XIII-Preludio de guerra.
En la sala principal del castillo bailaban las familias más acaudaladas de Verum. El rey en su trono, con la princesa a su lado. Iris Blem tenía decepción en la mirada. Había menos de cien personas complementando el ambiente festivo, y luego de revisar furtivamente en búsqueda de Aiden Fletcher, no lo encontró.
A su lado estaba su amiga más acérrima, la mordaz Pericia Coruto. A pesar de su porte embravecido, su amiga portaba un vestido rojo vivaz y elegante, con la hombrera izquierda empompada, de la que partía una fina manga. Ceñido en la cintura y suelto en las piernas, cubriéndolas por completo.
Iris en cambio vestía de azul, el escote en corte diagonal dejaba a la vista la piel bajo su cuello, incluso un poco más por debajo. El vestido sin mangas acababa en el piso, la tela decorada con flores bordadas y la espalda alta abierta del mismo modo que el frente del mismo.
En aquella fiesta se celebraba la paz. Era el día en que se cumplían veinte años en que la Guerra De Diamante culminó. Donde humanos enfrentaron a humanos, elfos a enanos, enanos a humanos y todas las combinaciones que puedas crear entre estos tres. Todo esto había sido por recursos valiosos, terrenos fértiles y minerales preciosos.
Pero eso había acabado, y en esta reciente guerra, al menos nadie fue desterrado...
Los consejeros reales estaban repartidos a lo largo del salón, en el que se contaban también invitados especiales de tres de los cuatro reinos aledaños a Artis.
Costadía, Lingum, Saggita, y Petram.
Estos cuatro, junto con Artis, eran los principales grande reinos del continente de Throan.
Sólo uno de los reinos no tenía un representante oficial en aquella pacífica reunión.
—Es lo que más me molesta de esos norteños, ni se esfuerzan en aparentar —habló Pericia Coruto.
—¿De qué serviría que lo hagan? —respondió Iris sonriendo.
—También. Se ve que realmente están buscando iniciar otra guerra.
Entre trajes y vestidos pomposos, las dos amigas destacaban entre los humanos, más no sólo estaban ellos.
Los elfos de arbores, cuya piel blanquecina era su principal distintivo, eran provenientes de Costadía. Vestían telas verdes, cual minúsculas lianas entretejidas con toques blancos. Esbeltos y gráciles elfos de alta estirpe eran los representantes.
Los elfos de stella en cambio, vestían ropajes blancos impolutos, que destacaban su pieles morenas y ojos claros a la vista de todo el salón.
Lo que ambos tenían en común, es que estaban bebiendo el mejor vino que podía tener la ciudad capital y disfrutando de amenas charlas con sus iguales, e incluso con otros humanos.
Los enanos de Lingum en cambio con sus armajes de cuero fino, trabajo de artesanos, eran algo más ruidosos que los demás. Pidieron a los mayordomos traer la peor cerveza que tengan en la ciudad. Esto debido a que la "refinada cerveza humana" era como beber agua para ellos.
Bebían y reían con fuerza, mientras aumenta la ingesta, mayor martirio para los vasos de vidrio del castillo.
—Por lo que veo, nunca es mal momento para hablar mal de eso bárbaros de Petram —Un alto y elegante muchacho se acercó a las amigas, saludando con una reverencia—, alteza, lady Coruto —saludó—. Mientras me acercaba no pude evitar escuchar la conversación.
La princesa tardó en reconocerlo. Anteriomente lo vio en un aspecto tan desaliñado deferente de un noble. Aunque debido a su posición, durante sus veintitantos años en la nobleza, había tenido que memorizar todos los rostros y apellidos de los demás nobles. Drazen Barna, era muy similar a su hermano mayor, con los distintivos ojos azules y la insignia de la casa en la túnica elegante de su pecho.
Cuándo lo reconoció escaneó inmediatamente el salón del castillo, buscando aquella abundante cabellera castaña que recordaba como rasgo distintivo de Aiden Fletcher.
