Luz sin oscuridad
Las buscaron intensamente, pero no hubo rastros o señales de ellas. Habían desaparecido. Habían desaparecido dentro de las páginas de ese interminable libro. Ya no tenían dónde buscar o a dónde ir, estaban perdidos en la nada.
- Papá, tienes que descansar- sugirió su hija, tocándole el hombro -Por favor, hace días que estamos buscándola y tú, no has pegado un ojo desde entonces-
-Estoy bien, Ivi- aferró la mano de ella que tenía sobre él -O lo estaré, cuando encuentre a tu madre-
Miraba la hoguera frente a él, buscando respuestas. Estaba anocheciendo y la búsqueda había terminado por ese día. Ella exhaló todo el aire que contenía dentro. Aquella devoción que su padre tenía por su progenitora, lo llevaría a la locura.
- Está Bien- lo besó en la mejilla - No voy a insistir de nuevo- se inclinó delante de él, para verlo a los ojos -¿Necesitas algo? Con Seth y Elliot iremos a cazar al bosque-
-Necesito a tu madre- fue lo único que dijo y ella, emprendió su andar -Gaia...- susurró, cubriendo su rostro -¿Dónde estás?- se sentía tan desorientado sin ella -No puedo encontrar la luz-
Él no lo supo o al menos, no lo percibió, pero un par de ojos azules, muy entristecidos, lo miraban desde la penumbra, mientras aferraba con una de sus manos las rindas de un blanco corcel. Volteó y emprendió su marcha en la oscuridad. No sabía porque, pero últimamente, seguía entre las sombras a ese hombre. Por otro lado, el pequeño pajarito azul en su hombro, desplegó sus alas, buscando otro rumbo.
En otra parte de ese literario mundo, muy lejos de allí, se encontraba la otra mitad del grupo, buscando algún rastro de aquella errante hechicera que ellos tanto amaban. Habían decidido separarse, ya que al hallar algunas pistas a su paso, comprobaron que ellas ya no estaban juntas.
Tan intensa fue su búsqueda, que tuvieron que cruzar el mar para poder encontrarla. De hecho, ni siquiera sabían en que lugar estaban, tan sólo, los primeros rayos de aquel amanecer, anunciaban un nuevo día.
-¿Encontraste algo, Eyra?-
Preguntó a su hija con su semblante serio.
-Nada, papá- buscaba el potencial mágico de su madre o algún indicio de ella, pero no encontraba nada -Ni siquiera yendo al limbo pude encontrarla, lo siento- lo abrazó.
- Está bien, princesa- la estrechó contra él -Siento tanto no poder ayudarte- cerró sus ojos. El abatimiento que lo rodeaba, era gigante -Pero no puedo tener visiones de tu madre-
Estaba tan perdido, que poco a poco, iba cayendo en la oscuridad.
-¡Abuelito!- escucharon el grito eufórico de ella -¡Mamá!- llegó a ellos, sofocada -Miren lo que encontré- les enseñó una flor entre sus manos -Estamos en un bosque muy húmedo, esta clase de flores no crece aquí y además, es un flor de nuestro mundo-
-Es una flor del cerezo- él la sostuvo entre sus manos -Es la flor favorita de tu madre, Eyra- ella asintió, estrangulando la angustia que sentía en la garganta -¿Dónde la encontraste, muñeca?-
Cuestionó con cautela. No quería alterarse.
-La encontramos con papá mientras pescabamos en el río- señaló en esa dirección -De hecho, hay un rastro de ellas, pero...- apretó sus labios.
-¿Pero qué?- habló su madre, intranquila -¿Pero que, hija? Por favor, dinos- suplicó, viendo la indecisión en sus ojos.
-El rastro se pierde a unos pocos metros de allí- aclaró su esposo, al llegar -Lo siento, Lai. Lo seguí al mandar a llamar a Deni por ustedes, pero el rastro se pierde- sacó otra flor de su bolsillo -Y las flores mueren después de un tiempo, mira-
Observaron la flor que se marchitaba al cabo de esa oración.
