Conociendo al conocimiento
El sol estaba en su más grande esplendor en el cielo, sin una nube cerca que pudiera cubrir el azul celeste que nos daba la parte alta del planeta. Viendo el sol podía deducir que era medio día, o cerca. No soy realmente buena investigando el tiempo horario. Pero creo que ahora eso no es importante.
El camino era largo, o lo había sentido así. Mis pies solo tocaban la caliente arena mientras mi mirada se centraba al frente, viendo como aquella coyote seguía caminando al frente, sabiendo perfectamente a donde iba. Pero si veía al rededor, todo era arena, y así parecía mantenerse durante un muy largo trayecto.
Me sorprendió incluso a mi misma, pues no tenía síntomas de cansancio, sed, o hambre. Me parecía raro. Mi cuerpo estaba en perfecto estado durante la caminata, sintiéndose mucho mejor de lo que estaba antes.
Sus otros sentidos se activaron también. Mis ojos estaban viendo al frente, sin perder de vista a la coyote. Pero, mi nariz lograba captar un aroma diferente, un aroma que sólo podía obtener cuando pasaba por los pasillos del castillo después de que alguna de las esclavas limpiara. Mi madre me dijo que se trataba del aroma de las flores, quizás claveles blancos, o alguna especia parecida.
Mi tacto también sintió diferencia en mis pies. La arena no estaba caliente como antes, poco a poco bajó su temperatura de manera un poco drástica. El resto de mi cuerpo sintió el cambio de temperatura, y el calor que tenía disminuyó a un ambiente más reconfortante. Mi pelaje de hecho se movía levemente con la sensación de una suave brisa.
—Ya casi llegamos, pero debes cerrar los ojos —dijo la coyote con seriedad mirándome de reojo sin parar de caminar—. Confía en mí.
Me tomó por sorpresa tal petición, pero después de todo lo que había hecho era más que obvio que se trataba de una entidad poderosa, sobrenatural y espiritual. No hacerle caso sería una tontería que podía llevarme a un destino mucho peor al que había escapado hace poco.
Al cerrar mis ojos mi cuerpo siguió adelante. Sentía una presencia frente a mí, la cual era la sierva de las deidades caminando y guiándome.
Una sensación cálida me daba estar detrás de aquella poderosa coyote, pues era una clara presencia celestial que me daba paz interna. Me daba la seguridad que había perdido desde hace muchos años. O quizás, la seguridad que nunca tuve, ni siquiera con mi madre y abuela. Estar en el castillo con el rey y su hijo no era de confiar, y debía estar alerta en todo momento a pesar de ser una niña. Creo que estar con ella me daba la confianza que necesitaba para poder estar tranquila en un asqueroso mundo como este.
El cerrar mis ojos confirmó mis especulaciones. Mis sentidos se hicieron un poco más agudos para dejarme llevar con más confianza. Ahora mis orejas podían escuchar el sonido del viento levantando la arena.
El sonido de la arena lentamente fue desapareciendo hasta convertirse en el viento golpeando algo más. Algo débil, pero lo suficientemente resistente para no salir volando. Quizás algo lo tenía agarrado, y por eso no podía volar con el viento, golpeado contra este y ocasionando un ruido relajante y suave.
Mi curiosidad me estaba matando, quería saber a donde nos estábamos acercando. Pero no podía desobedecer a mi guía. Podría traer consecuencias, tanto para mí como para él al traerme a un lugar como este.
Después de un poco más de tiempo, sentí que la presencia delante de mí se detuvo. Tanto la sensación de calor que me guiaba a ella se paró, como también dejé de escuchar el movimiento de su cuerpo y el sonido de sus pasos. Debido a esto me detuve de igual forma esperando alguna orden o frase que la sierva de las deidades me diga para proceder.
—Puedes abrir los ojos —dijo después de unos cuantos segundos de silencio en el cual el viento dominó todo.
Al abrir mis ojos me quedé estupefacta. Frente a mí había un gran castillo de color blanco, hecho en un material desconocido para mí. La arena se había convertido en tierra, pero ahora me encontraba pisando algo parecido a la arcilla, quizás piedra. Algunas zonas verdes estaban a mis costados, con algo en la tierra que parecían plantas pequeñas nacientes en grandes cantidades, lo suficiente para cubrir el color marrón oscuro por un verde brilloso y hermoso. Sobre estas plantas habían más de estas, más grandes y sostenido de ramas de madera que salían desde lo profundo de la tierra. Mi abuela me había dicho que en otro lugares diferentes al desierto existían las plantas que necesitábamos para obtener madera. Los árboles. Sólo había visto estos en pinturas en el castillo. Esto parecía ser pequeños árboles que cubrían toda la zona de la madera con el verde de sus plantas.
