I-Primeros pasos.
Llegaba a la ciudad capital del reino de Artis un joven con actitud perdida. Sin saber si dirigir su atención a las imponentes puertas que impedían su paso, o a los soldados de armadura negra con tintes rojos que doblaban la seguridad de la entrada frontal a la ciudad de Verum.
Dicha entrada estaba atestada. Comerciantes, turistas y diferentes tipos de personas intentaban entablar un diálogo racional con los guardias para poder conseguir entrar a la capital.
-Está prohibido el paso a la ciudad -vociferaba altivo un soldado de la docena que custodiaban las dos grandes puertas de entrada a la ciudad capital.
Se abrió paso como pudo entre la gente para poder acercarse a uno de los guardias. Éste lo observó con desdén y hastío.
-Buenas tardes señor -dijo intentando sonar duro y decidido. Su garganta seca y lengua adormecida lo hicieron sonar más débil de lo que querría.
-El paso está prohibido mocoso, vuelve por donde viniste. Estamos cansados de incordios.
Sabía que esto iba a pasar, y aunque no quería hacer un escándalo al respecto, intentó nuevamente:
-Soy un alumno de la academia, bueno aún no, pero-
-Mira, quizás eres corto de mente y no lo entiendes, pero no pasará nadie por éstas puertas -dijo el guardia cada vez más enojado.
"Yo tampoco estoy de humor para esto, ¿sabes?"
Como no había forma de pasar, descolgó un lado de su mochila poniendo la abertura por sobre su pecho, y metió la mano en ella.
-¡Quieto!
El hombre desenfundó su espada rápidamente y la apuntó hacia el, sin decir una palabra. Los distintos soldados apostados sobre la muralla y en los alrededores también reaccionaron tensando los arcos con sus flechas.
Los comerciantes y aventureros se separaron de el, dejando un círculo de nada a su alrededor.
Como no reaccionó con temor o sumisión, los soldados avanzaron al siguiente paso. Utilizar magia.
El dyn es la energía que mueve al mundo. Está dentro de los humanos y las bestias, los cielos y la tierra, en mares y bosques. Algunos tienen la capacidad de manipularlo a su antojo, pudiendo así hacer magia.
Eso es lo que hizo el hombre que estaba más cerca de él. Recitó el primer hechizo que Aiden oiría en su vida.
-Dominium Ignis.
En un parpadeo recubrió su espada con un halo de luz roja, y al segundo, esta se vio envuelta en llamas. Los que tensaban las cuerdas de sus arcos, hicieron lo mismo. Imbuyeron su energía interna en las armas que portaban. Mirando hacia arriba, Aiden vio la amalgama de energías y colores que amenazaban su vida.
-¡Cuidado con lo que vayas a hacer! -amenazó otro guardia.
"No viajé por semanas para morir así" Pensó Aiden sacando la mano de su mochila.
Sacó un anillo de plata que contenía el sello distintivo de la familia Fletcher. Dos espadas cruzándose ante una luna roja. Incrustó el anillo en su dedo medio, y se acercó lo suficiente para que el hombre que custodiaba la entrada lo vea.
Los susurros se hicieron presentes al instante, y varios magos fueron llamados para comprobar el anillo. Cuando lo hicieron, abrieron las puertas para que Aiden pudiera pasar.
Luego de eso, le asignaron un joven escolta, y detuvieron un cochero para el viaje.
-¡Vaya entradita hiciste allí no? Eso fue fantástico, como si dijeras "ábreme ser inferior". O algo así.
-No era mi intención, pero no había otra forma.
-¿En serio eres sobrino del director Angus Fletcher? -preguntó ignorando completamente su respuesta.
Respondió con un simple asentimiento.
El soldado que le habían asignado como escolta, Gad, no había dejado de hablar ni un segundo. Aiden creía saber su vida completa en los veinte minutos que llevaba con el en el carruaje. Su rostro estaba a la vista, al igual que su cabello negro recortado pulcramente. Totalmente lo contrario al de Aiden.
El carruaje se dirigía a la Academia Mágico-Militar. Un internado que contaba con tres divisiones para la preparación de soldados. Sólo hay cuatro de estas en todo el continente y estaba a punto de entrar a una de ellas.
