Capítulo 9: "Revelaciones Ancestrales"
El eco de sus pasos resonaba en el templo, apenas iluminado por la luz pálida que se filtraba entre las grietas de las antiguas piedras. Cada rincón emanaba un poder que palpitaba en el aire, una magia que lo envolvía como un susurro olvidado. Reissende sintió cómo la Xenotima continuaba reaccionando al entrar más profundo. El poder era abrumador, casi sofocante.
"¿Esto es lo que sentían los elfos? ¿Este tipo de conexión con el mundo... con la vida misma?", pensó mientras el aire a su alrededor comenzaba a vibrar. Cerró los ojos, concentrándose en el peso de la magia que lo rodeaba, y una visión comenzó a tomar forma.
Delante de él, el templo se transformaba. Donde antes había ruinas, ahora surgían elegantes columnas talladas con runas brillantes. Reissende vio a los elfos, altos y de mirada serena, caminando por los corredores sagrados. Había paz en sus rostros, pero también una solemnidad que delataba un propósito más profundo.
"Ellos no buscaban la guerra", pensó, notando la nobleza en sus gestos, "su poder no era para destruir, sino para despertar algo dentro de nosotros... la espiritualidad, la conexión con algo más grande." Reissende sentía que la magia le revelaba el corazón de aquella cultura. Un corazón que latía por la paz, la bondad y la nobleza.
Su mente se llenó de imágenes de elfos en entrenamiento, no solo para la guerra, sino para dominar su propia naturaleza. Los vio practicando artes marciales, pero sus movimientos eran gráciles, como una danza, con la intención de proteger, no de herir. "Buscaban perfeccionar cuerpo y alma", comprendió. "El combate no era más que una extensión de su espiritualidad... de su deseo de proteger la paz."
La visión cambió. Ahora vio un círculo de elfos en meditación, sus manos unidas, rodeados por una luz cálida. "Querían despertar la bondad en los corazones de los hombres...", reflexionó Reissende, "enseñarles a encontrar el equilibrio entre el poder y la paz."
Pero entonces, una grieta apareció en la visión. La sombra de la corrupción, del deseo de poder, se coló en su mente. "¿Qué pasó? ¿Qué hizo que todo esto cayera? ¿Por qué abandonaron su misión?" Su corazón se aceleró, sintiendo que la respuesta estaba a punto de revelarse.
Reissende, inmerso en esos estados de trance momentáneos que lo invadían, sintió cómo la magia residual del templo lo envolvía, conectando su mente con los ecos en las raíces de Yggdrasil. De repente, una visión poderosa e innegablemente vívida lo arrastró.
No era un recuerdo lejano ni una simple proyección. Era como si él mismo estuviera allí, dentro del árbol sagrado, presenciando la lucha de Solveig, viviendo cada uno de sus movimientos, sintiendo su determinación mientras corría entre las ramas de Yggdrasil, enfrentando la sombra que amenazaba con devorarlo todo:
"Solveig corría ágilmente por las ramas inmensas de Yggdrasil, con cada pisada sobre la madera ancestral resonando en el corazón del árbol sagrado. Las raíces y ramas, entrelazadas como serpientes infinitas, la rodeaban, sosteniendo el peso del mundo, pero en su interior, Solveig sentía la grieta, la fractura que amenazaba con consumirlo todo.
Su respiración era profunda, controlada, pero su corazón latía con fuerza. Sabía que la sombra la seguía de cerca, como un cazador silencioso, acechando desde las profundidades. Sin embargo, no había espacio para el miedo, solo para la precisión. Solveig no solo estaba corriendo; estaba trazando un camino a través de la magia viva del árbol, buscando los puntos más débiles, donde su poder podría sostener el equilibrio por un instante más.
El viento frío cortaba su rostro, pero ella no vacilaba. Sus movimientos eran fluidos, gráciles, como los de una guerrera forjada en la batalla. Sabía que no podía permitirse ningún error. Había entrenado toda su vida para esto, para proteger a los suyos, y ahora estaba en el corazón del conflicto, donde la sombra intentaba devorar todo lo que Yggdrasil representaba.
Solveig se movía con calma, pero con la velocidad y la astucia de un lobo. Cada paso sobre las ramas era calculado, firme. Podía sentir la presión creciente de la oscuridad sobre ella, como si el mismo árbol susurrara advertencias al viento. Pero, a pesar de la amenaza inminente, su mente permanecía clara. No podía dejar que la sombra se apoderara de ella, no mientras pudiera correr, no mientras supiera cómo moverse a través de la magia que fluía en el tronco del árbol.
Los reflejos de luz danzaban en su armadura, los colores del atardecer entre las ramas más altas de Yggdrasil. Era un paisaje impresionante, pero Solveig no tenía tiempo para detenerse y admirarlo. Debía adelantarse. La sombra no tenía forma definida, pero siempre estaba cerca, silenciosa y mortífera, extendiéndose como una mancha oscura sobre el mundo. Y en cualquier momento, podía envolverse a su alrededor si se detenía demasiado.
