El león y la rosa
Esta historia pertenece al baúl de cuentos del tío SilentDrago.
Gente, desde La princesa de ojos incoloros que no les traía un cuento del tío SilentDrago. En esa ocasión, la pareja principal era la de Alisa y Yukiho, una que no protagoniza muchas historias. Pues bien, hoy le tocó el turno a la última pareja canon de Love Live, posiblemente más postergada que la mencionada con anterioridad.
En una época antigua, vivía un hombre que tenía una única hija, la cual era su persona más preciada. Siendo comerciante, debía pasar largos períodos de tiempo fuera de casa para obtener y vender productos, trayéndole siempre algún regalo a su querida Anju, que ella aceptaba con mucho gusto.
Cierto día en el que se disponía nuevamente a partir, le preguntó qué quería que le trajera, a lo que esta respondió.
―Me gustaría una rosa.
―¿Una rosa? ¿Segura de que no quieres algo más... valioso?
―No, papá. Solo quiero una rosa.
Estando ad portas del invierno, la posibilidad de encontrar una en el camino era prácticamente nula. Sin embargo, por el amor que le tenía a su hija, el padre aceptó darle lo que pedía.
Al amanecer, acompañado de un criado, el mercader dejó su hogar en su carruaje con dirección a otras tierras. Pudo cumplir sus trámites con éxito y unas semanas después se dispuso a regresar a casa. No obstante, todavía tenía que encontrar la rosa para su hija Anju. Buscó en todas las tiendas de flores que se topó, pero no obtuvo resultados. Frustrado, se vio obligado a volver sin el regalo prometido, pero para su fortuna, en su camino se internó en un bosque, en medio del cual se levantaba un enorme palacio, y a las afueras de este, un rosal lleno de rosas rojas.
―Señor, de ahí puede sacar la rosa que le pidió su hija ―dijo el criado.
―Es verdad. Detén el carruaje. Voy por una.
En cuanto el carro dejó de avanzar, el mercader se bajó y se acercó al rosal, pero cuando estaba por tomar una flor, se halló frente a un enorme y amenazante león, con una melena morada vinosa y ojos color celeste.
―¡Aléjate ahora mismo de mi rosal si no quieres perder la vida! ―rugió.
Notando que la advertencia iba en serio, el hombre suplicó clemencia.
―¡Por favor, no me lastimes! ¡No sabía que el rosal era tuyo! Yo solo... quería tomar una rosa para llevársela a mi hija, que me espera en casa.
El león gruñó enfurecido por las palabras del mercader.
―¡Te daré lo que quieras! ¡Perdóname la vida!
―... Está bien. Te dejaré irte con una rosa ―lo reconsideró―, pero con una condición: deberás enviarme lo primero que salga a recibirte cuando llegues a tu casa.
―Pero... podría ser mi hija.
―Esos son mis términos. O lo haces o acabo contigo ahora mismo, y si intentas hacerte el listo conmigo, te buscaré y te convertiré en tiras de carne.
Viéndose entre la espada y la pared, el mercader aceptó.
El regreso a casa fue bastante triste. En lo único que pensaba el hombre era en qué pasaría si fuera Anju quien lo recibiera primero.
―Descuide, señor. Podría ser un perro o un gato ―dijo el criado.
―... Sí... Tienes razón. No necesariamente tiene que ser Anju.
Lamentablemente, los temores del mercader se hicieron realidad cuando, tras divisar el carruaje por la ventana, su hija salió a toda prisa de la casa para saludar a su padre.
―¡Papá, papá! ¡Por fin volviste! ¡Y trajiste la rosa!
El que debía ser un momento feliz se convirtió en uno de dolor. De manera espontánea, el mercader comenzó a llorar.
―Papá, ¿qué pasa? ―preguntó Anju con preocupación.
―... Te lo diré cuando entremos ―respondió él como preparándose mentalmente para lo que se venía.
Una vez que ambos ingresaron a su hogar, el hombre le contó a su hija el costo de la rosa, rogándole de paso que no fuera a encontrarse con el león.
―Si te ve, lo más probable es que te mate, y yo no quiero perderte.
―Pero si no voy, tú serás el que muera. Además, le diste tu palabra. Tengo que ir. Quién sabe, quizás pueda calmarlo y volver aquí después.
