La manzana de Harvts
Mis pies volvían a sentir la áspera y caliente arena que caracteriza al desierto en el que vivimos. El sol sobre mi cabeza a una muy alta temperatura ambiente y sin ver nada más que colinas de arena a mi alrededor seguía caminando siguiendo los pasos de Caya.
Aquella coyote que servía a las deidades caminaba con calma hacia el frente. No parecía tener duda alguna de su rumbo.
—El camino de vuelta al mundo de los mortales es un poco largo —mencionó ella calmada mientras camina. Para ella lo más probable es que no haya problema alguno en caminar. Pero mi cuerpo de simple mortal no ayudaría para seguirle el paso por mucho tiempo debido a la poca energía que he recuperado después de todo lo que he vivido—. Lo mejor será practicar durante el camino.
Al momento de decir eso, se detuvo de golpe. Su rumbo cambió un poco, algunos grados a la dirección del sol.
—Estamos cerca de un lugar que nos ayudará —dijo la coyote caminando con calma.
Con obediencia la seguí desde atrás. No sabía a donde íbamos, pero estaba segura que con ella no me pasaría nada. Estar a su lado me daba la sensación de confianza y seguridad que más necesito ahora.
Mientras caminaba, pude notar que las huellas en la arena no se marcaban. Es decir, no había rastro de huellas detrás de nosotras. Era extraño, ya que recuerdo haber visto mis propias huellas mientras escapaba de Oasis. Sólo espero el viento las haya hecho desaparecer para no dejar ningún rastro.
Pero aun así, esta arena no parece que se deformara con nuestras pisada. Incluso intenté pisar más fuerte, pero era igual al suelo que había en el templo del conocimiento.
—Caya... —le llamé y me detuve con mi mirada centrada en el suelo—. ¿Qué es este lugar?
La pregunta que le hice a la sierva de las deidades no parecía realmente lógica. Todo a mi al rededor daba a entender que estaba en el desierto, pero no era así. Quería saber de que se trataba este lugar, que era exactamente por donde caminábamos.
—Zaphiro... no creo que logres creer o entender donde estamos ahora —me dijo ella con seriedad, soltando un leve suspiro prosiguió—. Pero, para hacértelo más fácil, te diré que estamos en otra dimensión paralela a la dimensión que tu conoces.
Era cierto lo que había dicho al principio, no entendía que decía ella. ¿Cómo otra dimensión? ¿De qué hablaba?
—Es mejor que no intentes comprender. Este lugar sólo es el lugar donde las deidades nos ven —dijo ella—. Ahora, nos encontramos en un túnel que une ambas dimensiones. Un túnel que solo las deidades y quienes ellas quieran pueden entrar. Por eso nuestras huellas no son vistas. Nosotros aquí no podemos hacerlas.
La coyote empezó a caminar de nuevo, mirando siempre al frente para no perder su camino. De inmediato la seguí, aunque aún seguía con dudas sobre lo que me estaba contando.
Mis pensamientos tan profundos intentando entender lo que Caya me había contado hicieron que el viaje fuera más corto. Para cuando lo note habíamos salido de aquella arena extraña para entrar en tierra de nuevo. Pero esta tierra era más suave, húmeda y con un hermoso pasto verde cubriéndolo. Mi mirada se alzó para ver en donde estábamos.
El campo era enorme, y los caminos de tierra a los que Caya se dirigía eran más duros y totalmente planos. A los lados de este camino de tierra y piedra dura había pastales verdes recién regados, enormes árboles que daban sombra al camino y algunos pequeños arbustos con frutos en sus ramas. Frutos que nunca había visto antes.
Caya caminó durante un rato por los caminos de tierra y piedra sin decir nada. Yo la seguía desde atrás.
No podía negar que durante el trayecto me vi tentada en más de una ocasión en acercarme a los frutos de los arbustos para comerlos. Tenía bastante hambre. Pero por respeto no lo haría, pues no conocía el lugar donde estábamos y no sabía que peligro podría conllevar hacer tal cosa.
A lo lejos pude notar como se abrían los caminos en otros varios. Todos estos llevaban a grandes campos de tierra con diferentes plantaciones en todas estas. Había un camino para ir a las frutas, a las hortalizas, a las verduras, hongos, flores, y muchos caminos más.
Caya no duda en seguir uno de los caminos cuando llegamos al lugar donde los caminos se dividían en bastantes más. Sabía a donde ir.
Después de algunos minutos más caminando pude notar que había una gran casa hecha en madera y otro material parecido a la arenisca pero de un color rojizo. Nos acercábamos a aquella enorme casa, donde parecía haber también bastantes cultivos de plantas y frutos a sus alrededores. Pero más aún, habían algunas personas en los campos trabajando, cosechando los frutos y plantando más. Podía ver a algunos, pero debido al enorme terreno y notando como estaban repartidos pensé que estos solo eran algunos de los trabajadores. Es decir, hay decenas de cosechadoras trabajando ahora en el campo. Decenas que se podían convertir en centenas o más.
