Capitulo 15: "Caminos entrelazados: Marcando el final"
Tras despertar de su trance, Yggdrasil comenzó a desvanecerse, y Reissende sintió cómo su conciencia regresaba a la cueva. Abrió los ojos, jadeando, sus pensamientos aún estaban atrapados en las palabras de Solveig. El altar se encontraba frente a él, tan frío e imponente como siempre, pero algo había cambiado en su percepción. Ahora veía todo con una claridad reconstruida: la sombra no era un enemigo, sino una advertencia, representación viva del sufrimiento que había invadido a Yggdrasil.
Reissende cerró los ojos un instante, asimilando todo lo que había ocurrido desde el primer día en que había puesto un pie en esas tierras. La sombra, esa herida, le había revelado lo que necesitaba comprender. La lucha no era contra ella, sino por encontrar la forma de sanar a Yggdrasil, de devolverle el equilibrio y permitir que los Arv, su gente, cumplieran con el propósito de protegerlo.
Así que decidió regresar a Sandness, donde la anciana lo esperaba. Mientras caminaba por el sendero que conducía al pueblo, había escuchado rumores de visitantes lejanos. Los Arv estaban llegando, tal como les había pedido a cada uno, señal inequívoca de que habían correspondido al llamado ancestral. Eran familiares y desconocidos, figuras que solo había oído en historias y cada una de esas personas guardaba un vínculo único con Yygdrasil.
Los Arv, aquellos guardianes dispersos por el mundo, estaban respondiendo al llamado. Era la primera vez en siglos que se reunían en una misma región, uniendo fuerzas para confrontar la amenaza que envolvía a Yggdrasil. Sus siluetas se recortaban entre las montañas, como figuras solemnes y silenciosas que avanzaban con propósito.
Uno de ellos, un anciano de mirada aguda y porte digno, se adelantó al grupo. Reissende lo reconoció por los relatos: era Vidar, el último de la antigua línea de Arv, quien había protegido los secretos de las raíces de Yggdrasil durante décadas. Vidar le asintió en reconocimiento, y el peso de sus años como guardián se notaba en cada arruga de su rostro.
"Reissende," habló Vidar, su voz era resonante como un eco en la montaña. "La sombra nos ha reunido aquí por primera vez en generaciones. El dolor de Yggdrasil se escucha en cada rincón del mundo."
Mientras los Arv tomaban posiciones a su alrededor, Reissende sintió una oleada de fuerza y unidad que nunca antes había experimentado. En silencio, todos se colocaron en círculo, preparando un ritual que habían guardado para el día en que el equilibrio de Yggdrasil peligrara. El problema era, que nadie había previsto algo así jamás.
Cada uno extendió sus manos hacia el centro, y en el suelo comenzaron a aparecer runas antiguas, iluminándose con el brillo de la magia ancestral. El viento se intensificó, cargado de un poder antiguo que despertaba cada roca y árbol a su alrededor. Reissende cerró los ojos y sintió el poder de sus antepasados a través de los Arv, resonando en su interior. La sombra sería enfrentada. Ahora, guiados por las enseñanzas de Solveig, los Arv buscarían sanar la herida de Yggdrasil.
El círculo de los Arv alrededor de Reissende se sentía denso, casi tangible, como si una corriente invisible uniera cada ser en un mismo pulso. Las runas bajo sus pies brillaban en tonos dorados y plateados, y el aire se llenaba de murmullos antiguos, palabras en una lengua olvidada que los Arv entonaban en unísono. Era un cántico suave y poderoso, una llamada directa a Yggdrasil, pidiendo permiso para sanar la herida que había provocado el desequilibrio en el mundo.
Vidar, al frente del círculo, levantó un bastón adornado con fragmentos de Xenotima, la misma roca que Reissende había traído de Flekkefjord. La piedra emanaba un resplandor inquietante, y Reissende sintió la vibración familiar resonando en su pecho. Vidar pronunció unas palabras en voz baja, y el bastón comenzó a irradiar un fulgor que atravesaba la niebla que cubría la región.
