AUSENCIA
Empujé la puerta del cuarto de baño con toda la fuerza posible y di un portazo que resonó por toda la casa. La música y las voces humanas podían escucharse de fondo desde el comedor.
Di un suspiro ahogado mientras me aproximaba al lavabo y apoyaba mis manos sobre el borde mirándome al espejo. Las lágrimas comenzaron a escaparse de mis ojos como una presa libera un torrente de agua durante un intenso diluvio para evitar el desbordamiento, y así mismo me sentía yo en este mismo momento, desbordada, rota, decepcionada, hundida. Lo había hecho, otra vez más.
Mis cabellos oscuros estaban pulcramente alisados y repeinados hacia los costados, el rímel había comenzado a esparcirse por mis mejillas formando ríos de sal y cosméticos y el pintalabios destellaba un rojo cereza intenso que sabía, a él le habría encantado besar y morder, como siempre lo hacía.
Mis ojos bajaron y recorrieron cada centímetro de mi cuello hasta tropezar con el colgante de plata que me regaló mi padre por mi decimoquinto aniversario, ese collar clásico que a él nunca le gustó y que iba acompañado de un péndulo de rubí a juego con mi vestido carmesí. Lo acaricié con suavidad y lo apreté con fuerza cerrando el puño a la par que los ojos.
Mi mirada había visto a una chica atormentada, no obstante, mi corazón no había visualizado a nadie en aquel habitáculo frente al espejo. ¿Acaso no era yo la chica de siempre? ¿en qué momento dejé de sentirme segura de mí misma? ¿por qué no me reconozco?
Un par de golpes resonaron en la puerta antes de abrirse. La cabeza de María se asomó con precaución y cerró la puerta tras ella. No parecía sorprendida por verme llorar y se acercó a mí negando con la cabeza y abriéndome sus brazos de par en par, como si ya supiese perfectamente la razón de mis lamentos.
―Cristina cariño, debes dejar de llorar ya... ―Advirtió con un tono de voz tranquilizador.
Me lancé sobre sus brazos sin pensarlo dos veces y la abracé con toda la fuerza que me quedaba. Los espasmos producidos por mi llanto eran cada vez mayores.
―No ha venido, María. ―Murmuré entre sollozos. Mi amiga me acarició la cabeza mientras trataba de calmarme como podía. ―Después de la discusión me prometió que vendría y no lo ha hecho, ni siquiera sabiendo lo importante que era para mí que él estuviese aquí hoy...
―Lo sé, cielo, lo sé. ―Confesó de forma dulce cogiendo aire. ―¿Y qué esperabas? Te ha dejado plantada muchas otras veces en el pasado... y seguirá haciéndolo, no importa cuánto signifique algo para ti, él solo piensa en sí mismo.
Y odiaba admitirlo, pero María tenía razón. Siempre lo justifiqué creyendo que tenía cosas más importantes que hacer, que ya pasaba demasiado tiempo conmigo o que simplemente era muy pesada y debía darle un poco de espacio. Aguanté que no asistiese a mi graduación, soporté que cancelase muchas cenas con mi familia con media hora de antelación e incluso lo defendí cuando no asistió al funeral de mi padre... y no lo merecía.
¿Y cómo respondes a tus amigos y familiares cuando te preguntan sobre él y tus lágrimas se escapan delante de toda la gente que conoces?
¿Cómo les explicas que tu pareja tenía cosas más importantes que hacer que estar contigo apoyándote en un día como este?
¿Cómo puedes ser feliz cuando la persona que más necesitabas a tu lado es la única que no ha venido?
Todo pudo haber sido tan distinto...
―Vales más que eso, Cris, no permitas que suceda más. ―Aseguró la voz de María pacientemente, interrumpiendo mis cavilaciones. ―Está en tu mano, lo sabes. ―Yo asentí.
Levanté la cabeza más segura de lo que había estado en los últimos días y observé como el teléfono estaba vibrando sobre el aparador del baño, era él, me estaba llamando.
Cogí el móvil con la mano temblorosa, respiré profundamente y tras unos segundos de reflexión abrí la llamada con la voz y la mirada apagadas pero las ideas más claras que nunca.
―Cris... feliz cumpleaños. ―Pronunció de forma fría. ―Siento no haber ido, amor, estaba en el local con unos colegas, ya sabes. ―Expresó con una voz neutral sin darle la más mínima importancia.
―Sí.―Agregué sin ser capaz de aguantar un minuto más de conversación y finalizando la llamada antes de venirme abajo. ―Yo también lo siento.
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