Bienvenidos a Oasis
El viaje que haríamos sería bastante largo. El llegar al lugar donde me conocí con Caya fue un viaje que tardé un par de días en hacer, y casi muero en el intento de caminar por el enorme desierto que es todo lo que alcanzamos a ver al rededor de nosotros. Esperaba que el viajar con Caya sería más facil. La coyote se había preparado para el viaje. En un pedazo de tela que usaría como bolsa había guardado algunos de los frutos que caían de la palmera. Nuestra alimentación dependería únicamente de los cocos que teniamos. Al menos ahora habría comida y agua. Yo solo llevaría mi lanza, con la cual debería de luchar. Caya usaría otra arma. Según sus palabras mientras nos preparabamos, tampoco era muy fuerte en ataque cuerpo a cuerpo, por lo que se armaría un arco.
—Tendré que buscar flechas en el camino —mencionó esta con seriedad.
—No creo que sea fácil hallar eso —comenté algo confundida por lo que haría esta para armarse.
—Tengo algunos métodos que podría usar —me contestó.
No quería preguntar más. Sabía perfectamente que al ser una sierva de las deidades debía de conocer muchas cosas que podría usar a su favor para lo que se vendría. La verdad, esperaba que no necesitaramos usar las armas. Quizas solo con Eliseo. Aunque no me gustaba realmente la idea.
—Escucha, Zaphiro —dijo ella llamando mi atención para que le mirara—. Las deidades piensan que tú eres aquel corazón puro que hará volver la fé a todo el mundo. Por eso, deberás mencionar lo que has aprendido de ellas.
—¿Solo lo que he aprendido? —cuestioné bastante confundida mientras le miraba—. Pero si apenas y he hablado con alguna.
—Las viste, ¿no es así? —dijo la coyote con seriedad en su mirada—. Sabes que son reales. Sabes que el karma existe y es lo que hace que nuestro mundo se mantenga en un equilibrio perfecto. El mal lleva al mal, y el bien lleva al bien.
—Pero deben tener unas reglas entre ustedes, ¿no? —le pregunté aún confundida.
—Algunas, pero ellas deben decirte cuales son —dijo ella.
—¿Cómo ellas? —pregunté confundida por sus palabras. Cada respuesta que me daba solo hacía que tuviera más preguntas al respecto. No parece que esto fuera algo sencillo de entender. Necesito una explicación más completa.
—Solo espera, recibirás las respuestas que buscas muy pronto.
Preferí mantenerme en silencio, no quería cansar a Caya con mis preguntas que al parecer ni ella sabía responder.
El viaje fue silencioso, y el tiempo pasaba rápidamente. A nuestro al rededor solo se podía ver arena, montañas de arena y más montañas de arena. El sol empezaba a esconderse por esas montañas dando paso a lo que es el crepúsculo, y la cercana llegaba de la noche. Caya seguía caminando con calma como si no hubiese pasado nada realmente. Mientras, yo estaba agotada. Mi cuerpo sudaba bastante por el calor suportado en todo este tiempo. Necesitaba descansar, comer, y beber algo para recuperar energías. Después de caminar otro poco y que el crepúsculo diera su fin, Caya al fin se detuvo, viendo como yo estaba a su lado con la respiración agitada. Notaba mi cansancio, por lo que soltando un largo suspiro decide sentarse en la arena indicándome que me sentara a su lado y tomaramos un merecido descanso. De la tela que cargaba con las cosas saca una cantimplora hecha en cuero, o algo parecido a piel de alguna ave. Esta estaba llena de agua por lo que me la entrega permitiendo que pudiera tomar algo. No lo pensé mucho y quité el tapón que lo sellaba, abriendo esta y bebiendo un largo trago. Un poco de agua me ayudaría mucho a no morir en el intento de volver a mi pueblo. La insolación era una de las muertes más comunes en el desierto, y a pesar de ser habitable su pueblo también no era inmune a esto. El agua escaseaba en la zona, y la poca que había era del rey Eliseo y su ejercito. Algunas pocas gotas eran sacadas de frutos que se vendían en el mercado o en cantinploras como la cargaba Caya para el viaje.
La sierva de las deidades que iba conmigo no parecía necesitar del liquido, por lo que se mantiene tranquila sentada viendo al cielo estrellado, en especial a la luna que nos iluminaba con poca intensidad. Tenía su mente en otro lado, y claro que no podía leer sus pensamientos como para saber que era lo que imaginaba. Y no quería preguntar, realmente me sentía en ese momento una carga. Sin mí, posiblemente llegaría mucho más rápido a nuestro destino.