A pesar de las aprensiones iniciales del padre, finalmente permitió que Anju fuera a enfrentar a la bestia, dándole la ubicación del castillo.
Nada más amanecer, la pelicobriza salió de su casa y se internó en el bosque. Sin embargo, recién logró dar con la morada del león al ponerse el sol. Tras su llegada, entró y se encontró con amplios pasillos iluminados por antorchas en los que ni un alma se veía. Estaba sorprendida, pues esperaba encontrarse a un fiero animal con ánimos de despedazarla y de eso, nada hasta ese momento.
«¿Acaso me equivoqué de lugar?», pensó.
Sus pasos la llevaron a un gran comedor, en donde una chica más alta que ella y con un largo cabello color morado estaba sentada. Esta, al ver entrar a Anju, se levantó y se acercó despacio.
―Supongo que tú fuiste la primera que salió a recibir al tipo que se llevó la rosa. ¿O me equivoco?
―Eh..., sí, soy yo. ¿Pero cómo lo sabes? Papá dijo que este castillo era de un león. Tú eres humana, eso creo.
La pelimorada lanzó un suspiro de desaliento.
―Sí y no. Soy humana, pero a la vez no lo soy, porque ese león que tu padre vio está aquí ahora mismo, frente a ti.
―... ¿Eres tú? ¿Pero cómo...?
―¿Por qué no te sientas? Así puedo explicarte todo.
Anju se sentó en la silla enfrente de la de su anfitriona.
―Yo soy la princesa Erena, soberana de estas tierras. Hace algunos años, una bruja lanzó un encantamiento sobre mí y mis sirvientes porque no quise casarme con ella. Por ese motivo, durante el día todos nos convertimos en leones; solo recobramos nuestra forma humana al anochecer.
―¡Es horrible! ¿Y hay alguna forma de romper ese hechizo?
―La única forma es con un beso de amor verdadero ―ralentizó su voz― en el castillo de ella.
La incertidumbre que Anju sentía al llegar se convirtió en compasión. Se veía que Erena no la estaba pasando bien.
―Pero ahora no quiero que tu ánimo decaiga con historias tristes. Debes tener hambre. ¿Qué tal si cenamos?
―Suena bien. No he comido en horas.
La princesa llamó a un sirviente y lo mandó a traer la cena.
―Por cierto, no me has dicho tu nombre.
La pelicobriza sonrió.
―Soy Anju.
―Me alegra que hayas sido tú la que viniera. No habría podido conversar con un perro o un gato.
―Supongo que no ―le dijo una risueña pelicobriza―. Por cierto, yo pensé que ibas a comerme en cuanto llegara.
―No como carne humana.
Con el paso de los meses, Anju y Erena comenzaron a conocerse cada vez más. La pelicobriza se dio cuenta de que detrás de la imponente apariencia de su anfitriona, había una persona muy agradable. Incluso comenzó a dormir durante el día para poder pasar más tiempo con ella. La convivencia derivó en algo más profundo entre ambas, al punto que les fue innegable aceptar sus sentimientos. Eventualmente, acabaron casándose y teniendo dos hijas, a las que llamaron Sarah y Leah.
Unos años después, una noticia llegó a los oídos de la princesa Erena.
―Anju, escuché de que tu amiga Tsubasa va a casarse.
―¡¿En serio?! Hace mucho que no veo a Tsubasa. ¿Supiste con quién?
―Creo que con la hija de un vendedor de dulces.
―¿Podemos ir? Las niñas podrían quedarse con los sirvientes mientras nosotras vamos a la boda.
―Es que..., Anju..., ya sabes, el tema del hechizo...
―Cierto, la otra parte.
Resultaba que Erena no solo había sido hechizada para convertirse en león: si se alejaba de los terrenos del castillo y la tocaba la luz del sol, se transformaría en una paloma y quedaría condenada a volar alrededor del planeta durante los siguientes siete años.
―... Pero en verdad quiero ver a Tsubasa ―dijo Anju con pena.
―... ¿Y si tapamos las ventanas del carruaje para que no entre la luz del sol? También podríamos buscar un alojamiento en el que pueda mantenerme en la oscuridad.
―¿En serio podemos? ¡Gracias! ―exclamó la pelicobriza mientras abrazaba a su esposa, quien se sonrojó en un santiamén.