"Cada uno de nosotros está aquí por un propósito mayor que nuestra propia vida," dijo Vidar, con su voz rasgada pero firme. "Este no es solo un ritual, sino una ofrenda. A través de nosotros, Yggdrasil podrá recordar, sanar y despertar."
Los Arv entrelazaron sus manos, formando una cadena irrompible que conectaba sus almas con la esencia misma de Yggdrasil. Reissende sintió una oleada de energía que recorría sus brazos y descendía hasta sus pies, un poder que lo sumergía en un estado de paz y comprensión profundas. En ese instante, ya no estaba solo: los recuerdos de todos los Arv, de cada guardián que había vivido y caído en servicio, fluían dentro de él.
De repente, una imagen clara emergió en su mente: era Yggdrasil, pero no como lo había visto en visiones anteriores. Ahora lo veía robusto y majestuoso, sus raíces extendiéndose en todas direcciones y sus ramas alcanzando los cielos. Sin embargo, en el centro, una sombra oscura pulsaba, como una cicatriz viviente que emanaba dolor y angustia. Yggdrasil estaba herido, sufriendo bajo el peso de las acciones humanas y el eco de las rebeliones pasadas.
"Todos estamos conectados a él," murmuró Vidar, interpretando la misma visión que los Arv compartían en sus mentes. "Para sanar a Yggdrasil, debemos compartir su carga."
Con un asentimiento solemne, cada miembro del círculo ofreció su propia energía al árbol. Reissende sintió una fuerte punzada de agotamiento, como si algo arrancara de su ser una fracción de su vida, un sacrificio silencioso. Yggdrasil respondió, y la cicatriz en su visión comenzó a cerrarse, lenta y dolorosamente.
Pero de pronto, algo salió mal. Una oleada de energía se desbordó en el círculo, y el flujo que habían creado se rompió abruptamente. Reissende sintió un vacío, una interrupción en el ritual que lo sacudió hasta lo más profundo de su ser. El murmullo de las runas se desvaneció y, por un momento, el silencio en Sandness fue absoluto, como si el mismo Yggdrasil contuviera la respiración.
Entonces, en medio del círculo de Arv, una figura se materializó con una claridad irrefutable. Solveig apareció ante ellos, pero solo Reissende podía verla. Su presencia era etérea y majestuosa, sus ojos llameaban con la misma determinación que la había caracterizado en vida. Miró alrededor, observando a los Arv en silencio, hasta que sus ojos se posaron en Reissende.
"¿Qué están haciendo?" preguntó ella, con un tono severo que resonó en su mente, llenándolo de una mezcla de temor y reverencia. "Así no funcionarán las cosas."
Reissende sintió que el peso de sus palabras calaba en lo más profundo de su ser. Solveig extendió una mano hacia Yggdrasil, mostrándole la cicatriz que intentaban sanar. "Yggdrasil no se restablece solo con la energía compartida. El árbol necesita lo mismo que en el inicio: energía vital que elimine lo muerto y permita que el bien elimine el mal."
Todo Sandness vibró con el eco de su declaración, y Reissende comprendió lo que Solveig quería decir. El ritual debía continuar, pero no sería suficiente solo con compartir sus energías. Era necesario un sacrificio real, una vida que restaurara el equilibrio, como en los primeros tiempos.
Solveig lo miró a los ojos con una intensidad que desarmó cualquier resistencia en su interior. Sin pronunciarlo, su mirada le reveló la verdad que él ya intuía. El árbol había elegido, una vez más, a quien debía entregarse para que Yggdrasil pudiera sanar.