—¿Te sientes bien? —aquella pregunta me sacó de mis pensamientos para voltear a ver a la coyote. No me esperaba que me preguntara eso.
—Sí… solo… muy cansada —respondí con la respiración mucho más tranquila y el cuerpo más relajado—. Necesito descansar un rato.
—Pasaremos la noche en este sitio. No parece que habrán tormentas de arena en la noche por lo que estaremos seguras —mencionó ella con calma y levantándose para estirar un poco las piernas. Se agachó para tomar de la tela que llevaba con sus cosas un par de palos y un tronco. Era lo mismo que usó para encender la fogata mientras estabamos en el hogar de Caya. Ella hace lo mismo, repitiendo las acciones que había hecho en aquel momento y encendiendo una pequeña hoguera. No ibamos a cocinar nada, pero a pesar de ser un desierto muy calusoso durante las noches ventiscas de frío viento azotaban toda la zona. Con el fuego podríamos calentarnos y dormir a gusto. Si es que a gusto se le puede decir a dormir en la arena.
Me levanté de donde estaba para acercarme a ella y al fuego. Me senté de vuelta cerca de ella y suspiré con agotamiento en mi ser. Cada vez estabamos más cerca. Y al parecer todo estaba saliendo relativamente bien.
Mientras descansabamos en silencio, escucha algunos pasos de alguien acercándose. Al voltear, no vi a nada, pero mi cuerpo se tensó al sentir sobre mi cuello algo afilado. Me había tomado de sorpresa, y el miedo me impedía hacer cualquier clase de movimiento. Mis oídos alcanzaron a escuchar como atrás de mí alguien se movía. La arena a pesar de ayudar a disminuir el ruido, al no haber nada al rededor más que el sonido del fuego quemándose no había forma de que alguien no sea escuchado de tan cerca. Debía ser Caya que se había levantado.
—Tan cerca —dijo una voz femenina que pude reconocer fácilmente de mis sueños. Aquella deidad que me atormentaba y jugaba con mi mente. Violtt—. Puedo oler la sangre que vas a derramar. Cuantos muertos caerán a tus pies por esta guerra que no es tuya. Tu pueblo. ¡Ja! Ellos no saben quien eres, ellos viven felices en sus casas con sus familias. Y vas a arruinar todo.
—No sabes de que hablas. Suéltala —ordenó Caya. No sabía que estaba haciendo, pero esperaba que le estuviera amenazando de alguna manera para ordenar tal cosa.
—Tranquila, matarla significa que no habrá violencia para divertirme —mencionó la deidad de forma divertida soltándome lentamente alejando lo que era un cuchillo de mi cuello.
Mi respiración era agitada por lo que acababa de pasar, sintiendo como mi corazón latía a un ritmo muy alto. La adrenalina que recorría mi sangre era la misma a la que recorría aquel día en el salón de entrenamiento donde había sido secuestrada. Voltee para así ver canina, y con un leve gruñido de enojo solté.
—¿Acaso esto te divierte? —estaba con mi ceño fruncido, pero este se esfumó al ver a la perro sonreír ampliamente y con malicía mientras me miraba.
—Mucho, no sabes cuanto —me respondió.
—Será mejor que te largues —le dijo Caya quien ahora que podía verla estaba apuntando con su arco a la deidad. Su mirada era de enojo y seriedad.
—¿Y si no? —cuestiona la deidad pasando a tener una sonrisa que se podría describir como malevola.
La coyote no estaba con redeos. Tensó su arco y soltó la flecha, pero esta se detiene a poca distancia de la cara de la perro manchada. Esta ríe levemente divertida por lo que acababa de pasar. La flecha entonces cae al suelo sin haber logrado su objetivo. Caya contrae las orejas por eso, dejando de apuntar con el arco a la deidad sabiendo que no podía hacer nada contra ella. Era una tontería.
—Eres valiente, lo reconozco. No cualquiera ataca a una deidad directamente. Pero también eres tonta —rió esta—. Bien, las dejaré descansar por ahora. Pero las estaré esperando en Oasis para ver la masacre que harán. Quizás mi padre también disfrute de la sangre derramada.