Se realizaron los preparativos necesarios para que Anju y Erena asistieran al matrimonio de Tsubasa. Sobre el evento, todos los invitados se sorprendieron de ver llegar un carruaje tirado por leones y con las ventanas tapadas, pero en cuanto una chica de cabello cobrizo bajó de él, los comentarios no se hicieron esperar.
―Tsubasa, muchas felicidades por tu boda.
―¡¿Anju?! Pero pensé que... Pensamos que... Tu papá... Él...
―No, aún estoy viva y muy bien ―rio intuyendo lo que quería decirle.
―¿Anju?... ¿Eres tú? ―preguntó una voz masculina que se acercaba.
―... ¿Papá?
Padre e hija se reencontraron después de muchos años. Las emociones no se hicieron esperar, con un abrazo que enterneció a todos los invitados a la boda.
―Pensé que el león te había matado.
―Perdón por preocuparte, papá. Pasaron muchas cosas que... me impidieron venir antes.
Anju le contó a grandes rasgos qué había sido de su vida, siendo su matrimonio y el haber sido madre dos de los hechos más importantes en su narración.
―¡¿Te casaste?! ¡¿Y ahora tengo nietas?!
―Sí, aunque ellas no vinieron hoy.
―¿Y con quién te casaste?
Anju miró al horizonte; el sol ya no se veía. Por su parte, los leones que tiraban del carruaje se convirtieron en seres humanos, para el asombro de todos.
―¡Erena, puedes salir! ¡Ya está oscuro!
La princesa salió de su refugio, manifestando su regia presencia.
―Papá, Tsubasa, ella es la princesa Erena, mi esposa y madre de mis hijas. ―La presentó Anju mientras la abrazaba―. Papá, ella y tú ya se conocían, aunque las circunstancias no fueron las mejores.
―Yo era el león que lo encaró hace tiempo. Lamento mucho si lo asusté esa vez.
―P-P-Pero...
Erena le explicó su condición con lujo de detalles.
―Por cierto, necesitaremos un lugar para dormir en el que el sol no entre. Tsubasa, ¿tienes un lugar así?
―Creo que podrían ocupar la habitación trasera. Hay una cama ahí, pero nadie la usa porque no tiene ventanas. ¿Tú qué opinas, Honoka? ―le preguntó a su flamante esposa.
―Por supuesto que sí. Las amigas de Tsu-chan son mis amigas también.
Al concluir la fiesta, Anju y Erena se quedaron en el cuarto trasero con una lámpara de aceite como única fuente de luz. La pelicobriza hablaba con su mujer de todo lo vivido horas antes, mostrando una evidente emoción cuando llegó al reencuentro con su padre y su amiga.
―Me encantaría que conocieran a las niñas algún día.
―Ojalá se pueda. Si tan solo lograra acabar con esta maldición, las cosas serían más fáciles.
―Tranquila, Erena. Ya encontraremos una forma, aun si tenemos que enfrentarnos a esa bruja.
Ambas se dieron un rápido beso en los labios.
Aunque las chicas se habían acostumbrado a la vida nocturna, el viaje y la fiesta terminaron agotándolas, por lo que se acostaron y se durmieron enseguida. Una completa oscuridad envolvía el cuarto, lo que las hacía sentirse completamente seguras. Sin embargo, llegado el amanecer un único rayo de sol se coló por un minúsculo agujero en la madera, dando directamente en Erena. Nada más sentir algo de calor en la cara, se despertó y gritó aterrorizada:
―¡ANJU!
El grito de su esposa despertó a la pelicobriza, quien se vio envuelta en oscuridad. Sin embargo, al percibir arrullos y darse cuenta del agujero en la pared, comprendió de inmediato qué había pasado.
―¡No, Erena!... Erena... ―murmuró mientras sus ojos se humedecían.
Ninguna de las dos lo sabía, pero afuera se encontraba una mujer vestida con una túnica que sonreía con maldad.
«Yo sabía que algún día ibas a caer, primor», pensó antes de esfumarse.
Desesperada, Anju abrió la puerta para comprobar los hechos. En cuanto lo hizo, una paloma blanca salió volando de la habitación. En su nuevo estado, el ave le dedicó una mirada triste a su esposa, quien le respondió de la misma manera.
―Erena... ¿cómo pudo pasar esto?
