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Capitulo 13: "El velo de Vigrid"

Las Islas Vigrid lo habían recibido con un silencio inquietante. Reissende avanzaba lentamente, sus pasos resonaban con una cadencia irregular sobre el terreno rocoso. El aire parecía volverse más pesado con cada respiración, como si la niebla que lo rodeaba se estuviera pegando a su piel, infiltrándose en sus pulmones. Una sensación de desasosiego lo atravesó, y por primera vez en mucho tiempo, sus manos comenzaron a temblar. Sin darse cuenta, sus dedos se cerraron con fuerza alrededor del mango de su espada, buscando la seguridad en algo tangible, algo real. Pero todo a su alrededor comenzaba a distorsionarse.

A lo lejos, un susurro. Luego otro, más fuerte. Las voces crecían, parecían estar en todas partes y en ninguna al mismo tiempo. Reissende se detuvo en seco, tratando de discernir el origen. No veía a nadie, pero el aire vibraba con el eco de palabras que no alcanzaba a comprender. Sus ojos buscaban entre la bruma, su corazón palpitaba desbocado en su pecho. Algo se movía, rápido, pero cuando intentaba enfocar, todo se desvanecía en la neblina.

El ruido se intensificó de golpe. Gritos. Gritos desgarradores que lo hicieron retroceder instintivamente. Se giró bruscamente, y ahí estaban. Guerreros. Hombres y mujeres, con armaduras destrozadas y rostros desfigurados por la rabia y el dolor. El campo de batalla se desplegaba ante él, un caos que no podía controlar. Espadas chocaban, el aire se impregnaba con el sonido metálico y el hedor a sangre. Algunos de los guerreros, con los ojos enloquecidos, lo miraban fijamente antes de lanzarse hacia él. Reissende levantó su espada por puro reflejo, pero su cuerpo se sentía pesado, torpe. Cuando intentó contraatacar, su filo atravesó cuerpos que se desintegraban en humo.

Su respiración se volvió irregular, y una punzada de desesperación le atenazó el pecho. "¿Qué es esto?", murmuró para sí, con la voz apenas un hilo roto. Dio un paso atrás, y sintió el suelo hundirse bajo sus pies, como si lo que pisaba fuera inestable, a punto de derrumbarse. "Esto no puede ser real..."

Pero no había tiempo para reflexionar. De entre los árboles muertos, figuras más grotescas aparecían. Criaturas con cuerpos torcidos, llenos de llagas y piel arrugada, se arrastraban hacia él. Reissende sintió su estómago revolverse, la bilis subiendo por su garganta. Su mano libre se llevó a la boca, como si pudiera detener la náusea que lo invadía al ver esas aberraciones avanzar lentamente, babeando, gruñendo con una furia inhumana. Su cuerpo se tensó, y cada músculo le gritaba que huyera, pero sus pies no respondían.

El aire vibró con un nuevo sonido, esta vez más suave, casi imperceptible, pero cargado de un peso que lo hizo girar de inmediato. Entre la bruma que lo asfixiaba, vio una silueta emerger, moviéndose con gracia entre las sombras. Solveig.

Reissende sintió como todo su cuerpo se estremecía. No podía ser ella. O sí. ¿Acaso la muerte le había traído hasta este lugar solo para verlo sucumbir enloquecido? Intentó dar un paso hacia ella, pero sus piernas vacilaron, y cayó de rodillas, el golpe resonó contra el suelo como una sentencia final. Su mente estaba confundida, y su corazón... su corazón latía con una intensidad que amenazaba con romperle el pecho. Las emociones chocaban entre sí. ¿Era alivio o era terror?

Solveig caminaba con la serenidad de quien ha visto más allá de la vida. Su figura, envuelta en la neblina, parecía etérea, casi inalcanzable. Reissende intentó levantarse, pero sus brazos temblaban bajo su peso, y el suelo bajo él se sentía más inestable, como si el mismo mundo a su alrededor estuviera colapsando.