—Disculpe, alteza —sonrió Drazen al llamar su atención—, mi compañero no vino debido a ciertos dilemas personales, pero puede contar conmigo para lo que desee —añadió.
—¿Por qué no te pierdes fracasado? —inquirió su amiga poniéndose entre ambos.
—Oh, la que está loca por su hermanito, no te reconocí sin el fuego alrededor tratando se asesinar a gente —respondió.
—¿Podrían guardar silencio ambos? Ya no estamos para niñerías —medió la princesa— ¿Qué fue lo que pasó con él?
—La señorita Maggie Cisub nos dijo que le surgió un asunto familiar, y que tenía que volver a su tierra natal por algunas semanas —respondió.
"¿No pudo esperar un día antes de irse?". Pensó Iris.
La conversación no pudo seguir, se vio interrumpida por una presencia más imponente aún que la de la princesa. Irwin Blem había dejado de prestar atención a su charla anterior y se dispuso a formar parte de la conversación entre los jóvenes.
—¿Mi hija interesada en un hombre y no en un libro de magia? —Su terso ropaje acolchado, hacía juego con su joyería. Incluida la corona dorada sobre su cabeza.
Aunque la broma resultó incómoda, todos fingieron su mejor sonrisa. Todos menos la princesa, quien ya había escuchado bastante de ése tema como para bromear sobre él.
—Un candidato joven y perfecto, si me permite decirlo —halagó Drazen a su amigo ante la pregunta del rey.
—¡Élla no está interesada en ese niño, no digas tonterías frente al rey! —Pericia alzó la voz, temperamental como de costumbre.
—Siempre el mismo dilema, Per —habló el rey en tono cariñoso—. Desde que eran unas niñas pequeñas cuidaste de mi pequeña Iris, pero está en edad de casarse y claro que no sería contigo —guiñó un ojo en lo que el creía fue una broma.
—No hablemos de eso, papá —instó Iris—. Me interesé en un hechizo particular que ayer realizó Aiden Fletcher, un estudiante de la Academia Mágico-Militar en el coliseo.
—¿Fletcher eh? ¿Es pariente de Angus? —El rey vio los asentimientos en respuesta y prosiguió.—. Entonces deberías entender hija, que no tendrás información tan fácil sobre lo que buscas. No se llega por nada a tal alto nivel, y si ese chico sigue sus pasos será un piedra impasible respecto a la información, igual que Angus.
—Su sabiduría es encomiable, majestad —halagó Drazen antes de retirarse de aquel lugar.
•••
Los comensales habían acudido a la celebración debido a que no querían que la guerra estallase nuevamente. Nadie quería que este conflicto en particular acabara como trescientos años atrás. Por ende, cuando el discurso de paz del rey llegó a oídos de los comensales, surgieron aplausos de apoyo y copas levantadas en apreciación.
Iris tenía estima por su padre a pesar de las cosas que pensaba de él. "No dejaré de creer que es un cobarde, pero es un cobarde inteligente". Se dijo a sí misma a la par que las palabras de su padre removían la tierra mojada de los cerebros de aquellos nobles de alto poder, para así poder plantar la semilla que florecería en una alianza.
—Lastimosamente, a pesar de que todos deseamos la paz, hay gente que no lo hace amigos míos, hermanos míos —dijo cabizbajo— Los Petros, los bélicos de Petram, últimamente están invadiendo las tierras de este hermoso reino comerciante. Ellos son humanos como nosotros, más tienen la misma sed de conquista que... ya saben, Los Al-tinhoa. Dirigí una comitiva dispuesta a dialogar hace más de un mes, pero no hubo respuesta alguna, más que ataques y hostilidad.
"Os propongo hermanos míos, hacernos fuertes como uno, porque somos solo uno con este objetivo, vivir en paz. Préstenme su valía para hacer frente a ésta barbarie, y evitemos que se repita aquella situación que acarreamos todos desde hace más de trescientos años.