―Anju, no te culpes por esto. Este fue un riesgo que tomamos. ―Agachó la cabeza―. Por desgracia, por culpa de este hechizo maldito, estoy condenada a volar alrededor de la Tierra durante los siguientes siete años. Durante ese tiempo, dejaré caer una pluma blanca de tanto en tanto; síguelas y podrás encontrarme.
―Siete años... Estaré alejada de todos: de las niñas, de papá, de Tsubasa...
A pesar del enorme sacrificio, Anju estaba determinada: rompería la maldición que recaía sobre Erena y ambas vivirían felices como la familia que eran.
―Erena..., te seguiré. Prometo que te seguiré adonde quiera que vayas.
―Confío en ti, amor.
Dicho eso, la paloma se echó a volar, dejando caer la primera pluma.
Presurosa, Anju dejó un mensaje para Tsubasa y los guardias que las trajeron, en donde se disculpaba por irse sin avisar y les pedía que cuidaran de sus hijas, así como que les explicaran el porqué de su partida. Luego de eso, comenzó a seguir el rastro de plumas de Erena. Durante siete largos años estuvo dedicada a esa tarea, visitando lugares en los que jamás hubiese pensado estar. Sin embargo, llegado a un punto, Anju dejó de encontrar plumas en su camino. Tampoco había rastros de la paloma. Viéndose sola y sabiendo que ninguna persona podría ayudarla, le habló al sol con la esperanza de que hubiese notado algo:
―Disculpe, señorita sol, ¿ha visto volar a una paloma blanca por aquí?
El sol, encarnado en una chica rubia de ojos azules, dijo:
―Lo siento, la perdí de vista. A propósito, lamento ser la causante indirecta de tu desgracia. Te daré esto como compensación. No es mucho, pero ojalá te sirva en caso de que tengas un apuro.
El sol le entregó una caja dorada a Anju.
―Quizás mi esposa la luna la haya visto ―agregó.
Tras agradecerle al sol, la pelicobriza siguió su andar hasta que se hizo de noche. Al ver a la luna, la interrogó como hiciera con su esposa:
―Disculpe, señorita luna, ¿ha visto a una paloma blanca volar por aquí?
La luna, encarnada en una chica de cabello morado y ojos turquesa, le respondió:
―Lo lamento, desde hace un tiempo que no la veo. No sé dónde estará ahora.
Anju agachó la mirada con pena.
―Hay algo más que quiero decirte ―prosiguió la luna―. Hablé con mi esposa y está arrepentida por lo que pasó. Sé que ella te dio algo para ayudarte en tu búsqueda; yo también lo haré.
La chica recibió un huevo dorado de manos del astro, quien le dijo que lo rompiera únicamente en caso de necesidad. Tras el respectivo agradecimiento, Anju continuó su marcha, deteniéndose solo cuando sintió soplar al viento del norte.
―Disculpe, señorita viento, ¿ha visto a una paloma blanca volar por aquí?
El viento, encarnado en una chica de cabello azul y ojos marrones, le dijo:
―No, no he visto nada, al menos no recientemente. Quizás los otros vientos notaron algo.
―¿Los otros vientos?
―Sí, mi esposa, el viento del sur; mi amiga, el viento del oeste; y la esposa de esta, el viento del este.
―¿Pero cómo hablaré con ellas? Por favor, señorita viento, esto es urgente.
―Trataré de llamarlas. Dame unos minutos.
Comenzó a soplar una fría ventolera por todo el lugar. Anju tuvo que abrazarse a sí misma para calentarse un poco. El esfuerzo, sin embargo, valió la pena, pues tres chicas, una pelirroja, una pelinegra y una peligris, se hicieron presentes.
―Aquí están. Pregúntales lo que quieras ―dijo el viento del norte.
―Señoritas viento, ¿han visto a una paloma blanca volar por aquí?
―No vi nada ―respondió secamente el viento del oeste, la pelirroja.
―Yo tampoco. Solo me dediqué a flotar por ahí ―comentó el viento del este, la pelinegra, con despreocupación.
―¡Yo sí la vi! Se fue volando en esa dirección ―mencionó el viento del sur, la peligris, mientras apuntaba a un risco junto al mar, muy lejos de donde se encontraban―. Pero ahora no es una paloma: se convirtió en un león de un momento a otro.