Con un salto preciso, Solveig se desplazó hacia una rama más gruesa. Su postura era erguida, su mirada fija en el horizonte de ramas infinitas. Sus músculos tensos pero ágiles, siempre listos para cualquier giro o ataque. En sus manos sentía el eco de la fuerza de sus ancestros, la voluntad de los Arv que la guiaba. Estaba alerta, consciente de que un solo descuido podría significar su perdición.
"Tengo que ser rápida. Siempre más rápida," se repetía a sí misma en silencio. La sombra era implacable, pero Solveig no se permitiría ser atrapada. No mientras la vida de los suyos dependiera de ella.
A medida que avanzaba, la sombra parecía ganar terreno. Pero ella no vacilaba. Era más que una guerrera; se había convertido en una fuerza de la naturaleza misma, en alguien que entendía que el verdadero poder no residía solo en la fuerza, sino en la claridad mental, en la capacidad de mantener la calma bajo la tormenta más oscura. Y así lo hacía, manteniendo su mente afilada como una espada, su cuerpo en sintonía con el ritmo del árbol, buscando la próxima oportunidad para detener la oscuridad.
Solveig sabía que debía ser mucho mas veloz, más astuta. Si quería salvar a todos, tendría que luchar no solo contra la sombra, sino contra el tiempo."
Después de esto, Reissende comienzó a sentir una energía más profunda proveniente de las ruinas, como si los propios elfos le hablaran desde el pasado, transmitiéndole su misión y sabiduría. La magia en ese lugar no solo estaba ligada a la fuerza, sino a una comprensión mucho más vasta de la vida, del equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza, una filosofía que resonaba en su mente y en su alma. Le querían enseñar, le querían mostrar lo que en tantos años de guerras, pérdidas, masacres y ansias por poder, se había perdido. Estaba aturdido por la magia, por la energía que aumentaba y disminuía sin previo aviso y se apoderaba de él. Comprendió que el templo no se consideraba peligroso por la magia misma, si no, por que alguien sin la suficiente fuerza para resistirlo podría morir fácilmente.
"Los elfos nunca buscaron el control, sino la armonía," pensó Reissende, cerrando los ojos mientras dejaba que esa verdad se hundiera en su ser. Podía sentir cómo las raíces de los árboles a su alrededor estaban vivas, respirando junto a él. La magia de ese lugar no estaba para ser controlada; estaba allí para ser comprendida.
Reissende se dejó envolver por ese sentimiento, esa conciencia que los elfos habían intentado inculcar a los humanos cuando aún convivían juntos:
"Todos pertenecemos a todo, y al mismo tiempo a nada." Las palabras fluían en su mente como un río sereno, revelando verdades antiguas. El viento, la tierra, el agua... eran fuerzas libres, y los humanos, aunque lo habían olvidado, también lo eran.
"De la tierra venimos, y a la tierra volvemos." Sentía el suelo bajo sus pies como parte de su propio ser, las hojas secas que crujían a su alrededor como ecos de algo más grande. Los elfos sabían que la libertad no consistía en poseer, sino en pertenecer a un todo que no podía ser dominado ni limitado.
"Hay que dar para recibir." Esa lección le parecía más clara que nunca. Reissende entendía ahora que el poder que buscaba no podía ser arrebatado ni exigido; debía fluir de una conexión sincera con el universo. Como el agua que corre por un río, el poder estaba destinado a moverse, a cambiar de forma, a adaptarse. Los elfos no moldeaban la naturaleza por voluntad propia, sino que se dejaban moldear por ella. Así era como obtenían su fuerza, su equilibrio.
"Somos todo y nada." En esa paradoja radicaba la esencia de lo que los elfos entendían como poder. El poder no era una herramienta que los dominaba o destruía, sino una energía fluida, infinita, que se encontraba en el corazón de cada ser. Reissende comprendió que no podía controlar su destino ni el poder que anhelaba hasta que aceptara esta verdad.
"Todo es una construcción de nuestra mente." Los obstáculos que enfrentaba, las dudas que lo atormentaban, no eran más que ilusiones, barreras que él mismo había construido. El miedo a la sombra, a fracasar en su misión, era solo una manifestación de su propia mente. Reissende sintió cómo las cadenas de su incertidumbre comenzaban a desmoronarse, y con ello, una sensación de libertad lo inundó.
"Como el agua que corre o el aire que fluye," pensó. Era libre de moldearse, de adaptarse. Las formas rígidas, los miedos que lo ataban, no tenían poder sobre él. Podía ser caos y calma a la vez, y esa aceptación era su mayor fuerza. Los elfos lo sabían: ser uno con la naturaleza era aceptar cada parte de uno mismo.
Reissende inhaló profundamente, sintiendo el aire frío entrar en sus pulmones. Era aire, era tierra, era todo y nada. Y al mismo tiempo, sentía esa calma y ese caos. Por primera vez, comprendió que su poder no venía de la Xenotima o de la fuerza física, sino de su propia capacidad de aceptarse en su totalidad.