La deidad de la violencia se despide con su mano, para así desaparecer caminando con calma. Volviamos a estar solas, pero la tensión en el ambiente se sentía muy pesada. Caya soltó su arco para guardarlo de nuevo, y volver a sentarse en la arena manteniéndose alerta a cualquier cosa a su alrededor. No estaba contenta con lo que acababa de pasar.
—Cómo… —respiré profundamente para olvidar lo que acababa de pasar y relajar un poco el ambiente—. ¿Cómo puede hacer eso?
—Es una deidad —me respondió.
—No que no pueden actuar sobre nuestras acciones —le pregunté confundida.
—No lo hizo, solo se presentó ante ti —dijo—. No suelen hacerlo, pero no está prohibido. Las deidades aún piensan que hacer al respecto. Podrían cambiarlo, en el futuro las reglas pueden cambiar según como evolucionemos como sociedad. Si es que seguimos vivos para cuando hagan los cambios.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté.
—Hay profecías que Ethous ha descubierto. Nuestra existencia no será eterna como se tiene pensado —me dijo ella con seriedad—. El tiempo no perdona a nadie, y no hay nada que podamos hacer para evitarlo.
—Pero son deidades, seres inmortales… ¿no?
—Zaphiro… nada es inmortal. Ellos son los guía de nuestro universo, pero si el universo se acaba, ellos también mueren. La energía que los creó morirá y no podrán seguir —mencionó ella con seriedad.
No podía creer lo que me decía. Algún día vamos a morir, y ni las deidades podrán salvarnos.
—Pero sí morimos primero nuestras almas
—Nuestras almas serán devoradas por el vacío cuando el universo se acabe. El paraíso y el inframundo son lugares físicos hechos por las deidades que almacenan las almas. La materia con la que nos hicieron no puede ser destruida. Por lo que o quedamos en alguno de esos lugares o somos devueltos a la tierra en otro cuerpo.
Estaba aprendiendo demasiado de lo que era el mundo de las deidades. Somos hechos de algo que no puede destruirse, pero si moldearse. Y si no estamos en la forma correcta no seremos nada.
—Ethous seguro podría explicarlo mejor que yo… —comentó la coyote soltando un largo suspiro—. No pensemos en eso. Mejor, descansa un poco. Ya estamos cerca.
—Caya… —la llamé—. Quisiera saber como es que te hiciste una sierva de las deidades, ¿cómo aprendiste todo esto?
—Siemore fui devota a las deidades, y cuando morí ellas me ofrecieron ser una de sus guías. Les sirvo a ellas y obedezco lo que me dicen.
—¿Moriste? —le pregunté.
—Sí… Antes era mortal como tú. Pero mi memoria fue borrada así que no sé nada de mi pasado antes de ser una sierva…
—Lamento eso.
—No importa. Te acostumbras a eso. Ahora sí descansa. Necesitas recuperarte para mañana.
Moví mi cabeza de arriba a abajo afirmando que lo haria. Me acosté al lado de la fogata y cerré los ojos para dormir.
—Oye… —dije sin abrir los ojos—. Gracias por defenderme… lo aprecio mucho.
—No es nada —me respondió—. Eres la única amiga que he tenido desde que estoy en este trabajo…
—También eres la única amiga que he tenido desde que tengo memoria —le confesé y le escuché soltar una leve pero corta risa cómplice.
—Descansa, Zaphiro.
—Descansa, Caya.
Un corto tiempo después terminé quedándome dormida.
Al día siguiente, bien temprano cuando el sol apenas salía desperté y pude ver a Caya aún durmiendo. Estaba al otro lado de la fogata con sus rodillas pegadas a su pecho y abrazando estas para mantener el calor. Yo estaba en la misma posición para dormir. Me levanté para acercarse hasta la tela que usaba para guardar las cosas Caya y de ahí saqué un coco que ella había empacado. Me acerqué a la coyote y la moví suavemente para despertarla. La sierva de las deidades al despertar y notar que tenía el coco asintió para darme permiso y comer. Eso me ayudaría a seguir nuestro viaje.
Con todo de vuelta en su sitio, nos aventuramos a seguir nuestro camino. Una larga caminata nos esperaba.
El sol estaba justo sobre nosotros dando el medio día. Caya caminaba en frente de mí para guiarme. Y justo cuando iba a pedirle un pequeño descanso logré ver a lo lejos algunas casas hechas en arenisca. Eran casas del pueblo de Oasis. Habíamos llegado.
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