-Esto es extraño...- mencionó él -La mía no se marchitó- el sello en su mano, comenzó a brillar -Dea está cerca- levantó su brazo y comenzó a sondear la zona -No se muevan de aquí...- apuntó al resto, cruzando un morral en su pecho -Yo la encontraré- caminó en la dirección donde el brillo se intensificó -¡Cuando la encuentre, volveré!- gritó, dándoles la espalda -¡Mientras tanto, esperen en el pueblo!-
-¡Buena suerte papá!- exclamó su hija, lanzando un hechizo de magia blanca como protección -Bien...- palmeó sus manos por la emoción de volver a ver a su madre -Ya escucharon al anciano, nos vamos al pueblo más cercano-
-¡Eyra te escuché!-
Se oyó en lo recondito del bosque.
La noche cayó sobre ellos y ahora, se encontraban cenando la caza de ese día.
-Esto está delicioso- chupaba sus dedos como si fuera un niño -Nunca me voy a cansar de decírtelo, mamá- observó a su madre con aquellos ojos azules cargados de diversión -Cuando sea grande, quiero ser un cazador como tú- todos rieron con ganas - Al igual que tú, abuelo-
- Tú eres mejor que eso, hombrecito- respondió él, despeinandole el cabello. Le decía así, desde el día en que lo conoció - Eres un amo de dragones-
-No- respondió con gracia -Ahora soy un dragón- iba a llevarse más carne a la boca, pero un pequeño destello en una rama, llamó su atención -Oigan...- entrecerró sus ojos -¿Qué diablos es eso?-
Apuntó en esa dirección y todos observaron lo que él indicaba.
-Gaia- susurró el cazador al ponerse de pie -Esa es su luz- caminó hacia el pequeño pajarito azúl en la rama -Ivi, esto es de lo que te hablé- ella llegó junto a él -Es la luz de tu madre-
- Ve a buscarla- ordenó, sin apartar la mirada de ese animalito - Ve a buscarla y trae a mi madre de vuelta- repitió -No importa cuanto tiempo tardes, nosotros estaremos aquí, esperándote-
-Bien- cargó su equipo de cazador - Sólo tengo que seguirlo a él- besó a su hija en la frente -Eres tan igual a tu madre que no quiero dejarte-
-Basta de dramas, papá- sonrió -Que tengas un buen viaje-
Él se despidió y siguió a esa pequeña avecilla en la oscuridad del bosque.
Desconocía cuánto había caminado aquel día desde el amanecer, pero estaba exahusto. No podía continuar, necesitaba descansar por unas horas o caería rendido a unos pocos kilómetros.
Buscando algo de agua, llegó a un claro al lado del camino. Cuando se inclinó a tomar un poco entre sus manos, estás quedaron a medio camino de su boca. Un pétalo rosado, cayó en el agua, causando pequeñas ondulaciones. Bebió un poco y miró alrededor. Alguien estaba allí, observándolo.
-¿Dea?- preguntó con cautela -¿Eres tú?- percibió movimiento detrás suyo -Soy Lai- estaba inerte.
-¿Cómo sabés mi nombre?- respondió su voz detrás de unos árboles - Tú eres una de esas personas que están buscándome-
Su corazón descobó, al escucharla. Estaba hablándole oculta en la oscuridad. La última vez que la vió, quiso atacarlos, pensando que iban a hacerle daño al ser el monstruo que acabó con todo un reino. Creía que ellos eran sobrevivientes de ese lugar e iban a matarla.
-Te conozco más de lo que piensas, preciosa- su voz era serena, aunque sus ojos, estaban hundidos en la desesperación -No voy a hacerte daño...- caminó hacia la procedencia de la voz y el brillo en su mano se hacía más intenso -Lo prometo- estaba a tan sólo un metro de ella -Si sales de ahí, podremos conocernos- le hablaba como si fuera una niña -¿Qué dices?-
-¿Por qué querrías conocer a un ser sin alma como yo?- salió despacio de su escondite, dejando ver su hermoso rostro -¿A un monstruo?-
Sus ojos eran rojos, muy profundos, casi borgoñas. Ya no eran de ese color avellana que hechizaban y no se reflejaba en ellos, más que miedo.
