Del cielo al infierno.
El gran pueblo de Oasis, un lugar donde la fauna y las personas vivían en paz. Ambos sacando provecho mutuamente del otro. Las personas que vivían en este maravilloso pueblo cosechaban grandes cantidades de alimentos y bebían lo necesario del río cristalino que pasaba en medio de la ciudad. A pesar de estar en medio de un enorme desierto, este lugar prosperaba año tras año gracias al líder que tenía la tribu que vivía en este hermoso y aclamado pueblo. Todas sus casas eran hechas en piedra y arenisca, que es arena dura. Estas casas estaban separadas unos pocos metros unas de otras, todas con caminos hechos en piedra lisa. En el centro del pueblo habían unas chozas hechas con arenisca y madera donde los habitantes del lugar tenían sus negocios, intercambiando alimento, agua, herramientas y más. Y a unos metros, había una enorme y hermosa casa donde vivía el líder del pueblo junto a su esposa y su pequeña como una familia feliz.
Pero todo cambió de repente cuando el hermoso pueblo fue atacado sin aviso por el ejército real de Thaos, una gran ciudad a kilómetros al norte. Ellos, dirigidos por un despiadado puma saquearon todo lo que tenía el pueblo, desde su mercado llevándose la comida, herramientas, hasta entrar en cada casa para llevarse las piedras preciosas de cada familia. Pero lo peor fue cuando entraron a la casa del líder. Aquel hombre, amable, educado y con un gran liderazgo fue asesinado por aquel ejército frente a su esposa e hija. Sólo para que después ambas mujeres fueran secuestradas para ser esclavas del Rey de la ciudad de Thaos.
Todo el lugar fue destruida, y el puma líder del ejército proclamó ese pequeño pueblo como suyo y de la ciudad de Thaos. Después de eso, los pocos sobrevivientes fueron obligados a hacer trabajos forzados hasta la muerte por miserables granos de comida y gotas de agua. El puma junto con su ejército se mudaron al pueblo, donde el felino era el rey. Las casas fueron usadas por los soldados y los miembros de clase medio que podían pagar los elevados costos de los impuestos que el rey había implementado, el mercado que antes era enorme y abasto, ahora no tenía gran cosa para todos los habitantes ya que el rey confiscaba todo, y la casa donde vivía el líder anterior fue derribada, y en ese terreno los esclavos fueron obligados a construir un gran castillo hecho con madera, piedras y arenisca donde viviría el puma, nuevo rey del pueblo de Oasis.
Pero entonces, los problemas empezaron a llegar. Las cosechas se quemaron por las altas temperaturas de la época, las excavaciones en busca de ores o piedras preciosas no daban resultados, y lo peor de todo, el gran río que le daba vida a la ciudad, se secó.
Ahora, los habitantes que viven en esta ciudad pasan hambre, son explotados laboralmente, y mueren poco a poco sin poder hacer nada contra ello. Todo aquel que alzara su voz contra el rey y su ejército sería ejecutado en la plaza del pueblo frente a todos como castigo. O puesto a trabajar hasta la muerte en las minas.
Aquellas dos mujeres que fueron secuestradas y llevadas a la ciudad de Thaos, serían las esclavas del rey de aquella ciudad. Pero la más pequeña fue llevada de vuelta a la ciudad de Oasis, donde el puma iba a usarla a su antojo hasta que no sirviera más, o muriera.
Esa pequeña niña, era mi abuela. Ella me contó la historia a escondidas mientras dormiamos en el sótano del gran castillo donde el hijo de aquel puma sigue gobernando, y pronto el poder seria transferido a su nieto.
Mi madre es la sirvienta del rey, teniendo que trabajar en la cocina todo el día y servir todos los antojos del gran soberano del pueblo, a pesar de las pocas cosas que hay. Al menos ella no era como las demás, sus putas. Tienen sexo con él por mantenerse con vida.
La vida aquí es simple. Obedece y vivirás. Desde pequeña soy quien ordena la habitación del rey, llevando las prendas sucias al sótano con mi abuela quien las lava todos los días.
Hoy, específicamente, es mi cumpleaños 21. Para mi madre y abuela era una fecha especial, ya que me hacía una mujer adulta. Pero, para mí era un día normal. Debía seguir con mi trabajo y nada iba a cambiar.
Durante la cena que teníamos en el sótano con las sobras que mi madre logró obtener después de la cena del rey y su hijo, ellas me daban felicitaciones, como también, un pequeño regalo. Mi abuela me entregaba un collar tallado en piedra de la forma de la luna. Decía que su padre se lo dio cuando había cumplido 5 años, meses antes de que fueran secuestradas por aquel puma despiadado. Muy agradecida con mi abuela, acepté el regalo y me lo puse en el cuello sin dudar. Ese collar podría tener más de medio siglo, pero seguía manteniéndose hermoso ante mis ojos. Protegería ese collar con mi vida de ser necesario. Mi abuela piensa que ese collar es una de las razones por la cual sigue viva. Cuando su padre se la dio le dijo que esa pequeña piedra en forma de luna no se había hecho, sino que él la había encontrado mientras caminaba cerca al río. Piensa que se trata de la señal de algún ser supremo que gobierna nuestro mundo.
Nunca me había detenido a pensar en cómo fuimos creados, ni el porqué de nuestra existencia en este mundo tan grande y pequeño a la vez. Alguna magia, o ser superior tuvo que interferir en nuestra creación, en nuestra existencia. El simple hecho de haber aparecido, no tiene sentido. Todo aquello que nace, necesita de alguien o algo que lo haya hecho vivir. Las plantas, como las flores, los árboles, o nuestros alimentos fueron hechos con ayuda de la tierra, el sol, y el agua. Pero, nosotros somos quienes ponemos las semillas en la tierra y quienes traemos el agua para alimentarlas. Si mantenemos esa lógica, alguien alguna vez tuvo que haber ayudado a la creación del primer animal.
Mis pensamientos fueron interrumpidos al escuchar a mi madre proponer que me pusiera el collar. Yo no me negué, y me levanté del suelo donde solíamos comer y me acerqué al pequeño balde con agua que mi abuela usa para limpiar las prendas de nuestros jefes. Esto para poder ver mi reflejo. En el agua podía ver a una cierva, exactamente una sambar de pelaje café claro con algunas manchas en partes de su pelaje más oscuras. En algunas partes como lo eran su cara, sus hombros, y parte de sus muslos su pelaje se hacía blanco. Su cabello era ondulado, llegando con facilidad hasta su cadera. Su cuerpo era delgado, y a pesar de comer poco se le veía unas finas curvas bien cuidadas, esto debido a su trabajo quizás. Con esto se le podía ver de unos 18 años aproximadamente. Y lo más destacado de ella eran sus hermosos ojos color azul, como si fueran dos hermosos zafiros. Esa era la razón de su nombre, Zaphiro. Esa sambar era yo.
Con lentitud y cuidado me coloco aquel collar que mi abuela me había regalado. Se veía hermoso en mi cuello, o al menos eso alcance a escuchar decir a mi madre con una sonrisa alegre. A mi parecer, no se veía tan mal. El collar de verdad era precioso, parecía tallado con una precisión que sólo un artesano profesional podía hacer con mucho tiempo. Pero no fue así, la piedra fue encontrada, hecha por el más perfecto y profesional artesano del mundo, la naturaleza.
Al darme la vuelta veo a las dos mujeres que me cuidaron durante toda mi vida sonreír y acercarse a darme un abrazo con mucho cariño. Yo no me opuse a este, y correspondí sin dudar ni un segundo.
Las horas pasaron, y ahora yo me encontraba sentada en mi pequeño colchón en el suelo donde dormía mirando con detenimiento el collar. Aquella forma de la luna era realmente precioso, y gracias a una pequeña ventana que había en el sótano para ver durante el día lograba ver como la luna estaba en su máximo esplendor, brillando como siempre lo hacía. Iluminando las noches más oscuras, y dando a aquellos temerosos de la oscuridad una pequeña luz para no temer. Para mí, una pequeña esperanza hasta en los peores momentos de la vida. Donde nos vemos sin salida, con miedo a que alguien nos haga daño. Ella, significa ese pequeño rayo de esperanza en nuestras vidas imperfectas y llenas de momentos negativos.
El sueño lentamente fue adueñandose de mi cuerpo, y lentamente fui cayendo dormida sobre el incómodo y feo colchón que tenía bajo mi cuerpo.
El día siguiente sería igual que el anterior, simplemente hacer los quehaceres que me eran obligados por aquellos dos hombres que gobernaban el pueblo. Nunca conocí a la reina, o la madre del hijo del rey. Mi madre me dijo que fue una puma, hija de unos de los soldados de la ciudad de Thaos la cual al tener al pequeño y cuidarlo algunos meses regresó a la ciudad. El cachorro puma «para mantener la sangre real de su especie felina» fue criado por algunas de las mujeres de los soldados que vivían en el pueblo. Aquellas hembras disciplinaron al cachorro puma, y le enseñaron la educación que un rey de líder necesita para gobernar. Pero su padre también había interferido, enseñándole su crueldad, su forma de engañar al pueblo y por supuesto, su maldad. Para él, lo más importante era el poder. Si esto se tenía, el resto llegaba por si solo. Comida, mujeres, riqueza. Todo lo que alguna vez había soñado lo tendrá en la palma de su mano.
Mientra caminaba con un cesto de ropa sucia, la cual eran las prendas que el rey y sus mujeres habían ensuciado el día anterior, un puma de pelaje negro como la noche y ojos amarillos caminaba en sentido contrario al que iba yo. Se trataba de Lucio, el hijo del rey y heredero al trono. Su musculatura era la de un macho muy fuerte, siendo mucho más grande que su padre y sus músculos eran marcados en su totalidad. En su oreja tenía unos pendientes que se había hecho desde que era un niño.
Lucio era un macho de unos 20 años, o eso parecía. Nunca le había preguntado su edad realmente. Siempre había sido un niño malcriado, muy travieso, molesto y cruel. Disfrutaba del dolor ajeno. Al nivel de provocarlo para satisfacer su necesidad de diversión. Cada vez era más y más cruel, sangriento y egocéntrico. Todo era suyo. Y su padre le ayudaba con esto dándole todo lo que pedía. Juguetes, armas, mujeres, comida, esclavos. Era un monstruo con una mentalidad pervertida y sangrienta, que no podía ser satisfecho nunca.
Caminaba cumpliendo mi trabajo de llevar la ropa sucia al sótano con mi abuela donde sería lavada, pero entonces, Lucio decidió interponer su pie en mi camino. No pude reaccionar, ya que tenía la cesta cargada en mis brazos y no vi lo que hizo. Cuando caí al suelo, la ropa que traía cayó conmigo, y también un fuerte ruido se hizo presente al romperse la cesta. Solo un segundo después, la risa del principe de Oasis se hizo presente. Una risa fuerte, molesta y aguda, llena de diversión por parte del puma que veía la escena de mi en el suelo en primera fila.
No era la primera vez que hacía algo así, y probablemente tampoco la última.
Simplemente gruñí bajo con bastante dolor y me levanté con lentitud del suelo. La cesta se había roto por lo que toma algunos trozos y los junte dejándolos a un lado para volver por ellos en un rato. Recogí la ropa que estaba en el suelo y la cargue para cumplir mi tarea de llevarla al sótano para ser limpiada. Al menos me alegra que no me siga molestando ese inepto.
La caída me dejó un enrojecimiento en mi vientre debido al golpe que me di con la cesta. Pero no es nada grave, un simple descanso me dejaría como nueva.
Al volver a la zona donde había caído, veo que otro puma estaba allí. Ahora se trataba del rey de Oasis. Era muy parecido a su hijo, pelaje negro, y ojos color miel. Pero el rey era un tanto más pequeño, viejo, y gordo. Se podía notar la diferencia de gustos, pues el rey disfrutaba simplemente ver el dolor de otros, mientras el príncipe disfrutaba haciendo sufrir a otros. Por eso el puma menor era mucho más entrenado. De igual manera, esa no era lo que importaba. Simplemente el rey estaba allí para regañarme por haber roto esa cesta vieja. Trate de explicarle que había sucedido, pero al mínimo intento de levantar la voz la mano del rey golpea mi cara con fuerza en la mejilla. Una de las reglas era nunca interrumpir cuando el rey hablaba, y supongo que acabo de romperla al intentar hablar para explicar que había sucedido. El rey quería que agachara la cabeza, y logró hacerlo. Iba a seguir escuchando como me gritaba y me insultaba, pero entonces una voz se hizo presente en el pasillo.
—Rey Elíseo —dijo un tigre más grande que el rey desde atrás de mí. Se trataba del líder de las tropas de guerra. Nunca supe su nombre, pero me alegraba que estuviera allí—. Necesito hablar con usted.
El soldado y guerrero vestía con la armadura hecha de cuero que usaba normalmente en sus entrenamientos. Miraba con seriedad al rey Elíseo, el cual simplemente asiente y le sigue a otra sala. En ese momento yo recojo los pedazos de la cesta que quedaron y me los llevo para tirarlos a la basura.
Prefería irme ahora y dejar de recibir tales gritos de enojo del rey. Simplemente le pediría a mi madre que me ayudara a hacer otro cesto para la ropa sucia. Igual, esto podría servirme en un futuro por si lo necesitaba. Aprender un arte, cualquiera, era importante en la vida. Si no servias para nada, simplemente ibas a morir.
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