―¡Es ella! ¡Es mi esposa Erena!
Saber que la princesa había dejado de ser una paloma le provocó una tremenda alegría, al punto que algunas lágrimas brotaron de sus ojos.
―¡Tengo que ir a verla!
―Espera, hay una cosa más que debo decirte: ahora mismo está peleando con un dragón, pero ese dragón no es uno cualquiera. En realidad es una bruja.
Anju supuso que sería la misma que hechizó a Erena años antes. Su estómago se retorció por la incomodidad.
―Junto al mar y luchando con una bruja... ―murmuró el viento del norte―. Solamente hay una forma en que tu esposa pueda derrotarla. Allá en la costa crece un cañaveral; cuenta las cañas y corta la undécima. Úsala después para golpear al dragón en cuanto lo veas: eso hará que ambas combatientes recuperen su forma humana.
―¿Eso romperá el hechizo? Erena me dijo que...
―Es algo temporal ―aclaró el viento. Tras eso, prosiguió―. Como decía, golpea al dragón con la caña. Después, verás a un grifo en las cercanías. Con él, tu esposa y tú podrán regresar a casa.
―A casa... con las niñas... Hace siete años que no las veo. A esta altura ya deben haber empezado a estudiar... Las extraño mucho. ―Una lágrima se le escapó.
―Sin embargo, los grifos son criaturas orgullosas. No puedes montar uno sin pedirle por favor que te lleve a tal o cual lugar. Ten eso en mente.
Tras agradecerle a los cuatro vientos, Anju continuó su camino. Ya sabía dónde estaba Erena, y no pensaba volver a casa sin ella.
Al llegar a la costa, encontró el cañaveral del que le habló el viento del norte. Cortó la undécima caña y después se acercó al área del risco: ahí vio a quien tanto había buscado.
―¡Erena!
Como dijo el viento del sur, la princesa había vuelto a ser un león y luchaba contra un enorme y amenazante dragón. Desesperada por ayudar a su esposa, Anju arrojó la caña con fuerza golpeando al reptil en el estómago, causando que este se desconcentrara y que el león pudiese remontar y salir victorioso. Inmediatamente después, ambas contrincantes recuperaron su forma humana, por lo que Anju fue corriendo a ver cómo se encontraba su esposa.
―¡Erena! ¡Erena, soy yo! ¡Por fin te encontré!
Para mala fortuna de la pelicobriza, la bruja logró reponerse primero y, usando un hechizo, dejó incapacitada a la princesa.
―¿En serio creíste que las cosas serían tan fáciles? Métetelo bien en la cabeza: Erena es mía ―le dijo burlándose antes de desaparecer con ella.
―No..., Erena...
Abrumada por haberla perdido de nuevo, Anju comenzó a llorar. Sin embargo, no dejó que la pena la consumiera. Tras darse nuevos ánimos, se dispuso a encontrar a su esposa otra vez.
―¡Bruja, si crees que ya me ganaste, te equivocas! ¡Ella me eligió a mí, y no importa lo que tenga que hacer ni a donde la lleves, voy a recuperarla! ―le gritó al aire.
Una suave brisa comenzó a soplar nada más dejó de hablar. Fue entonces que se percató del grifo que descansaba en la arena.
«No logré que Erena volviera conmigo en esta ocasión, pero quizás todavía pueda usar al grifo para que me ayude», pensó.
Con mucho cuidado, Anju se subió al lomo del animal, procurando no interferir con la extensión de sus alas. Casi al instante, el viento sopló a su favor.
―Por favor, llévame con Erena.
El grifo dio una breve carrera y se echó a volar, siguiendo la dirección que le señalaba la brisa. Pasaron horas antes de que la bestia alada aterrizara, justo frente a un castillo que se alzaba majestuoso en un remoto pueblo.
―Supongo que este es el castillo de esa secuestradora ―se dijo Anju con rabia.
Dando una vuelta a la localidad, se enteró de que la dueña se casaría ese mismo día con una misteriosa mujer.
«Así que me la roba y ya quiere casarse con ella. No lo permitiré».
Decidida a impedir esa boda a como diera lugar, Anju recordó los regalos que le dieron el sol y la luna. Sacó la caja del sol y de ella obtuvo un vestido dorado casi tan brillante como el astro rey. Rápidamente se lo colocó y entró en los terrenos del castillo, llamando la atención de todos los presentes, en especial de la bruja, quien la reconoció.