"Eres tú, Reissende," susurró Solveig, y aunque su voz era apenas un murmullo, él la escuchó con una claridad abrumadora. "Tu destino siempre estuvo ligado a Yggdrasil. Desde el momento en que naciste, fuiste marcado por este propósito."murmuró Solveig, sus palabras envolvieron a Reissende en un susurro cálido pero lleno de firmeza. Él apenas podía sostener su mirada; había algo en esos ojos que parecía atravesarlo, desenterrando cada recuerdo y cada dolor que había llevado consigo en su viaje.
Solveig se acercó un paso más, y Reissende sintió cómo su cuerpo se tensaba, sus manos temblaban levemente, pero su mirada permanecía fija en ella. "¿Recuerdas cuando enfrentaste a Bredraguer?" preguntó, con sus ojos buscando algo en los suyos. "Ahí viste en lo que podrías haberte convertido... lo que habría sido tu destino si hubieras seguido el mismo camino. Al vencerlo, elegiste quién querías ser."
Reissende asintió lentamente, con su garganta seca, pero cada palabra de Solveig avivaba su memoria. "Él era como un espejo roto de lo que yo podía haber sido", admitió, sintiendo cómo cada palabra traía consigo el peso de esa elección.
Solveig le sonrió, era una sombra de tristeza la que habitaba en sus labios. "Y no fue coincidencia que la Xenotima te aceptara en ese momento. Fue su forma de reconocerte... de saber que serías el guardián que enfrentaría todo, incluso la tentación del poder. Fue entonces cuando tu propósito comenzó a revelarse, aunque aún no lo supieras."
Reissende apretó sus manos, sintiendo el peso de las palabras en sus hombros. Recordó el temple de la Xenotima en su mano, su energía inquebrantable como una promesa de lo que aún debía hacer.
"Luego," continuó Solveig, dando otro paso hacia él, "fue en Innerdalen, donde finalmente enfrentaste a tu mayor enemigo... tú mismo." La voz de Solveig bajó, como si evocara el susurro de los vientos en ese lugar sagrado. "Entendiste entonces que no eras solo Reissende... que eras una parte de algo mucho más grande. Que este ciclo de vida, de naturaleza, te conectaba a todos, de lo que cada ser es parte."
Reissende tragó saliva, la emoción golpeaba en su pecho como una tormenta. Recordaba ese momento, el circon resonando en su mano, como si su esencia estuviera completa, alineada con la fuerza vital de la tierra misma. "Me sentí... como si no hubiera sido solo yo, sino todos los que vinieron antes," murmuró, con su voz quebrándose.
Solveig asintió. "Así es. Fuiste moldeado por cada uno de esos encuentros, preparado para el sacrificio que solo alguien como tú podría hacer." Sus ojos brillaban con una tristeza que reflejaba su entendimiento del peso que él llevaba.
Reissende apenas pudo sostenerse; sus hombros cayeron mientras una oleada de comprensión lo recorría. Había venido hasta ese lugar pensando que enfrentaría a algo ajeno a él, pero la verdad era que todo había sido una preparación para el sacrificio final, un llamado que el universo le había hecho desde el primer día.
Solveig posó su mano sobre su hombro, y él sintió un estremecimiento. "También fuiste a las Islas Vigrid," continuó suavemente, "donde el verdadero combate fue contra las sombras que vivían en ti, en tus dudas y miedos. Allí tuviste que discernir lo real de la ilusión, y fue entonces cuando la anatasa reconoció tu claridad. ¿No lo ves? Todo fue un camino, una serie de pruebas que te prepararon para esto. El universo te estuvo hablando, diciéndote que solo tú eras capaz."
Reissende respiró hondo, sus labios estaban temblorosos mientras alzaba la mirada. Una determinación serena comenzó a nacer en su pecho, mientras la comprensión final lo envolvía. "Entonces... esto es todo," dijo en voz baja, aceptando finalmente el propósito que había esperado tanto tiempo comprender. "Yo soy quien debe sacrificarse... quien debe unirse"
Solveig le sonrió con una mezcla de orgullo y dolor, y asintió. "Tu vida alimentará la vida de Yggdrasil. Así como tú has encontrado tu lugar en el universo, ahora te unirás a él para siempre."