"Somos mejores que nuestros antepasados, y entendemos que por más ansias de conquista que posea un vecino, no merece ser desterrado, ni extinto. En Petram habitan humanos, al igual que aquí. ¡Nobles de alta estirpe, Enanos representantes de vuestro mandamás, y elfos que no quieran ver su bosque arrasado, llevad este mensaje a vuestros reinos, e informad que Irwin Blem no está dispuesto a dejar sólo a nadie!
Los aplausos gráciles de los elfos y los gritos de júbilo de los enanos no se hicieron esperar, poblando el salón real.
—¡Un brindis por el rey! —se animó a gritar la mujer, llena de euforia, sonriendo de oreja a oreja.
Si Iris no hubiese estado tan atontada, se habría dado cuenta de que, a pesar de tener como responsabilidad memorizar los nombres y apellidos de cada noble, no conocía de nada a aquella mujer.
—¡Larga vida al rey! —coreó la multitud.
Más aplausos, viento en popa la alianza la cual enfrentaría al reino de Petram. Al reino de esos humanos que no pueden calmar su sed de conquista y destrucción.
Mientras la gente seguía emocionada por el discurso, Iris, llevada por la curiosidad, se fijó nuevamente en aquella mujer que propuso el brindis. De tersa piel blanca, ojos claros y redondos.
Parecía estar controlando una risa que luchaba por escapar desenfrenada, su rostro estaba sonrosado por contener las carcajadas. Y repentinamente explotó. Sus risas resonaron tan fuerte y psicóticamente que poco a poco la gente empezaba a prestarle atención y tomar un poco más de distancia.
—¡Me gustaría presentarme, oh rey de estas tierras! ¡Lastimosamente no tendremos tiempo para hablar, ya que usted morirá muy pronto! —habló entre carcajadas.
Iris volteó para ver a la reacción de su padre, y éste empezó a toser y sujetarse la garganta.
—¡Guardias, deténganla! ¡Socorran al rey, traigan a los médicos! —ordenó Iris ante la sorpresa de los comensales.
Los guardias se lanzaron hacia la mujer, que simplemente moviendo los brazos expulsó por los aires todos.
—También haré una propuesta para todos ustedes —habló, y su voz gutural no tenía concordia con su cuerpo—. Uniros a Petram, o enfrentaros a él, ya que Artis es solo el comienzo.
—¿Quién demonios eres? —bramó Iris con una bola de fuego soportada por ambas manos. Con la poca concentración que tenía, mutó dyn, y la bola de fuego se fragmentó en decenas de agujas de fuego.
De reojo miró a su padre, quien cayó de rodillas. Seguía tosiendo, escupiendo sangre en la alfombra del salón.
—No os importa, alteza. Pero en Petram no sólo habitan humanos —Sonrió.
Seguido a eso, su presencia se volvió un borrón.
Como si se transparentase.
—¡Mutate Ignis: Agujas Fugaces!
Iris expulsó su hechizo al último lugar que estuvo la chica, pero no hubo impacto alguno.
—¡Búsquenla, encuéntrenla, ahora! —bramó nuevamente la princesa.
Se acercó al rey con lágrimas en los ojos. Su respiración agitada, temerosa. Su corazón un galope incesante. Acudió a él, quién acostado e inconsciente recibía la atención médica de los sanadores que evaluaban su situación.
Escuchó las palabras pesimistas ante el hecho de no poder salvarlo. Tenía en la cabeza mil preguntas, y nula capacidad de respuesta. Su pecho apretaba con fuerza ante aquel inminente pensamiento: "Va a morir".
—¡¿Qué están haciendo?! ¡Apúrense y sálvenlo! —gritó.
—Fue envenenado, alteza —habló uno de los médicos —Estamos intentando controlar el líquido que ingirió para retirarlo, pero no estamos lográndolo.
Cerró los ojos con fuerza, como si éso la ayudara a controlar el dolor. Pensando que su padre no podría morir tan repentinamente. No podía hacer nada, la impotencia nublaba su juicio y raciocinio. Ni siquiera los gritos de temor de los comensales e invitados le sacaba de su estupor.