«Esta tipa vino a interrumpir mi matrimonio..., pero ese vestido... Debo tener ese vestido. Sería perfecto para casarme con mi Erena. Veré qué pretende, le quitaré el vestido y la echaré de aquí».
La bruja se acercó a Anju y le dijo con actitud altanera:
―¿Qué es lo que quieres?
―Ya sé cuáles son tus intenciones; pero Erena y yo hemos compartido muchos años de nuestras vidas. Fue mi compañera, mi amiga, la madre de mis hijas... No puedo hacer nada contra ti y tus poderes, pero al menos déjame ir a su habitación y despedirme de ella.
―Solo si me das ese vestido que estás usando a cambio.
―Como digas.
Una mucama llevaría a Anju a una habitación distinta mientras tanto, pero antes de llevarla ahí, y a espaldas de la pelicobriza, esta habló con la bruja, quien le dijo:
―Dale una poción para dormir a Erena y asegúrate de que se la tome. No quiero que reaccione a la presencia de esa indeseable.
Minutos después. Anju fue guiada a la habitación de su esposa. Esta dormía profundamente, sin percatarse de nada.
―Erena..., amor... ¿me escuchas? Soy yo, tu Anju. Te he seguido por siete años, he recorrido todo tipo de lugares por ti. ¿Me recuerdas todavía? ―le preguntó con lágrimas en los ojos.
La princesa no respondió: los efectos de la poción habían sido muy fuertes.
―Bueno, bueno, ya pasó mucho tiempo. Márchate ―dijo la bruja mientras entraba a la habitación. Para entonces estaba vestida con el vestido dorado.
―¡Pero todavía...!
―¡Ya hablé! ¡Fuera!
Anju se vio fuera del castillo, sin su esposa y sin vestido dorado.
«Si cree que con eso bastará, se equivoca. Todavía me queda un truco bajo la manga».
Sin pensárselo mucho, sacó el huevo que le dio la luna y lo quebró. De él salieron una gallina y doce polluelos dorados, lo que le dio a Anju una nueva idea.
«Esto tiene que funcionar».
En una tienda compró la ropa más humilde que encontró; tenía que hacerse pasar por una campesina para su plan. Después volvió a entrar al castillo cargando a la gallina y a los polluelos, llamando nuevamente la atención de la bruja, quien en esta ocasión no la reconoció.
«Ahí está Erena, todavía dormida frente al altar ―pensó Anju, entristecida―. No importa, esta vez no me iré sin ella».
―¿Quién eres y qué traes ahí? ―preguntó la hechicera mientras se acercaba.
―Soy una humilde aldeana que vino a rendir honores por el matrimonio. Vengo con un regalo para la novia ―respondió la pelicobriza mientras enseñaba a las aves.
―¡Dámelo! Yo misma se lo entregaré.
En cuanto la bruja colocó sus manos en uno de los pollos, este se ennegreció y dejó de moverse, casi como si hubiese muerto.
―Creo que es mejor que lo entregue personalmente. Con permiso.
Anju se acercó a Erena ante la mirada atónita de la bruja. Una vez que estuvo lo suficientemente cerca, comenzó a hablarle con suavidad:
―Erena..., Erena, soy yo, Anju. Volví por ti... No dejaré que estos siete años hayan pasado en vano.
Al parecer los efectos de la poción estaban disminuyendo, pues la pelimorada movió levemente los ojos y lanzó un bostezo. De ahí despertó por completo, reaccionando con alegría al ver que quien estaba frente a ella era su amada Anju.
―¿Anju?... ¿De verdad eres tú?
―Sí..., soy yo ―respondió llorando.
Sin perder tiempo, ambas se besaron, su primer beso en siete años. Con aquel beso, todos los hechizos de la bruja se rompieron; después de todo, estaban en su castillo.
―¡NO! ¡SE SUPONÍA QUE ESTO NO PASARÍA! ¡SE SUPONÍA QUE YO ME QUEDARÍA CON ERENA! ¡UN BESO EN MI PROPIO CASTILLO! ¡NOOOOOOO!
Derrotada, la bruja se desplomó. Sus poderes mágicos se desvanecieron en el proceso.