En la entrada de aquella enorme casa estaba sentado en un banco, con un trigo en sus labios y una túnica verde lima cubriendo su tren inferior estaba un gran hombre. Su corto pelaje negro, ojos verdes y unos cuernos grandes junto con su gran contextura mostraba su especie, un gran toro.
Daba bastante respeto acercarse a aquel toro. Más aún al estar con sus ojos cerrados. Parecía dormir o meditar, descansando su cuerpo por el arduo trabajo que es arar la tierra.
Aun así, Caya decidió acercarse hasta el toro. Y al momento de estar lo bastante cerca habló.
—Buenas tardes, señor Harvts —dijo la coyote. Podía ver claramente como el tamaño de aquel toro era casi el doble a la sierva de las deidades. Y si yo era más pequeña que ella, era de imaginar que aquel hombre era mucho más grande que yo. Y esto no sólo hablando físicamente. Su grandeza es debido al gran poder que conlleva. Aquel macho de pelaje oscuro y atuendo lujoso era nada más y nada menos que la deidad de la cosecha. Aquel poderoso ser al que todos los campesinos seguían fielmente para tener las mejores temporadas de cosechas.
—Señoritas. Noto que vienen de muy lejos —dijo el macho con seriedad mientras nos miraba a ambas de detenimiento y el ceño fruncido. Sus ojos se posaron en mi algunos segundos más, como si quisiera examinarme por completo—. Desearía saber, ¿cuál es la razón de que me visiteis?
Mi cuerpo se tensó al sentir que su mirada no se despegaba de mí. Sus ojos verdes como las hojas de los árboles que habían allí brillaban como si fuesen dos joyas preciosas. Estos eran tan profundos que podía sentir como mi alma era examinada desde afuera.
—Venimos por un poco de su bondad y ayuda —dijo con educación y gentileza la coyote. Pude notar como agachó su cabeza mientras lo decía, y de manera lenta su rodilla bajó hasta tocar el piso en una reverencia ante aquella deidad. No tarde en imitar su acción, quedando en su misma posición a algunos pocos metros. Ella continuó—. Mi amiga, tiene una gran misión por cumplir, dada por Ethous. Una profecía que se escribió hace siglos debe ser cumplida por Zaphiro.
—Ah, mi hermano. El hombre más sabio que exista en este mundo —mencionó este halagando a su hermano Ethous—. Me encantaría ayudaos, doncellas, pero mi padre tiene reglas que no puedo desafiar.
—Conozco las reglas, señor Harvts —respondió Caya viendo al gran toro frente a ella. Ahora sé veía más grande e imponente desde la posición en la que estábamos—. Su padre, Gi, las impuso al darles a cada uno de ustedes una tarea antes de crearnos a nosotros como su imagen y semejanza. La regla les ordena no interferir en el mundo de los mortales, no dar ningún artefacto o crear una ventaja de un mortal a otro. Mantener a todos con la oportunidad de sobrevivir entre ellos y generar su propio Karma. Pero lo que deseamos es de su ayuda. No llevaremos nada al mundo mortal, y de ser necesario nos mantendremos aquí mientras recibimos de su anhelada ayuda.
—Decidme que quereís que os ayude —pidió la deidad manteniéndose con serenidad.
—Alimento. Zaphiro necesita de todas sus fuerzas para cumplir la profecía. Cumplir lo escrito por Ethous.
—Mirad, doncellas. Puedo ayudaos. Pero, con la condición que ambas van a venerarme en el mundo de los mortales plantando un manzano —pidió mientras estira su puño, y al abrir este muestra varias semillas. No conozco del tema pero parecen ser de manzanos.
—Aceptamos, señor —la sierva de las deidades parecía saber como actuar ante tal majestuosa grandeza y respeto generado por estos seres poderosos y omnipotentes.
—Muy bien, señorita. Seguidme dentro.
Ante tal orden, tanto la deidad como nosotras entramos a la cabaña. Dentro, había gran variedad de plantas, flores, y demás puestos en macetas. Todas parecían estar en crecimiento o no crecer mucho, pues podían estar perfectamente dentro de casa.
Mientras caminábamos por los pasillos del lugar, el gran toro se detuvo un momento para alimentar a una de las plantas. Pensé que la iba a regar, pero me sorprendió cuando sacó de un frasco un pequeño insecto. Era una simple mosca que parecía estar muerta. Con ayuda de dos pequeños palos lo llevó hasta uno de las flores. Me era muy raro ver eso, pues nunca había visto a una flor comer insectos. Pero al momento que vi como sus pétalos se cerraban atrapando al instecto muerto dentro de su cuerpo supe que sí podían hacerlo.
—Tengo entendido que la llaman plantas carnívoras —dijo la deidad con seriedad apartando los palos para guardarlos de nuevo en su túnica. Lugar donde tenía todo para cuidar de las hierbas—. Algunas de mis pequeñas necesitan más que la energía del sol y la tierra para vivir. Toman la energía de otros seres vivos.
Su mirada se centro de nuevo en nosotras.
—Como ustedes, mortales. Necesitan de energía para vivir. Y usan el producto que yo les doy con las cosechas —este lo decía con seriedad, pero a pesar de eso se mantenía calmado—. A pesar de eso, no entiendo la necesidad de negar este alimento y energía a otros seres. ¿Por qué negar la vida?
La sierva de las deidades bajaba levemente las orejas al eschchar lo que este decía, como si fuese un regaño para nosotras. Mi instinto de inmediato me dijo que debía apoyar a la coyote. Con cuidado me acerqué a ella para tomar su mano como apoyo. Noté como sus orejas se levantaron de inmediato y volteó a verme. Le dediqué una sonrisa, cosa que ella me devolvió algo apenada.
—Puedo notar que ustedes no son así —dijo Harvts cambiando su tono por uno comprensivo y amable—. Les daré algo que les puede ayudar en su misión.
—¿Usted sabe de lo que vamos a hacer? —le pregunté a la deidad con intriga.
—Claro que lo sé. Aunque no lo muestren, las hierbas también pueden escuchar y hablar —respondió el toro con una sonrisa un tanto divertida—. Sigamos.
Mientras caminábamos algunas de las plantas, flores y hierbas se movían. Como si un suave viento pasara sobre ellas al momento de que Harvts estuviera cerca. Incluso, pude notar como algunas de ellas crecían y se colocaban más firmes o fuertes. Y una de ellas abrió sus pétalos dejando ver una hermosa flor roja que nunca había visto jamás.
—Se llaman rosas —me dijo Caya señalando la flor con un dedo—. Son usadas para momentos románticos. Es muy popular.
—Vaya... —murmuré asombrada. Quería tomarla, y con suavidad mis dedos se posaron sobre el tallo de esta.
—No la arranques —Caya de inmediato me advirtió—. Harvts se puede enojar. Arrancar una flor de la tierra es como separar a los hijos de su familia. Al principio no pasara nada, pero luego el niño morirá. Quizás no su cuerpo, pero sí su alma.
—Todo lo que ves, vive —dijo Harvts, deidad de la cosecha—. Todo aquí nace, crece, se reproduce y muere. Igual que todos. Una flor es igual de importante que una mujer. Puede no solo verse hermosa, sino ayudar a la tierra con su energía.
Separé mis manos de la flor, disculpándome con la deidad y con Caya. Pero no solo eso, sino que instintivamente me disculpe con la rosa antes de ir junto a ellos.
Llegamos a un gran salón donde habían varios árboles bajo un techo transparente. En el medio del gran salón había una enorme mesa de madera oscura, y sobre esta unos frascos de cosas bastantes extrañas. La mayoría líquidos.
La deidad se acercó a la mesa, donde tomó un pequeño frasco del tamaño y forma de mi dedo de un líquido dorado brillante. Parecía oro. Y estaba en lo correcto, ya que me lo explicó levemente.
—Hace mucho no uso la alquimia. Pero creo que aún sé como combinar el oro para dar su energía —decía este viendo el pequeño frasco con el oro líquido.
Nunca había visto que el oro pudiera fundirse. Siempre lo vi en forma de piedras o monedas.
El toro fue hasta una fuente que también estaba en el salón, y con un valde de metal recogió un poco del agua. Llevó esta de nuevo a la mesa, donde le puso unas pequeñas gotas del oro.
—Aurum. Dimitte et emunda peccata mea, ut sim tibi sicut purus —dijo Harvts.
El agua pasó de tener pequeñas gotas de oro flotando a hacerse completamente de oro. Su mirada entonces se dirigió al árbol más cercano, y con un movimiento de sus manos una de las ramas creció un poco, provocando que una manzana roja y fresca cayera justo a sus manos. Este fruto fue echado dentro del balde con oro con mucho cuidado. Al hacerlo, repitió las mismas palabras que antes y se mantuvo en silencio durante algunos segundos.
Estaba anonadada. Era la primera vez que veía alquimia. Mi abuela me lo había contado pero nunca pensé que fuese real.
El oro líquido pasa a convertirse de nuevo en agua. Pero, ahora era la manzana quien tenía aquel característico color dorado. Harvts metió la mano en el agua y sacó la manzana. Brillaba totalmente reluciente, como lo haría cualquier material hecho de oro.
—Os presento a la manzana de la vida —dijo Harvts con orgullo.
—Es...
—Es una...
Ambas estábamos asombrada, y al unisono dijimos.
—¡Una manzana de oro!
—Se llama manzana de vida —nos corrigió la deidad de la cosecha—. Con este fruto bañado en la pureza del oro el cuerpo de los mortales y hasta de las deidades podrán recuperarse de grandes batallas. La energía que necesitan se restaurará, su salud se regenera, y absorberá las proteínas para hacerse más fuerte y poderoso. Un alimento que os ayudará para combatir y vivir.
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