"Tengo que encontrarla, tengo que encontrarla y hacer que pague". Pensó para intentar levantarse del piso. Un pequeño tirón en la manga de su vestido hizo que se quedara allí. El rey abrió los ojos, aunque no parecía estar mirando a la realidad. Su boca se movió intentado emitir alguna palabra razonable, pero espumosa y sangrante, sólo dio a entender que el rey ya estaba deirando.
—Detente, solo descansa y te pondrás bien —habló su hija sobre él.
Con los ojos desorbitados de sorpresa, carentes de una visión realista, el rey respondió:
—¿Cariño? No... no sabes cuanto te extra... —La frase resultó interrumpida por la tos— No entiendo que dices...
La voz ronca de su padre y su respiración irregular le rompían el corazón. Lo que acabó por derrumbarla fueron las últimas palabras que pronunció.
—Quédate... quédate... Vandpe.
Ver como su padre la confundía con su mamá hizo que estallara en llanto, lo abrazó empujando a los médicos quienes parecían seguir intentando salvarlo por compromiso o miedo a la reacción que ella tuviese.
—Estoy aquí, no voy a irme a ningún lado —consoló en el abrazo.
Su cabello negro se manchó de la sangre que su padre expulsaba, y pudo oír como la última respiración irregular abandonaba su pecho.
El rey había muerto.
Uno de los guardias llegó corriendo al recinto nuevamente, y sin saber a quien dirigir la mirada, o a quien informar ante la ausencia del rey y del príncipe, pronunció en voz alta:
—Hay múltiples actividades hostiles alrededor de la ciudad —informó—, el foco proviene de la zona Sios, pero se expande velozmente. Al parecer intentarán...
La princesa no tuvo más remedio que escuchar sus palabras. Su llanto no se calmaba, pero todos allí se encontraban paralizados por el temor. Si alguien debe actuar... no, ella debía de actuar. Estaba al mando ahora.
Recorrió el salón como pudo, con sus ojos enrojecidos y llenos de lágrimas. Per se pegó a ella, ofreciendo su cuerpo como soporte, y su presencia como ayuda. Cómo siempre lo había hecho.
Buscó al guardia personal de su padre, más no lo encontró.
—Llama al activo de mayor rango en el ejército que esté en la ciudad —carraspeó para acomodar su voz—, envía una nota a la academia pidiendo ayuda de los magos de tercer año dispuestos a retener esta "revuelta". Lo más importante es evitar que esto se salga de control.
—¡Sí, majestad! —gritó el soldado abandonando el salón.
—¡Guíen a los invitados por el castillo, aposten tres guardias por aposento utilizado y no permitan que nadie los dañe! —ordenó a los guardias restantes.
Per se separó de ella para buscar a su padre, quien observaba con dureza a Iris. Ésto provocó incomodidad en la princesa, pero no tenía tiempo para preocuparse por nimiedades, o inclusive por los pensamientos de Percival Coruto.
Ordenó como pudo la situación que tenía allí dentro, habló con los consejeros y encargados del reino, quienes recomendaron cursos de acción ante el informe recibido.
Cuándo las puertas dobles volvieron a abrirse todos estaban en guardia. Por la puerta llegó un hombre de rostro conocido para ella. Juraría haberlo visto varias veces, más no recordaba su nombre. El soldado se presentó con una reverencia. Su rostro casi cuadrado exhibía arrugas y suciedad.
La armadura roja, además de sus característicos tintes negros estaba manchada de tierra.
—Ondorf Xenburg, reportándose. La situación fuera es terrible, han desaparecido altos mandos del ejército. La revuelta parece tener orígenes en lo civil, pero aún no sabemos nada del dirigente. ¿Dónde está el rey?
—Fue herido de gravedad y está descansando —mintió uno de los cuatro consejeros. Su barba blanca era tan larga como sus brazos, y su piel arrugada denotaba una edad mucho mayor que todos en aquella sala. Runien El Sabio, era llamado.