―Te lo dije: ella me eligió a mí ―le reprochó con dureza Anju mientras la miraba. De ahí volvió a enfocarse en Erena.
―Sabía que había escuchado tu voz. Eso me ayudó a despertar ―le dijo esta antes de besarla nuevamente.
―Ya que todo esto terminó y no tenemos nada más que hacer aquí, creo que será mejor que nos vayamos ―comentó Anju―. Por fin volveremos a casa.
―Tú y yo, como siempre debió ser.
Sin importarles las miradas de los presentes, Anju y Erena dejaron el castillo y subieron al lomo del grifo, que las esperaba afuera.
―No esperaba que tuvieras un transporte tan particular ―señaló la pelimorada.
―Tuve mucha ayuda ―atinó a decir la pelicobriza―. Por favor, llévanos a casa.
Apenas el grifo extendió las alas, una brisa comenzó a soplar. La bestia se guio por ella, llegando a los terrenos de Erena después de un par de días.
―Hogar, dulce hogar ―dijo Anju lanzando un suspiro.
―Siete largos años que finalmente terminaron ―agregó Erena.
Tras darle las gracias al grifo, las chicas entraron al castillo y se dieron cuenta de que los sirvientes ya no eran leones, sino personas como ellas, a pesar de que el sol alumbraba con fuerza. Eso causó la alegría de ambas, pero no tanta como lo que vino después, cuando dos niñas se hicieron presentes en el salón, atraídas por la algarabía.
―¿Qué está pasando? ―preguntó la mayor.
―Sí, no pueden ser tan ruidosos ―se quejó la menor.
―Sarah..., Leah..., niñas... ―Anju luchaba por contener las lágrimas, pero no pudo hacerlo. Como impulsada por un resorte, corrió hacia ellas y las abrazó lo más fuerte que pudo.
―¡Las extrañé mucho! ¡Demasiado!
―Onee-sama, ¿sabes quién es ella?
―No lo sé.
El corazón de Anju se detuvo por unos instantes: escuchar aquello le dolió.
―Niñas, ¿acaso no nos recuerdan? ―preguntó Erena mientras se acercaba. Al igual que Anju, tenía sus ojos humedecidos.
―¿Sus tías Tsubasa y Honoka no les hablaron de nosotras? ¿Y su abuelo?
―No, ellos siempre nos contaban que mami tuvo que ir a rescatar a mamá porque... ―Sarah se detuvo y miró a Anju nuevamente; pareció darse cuenta de algo―. ¿Mami? ―Después miró a Erena―. ¿Mamá?
Visiblemente emocionadas, ambas asintieron y se fundieron en un abrazo grupal.
―¡Sí, somos nosotras, mis amores! ¡Por fin volvimos a casa y ya nunca más nos iremos!
Las niñas se quebraron y se aferraron con fuerza a sus madres, para felicidad de los sirvientes.
Finalmente, tras muchas penurias, Anju y Erena podrían vivir en paz con sus hijas. Con el tiempo, les fueron contando a estas todo lo ocurrido, aunque hubo un par de cosas que siempre les costó creer. De todas formas, después de lo que habían vivido, eso era lo de menos.
Dos hitos se produjeron aquí: uno, por fin el EreAnju es el ship principal; dos, Erena no es la villana del cuento (ya era hora). Por cierto, sobre la obra original, es de los hermanos Grimm y se llama La alondra cantarina y saltarina. Me basé tanto en ella como en un par de adaptaciones que encontré en Youtube, así que hay ciertas modificaciones. Por ejemplo, lo de Anju siendo hija única, el regalo del padre (la rosa aquí, la alondra en el cuento), el origen de la maldición (nunca se explica en la obra de los Grimm), etc.
A propósito, quiero aprovechar de hablarles brevemente de una técnica narrativa presente en ambas versiones: el Macguffin. Este término, popularizado por Alfred Hitchcock, trata sobre elementos que ayudan a que la trama avance, pero que no son relevantes para la misma. En este caso, tanto la alondra como la rosa serían Macguffins; ayudan a que el príncipe y la hija del mercader, o Anju y Erena, se conozcan; pero después dejan de ser importantes. Otros ejemplos en la cultura popular son las Esferas del Dragón en Dragon Ball o el inicio de un capítulo de Los Simpson.
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