Por el camino empedrado vio plazas, fuentes, grandes monumentos arquitectónicos, e inclusive hogares de lo más extravagantes en aquella zona. Pasó por el lado de la imponente sede del gremio de aventureros, con sus paredes blancas impolutas y una cantidad de personas con variopintas vestimentas y armaduras alrededor.
Aiden estaba bastante sucio, y el pelo castaño enmarañado que tapaba su frente escondía sus ojos negros que estaban asombrados ante la belleza de la ciudad. Cargaba un abrigo marrón desgastado por el tiempo, lleno de polvo y con varios agujeros. Algunos parchados y otros no.
También una mochila grande de aspecto bastante pesado para que la cargara el joven de aspecto larguirucho. Fue debido a ésto que Gad, no contuvo su inquieta lengua dentro de su boca. Su finos labios se abrieron y le preguntó bromeando:
-¿Qué tanto hay ahí para abrazarlo de esa forma?
Le sonrió a la broma. Luego pensó que no habría mucho problema en contarle aquello que cargaba. No era nada malo al fin y al cabo.
-Son unos cuantos libros que traigo desde mi hogar -dijo abriendo su mochila, quedando así a la vista la parte superior de estos.
-Oh... No me malentiendas, ¿pero no son demasiados? -preguntó él soldado rascando su cabello negro- No habré leído ni la mitad de eso en mis veinticuatro años.
-Desde pequeño los libros me interesaron bastante más que algunas otras cosas.
Esto era cierto sólo a medias. Ya que en el patio de juegos de la escuela primaria, Aiden habría querido ser, al igual que que los niños de su edad, uno de los cinco grandes héroes que expulsaron a los Al-tinhoa del continente. O un mago con astucia e ingenio sin igual como lo era el autor de su libro favorito.
-Cosas como aprender magia, supongo -respondió Gad en tono pensativo.
-Sí -respondió con otra verdad a medias. Aprender magia no le había interesado hasta que...
-¡Llegamos, por fin! -dijo Gad recibiendo una mirada efusiva del carrero.
Seguro pensó algo como "¿Me estás diciendo lento?". Imaginó Aiden ante su rostro.
Luego de pagar al hombre, que se retiró chasqueando la lengua, Aiden pudo contemplar el predio de la Academia Mágico-Militar. Un camino serpenteante rodeado de pasto a recorte milimétrico, con árboles perfectamente podados colocados a una distancia en la que siquiera sus sombras se juntaban en aquel mediodía.
-Pasa. Busquemos al señor Angus -dijo Gad, su escolta.
-¿Lo conoces? -preguntó Aiden.
-¿Qué si lo conozco? Deja te cuento -inspiró profundamente, preparándose para soltar una sarta de información mientras que atravesaban el pasillo de la entrada-. ¡Es el mejor director de la rama mágica que existe! ¡Dicen que su cuerpo está lleno de tatuajes mágicos por los scripta's que absorbió! También dicen que en la anterior guerra él fue-
El afamado director Angus Fletcher hizo acto de presencia frente a los recién llegados. El hombre de cabello rubio y cuerpo robusto estaba cubierto por una túnica de mago, con mangas largas que ocultaban sus fornidos brazos.
Aiden vio como sonreía, mostrando su perfecta dentadura, antes de interrumpir a quien lo alababa:
-Me alegra mucho que estés de acuerdo con eso, joven soldado. Puedes dejar que mi sobrino y yo nos pongamos al día.
Gad abrió los ojos antes de hacer una respetuosa reverencia y luego alejarse. Lo siguió con la vista, mientras charlaba eufóricamente con los estudiantes que lo lo reconocían. No le extrañó. Gad tenía bastante carisma.
Cuando apartó la vista de su escolta, notó que la mirada de recibimiento de su tío, contenía demasiada tristeza como para que él la pudiera soportar. Por ende caminó detrás de él cabizbajo. Aiden, quién seguía a su tío el director de la rama mágica de la academia, observaba los cuadros colgados a la pared. Cómo la mayoría de los jóvenes de su edad luego de terminar sus correspondientes estudios, él conocía a la mayoría de los condecorados en dichos cuadros. Como por ejemplo: Biagio Avery, quién fue comandante principal del ejército de Artis en la gran Guerra de Diamante, que había concluido hace apenas veinte años.