- Tú no eres un monstruo- aseguró, conteniendo las inmensas ganas de abrazarla -Lamento mucho lo que esa mujer te hizo- ella aún, no soltaba el tronco del árbol -Lo siento. Yo estuve ahí, lo ví todo y no pude hacer nada para ayudarte- tragó saliva con amargura.
-Yo quise matarte- dió un paso hacia ella -No te acerques...- rogó y retrocedió un poco -No quiero
hacerte daño- aferró sus manos con fuerza -Por favor, no te acerques- temblaba sin saber porque. Sus ojos verdes, eran preciosos y muy afables -Tú eres un hombre bueno, he estado observandote y no quiero lastimarte-
-Tú nunca me harías daño, amor mío- intentó tocarle el rostro, pero su mano se detuvo a unos centímetros de ella -Y yo tampoco a tí -
Sonrió, sintiéndose segura por una vez. Desde el día en que le dijo adiós a su hermana y tuvieron que separarse para no lastimar a nadie más, no había otros sentimientos que no sean el miedo y la desesperación en su ser.
-¡Pepe!- escuchó gritar entre la oscuridad del bosque -¡Pepe! ¿Dónde estás?-
¿Quién era Pepe y por qué ella lo llamaba? Esperaba saberlo.
No imaginó encontrarla tan pronto después de emprender su viaje. Caminó durante horas sin rumbo, siguiendo a ese pequeño pajarito. Estaba seguro que ya pasaban de la media noche o más que eso.
-¡Tú!- exclamó al verlo frente a ella con sus ojos azules envueltos en pánico -¿¡Qué haces aquí!?- extrajo una daga de su bota -¿¡Y qué haces con Pepe!?- señaló al pajarito que aterrizó en su hombro -¡Devuélvemelo!- exigió -¡No es la primera vez que intentas robarme!-
Eso era cierto. Su último encuentro fue después de la destrucción del reino de Heiden. Él estaba tan desesperado en encontrarla, que al ver a Hada salir disparada en su búsqueda, la siguió sin pensar. Pero lo que no imaginó, es que ella, quiso matarlo al tener la osadía de robarse a su yegua. No lo reconoció en aquel entonces y se enfrentaron un terrible combate, que él salió perdiendo.
-Lo siento...- rascó su nuca, nervioso. No quería volver a luchar contra ella -Es solo qué, nos hicimos amigos al emprender mi viaje-
-¿Emprender tu viaje?- bajó la guardia al escucharlo -¿Y tus amigos?- él la miró extrañado.
-Si, tus amigos- repitió y guardó la daga en su bota, empezando a mover sus brazos en vaivén. Él la ponía nerviosa -Las personas que viajaban contigo...- lo miró a los ojos -Ellos son tus amigos, ¿Verdad, Keilot?-
Perdió el aliento. Ella lo llamó por su nombre. Sentía que su estómago se estrujaba y su corazón palpitaba sin control, pero no podía perder la compostura y correr a besarla como un psicópata depravado.
-Si, si- respondió, rápidamente -Ellos son mis amigos- miraba en todas direcciones buscando algo que decir -Decidimos separarnos porque estoy buscando a alguien-
-¿Sí?- preguntó ella, estirando su dedo hacia el pajarito que volaba a su alrededor -¿A quién?-
Tenía la esperanza de que la buscará a ella. Desde que luchó contra él, aquella vez, no había podido quitarlo de su mente.
-A mi esposa-
Los ojos de ella, se entristecieron, automáticamente. Pero era lógico, nadie podía amar a un engendro sin alma.
-¿Por qué me dices preciosa?-
Estaban sentados uno frente al otro devorando manzanas.
-Porque es lo que eres-
La miró a los ojos por mucho tiempo. No quedaba ni rastros de la Dea que él conocía, de la mujer que tanto amaba y quería recuperar.
-¿Qué es lo que recuerdas después de lo del reino?- Cuestionó con interés.
Según pudieron concluir, los recuerdos de ambas, todo lo que eran y todo lo que vivieron a lo largo de los años, fueron borrados productos de la explosión. Pero mantenían la esperanza de sea algo pasajero o temporal, como un efecto postraumático de aquel suceso.
