Querido Evan:

Esta noche brindaré por ti una última vez.

Brindaré por todos los momentos mágicos que vivimos. Por cómo te quedaste a mi lado apoyándome aun cuando todos desaparecieron. Por cómo me mirabas cuando contaba una historia sobre mi familia mientras agachaba la cabeza y me encogía de hombros avergonzado. Por cómo me abrazaste entre lágrimas la noche de septiembre que supiste que nunca nada volvería a ser tal y como era. El día que entendimos que nuestro tiempo juntos estaba llegando a su fin.

La vida nunca fue fácil para ninguno de los dos. Ambos caímos, nos repusimos de las heridas y volvimos a precipitar en picado por un abismo sin fondo del que solo yo logré escapar.

Siempre cuentan la agonía y el infierno de quien lo ha vivido, pero nunca se habla del tormento del que observa en la penumbra sin poder hacer nada por evitarlo, lamentándose y deseando que todo fuese de otra forma.

Y créeme, cariño: habría deseado que todo hubiese tomado otra dirección, no obstante, la mayoría de desenlaces posibles están fuera de nuestro control, escapando de nuestras manos como agua en cesta. El nuestro fue solo uno de los muchos.

Esta velada me he propuesto sonreír por primera vez, volver a salir con las personas que trataron de animarme e intentar juzgar la vida de una forma un poco menos dura, tal y como tú habrías querido. Y qué mejor momento para comenzar con una proposición de tal magnitud que hoy, durante el aniversario de aquella noche en la que ni tú ni yo pudimos cruzar palabra porque estabas demasiado débil como para hacerlo y yo estaba enormemente afligido como para emitir una sola sílaba que no concluyese en sollozo.

Siempre me decías que era demasiado sensible con respecto a lo que sucedía a las personas que me rodeaban, y en efecto, durante este año he advertido cuánta razón tenías, porque una parte de mí murió aquella noche en el hospital mientras me aferraba a tu cuerpo inerte deseando con locura que volvieses a abrir esos ojos ámbar con los que iluminabas mi mundo.

Brindaré por esas manos cálidas deshaciendo mi espalda de hielo, por ese pelo oscuro enredándose entre mis dedos mientras te susurraba cuánto te amaba. Por esa lengua que recorría cada centímetro de mi carne y erizaba uno a uno los poros de mi piel. Brindaré incluso por cada una de las discusiones que acababan en abrazos y lágrimas porque ninguno de los dos se arriesgaba a separarse del otro.

Esta noche brindaré por ti, no por nosotros, y lamentándolo mucho será la última vez.

Después de demasiado tiempo he comprendido algo que ignoraba: Yo todavía sigo vivo.

Te amo y puede que nunca deje de hacerlo. Sin embargo, esta vez, con la mano en el corazón, debo dejarte marchar y decir adiós.

Y lo cierto es que una parte de mí todavía espera que puedas leerlo y comprenderlo.

Gracias por darme alas para volar, aunque luego cayese.

Chris.