O los cinco grandes héroes, retratados en lienzos amarillentos, siendo cuadros más antiguos pero igual de imponentes que los actuales.
Los bordes de oro de los cinco cuadros presentaban trazados ligeros en la zona inferior central. Carmicov, Blem, Perthen, Einderf y Wang. Un apellido en cada cuadro, pertenecientes a los cinco héroes que expulsaron a los Al-tinhoa hace trescientos años, en la Guerra de la Unión.
Una vez llegaron al despacho, ambos tomaron asiento y el director se quedó observándolo por un largo rato. La conversación que Aiden más habría querido evitar, llegó:
-Ya fue un mes que Torik murió -dijo el director, su tío- ¿Estás bien chico?
-Sí -mintió Aiden.
Recordar a su padre no era un algo que lo apasione actualmente. Aún en su pecho vibraban muchos sentimientos que preferiría no tener, pero que salían a flote como en ese mismo instante en el que apretaba con fuerza su mochila, en la que cargaba uno de los pocos recuerdos buenos que tenía de él.
-Entiendo que es difícil para tí en este momento, y...
-Sé que también es difícil para usted -respondió Aiden contándolo-. Al fin y al cabo era su hermano.
-¿Puedo preguntarte algunas cosas?
-No creo que sea educado negarme -dijo Aiden para luego suspirar hastiado.
No hay mucho que quisiera hablar de él, y no sabía si era debido a los sentimientos encontrados que tenía sobre él, o al dolor que le generaba recordarlo constantemente aunque se negara a admitirlo.
-Hacía mucho tiempo que no lo veía. ¿Qué estuvo haciendo estos últimos años?
Aiden recordó las actitudes que su padre durante los últimos años y negó con la cabeza.
"¿Qué hacía? Lo mismo todos los días. Negarse a mis pedidos de venir a la capital, intentar mantenerme trabajando en su fábrica y no dirigirme la palabra nunca. Encerrarse en su taller privado por semanas o incluso meses e ignorar mi existencia". Pensó, aunque no lo dijo.
Sí, estaba enojado con él. Aiden no podía eliminar de su cuerpo el resentimiento que por años acumuló contra su figura paterna.
-¿Acaso importa? Nunca se comportó como un padre y eso es lo único que se de él. Sé que me culpa por lo que le ocurrió a mamá -respondió, su voz saliendo con temple mordaz.
El director lo miró con ojos compasivos, casi de pena.
-Lo de tu madre, Alinera, fue un golpe muy fuerte para todos, Aiden. Bien sabes que no fue culpa tuya.
Oír el nombre de su madre aún evocaba recuerdos de la infancia que preferiría olvidar, pero que aún estaban demasiado vívidos en su memoria. La imagen mental de su madre, Alinera, invadió sus pensamientos. La última vez que pudo verla con vida tenía ocho años. El rostro de su madre cargaba una palidez mortecina, sumado a la piel pegada a los huesos debido a la desnutrición. No pudo ver el resto de su cuerpo debido a la manta con la que se tapaba.
-Aún no sé culpa de quién sea, pero como me prometiste que aquí podría aprender más sobre magia y medicina, acepté en venir.
-¿A qué se debe el interés en la medicina? -preguntó el director.
-Creo que es algo obvio, voy a descubrir que fue esa enfermedad extraña que mató a mi madre -respondió decidido.
Su tío tenía la mirada cabizbaja, y murmuró algo que Aiden no pudo interpretar del todo bien.
"¿Nunca se lo dijiste?"
-¿Perdón?
-Nada, quiero decir, hagamos tu prueba de afinidad para que luego puedas ir a descansar -dijo mientras buscaba algo en el cajón de su escritorio, cuando lo encontró lo posó sobre la mesa-. Aplica todo el dyn que puedas aquí.
Era una esfera de cristal que brillaba de distintos colores de manera muy tenue, en cada parte había un color diferente. El rojo que simbolizaba el fuego, el verde simbolizaba al aire, el azul al agua y el marrón a la tierra. Los cuatro elementos que podían manejar los seres humanos.