—Los consejeros han propuesto un plan de contingencia, buscando preservar la vida de todos en ésta ciudad —indicó la princesa intentando no reaccionar a la memoria inmediata de su padre.
—Lo siento mucho, alteza. Pero déjeme explicar mejor todo. Allí fuera hay civiles armados, no solo con espadas o lanzas, si no con artefactos mágicos. Hay adolescentes, niños y adultos que están mostrando capacidades mágicas destructivas que sólo pueden aprenderse en la academia.
—¿Cómo es eso posible?
—Aún no lo sabemos —respondió Ondorf—, pero no podremos retenerlos pacíficamente.
—¡No podemos aniquilarlos a todos! —habló otro de los consejeros, evidentemente más joven y mórbido que el anterior. Casid Triano, el hombre que manejaba la industria ganadera del reino.
Cuando dijo eso, el vidrio de las ventanas que daba a fuera estalló en millones de pedazos, producto del impacto de un bloque de tierra envuelto en fuego. Seguido a éste vinieron más, que quemaban las cortinas del castillo y destruían los pilares con su fuerza.
La princesa se vio abrumada, la sombra de uno de los meteoritos estaba sobre ella. A metros de recibir el impacto, Ondorf Xenburg se colocó frente a ella y desenvainó su espada. Sujetándola con ambas manos, con el dyn amontonándose a su alrededor, pronunció:
—¡Mutate Ignis: Horizonte en llamas!
Su espada se envolvió de fuego chisporroteante, y pareció extenderse unos centímetros de más. Con un mandoble horizontal partió en dos el pedrusco, que dejó boquetes en la pared que fue a parar.
Con el techo abierto en parte por los embates, y los cristales rotos, la vista se aclaró para los reinantes. Desde fuera llovían flechas de fuego, resonaban espadazos, y las afluencias de dyn para quien se concentrarse en percibirlas, eran demostrativas de conflicto. Revoloteando, siendo manipuladas por los civiles más que por los soldados.
Iris miró al hombre que se plantó frente a ellos para protegerlos, y también el hombre que se erigió como la autoridad frente a los soldados ante la desaparición de los altos mandos por sobre él. Antes de que pudiera decirle algo, Ondorf habló.
—Espero su autorización para reprimir a los insurgentes.
Ante las miradas de negación de los consejeros, Iris asintió.
—Tienes mi aprobación, toma las medidas que sean necesarias —indicó.
Otra explosión sacudió el salón. Esta vez, los pilares se agrietaron y el techo colapsó parcialmente. Cayendo sobre los consejeros, Iris y Ondorf.
•••
El factor sorpresa era una jugada que resultó muy bien para los civiles. Todo gracias a la pericia del incitador y cara de ésta revolución.
Gunnar Cisub había hecho su trabajo por completo, por eso se permitía relajarse lo suficiente mientras su gente comenzaba con la toma de la ciudad capital. Incluso para cuando Angus Fletcher llegara, ellos ya tenían un plan de acción que serviría para acabar con él.
—Ven hija, dale un apretón de manos a tu padre —llamó el ex-militar.
Maggie Cisub se acercó a él, sorteando las sillas de madera que tenía la cocina de la caseta en la que estaban.
—¿Qué clase de padre ofrece un apretón de manos antes que un abrazo? —La rubia rodó los ojos.
—Hiciste un gran trabajo capturando al chico Mags —alabó Gunnar.
Ella se retorció un poco en su lugar. Incluso en su estómago experimentó una sensación extraña. Como si repentinamente se produjera un espacio vacío en el mismo.
Ya lo había hecho, y no había vuelta atrás. Ahora solo quedaba trabajar en conjunto con su padre para que Artis brinde las mismas posibilidades para todos los habitantes del reino. No habría impuestos elevados para los pobres y pocos para la nobleza. No habría distinción en ingresos ni en educación, tampoco de oportunidades.
Ese era el objetivo que tenían, y ella, como le había dicho el chico que tenían cautivo, haría lo que sea necesario para cumplirlo.
Fin de la primera parte.
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