"Reissende..." Su voz llegó como un susurro que atravesó el caos, un eco que le devolvió un instante de cordura. Alzó la mirada y la vio frente a él, sus ojos, profundos y cargados de una tristeza insondable, lo miraban con una mezcla de urgencia y compasión.

"Nada es lo que parece aquí." Su mano, fina y casi translúcida, se extendió hacia él, pero no lo tocó. Reissende alzó una mano, buscando aferrarse a esa conexión, pero el tacto nunca llegó. "Despierta... o te perderás."

El caos seguía rugiendo a su alrededor, pero en ese momento solo existían él y ella. Reissende sintió una lágrima rodar por su mejilla, sin saber por qué, si por el alivio de verla o por el dolor de no poder alcanzarla. Quiso hablar, pero las palabras se le ahogaban en la garganta. Sus pensamientos eran confusos, sus emociones, un torrente descontrolado que lo arrastraba. Intentó volver a ponerse de pie, pero el suelo se desvaneció bajo él. Tropezó y cayó de nuevo, esta vez sintiendo cómo su propia fuerza se escapaba de su cuerpo.

Solveig se desvanecía en la bruma, retrocediendo lentamente. "Despierta..." repitió, su voz apagándose como un eco distante. Reissende estiró su brazo en un último intento por detenerla, pero la neblina se la tragó por completo.

De repente, el mundo alrededor de él volvió con fuerza. Las criaturas deformes, los guerreros, los gritos... todo lo que intentaba ignorar se volvió ensordecedor. Reissende cayó sobre sus manos, jadeando, con el corazón latiéndole a un ritmo frenético. No podía distinguir lo real de lo irreal, no sabía si seguía despierto o ya había sucumbido al delirio. Sus dedos se enterraron en el suelo, sintiendo la tierra húmeda y fría, pero ¿podía confiar en lo que tocaba?

"Despierta...", se repitió, con la voz temblorosa.

El eco de la voz de Solveig se desvanecía en la niebla, pero las palabras seguían resonando en la mente de Reissende: "Despierta...". Aún arrodillado, con el suelo temblando bajo él y las imágenes de criaturas retorcidas bailando en el horizonte, Reissende luchó por controlar su respiración. Sabía que debía enfocarse. Había algo más detrás de todo este caos, algo que manipulaba su percepción. Este delirio, estas visiones, no podían ser más que una trampa cuidadosamente orquestada.

Cerró los ojos, dejando que sus sentidos se sumergieran en la energía que lo rodeaba, como había aprendido en el templo de los elfos en el valle de Innerdalen. Aunque todo parecía corrompido, la naturaleza seguía hablando, susurros a través de las hojas secas y el viento. Sentía el latido de la isla, incluso bajo su estado enloquecido, sabía que todo ser viviente tenía un rastro de energía que se podía rastrear. Inhaló profundamente, bloqueando el rugido de los gritos y la violencia a su alrededor. Sentía la oscuridad, sí, pero había un patrón en esa energía, un flujo que lo guiaba.

Con las manos aún apoyadas en la tierra húmeda, comenzó a canalizar esa energía, forzando a su mente a descifrar lo que había más allá de las alucinaciones. El viento trajo consigo una sensación distinta, algo pesado y húmedo en el aire, como un veneno flotante que se aferraba a su piel. Abrió los ojos de golpe y notó algo que no había percibido antes: unas diminutas motas flotando en el aire, apenas visibles contra el fondo de la bruma dorada del atardecer. Eran esporas, pequeñas y brillantes, bailando en el aire como polvo mágico.

Reissende frunció el ceño. Recordó las enseñanzas de los elfos en el templo: "Toda corrupción tiene un origen. Si comprendes el origen, comprenderás la verdad detrás del caos". Se levantó lentamente, aún tambaleándose, pero su mente ahora estaba enfocada. Sabía que no podía confiar en lo que veía, pero sí podía confiar en lo que sentía. Concentrando su energía, dejó que su instinto lo guiara. Empezó a moverse por la isla, con sus pasos más firmes, siguiendo el rastro invisible de las esporas.