Cerró los ojos mientras extendía las dos manos sobre la esfera, se sentía fría al tacto. La esfera era un artefacto que ayudaba distinguir que elemento de la naturaleza podría dominar mejor.
Aplicar dyn en un objeto era algo que todo ser humano podía hacer desde cierta edad. Desde labores cotidianas como encender una lámpara, abrir una cerradura. Esto debido a que todos nacían con un núcleo de dyn, una esfera de energía que se ubicaba cerca del corazón. De allí salían venas que se ramificaban en todo el cuerpo y transportaban el dyn a las extremidades.
De no tener la cantidad suficiente de dyn, no podría activar si quiera la esfera de afinidad. Se sintió agitado. De no funcionar, ¿habría venido en vano? ¿Tendría razón su padre y el no serviría para esto? Si fallo ahora, ¿voy a trabajar hasta que muera en esa mugrosa fábrica?
"Calma, calma".
Cuando aplicó su dyn en la esfera, nada ocurrió. Cerró los ojos y se concentró aún más. Imaginó toda la fuerza interna que tenía en su núcleo viajar a sus dedos, y de ahí a la esfera.
Sintió un cosquilleo en la punta de sus dedos como una sensación electrizante. Luego la esfera comenzó a resplandecer tenuemente, y un brillo azul comenzó a inundar el despacho del director.
Una sensación indescriptible. De satisfacción recorrió su cuerpo al ver que fue capaz de activar el mecanismo.
-Afinidad elemental: Agua -avisó el director luego de unos segundos.
Aiden suspiró audiblemente. "¿Seré un buen mago de agua?". Pensó.
Un punto negro empezó a brillar dentro de la esfera de afinidad. Aiden no lo notó debido a que era minúsculo pero al director le bastó para arrancarle la esfera de las manos con una fuerza innecesaria.
-¿Qué fue eso? -preguntó Aiden ante la brusquedad del director. Sus ojos oscuros expresaban genuino desconcierto.
-Nada, una esfera defectuosa al parecer -mintió el director-. Por ahora ve a descansar, mañana comenzarás con las asignaturas de primer año. Y te pondré un tutor para que te enseñe lo práctico de las semanas en las que no te presentaste.
-¿Sólo así? ¿Sin exámenes de ingreso o alguna prueba? -preguntó sorprendido.
El director rio con soltura antes de responder:
-Lo estuve pensando, y podrás tomar las clases de momento, en unas cuantas semanas te aplicaré un exámen diagnóstico para que puedas formar parte de manera legal.
-Entiendo... -respondió el chico, conteniendo sus dudas.
-No te preocupes por eso, será sencillo. Es para evitar que los del concejo estén molestándome luego.
Aiden asintió y se retiró del despacho del director, luego de recibir la llave de su futura habitación.
Recorría las inmensas instalaciones de la academia siguiendo las indicaciones que recibió del director sobre las ubicaciones de los dormitorios.
La llave de hierro que recibió tenía un trozo de cuero colgando como un llavero. Éste no era simple decoración. Allí había grabada una runa que le permitía abrir la cerradura de su habitación, junto con el número de la misma.
Llegó a la zona de dormitorios y se dispuso a buscar la habitación que marcaba en su llave, la número sesenta. Cuando la encontró, clavó en el agujero de la cerradura la llave y aplicó su dyn en ella. La runa se activó, dejándole paso. La habitación estaba oscura, por lo que imbuyó dyn en la lámpara y la runa que estaba grabada en ella generó fuego y se activó.
Quedó a merced de sus ojos una habitación doble.
"Al parecer tengo un compañero". Pensó entre emocionado y asustado. Las interacciones sociales que tuvo en su infancia y adolescencia no fueron las más gratificantes para él.
En el colegio al que asistió, fue el foco de burlas desde que sus compañeros se enteraron que el era el hijo del "Loco Fletcher, que se volvió demente luego de perder a su esposa".
Ésto siguió hasta que aprendió a defenderse por su cuenta. Tardó años en poder aprender y aplicar las técnicas que leía. Pero cuando lo hizo, sus últimos años escolares fueron tranquilos aunque solitarios.