"Si niegas una parte de ti mismo, niegas también el poder que te fue dado," recordó las palabras que resonaban en su mente, como si los antiguos elfos se las estuvieran susurrando. "El poder verdadero solo se manifiesta cuando te aceptas por completo."
Reissende abrió los ojos, sintiendo que algo había cambiado en su interior. La conexión con los elfos, con la naturaleza, le había mostrado lo que realmente significaba ser poderoso. No se trataba de vencer a la sombra a través de la fuerza o la violencia, sino de comprender que él era tan parte de esa oscuridad como de la luz. Al aceptar todas sus facetas, estaba listo para encontrar el poder verdadero dentro de sí mismo.
Ahora, se sentía preparado para enfrentarse a lo que viniera. No por la fuerza de sus músculos ni por el peso de la Xenotima, sino porque había encontrado la paz interior y la libertad que los elfos predicaban. Sabía que solo aceptando cada parte de su ser, tanto la luz como la oscuridad, podría alcanzar la sabiduría necesaria.
Comprendiendo todo esto, su mente se encontraba en un lugar más claro. Podía sentir como el aire dentro del templo parecía vibrar con ese poder antiguo que lo había estado llamando desde el momento en que llegó a esas tierras. Sentía el latido de la magia en cada rincón, cada piedra desgastada, pero también una sensación de calma, como si el lugar esperara que alguien lo despertara. Respiró profundamente, permitiendo que el peso de la magia fluyera por su cuerpo, y su mente comenzó a recordar los rituales de meditación que había visto en las visiones.
"Si los elfos lograron mantener la paz a través de la espiritualidad... tal vez yo también pueda canalizar este poder, conectarme con los demás Arv", pensó. La clave no estaba en la fuerza bruta, sino en la calma que lo invadía poco a poco, una paz que surgía desde lo más profundo del templo.
Cerró los ojos y se arrodilló en el centro del santuario. El suelo bajo él estaba cubierto de runas antiguas, todavía brillantes con un resplandor tenue. Reissende hizo una pausa, permitiendo que su respiración se volviera más lenta, más profunda. Había visto a los elfos hacer este mismo ritual, usando su conexión con el universo para enviar mensajes más allá del tiempo y el espacio. Su mente comenzó a enfocarse en una sola idea: advertir a los Arv.
Extendió sus manos hacia las runas y, con un gesto casi reverente, trazó en el aire el símbolo que todos los Arv llevaban desde su nacimiento. La runa de la conexión, del linaje, de su misión compartida. Sintió cómo una energía cálida subía por sus brazos, uniendo su mente a la magia latente del templo. A través de esa conexión, podía sentir la presencia de sus compañeros, como si sus espíritus estuvieran dispersos por el mundo, pero a su alcance.
Con la mente en calma, Reissende comenzó el ritual. Sus palabras no eran solo sonidos, sino pensamientos poderosos que resonaban en su interior:
"Et fisted for alle... Que mi voz llegue a ustedes... Que mis pensamientos atraviesen la distancia..."
En ese momento, Reissende sintió cómo la energía del templo respondía. Las runas a su alrededor brillaron con mayor intensidad, y su conciencia se expandió, envolviendo su mente como una nube de luz. Las voces de los Arv, dispersos por tierras lejanas, eran como ecos en la distancia. Algunos estaban soñando, otros atrapados en sus propias batallas. Pero en algún lugar, él sabía que podían escucharlo.
"A todos los Arv, escuchen mi advertencia," dijo con firmeza, sus palabras resonando como un eco en las mentes de aquellos que llevaban la misma runa. "La sombra se fortalece. Estoy en el templo de los elfos, buscando el poder necesario para detenerla. La Xenotima es la clave, pero no podré hacerlo solo. La magia aquí es fuerte, pero la oscuridad lo es aún más. Necesito que estén preparados, porque cuando llegue el momento, todos seremos llamados. Conéctense a sus raíces... recuerden su propósito. Solveig está luchando desde el Valhalla, pero debemos unirnos si queremos darle una oportunidad. Lo pude ver."
A medida que sus palabras flotaban en el aire, sintió cómo las mentes de los Arv se entrelazaban con la suya. El lazo de la runa, el legado compartido, les permitía escucharse entre sueños, pensamientos o como un susurro lejano. Reissende continuó, guiado por la calma que había logrado encontrar:
"La sombra busca destruirnos, pero no tenemos por qué temer. Recordemos quiénes somos. Juntos, somos el eco de Solveig, y a través de ella, protegeremos a Yggdrasil. Prepárense. El tiempo se acerca."
Cuando terminó el ritual, la energía alrededor de Reissende comenzó a desvanecerse lentamente, dejando una sensación de paz. Sabía que no todos los Arv habían captado su mensaje de inmediato, pero el lazo estaba hecho. Su advertencia estaba plantada en sus mentes, como una semilla que crecería hasta el momento de la verdad.
Abrió los ojos y observó las runas bajo sus manos. Había cumplido su propósito, pero el verdadero desafío estaba por venir. Aún había más magia por descubrir en ese lugar, más secretos que desvelar si quería estar listo para la batalla final. Todo estaba siendo más claro que nunca.
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