Cada paso que daba lo llevaba más cerca del corazón de la ilusión. Las criaturas que antes lo atacaban ya no parecían tan reales, como si se disolvieran en la neblina. Los guerreros que luchaban desaparecían en un abrir y cerrar de ojos. Pero la energía se hacía más densa, más palpable. Las esporas lo guiaban hacia una formación rocosa, donde la luz del atardecer parecía intensificarse. Y entonces lo vio.

En la base de las rocas, un extraño hongo de un tamaño considerable y color oscuro se enroscaba en las grietas. Su superficie brillante liberaba pequeñas esporas que se elevaban lentamente hacia el cielo. El atardecer, con su tenue luz dorada, intensificaba el efecto, como si las esporas se activaran con la luz del sol declinante. Reissende se arrodilló frente al hongo, estudiándolo. Así que esto era lo que causaba las alucinaciones, lo que mantenía la isla protegida y oculta de los viajeros. No eran criaturas malditas, ni batallas interminables, sino un hongo que esparcía una magia sutil pero poderosa, confundiendo los sentidos y llevando a quienes se adentraban demasiado lejos al borde de la locura.

Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. La simpleza de la ilusión era lo que la hacía tan efectiva. Durante siglos, los relatos de los viajeros sobre criaturas y peligros en las Islas Vigrid habían sido un mito, una mentira alimentada por el delirio. Pero el borde entre la realidad y la fantasía era tan fino que era fácil perderse en él, y quienes no tenían el entrenamiento adecuado nunca volvían a ser los mismos.

Con manos temblorosas, Reissende sacó su bitácora de su capa. Había registrado cada uno de sus pasos desde que llegó a Kjerag, desde los secretos de Bredraguer hasta el templo de los elfos, y ahora debía incluir esto. El descubrimiento de que todo lo que había creído sobre las Islas Vigrid era falso debía ser registrado, para que otros Arv no cayeran en la misma trampa. Abrió la libreta con cuidado, y las hojas ya amarillentas por el tiempo crujieron bajo sus dedos. Con su pluma comenzó a escribir, describiendo las esporas, el hongo, y el método de manipulación que había mantenido a tantos viajeros alejados.

"El delirio no es un monstruo tangible, sino el aire que respiramos, la luz que vemos. Las criaturas no son reales, pero el miedo que generan es innegable. Todo aquí es un engaño. El hongo en las rocas... este es el verdadero guardián de la isla."

Mientras escribía, una oleada de alivio lo recorrió. Por fin había comprendido el misterio. Pero aún no podía permitirse bajar la guardia. Guardó la bitácora y se giró hacia el hongo, mientras con su mente iba calculando el siguiente paso. Si bien ya no caía bajo sus efectos, sabía que debía actuar con rapidez antes de que las esporas volvieran a aferrarse a él.

Reissende se arrodilló frente al hongo, observando cómo las esporas flotaban como polvo de estrellas en el aire enrarecido. El viento soplaba suavemente entre las piedras, y un silencio pesado envolvía la isla, roto solo por el leve crujido de las hojas bajo sus rodillas. El brillo verdoso en las entrañas del hongo capturaba su atención, pero sabía que no podía apresurarse. Respiró hondo, consciente de la trampa oculta bajo esa belleza letal.

Se cubrió la nariz y la boca con la tela de su capa, sus dedos temblaban ligeramente mientras ataba el nudo con precisión. La verdad era que, aunque no quería admitirlo, las ilusiones de la isla lo habían sacudido. "No más alucinaciones", murmuró para sí mismo, con un tono más severo de lo que pretendía. Había llegado demasiado lejos para dejarse arrastrar por la locura de nuevo.

Tomó el cuchillo y, con movimientos controlados, cortó una sección del hongo. Las esporas se agitaron y se elevaron lentamente, como un humo venenoso. Reissende observó el interior, encontrando el brillo familiar de la anatasa. Ahí estaba, la octaedrita, incrustada en el hongo como una joya escondida.