Ahora, tenía la esperanza de que en su nueva vida, las cosas serían diferentes.
Tomó como suya la cama que se encontraba sin signos de utilización y dejó allí su mochila. Doblado cuidadosamente sobre su cama, estaba el uniforme que había visto que portaban los alumnos de la academia.
Desdobló la camisa blanca y observó el logo de la academia. Una llama, una ventisca, una montaña y una corriente de agua separadas entre sí por un bordado dorado. Sobre el escudo, una estrella también en dorado.
Se cambió de ropa, dejando de lado sus raídas vestimentas y uniformándose como todos los demás. Se permitió una sonrisa que no pudo llegar a sus ojos cuándo se vio uniformado.
"Desobediente hasta el final ¿no papá?" Pensó.
Inmediatamente después de eso miró la carta envuelta, sellada y firmada para él que su padre había escrito. La encontró en su escritorio luego de que murió. Tomó la carta y sintió lo mismo que sentía siempre que la tomaba. Dolores de cabeza, mareos y una opresión en el pecho, cerca de su corazón.
"Pronto, la leeré pronto". Se dijo a sí mismo.
Cuando guardaba la carta en su mochila, vio la portada de ese libro. Aquel que evocaba tantos recuerdos de su padre como eran posibles. Aquel libro titulado "Solo piensa un poco", que su padre le regaló, y con el tiempo había sido su modelo de vida.
"Al menos algo hiciste bien, viejo cascarrabias". Pensó.
Su cuerpo aún dolía por la incomodidad del viaje, pero luego de descansar unas horas, la curiosidad innata que tenía, más la ansiedad de saber que habría toneladas de información en un lugar como en el que estaba, hicieron que se levantara de la cama.
Apagó la lámpara de la habitación y salió en busca de la biblioteca de la academia.
Luego de una caminata curiosa y pidiendo un par de indicaciones, consiguió dar con su objetivo. Oía los murmullos de desconcierto cuando se alejaba de las personas que le dieron las indicaciones, pero no le prestó mucha atención.
Al llegar, y se internó luego de eso en las zonas que permitían que ingresase un alumno de primer año. Una vez se internó más y más, un tomo le llamó la atención por su colorida portada. Cuándo lo retiró de la estantería no parecía ser nada fuera de lo común, pero al ojearlo Aiden encontró el tomo ideal para él. La primera hoja dictaba: "De civil a mago, primeros pasos". Era un ejemplar básico de magia, y se dividía en cuatro partes. Una para cada elemento.
"Por fin, luego de tanta espera, por fin puedo tener uno de estos".
Apretando el ejemplar sobre su pecho, siguió caminando entre los pasillos y encontró un segundo libro que llamaba su atención. "Enfermedades hereditarias, una maldición". Un sentimiento revulsivo se instaló en su estómago cuando recordó a su madre nuevamente.
Lo sumó al libro de magia y siguió caminando hasta encontrar una zona particularmente desolada para comenzar a leer. En medio de dos amplias estanterías, había una mesa larga y varios asientos donde podría relajarse y disfrutar de su lectura.
Aunque no pudo hacerlo, ya que un ligero retumbar asincrónico lo desconcentraba. Intentó ignorarlo, pero antes de quererlo ya estaba en pie, dirigiéndose hacia el lugar del que provenía el ruido. Caminó con pasos ligeros hasta divisar el origen de los sonidos y la vista lo dejó completamente disgustado.
Un chico con el uniforme de la academia, estaba sentado contra la pared al final de pasillo. Miraba hacia arriba con rabia a sus agresores. Sus ojos verdes parecían gigantes debido al grueso cristal de sus lentes. Su nariz y labio inferior sangraban.
-Vamos Kai, no mientas más. Sé que tienes unas monedas por allí, ¿Porqué no compartes con tus amigos? -la voz era chirriante y desagradable.
Un coro de risas sacudió el pasillo ante la pregunta.
El agresor principal era más bajo que Aiden, y por mucho más escuálido. Era de pelirrojo, y su piel pálida lo hacían ver endeble a pesar de estar intimidando al otro chico frente a él. Aunque claro, no estaba sólo.