Con un último suspiro, Reissende cerró los ojos, sintiendo cómo la energía de todo su viaje fluía dentro de él una última vez. Su cuerpo se relajó y, con una serenidad inquebrantable, dio el paso final hacia su destino, entregándose en cuerpo y espíritu para sanar lo que había sido dañado en vida.
Dejó que el sonido de las respiraciones de sus compañeros se desvaneciera a su alrededor. Un resplandor tenue comenzó a emanar desde donde su mano tocaba el tronco, intensificándose hasta envolver a Reissende y al árbol en una luz cálida y dorada. El agotamiento se hizo más profundo, y una calma infinita comenzó a invadirlo, borrando cualquier duda o temor. La voz de Solveig resonó de nuevo en su mente, suave como el susurro de las hojas:
"Estás devolviendo la vida a Yggdrasil, como siempre estuvo destinado."
Sus compañeros notaron el cambio en el ambiente; algunos se giraron y observaron, finalmente comprendiendo lo que Reissende estaba haciendo. La conmoción y el dolor pasaron por sus rostros, pero él les dirigió una mirada tranquila y agradecida, como un último adiós silencioso.
La energía vital de Reissende continuaba fluyendo, y con ella, Yggdrasil comenzó a responder de manera visible. Las ramas ennegrecidas recobraban su color, las hojas marchitas volvían a florecer, y la profunda cicatriz en el tronco se sellaba lentamente. Reissende sintió que sus propios latidos disminuían mientras Yggdrasil cobraba nueva fuerza.
En un último acto de entrega, Reissende dejó caer su cuerpo contra el tronco, sintiendo cómo su vida se unía al árbol en un abrazo final. La luz dorada lo envolvió por completo, y en el instante en que su último aliento se desvaneció, el árbol resplandeció con toda su fuerza, una explosión de vitalidad que llenó a todo Sandness con una energía pura y vibrante.
Yggdrasil se alzó, rejuvenecido, con su tronco firme y sus ramas extendiéndose con renovada vida. Los Arv, testigos de este sacrificio, cayeron de rodillas, conscientes del inmenso precio que había sido pagado. La paz que irradiaba Yggdrasil llenó sus corazones, y en el silencio, todos comprendieron que Reissende había cumplido su destino.
En lo alto de las montañas, Kjerag resonó con un eco profundo, como el retumbar de un antiguo gigante volviendo a la vida. Las grietas que marcaban su superficie se cerraron, selladas por una fuerza invisible pero implacable. Las piedras ennegrecidas recobraron su antiguo brillo, y los valles resonaron con una energía tan antigua como el mundo mismo.
A la distancia, Kjeragbolten, la roca suspendida entre las paredes del abismo, comenzó a vibrar, y su estructura, erosionada por siglos de desgaste, se restauró como si el tiempo mismo hubiera dado marcha atrás. Las runas antiguas talladas en su superficie brillaron con una intensidad nunca antes vista, como si celebraran el sacrificio de Reissende y la restauración de su propósito. Una corriente de energía atravesó la roca y reverberó en el aire, llenando el paisaje con una quietud solemne.
La naturaleza alrededor respondió en una danza de vida; las hojas de los árboles cercanos brillaron con un verde más profundo, los ríos fluyeron con un caudal renovado y las montañas se alzaron con una firmeza inquebrantable. Las nubes mismas parecieron abrirse, permitiendo que la luz del sol bañara Kjerag y Kjeragbolten, iluminándolos como monumentos sagrados, rejuvenecidos y protegidos.
Los Arv, sintieron una paz indescriptible al contemplar la majestuosidad de la montaña y la roca. La esencia de Reissende y su sacrificio perdurarían en cada fibra de aquellos lugares, recordando a todos que la vida y la muerte, en su eterna danza, habían devuelto el equilibrio.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro