma tiene algo más que hacer en este reino y necesitas de mi ayuda. El propósito no lo sé, pero tal vez puedo ayudarte a encontrar quien pueda decirlo.

—Solo quiero vivir e irme de aquí —le dije bajando la mirada con miedo.

—No debes tener miedo. Las deidades son seres que harán que el Karma se cumpla. Si fuiste alguien bueno harán que cosas buenas te lleguen. Lo mismo en sentido opuesto —aclaró ella—. Veo tu alma pura, a pesar de que tus manos estén manchadas. La suciedad externa no define tu ser interior.

—Pero, ¿cuál puede ser mi objetivo en este mundo? —pregunté.

—No tengo respuesta ante esa pregunta, pero creo saber quien lo puede conocer.

—Entonces, ¿tú puedes ayudarme? Eres mi única esperanza.

—Sígueme.












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