-Les dí todo lo que tenía para este mes, ya déjenme en paz -dijo el chico de lentes.
-Vamos Kai, tus padres trabajan para mi familia, y luego te dan el dinero que reciben de mi padre. ¿Qué tiene de malo que ese dinero vuelva a mi familia?-rió el pelirrojo.
Aiden encontró semejanzas entre su risa y los quejidos de una rata.
Otro golpe, como los que Aiden estaba oyendo. Un puñetazo y otro más que recibía el chico.
"¿Voy a meterme en una pelea en mi primer día?". Pensaba Aiden, estaba intentando mantener la calma a duras penas.
Éste tipo de situaciones le recordaban a él mismo.
"Piensa un poco". Dijo para calmarse, luego dio media vuelta con el curso de acción decidido: Iría a dar aviso a algún adulto responsable.
-Puto, idiota, fracasado, inútil -Los insultos se oían separados por los golpes.
-¿Porqué no me dejan en paz? -preguntó Kai. Su voz lastimera, a punto de quebrarse.
Aiden se detuvo. "Sólo piensa un poco, un poco más". Se repetía él, más no era lo único que rondaba su cabeza, ya que retazos fugaces de su memoria le nutrieron la psiquis. Memoria que le recordaba las veces que él estuvo en la misma posición.
-¿A quién le importa el motivo? Sólo es divertido. Si no te gusta pelea, si no puedes mátate. Total, ¿De qué sirves si no puedes siquiera hacer magia?
Y todos volvieron a reir mientras Kai recibía más golpes.
"Piénsalo bien y no actúes por impulso". Se repitió. Pero era en vano, ya estaba caminando hacia el grupo de agresores.
-Detente -dijo Aiden. Sabía que después de esto no habría vuelta atrás. Tendría que hacerlo.
-¿Ehh? ¿Qué dijiste? -preguntó el escuálido golpeador con una sonrisa.
"¿Y lo de pensar donde quedó Aiden?". Se reprochó a sí mismo. Viendo el panorama más de cerca, la cosa pintaba muy mal.
-Dije que te detengas, enano.
"Genial, perdiste toda oportunidad que tenias de salir ileso".
-¿Cómo te llamas, idiota? -dijo Parzo con su rostro cubierto de rabia.
-Mi nombre es Aiden, si me disculpas voy a llevármelo a él -dijo señalando a Kai.
"¿Qué estoy diciendo? Son cinco y uno es más grande que mi ropero".
-¿Eso harás, don nadie? -habló uno de los matones de segunda que lo acompañaban.
Aiden vio sus miradas cómplices, y estaba perfectamente seguro de lo que se venía.
"Solo espero no se atrevan a usar magia aquí adentro". Pensó mientras dejaba su libro en el piso y se ponía en guardia.
No había tenido buenas experiencias, y una de las cosas que más claras tenía era que detestaba a los abusones. Y sólo había una forma de hacer que paren, demostrándoles que eres mejor que ellos. Nada más servía. Y él lo había aprendido por las malas.
El primero en acercarse fue el más grande de ellos. Una masa de dos metros de carne morena que apenas cabía en su uniforme.
"Si me agarra estoy muerto".
Para su suerte, era lento y tosco. Se abalanzó hacia él con los brazos abiertos para capturarlo.
Esquivó y puso una zancadilla para aprovechar la velocidad de su rival. Éste se desequilibró y cayó de boca contra una estantería, produciendo un efecto dominó. Que se expandió por la biblioteca.
-¡Ahora verás idiota! -gritó otro mientras se acercaba corriendo.
Recibió el tacle y mientras lo sujetaba fuerte, giró sobre sí mismo y lanzó lejos al agresor que chocó con otra estantería.
Cuando el tercero atacó, lo hizo con un puñetazo. Impactó de lleno en su pecho. Sintió el golpe y retrocedió un paso. Vio con claridad los siguientes puñetazos que le lanzaba el chico y los esquivó.
"Parece que los magos no entrenan mucho el físico". Pensó mientras contragolpeaba apuntando a la boca del estómago. Acertó y su rival quedó sentido por el golpe.
El cuarto se aproximó, pero Aiden no esperó a recibirlo, con un paso adelante golpeó su estómago. Retrocediendo un poco lanzó un gancho al rostro que lo dejó tirado en el piso.
-¡Estás muerto! -escuchó desde atrás.
Seguido a eso recibió un golpe en la cabeza que lo dejó descolocado. Intentó tomar distancia pero ésta vez estaba rodeado.
Los dos que había repelido ya estaban de pie nuevamente. Nadie se lanzaba, temerosos debido a la primera interacción. El tercero parecía estar demasiado aturdido como para decir algo.
-¡¿Hey tu, no vas a levantarte?! -gritó Aiden-. No te conozco de nada, pero no te mereces esto. Nadie lo hace.
Eran las palabras que él tanto había querido recibir, hace tantos años. Kai levantó la cabeza. Su rostro amoratado y rojo estaba pasmado, por él, por sus palabras.
-Parece que sabes algunas cosas, Aiden -dijo Parzo antes de que Kai pudiera hablar- ¿Pero qué puedes hacer ante esto?
Concentrándose y extendiendo el brazo, Parzo lentamente hizo aparecer una esfera de fuego en la palma de su mano.
"¿Está loco? Podría quemar toda la biblioteca".
-Detente, eso va a... -empezó Aiden pero no pudo terminar por las risas de los matones.
-¿Estás asustado ahora, luego de hacerte el héroe? ¿¡Qué fue ese discurso estúpido!?
La bola de fuego creció más en su mano. Luego de eso apuntó con ella hacia Aiden.
-¿Porqué hacen tanto ruido? Estoy intentando dormir. ¿Oh, no estarás pensando en usar eso aquí o si?
La voz venía por detrás de Aiden. Sonaba rasposa y arrastrada. Volteó para ver al recién llegado y vio sus rasgos destacados en un destello. Barba corta pero descuidada, ojos llorosos y rojos, ropa arrugada y cabello rubio totalmente desastroso.
-¿Qué te importa Drazen? Vete a dormir o a emborracharte y no molestes -respondió Parzo.
Drazen sonrió y respondió creando una bola de fuego en su mano. Nuevamente todos se pusieron en guardia. El conflicto escaló demasiado rápido. Era momento de detenerse. Pero nadie más pensaba de esa manera.
-Ya tenía ganas de otra detención -dijo Drazen.
La temperatura aumentaba en la biblioteca y el crepitar del fuego se oía a pesar del barullo. Además de Drazen, más gente se había acercado a presenciar el alboroto.
Los dos magos controlando el fuego se apuntaron entre sí, y pronunciaron en medio de la biblioteca:
-¡Dominium Ignis: Expulsar!
-¡Dominium Ignis: Expulsar!
-¡Alto!
El tercer grito era de una voz femenina. Que acababa de entrar en escena saltando por encima de una de las estanterías caídas. Se posicionó en medio de los dos chicos con un salto acrobático, pero con el hechizo ya recitado, no había nada que hacer.
Ambas esferas de fuego salieron disparadas a toda velocidad. El impacto se produjo antes de lo que pensaba y la muchacha recibió ambos hechizos.
Una nube de vapor inundó la biblioteca.
-¿¡Estás bien!? -gritó Aiden acercándose a la última posición en la que vio a la chica, creyó divisar una cabellera rubia.
"Los dos hechizos impactaron de lleno en ella".
Aiden no esperó escuchar su voz mientras pronunciaba:
-¡Dominium Ventus: Expulsar!
La nube de vapor fue removida por una ventisca ligera, descubriendo los rostros asombrados de los principales participantes.
Muchos de los chismosos e incluso algunos matones comenzaron a correr de la escena.
Aiden vio a la recién llegada. Su cabello rubio alborotado no perdió la estética, tenía una mirada de furia comandada por unos penetrantes ojos azules.
Le sorprendió la belleza de la chica, con facciones tan finas como la sensación de cosquilleo.
Era lo más símil a un ángel de Urahvé que había visto en su vida. Sólo que éste ángel estaba muy enojado.
-¡Ni piensen en escapar, porque están metidos en serios problemas!
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