ÚLTIMO ALIENTO
Avancé decidida con mi vestido veraniego blanco entre el paseo de humedales. La fría neblina estaba calando en mis huesos haciéndome estremecer. Era ahora o nunca.
El cielo nocturno del pantano se había transformado en un diabólico espectáculo de luces del norte. Las luciérnagas y fuegos fatuos reflejaban halos fantasmagóricos sobre los frondosos estanques que me rodeaban y la luna se había desvanecido eclipsada por la gigantesca entidad luminosa áurea que ahora se hallaba frente a mí susurrándome con voces escalofriantes que no pertenecían a este mundo. Sin duda, el hechizo nigromántico había funcionado.
Mi voz se rompió pronunciándola:
―¿Mamá?
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