Diente por diente
Mis ojos no lograban ver nada, pues lo único que había a mi alrededor era oscuridad absoluta. Parecía que estaba en algún tipo de calabozo, o en un cuarto en el sótano del castillo. Mis manos estaban en mi espalda amarradas con una cuerda una a la otra, y esta cuerda también iba amarrada a algo que no me dejaba moverme mucho. No lograba ver a que era, pero puedo suponer que se trataba de alguna viga que sostenía el castillo. Quería hablar, pero mi boca tenía una mordaza, la cual no dejaba mover mi mandíbula.
Poco a poco mi consciencia fue regresando, y con ello el miedo. Estaba atrapada, encerrada en ese cuarto sin escapatoria alguna y sin poder conseguir ayuda. Ahora estaba sola, y no solo en el cuarto, sino también en la vida. Mi familia estaba muerta, y yo seguro lo voy a estar en algún tiempo cercano. La verdad, espero sea más pronto que lejos.
Mi mente me atormentaba con imágenes, sonidos, y sensaciones inexistentes. La oscuridad es una forma de castigo y perturbación del estado de las personas. El miedo a no ver lo que hay alrededor obliga a nuestro cerebro a imaginar cosas. Mis ojos, a pesar de no ver nada, notaban sombras moverse, mis orejas escuchaban suaves pasos o voces diciendo que pronto iba a morir, y mi cuerpo tenía la sensación de ser tocado por cosas muy pequeñas en diferentes partes. Me estaba volviendo loca, y solo llevaba algunos minutos u horas.
Un ruido más fuerte que los de mi cabeza, hicieron que saliera de ese estado de locura. Mi cabeza giró hacia el lugar de donde provenía el ruido, mientras mis orejas se mantenía alerta a cualquier otro sonido a mi alrededor.
El rechinar de algunas bisagras a algunos metros me alertó, y la luz del día entró a la habitación dejándome cegada por algunos segundos, en los que tuve que cerrar mis ojos hasta al fin acostumbrarme. Cuando al fin pude ver mejor, note como un hombre tiraba una armadura de cuero, la cual tenía sangre y varios agujeros hechos por flechas. Esta cayó al sueno a algunos metros de mí, y un segundo después, la puerta volvió a cerrarse dejándome en la oscuridad de nuevo.
Intentaba entender que pasaba, pero no lo lograba. No sabía donde estaba, ni que iba a pasar conmigo. El miedo se adueñó de mi mente de nuevo, y la incertidumbre me hacía mucho daño mental. Me movía de manera errática intentando quitar las cuerdas que me amarraban, mientras mi boca se abría y cerraba en un intento por quitar la mordaza de mi boca. Pero nada funcionaba.
Mi cuerpo poco a poco perdió la poca energía que aún guardaba. Respiraba agitada, y mis movimientos eran muy lentos y sin fuerza. El cansancio me ganó, y tuve que relajar mi cuerpo para recuperar algo de energía.
En ese momento, otra vez el sonido de una puerta abrirse se hizo presente, pero este desde otro lugar. Al mirar hacía allí, intente gritar a pesar de la mordaza, pues aunque no podía hablar, podía hacer un poco de ruido y que me escucharan. Pero, unos segundos después tuve que callarme, el miedo me obligó a hacerlo. Frente a mis ojos ahora se hallaba el ser que tuvo la culpa que todo esto me esté pasando, quien me había metido allí y quien había matado a mi madre. Aquel dingo, guardia del castillo, soldado del ejercito del rey y amigo del príncipe Lucio. Iluminaba a su alrededor gracias a una antorcha con lo cual era muy fácil reconocerlo.
Quería gritarle, insultarlo e incluso golpearlo por la rabia y el dolor que mi cuerpo sentía en ese momento, pero todo este sentimiento se fue cuando detrás de él aparecía la imagen de un jaguar de color negro. Lucio iba con él, y parecía que tenía una leve sonrisa viéndome allí amarrada.
Unos segundos después, algunas velas encerradas en lamparas fueron encendidas, dejando ver que a mi alrededor habían muchas armaduras desgastadas, armas y herramientas rotas, y algunas otras cosas que parecían para entrenamiento de soldados. Todo estaba desordenado, con cosas tiradas, mucho polvo e insectos viviendo entre las cosas.
—Al fin vas a ser castigada por lo que hiciste —dijo el dingo con una sonrisa malévola caminando entre los estantes de herramientas, tomando de allí un hacha con el mango roto.
Mis pupilas se hicieron un poco más pequeñas por el miedo, y mis pequeñas orejas se contrajeron en un instinto de temor por lo que la luz del fuego de las velas me dejaba ver. No era mucho, pero lo suficiente para darme a entender que mi muerte sería muy pronto.
Cerré mis ojos con la esperanza de despertar y que todo haya sido un sueño, pero al hacerlo lo que recibí fue un fuerte golpe con el mango del hacha en mi hombro. Si no estuviera amarrada seguramente caería al suelo, y si no fuera por la mordaza un muy fuerte grito habría salido de mi boca.
En el fondo me esperaba un golpe más certero, uno que me matara en pocos instantes. Pero para ellos esto no sería divertido. Quería usar mi cuerpo como juguete, para su sádica diversión.
Podría decirse buena suerte, pero en realidad era todo lo contrario. El sufrimiento que me causaban era mucho, tanto física como mental, pero nunca lo harían mortal. Golpes, insultos, escupitajos, e incluso otras clases de tortura más pesada e inmoral como lo sería desnudarme y tocarme. Todo eso me esperaba en el futuro, si no lograba morir primero.
La primera noche fue la peor, ya que me obligaron incluso a comer y beber para no morir por desnutrición o hidratación. Mi cuerpo me dolía demasiado, no podía moverme, estaba demasiado cansada y se me dificultaba hasta respirar. Pero las cosas seguramente se harían peor.
No sé cuánto tiempo pueda pasar así, pero debía de alguna manera acabar con mi sufrimiento. Llegué a pensar que el suicidio sería una buena opción, pero ellos no me dejarían matarme.
Necesitaba alguna señal de esperanza.
Durante varias noches rogaba a las deidades en las que creía que por favor hicieran algo. Pedía su piedad, siendo una simple mortal que necesitaba de ayuda urgente. El dolor en mi cuerpo no se comparaba con el dolor mental que el estar a oscuras en todo momento y en constante peligro me causaba.
No podía más, necesitaba salir de allí, viva o muerta.
No sé si era de día o de noche, ya que la luz no entraba en el lugar donde estaba. La puerta de abrió como de costumbre después de varias horas, quería suponer que me darían un poco de agua como cada cierto tiempo para no morir, pero hoy al parecer tenían otros planes.
Logré captar como el dingo se acercaba a mí y como poco a poco se quitaba su ropa mientras su lengua pasaba sobre sus labios domado por la lujuria. Su necesidad de una mujer le empezaba a ganar, y al parecer la única opción era yo, su secuestrada. No podía poner resistencia, pues sabía que sería peor, pero tampoco quería que siguiera con su misión de satisfacer su cuerpo con el mío.
Logré moverme un poco, cerrando mis piernas todo lo que era posible y con todas mis fuerzas.
—No te resistas prostituta, que voy a usarte como el vertedero de semen que siempre tuviste que ser —dijo con rabia el guerrero del ejército real mientras me tomaba del cuello.
Al parecer sus ganas de tenerme eran más que su intelecto. Sacó un cuchillo de su pantalón y cortó las cuerdas que me tenían amarradas a la viga. Al hacerlo tiró el afilado arma al suelo mientras sonreía con malicia.
Mi cuerpo estaba demasiado débil, pues no había tomado energías en mucho tiempo. Logré mantenerme en pie unos segundos pero luego caí al suelo con fuerza levantando un poco de polvo.