Mis pensamientos se detuvieron al sentir sobre mi hocico un suave y frío toque. Miré de inmediato al frente notando que una de esas plantas verdes que cubrían los árboles había caído sobre mí nariz. Una sensación un poco carrasposa, como si estuviera recubierta de alguna especie de lana muy delgada pero muy rugosa. Tenía un suave olor agradable, muy dulce y fragante.
En eso me pregunté "¿de donde vino?" Por reflejo mis ojos subieron un poco, notando que en esa misma zona había un gran tronco de madera, enterrado en el suelo y con todas esas plantas recubriendo las ramas que salían en la parte superior. No podía creerlo, era un gran árbol. Nunca me imaginé ver uno en persona. Al pueblo solo llegaban los troncos cortados o los palos de madera traídos por comerciantes y viajeros.
—Se le llaman hojas —dijo otra voz que no había escuchado antes. Una voz femenina, con un tono cantarino—. Hace mucho no viene nadie por aquí.
De inmediato voltee para ver de quien se trataba aquella voz.
Frente a mí se encontraba una gacela con pelaje café claro, convirtiéndose en blanco en algunas zonas como su hocico, su pecho, sus patas y pies. Vestía una toga color blanco, muy limpia y reluciente. La toga tenía una cinta de oro con algunas piedras preciosas incrustadas en la zona del vientre de la gacela. No era muy alta, casi de mi estatura pero gracias a sus cuernos se veía más alta incluso que la coyote que era mi guía. Sus ojos café claros me miraban fijamente, y su boca mostraba una amable y cordial sonrisa.
No sentía peligro. Su estancia cerca me daba una sensación tan parecida como la de la coyote cuando la conocí.
—Señorita Cogny —mencionó la coyote. Tal frase me sacó de mis pensamientos y voltee a ver a mi guía para escucharla. No me llamaba a mí, pero tenia curiosidad por la conversación que podían tener—. Es un placer verla, y perdón si interrumpimos sus estudios.
La coyote parecía realmente apenada hablando con ella. Aquella gacela parecía alguien realmente importante.
—No importa. Un poco de distracción nunca hace daño. Y de hecho, se ha comprobado que el descanso mejora el rendimiento en algunas actividades —tales declaraciones no eran comunes, al menos no es mi pueblo.
La gacela sonríe un poco más amplio y me mira.
—Supongo que eres Zaphiro —dijo la gacela.
Mis ojos se abrieron de golpe. ¿Cómo es que ella sabía mi nombre?
—Soy Cogny —se presentó la gacela manteniendo su voz alegre y amable—. Es un placer conocerte en persona.
¿Acaso ella ha escuchado algo de mí? ¿Puede ser que una mujer que vive en un lugar así ya conozca mi historia? De ser así tal vez ya habían muchos pueblos que ya también lo sepan y ahora estén buscándome.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Caya.
—Ella es la deidad del conocimiento.
Tal frase me dejó perpleja. Estaba frente a una deidad. Una auténtica diosa que gobierna nuestro mundo.
No lo pensé mucho, y tal como lo hice con Caya cuando la conocí me agache un poco haciendo una reverencia ante el ser superior a mí y me puse de rodillas.
Una risa por parte de la gacela se hace presente y me pide que me levantara. Dijo que no tenía la necesidad de eso, pero agradecía mi formalidad y respeto.
—De cualquier forma. Dudo que Caya te haya traído hasta aquí por nada —dijo la gacela, Cogny—. Sean bienvenidas a la biblioteca.
—¿La biblioteca? —cuestioné.
—Claro, tú no conoces que es este santuario —dijo ella con calma—. Como puedes ver, este castillo, como tú estarías acostumbrada a mencionarle, es el recinto donde se guarda los momentos, datos, fechas, y todo lo importante que pasa en el mundo. Cada uno de esos momentos son escritos en papel y guardados en su respectivo lugar. Donde serán inspeccionados por mí para conocerlos y así su información no se perderá en el tiempo.
Tal descripción no me ayudaba mucho a entender realmente lo que era ese lugar, y mi expresión lo mostraba.
—Es básicamente un lugar donde se guarda todo el conocimiento —dijo Caya de manera más simple y fácil de entender. O eso creía.
Al menos con eso tan básico era más fácil entenderlo para mí. Al menos entendí un poco más. Es mejor un poco a nada.
—¿Pero como todo el conocimiento? —cuestioné mientras miraba a la gacela.
—Verás, mi mortal amiga —dijo ella y aclara su garganta para explicarme—. Aquí os encontrará el conocimiento. Cada centinetro de este recinto provee una gran cantidad de información de toda la historia de ustedes mortales. Desde aquellos que estudian cada detalle del universo, como también el simple proceso de cosechar una semilla de frijol. Todo está escrito y perfectamente ordenado para que yo pueda dar el conocimiento a cada criatura viviente.
—¿Tú lo das?