"¿Qué es lo que escondes, eh?" musitó, inclinándose para examinarla más de cerca. Sabía que este mineral era parte de lo que buscaba, pero, al tocarlo, algo más despertaba en su mente: el peso del conocimiento de que había más en juego que las simples ilusiones. Sus dedos rozaron la superficie translúcida, sintiendo una vibración apenas perceptible. Cerró los ojos por un momento y se concentró en las energías a su alrededor.

"Esto no es solo un capricho de la naturaleza...", reflexionó en voz baja, como si sus pensamientos necesitaran ser pronunciados para cobrar forma. Las palabras de su mentor en el templo de Innerdalen resonaron en su memoria: "La naturaleza responde a la energía que la rodea, sea buena o mala, y el caos puede transformarse si uno sabe escuchar."

"Escuchar..." repitió. ¿Y si las respuestas estuvieran aquí, ocultas en el murmullo de lo corrompido?

Sus ojos se fijaron de nuevo en el hongo. Lo que parecía al principio solo un organismo grotesco ahora tenía un propósito más claro. Inhaló lentamente por la tela, con el corazón latiendo rápido, mientras buscaba algún patrón en las esporas, un flujo de energía que le diera más pistas. La vibración de la anatasa le recordaba que había algo más profundo bajo la superficie de esta isla.

"Si he de entender esto, tengo que ver más allá de lo que se muestra... romper la ilusión. Pero, ¿cómo?", se preguntó mirando por encima el lugar, intentando anclar su mirada a lo que sea que pudiera brindarle una respuesta. El peso de su descubrimiento lo abrumaba. Sabía que tenía que apuntarlo antes de perder algún detalle. Sacó su bitácora y comenzó a escribir, las palabras fluyendo con rapidez: 'Hongo enraizado en la corrupción. Anatasa descubierta. Posibilidad de romper ilusiones. ¿La roca es el verdadero poder detrás de las alucinaciones? Es la clave. Las criaturas y las batallas... nada es lo que parece. Necesito más pruebas.'

Mientras escribía, su mente continuaba procesando las alucinaciones que había vivido. Había visto a Solveig moverse entre la neblina, hablándole, advirtiéndole. "Nada es lo que parece. Debes despertar, Reissende." Recordar su voz era un golpe al corazón, una mezcla de consuelo y terror.

"¿Es esto lo que querías que viera, Solveig?" Su voz era un susurro, apenas audible entre los vientos que barrían la isla. Sentía la presencia de la guerrera aún en esa neblina mental, como si ella misma estuviera conectada con el mundo que lo rodeaba. Quizás la clave no solo estaba en la piedra, sino en sus propias percepciones.

Su mente volvió a la piedra, a la manera en que parecía brillar aún más fuerte bajo la luz del atardecer. La roca no solo revelaba la realidad, también parecía capaz de disolver el engaño que lo había rodeado. "Cierra las grietas en la realidad. Rompe las ilusiones." Las palabras resonaban en su mente como un eco, conectando piezas que antes estaban dispersas.

"Esto es lo que he estado buscando todo este tiempo, ¿no es así?" preguntó al aire, como si esperara que la propia naturaleza le respondiera. Cerró la bitácora, guardándola en su bolsillo con un movimiento decidido.

El peso de la verdad comenzaba a asentarse en él. Había visto más allá de las ilusiones, sí, pero también sabía que aún quedaba mucho por descubrir. La anatasa era solo un fragmento, un paso más hacia algo mucho más grande. Guardó la piedra con cuidado en su cinturón, consciente de su valor.

Pero antes de marcharse, se detuvo un momento más frente al hongo, reflexionando sobre lo que había aprendido. Esta isla había sido una trampa mortal para tantos, pero ahora, con la verdad en sus manos, entendía que el verdadero peligro no eran las criaturas ni las alucinaciones, sino la confusión entre lo que era real y lo que no. Con la anatasa, esa línea comenzaba a desdibujarse, y Reissende sentía que, por primera vez en mucho tiempo, podía ver con claridad.

Se puso de pie, mientras la bruma del atardecer comenzó a disiparse a su alrededor, y apretó la piedra en su puño. Era hora de regresar, pero sabía que este descubrimiento cambiaría el rumbo de su misión.

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