En ese momento, debido al fuerte golpe de la caída, mi cuerpo tuvo un momento de adrenalina que pensé que había perdido hace mucho. Tal pequeño efecto logró que mi cuerpo pudiera moverse lo bastante rápido como para huir, o defenderme.
—Levantate hija de puta —dijo el dingo con mucha ira tomándome de mi cabello y jalando este con fuerza para hacerme levantar, pero entonces señé mi destino y el suyo al mismo tiempo.
Me aferré a mis ganas de vivir, y el de vengar a mi madre. Tomé con firmeza el cuchillo que el soldado en su momento de lujuria había tirado, y cuando me levantó voltee con rapidez clavando la afilada arma en su pecho.
El dingo no gritó, pues parecía más que todo sorprendido al no esperarse una acción como la que había hecho. La sangre rápidamente empezó a salir en un chorro al suelo, manchándome también un poco de ella antes de que perdiera fuerza y su cuerpo cayera al suelo inerte. Había muerte, y yo lo había asesinado.
Mi mente no había procesado lo que acabada de suceder, y miré mis manos llenas de sangre pensando que se trataba de una pesadilla. Me había convertido en algo que odiaba, en un ser que siempre me ha parecido desagradable. Ahora, yo era una asesina.
Caí al suelo de rodillas, al no aguantar mi propio peso con el peso de la culpa que ahora sentís mi espalda. Me había llevado la vida de otra persona.
Pero por otro lado... ya no había nada que hacer. Aquel ser era una persona despreciable, grosera, e intolerable. Nunca había tenido un buen karma, y tal vez yo era esa justicia divina que debía caer sobre su alma.
Mis creencias y pensamientos empezaban a discutir en mi mente, tratando de hallar unas explicación a lo que acababa de suceder. Podía ser un destino ya escrito, y no podía hacer nada. O se trataba de acciones que ella misma había provocado y de haber hecho algún cambio nunca pasaría algo así.
Estas discusiones tenían que pasar para otra ocasión, pues escuchar pasos acercarse me dejó perpleja. Mi corazón latía con mucha rapidez y fuerza, y la adrenalina fluía por mis venas dándome la energía que necesitaba para moverme. Con mi mente nublada, tome el cuchillo del cuerpo inerte del soldado y corrí a un lugar donde seguramente no me podría ver quien se acercaba, detrás de la puerta. Esperaba que mi plan funcionara, ya que era el único que tenía y estaba siendo pensado sobre la marcha.
Por la puerta se escucharon varias pisadas pasando de la puerta con lentitud. Los pies de quien había entrado eran bastante grandes, lo que quiere decir que seguramente de trate de algún hombre, posiblemente un soldado.
Trate de calmar mi respiración, cerrando con fuerza los ojos en un intento de relajar mi cuerpo. El cuchillo aún estaba en mis manos, y mis sentimientos encontrados peleaban en mi mente discutiendo que debía hacer.
Pero todo se resolvió cuando escuché la voz de quien había entrado. Se trataba de Lucio.
El jaguar estaba de rodillas revisando el cuerpo del soldado bastante sorprendido, pero en su mirada esa sorpresa se va pasando a ser un claro gesto de odio.
Mi cuerpo reaccionó de nuevo por si solo, pues di un par de pasos muy suaves para no ser escuchada y al estar lo suficientemente cerca hice lo que tenía que hacer. Le clave el arma cortante en el cuello al príncipe.
—Ahh... maldita...
Antes que siguiera use más fuerza contra el arma, para así matar definitivamente al sucesor del trono. La sangre de su cuerpo no paraba de salir, y aunque se aferró por unos segundos a vivir, su cuerpo cayó inerte al suelo junto al soldado, el cual era su cómplice y amigo, pero también causante de su muerte al haberme liberado.
Ahora soy quién mató al príncipe de Oasis, y seré buscada por todo el territorio. Tengo que huir rápido de aquí...
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