—Oh, ciervita tonta. Cada persona al nacer tiene un talento, ¿no es así? —cuestionó, mirándome como si fuera una cachorra—. Pero no nacen aprendidos. La experiencia es aprendizaje, y el aprendizaje es conocimiento. Yo soy quien te da esa capacidad de aprender. Sino, todo sería un partirio para todos. Desde la simple tarea de que comer, hasta el hecho de como construir enormes castillos. Todo lo que has aprendido, yo te lo he enseñado. ¿O por qué crees que hay personas que tardan más en aprender? No tienen mi consentimiento para hacerlo.
—¿Tú eres quien le da ese poder a todos?
—No, no podría con todo. Pero para responder —al decir eso se da la vuelta caminando hasta la entrada del gran recinto. La puerta que a mi parecer está hecha en oro, se abre al momento de la gacela acercarse.
Mis ojos se deleitaron al ver dentro un gran brillo muy reluciente y blanco, muchas estanterías llenas de libros de todos los tipos, y muchos pequeños cachorros corriendo por ahí. Pero había algo raro, y es que eran un poco translúcidos, como si pudiera ver a través de ellos.
—Cada uno de estos cachorros es un alma que aprende en este momento. Cada mente es un niño explorando su propio potencial —mencionaba la deidad del conocimiento mientras caminaba dentro del lugar con los ojos cerrados, como si supiera cada paso que daba a donde debía ir. Y no era para menos, conocía todo—. Todos ven los libros y aprenden a su manera.
Mis mente estaba asombrada viendo tal cantidad conocimiento que tengamos. Pero me asombraba más viendo como cada una de estas almas estudiaba a su manera. Algunos jugaban, corrían, reían, otros leían, se concentraban, y hasta parecían estatuas.
—El conocimiento está aquí guardado, y siempre que alguien quiere aprender algo aparece aquí —dijo ella calmada—. Pero no todos pueden —su semblante se puso un tanto más serio viendo a una de las almas casi al borde del llanto con un libro en sus manos leyendo, o eso parecía—. A veces simplemte no puedes aprender. Sólo imagina a una mujer intentando aprender sanación para curar una enfermedad muy grave de su madre, pero aun no sabe que es la enfermedad que tiene ella.
Con más calma la deidad se da la vuelta dejando allí al alma en su intento fallido por aprender lo que sea que intentaba.
—Hay leyes que se deben seguir. No puedes correr sin antes aprender a caminar —dijo ella viéndome—. Sin mencionar sus propios talentos. Pero explicarte todo sería una total pérdida de tiempo.
Tal frase me sacó un poco de lugar. Más que todo porque parecía decirlo con burla, como si supiera que estaba perdida entre tanta información. Y aunque era verdad, me sentí un poco ofendida.
Aun así, solté un leve suspiro para tragarme mi orgullo en ese momento, (Un orgullo que ya ha caído muy bajo). La deidad del conocimiento, Cogny, seguramente conoce como me siento al respecto, y no tengo ni que decirlo.
Las palabras de Caya entonces me hicieron voltear a verle. Ella fue directa, preguntando si estaba su padre.
—Sabes que él no recibe mortales —respondió con seriedad la gacela—. No podemos darle su futuro, ni la sabiduría que buscan.
—Señorita Cogny —interrumpí—. Llegué al oasis de Caya en un momento donde me veía muerta. Tengo algo que hacer en este mundo, y quiero saber que es.
—Lo sé, yo lo leí.
—¿Cómo? —me pregunté inmediatamente al escucharle responder que había leía eso.
—Lo recuerdo bien, Zaphiro. Sección cuatro pasillo treinta y cuatro —dijo Cogny—. Profecías en desarrollo.
—¿Profecías?
—Recuerdo cual es, pero ustedes mismas pueden ir a verlo —al decir da un par de golpes al piso.
Escuche como algunos mecanismos empezaban a moverse a lo lejos. Al ver hacia aquel lugar pude ver como los pasillos empezaban a moverse, pasando así cada uno de estos frente a nosotros. Pasan algunos segundos hasta que se detiene.
—Pasillo cuatro. Dentro deben buscar la sección treinta y cuatro. El libro es color azul, el mismo que los ojos de la cierva —dijo ella y con su dedo tocó mi frente.
A mi mente de inmediato llegó la imagen del libro que buscábamos. Se trataba de un libro azul con detalles en color oro, tenía algunas letras y una joya preciosa dibujada en la portada.
Pero eso no era todo, pues rápidamente las letras empezaban a tener sentido. Decía el nombre de Oasis, junto con la frase «El nuevo renacer de una ciudad caída»
Lo asombroso de esto es que yo nunca había aprendido a leer, pero ahora entendía cada palabra que había escrita en el recinto, incluida la de los libros.
—Ahora largo, debo seguir con mi trabajo —dijo Cogny antes de darse la vuelta y caminar a la entrada.
—Al menos logramos algo —dijo Caya.
La coyote toma mi mano y me jala un poco con suavidad para avisarme que le siguiera dentro del pasillo. Y así empezar la búsqueda.
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