-Pues...- pensó un momento - Después de matar con Gaia a esa mujer, lo último que recuerdo es, despertar y verte a ti con los demás, corriendo en mi dirección- miró sus manos -Me sentía tan aterrada y tan vacía, que lo primero que hice, fue atacarlos- sus ojos estaban perdidos -Estaba sola y no sabía que hacer- suspiró -Te juro que jamás quise hacerles daño-
-Lo sé, preciosa. Lo sé- le apartó el cabello tras la oreja -¿Por qué dices que no tienes alma?- sonrió, mirándola -Tú alma es hermosa, puedo verla- inclinó su rostro a unos centímetros de ella -Soy un vidente-
Acercó su mano izquierda, descansandola en su mejilla con mucho cuidado, como si fuera a romperse o a desvanecerse si lo hacía de golpe. El rostro de ella comenzó a brillar con un pequeño resplandor y cerró sus ojos. Al igual que aquellas letras nornir que se desprendían de la mano de él y se extendían por el cuerpo de ambos, en un extraño conjuro.
-Por favor...- susurró, juntando sus frentes -Regresa-
Flores del cerezo los rodearon, como si fueran delicadas caricias rosadas y explotando en millones de pétalos, cuando ella abrió los ojos. Miles de recuerdos hermosos atravesaron su mente, llenándola de paz, en un instante. Todo había terminado, no había más oscuridad para la heredera del poder de la luna. Había despertado de un profundo y oscuro sueño pero, lentamente, como en un dulce y aletargado suspiro.
-Gracias por traerme de vuelta, Lai-
Lloró de emoción al recordarlo. Lloró de felicidad al saber lo que eran y lo mucho que se habían amado a lo largo de los años. Lloró, sin consuelo y sin parar, al recordarlo todo.
-Dea, amor mío...Volviste-
Pronunció ahogado al verla a los ojos. Ya no serían rojos, nunca más.
-Pues...- movió sus manos fingiendo indiferencia - Continúa buscándola- rascó su frente, incómoda -No pierdas el tiempo aquí conmigo- escarbó el suelo con la punta de su pie -No puedo creer que haya pensado una cosa como esa...- rió entristecida -¿Quién podría enamorarse de una criatura sin alma como yo?- se señaló a sí misma con impotencia -¿Cómo es posible que mi mente haya fabricado esa mentira, esa ilusión?- tiró de su cabello, ofuscada -En ningún universo, un hombre como tú, podría amarme a mí-
Bajó la cabeza, rendida. Pero no contempló lo que él haría a continuación.
-¡No vuelvas a decir una cosa como esa en tu vida, jamás!- exclamó, aprisionándola entre sus brazos con demasiada fuerza -¡Me entiendes, Gaia!- volvió a decir. Se encontraba furioso, no podía tolerar aquello. No podía soportar lo que dijo -¡No lo digas nunca más delante de mí!- ella estaba impactada y petrificada -Me enamoraría una y mil vidas de ti- Declaró al fin, besando sus labios -Y quiero que vuelvas-
El pequeño pajarito voló entre ellos, cegándolos con un intenso brillo que desprendió su cuerpo y convirtiéndose, en una preciosa gema color azúl que se introdujo dentro del pecho de ella, sin que ninguno de los dos pudiera evitarlo. Fue muy rápido, como una puñalada o un disparo al corazón.
Se estremeció, sintió náuseas, falta de aire, un millón de emociones y estuvo a punto de desfallecer cuando todo su ser recordó lo que era antes. Recordó lo que era tener un alma, un hogar, una familia. Pero aún así y a pesar de ese impacto brutal de realidad, al levantar la mirada, no dejó de sonreír.
-Te estabas tardando mucho-
Reclamó entre risas y con lágrimas de alegría en sus ojos. Esos hermosos ojos color avellana que la caracterizaban.
-Si, bonita- le limpió una lágrima que escapó -Yo nací para salvarte-
La Alquimista del Sol, al fin, había recuperado su luz.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro