9: Violetas
Durante la secundaria, solía pasar muchas de mis tardes en casa de Minho. Su casa no era tan grande como la mía, pero vivía cerca del instituto y tenía muchos cómics interesantes. Aun así, tardé años en cruzarme con sus padres. Minho no hablaba mucho de ellos, pero alguna vez comentó que solían regresar muy tarde del trabajo.
No parecía molestarle. Minho no era una persona muy apegada a los demás; prefería ir a la suya y era feliz con que no perturbaran su paz. Pero una vez lo conocías mejor, si prestabas un poco de atención en sus reacciones, casi imperceptibles pero presentes, reconocerías que debajo de esa fachada de indiferencia había cierto dolor por la ausencia de sus padres. Era comprensible; todos queremos tener una buena relación con nuestros padres.
Y como cualquier otro niño, Minho también quiso eso. Pero a veces no es posible. Y Minho simplemente se acostumbró a esa falta de atención.
—Minho, cariño, ¿eres tú?
Ese día, como de costumbre, Minho me había invitado a pasar la tarde en su casa. El clima era frío y no tenía nada mejor que hacer, así que no me lo pensé mucho al aceptar su propuesta. Sin embargo, ninguno esperó que hubiera alguien más en la casa cuando llegamos. Lo primero que capté fue un delicioso aroma a galletas recién hechas. La calefacción estaba encendida, así que el clima ahí dentro era completamente opuesto al que hacía en la calle.
Minho tenía la misma cara de sorpresa que yo, así que no fue difícil deducir que él tampoco esperaba encontrar a su madre en casa a esas horas.
—¿Qué haces aquí, mamá?
A pesar de la sorpresa, Minho mantenía su preciada calma intacta. Era su madre; a fin de cuentas, no había nada que temer.
—¿Qué formas de recibir a tu madre son esas, jovencito?
La señora Lee apareció por el umbral de la puerta con un delantal y un cucharón de madera. Minho y su madre eran dos gotas de agua, tan parecidos que nadie dudaría de que era su madre biológica. No obstante, ambos desprendían energías totalmente opuestas. Minho mantenía su ceño fruncido a todas horas, apenas hablaba con aquellos que no eran de su confianza y en su rostro no se encontraba ni un ápice de simpatía. Por otro lado, a diferencia de lo que imaginé hasta el momento, la señora Lee poseía una cálida sonrisa y una voz dulce; transmitía una sensación de paz y tranquilidad casi al instante.
—Oh, ¿has traído a un amigo? —preguntó en cuanto notó mi presencia.
Hice el amago de hablar, pero sólo logré hacer una reverencia respetuosa hacia la mayor, siendo ganado por mi timidez. Por suerte para mí, Minho me conocía bien, así que no tardó en echarme una mano.
—Se llama Jisung, va a mi instituto.
—¡Es un gusto conocerte, Jisung! Soy la mamá de Min —su carácter extrovertido me sorprendió. Estaba acostumbrado a juntarme con personas introvertidas, así que no sabía bien cómo manejar explosiones de energía tan repentinas. —Pensaba que Changbin era su único amigo, ¡pero me alegra ver que va expandiendo su círculo social!
Me miró fijamente. Su ilusión era palpable. Hasta el momento creí que sería una de esas madres que no tienen mucho interés en sus hijos. Pero los ojos no mienten, y los suyos desbordaban amor y preocupación por su hijo.
Minho se aclaró la garganta, llamando la atención de ambos. Por unos momentos había olvidado que él también estaba presente en el lugar: —Jisung es la excepción. No necesito más amigos.
—¡No digas eso! Debes socializar más, Minho. No quiero que te quedes solo.
El comentario no pareció hacerle mucha gracia, porque tensó su mandíbula e ignoró las palabras de su madre. Sin saber muy bien qué hacer, seguí a Minho por la cocina; sobre la encimera se encontraban unas galletas recién horneadas, lo que explicaba el aroma que nos recibió al llegar. Entramos a su habitación; Minho no tardó en tirar su mochila al suelo y cerró la puerta en cuanto entré. Hice lo mismo, pero con más delicadeza; tener dinero no implicaba descuidar mis pertenencias.
—¿Te has enfadado?
—No.
Se cruzó de brazos, sentado al borde de la cama. Tal vez no era molestia la emoción que predominaba en él, pero sabía que algo no estaba bien. A diferencia de lo que pensé, la presencia de su madre no le hizo especial ilusión. Pero tampoco parecían tener una mala relación. ¿Acaso era de esas madres que aparentaban ser buenas frente a los demás, y a puerta cerrada eran unos demonios?
—¿Entonces por qué estás de mal humor? —Me senté a su lado. Mirar a los ojos no era uno de mis puntos fuertes, en especial si se trataba de Minho; sus ojos eran de lo más honestos. Si le caías mal, te lo haría saber con tan sólo una mirada cargada de odio. Sin embargo, el diario que leía mi padre cada mañana afirmaba que mirar a los ojos a alguien cuando te está contando sus problemas transmite seguridad y calma, así que hice el esfuerzo por él.
—Siempre estoy de mal humor.
Bueno, quizás esto sería más difícil de lo que pensaba. Minho era muy cerrado cuando se trataba de expresar sus sentimientos.
—Aun así algo te afecta —puse mi mano sobre la suya, tratando de mostrarle mi apoyo. —Eres completamente capaz de manejar tú solo lo que sea que te haga sentir mal, pero me tienes aquí para ti. A veces va bien desahogarse un poco, ¿no?
Mis palabras parecieron tener cierto efecto en él. Miró de reojo la puerta, como si temiera que su madre pudiera escucharnos. Fue la primera vez que me permitió ver una parte de él más vulnerable. La primera vez que se abrió conmigo de verdad.
—Me molestó su comentario... —murmuró casi inaudible, como si no quisiera que lo escuchara. Me dio una rápida mirada, asegurándose de que lo tomaba en serio, y agachó su cabeza antes de proseguir. —Es irónico que no quiera verme solo cuando fue la primera en hacerlo.
Minho detestaba llorar; alguna vez me lo comentó. Por eso, ver una fina lágrima deslizarse por su mejilla me partió el corazón. No sólo se trataba de su molestia, Minho estaba haciendo un gran esfuerzo por mostrarse tan frágil frente a mí.
—Sé que no lo hace a propósito, pero... No sé qué me pasa, me siento muy molesto sin razón.
No viví la misma situación familiar que él, pero podía entender ese sentimiento. Toda esa tristeza acababa siendo canalizada en forma de rabia. No era algo lindo, y Minho debía estar sufriendo por ello.
—Es normal que te sientas así, debe ser duro para ti —di un apretón a su mano antes de subir mi palma y limpiar su lágrima con el pulgar. —Pero esto tampoco te hace bien. Necesitas deshacerte de todos esos sentimientos negativos que se acumulan, pero esa no es la manera.
—¿Y cómo lo hago?
—Haz algo que te guste, seguro que tienes algún pasatiempo especial; tienes que encontrar tu manera de desahogo —Minho dejó su mano sobre la mía, que acunaba su mejilla con delicadeza. Por unos momentos creí que me apartaría, sin embargo, se limitó a acariciar mis nudillos y mantuvo mi palma sobre su mejilla, como si buscara más cercanía. —Transforma tu frustración en inspiración.
Recuerden dejar su estrellita si les gustó el capítulo. 🫶🏻
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