Prólogo
¿Hasta cuándo soportaremos esto? Es la pregunta que aún hiere un mundo que no entiende cómo, de un segundo a otro, se manifestó una enfermedad que perturbó a los magos, llevándolos a destrozar el sagrado equilibrio que con tanto esfuerzo se había construido.
¿O se tratará de una maldición? Hay quienes aún postulan esta posibilidad, aunque sigan sin encontrar una sola evidencia que les otorgue sustento.
La tan temida «locura mágica» brotó en un día ya cargado de angustia, mientras los curanderos más expertos del reino corrían hacia el castillo de un rey mago cuya mente había sido invalidada por pesadillas horrendas y pensamientos incoherentes. Nadie logró anticipar la inmunidad que aquel hombre había desarrollado contra tantos hechizos hipnóticos y relajantes. Al caer la noche, un alarido lacerante rompió el silencio en la oscuridad: la reina, fiel compañera en su adversidad, clamaba auxilio, arrinconada del rey, que arrojaba espumarajos con sangre y sudaba profusamente. En un clímax aún mayor, desató su furia sobre ella: golpes y patadas se abatieron sobre su cuerpo postrado. El fin de la mujer llegó cuando él decidió aplastar su cráneo para después morder y desgarrar su carne en una saña caníbal.
Los sirvientes se dispersaron en búsqueda de socorro, gritando por todos los pasillos: «¡La reina ha perecido! ¡El gran mago ha terminado de enloquecer y la ha despedazado!»
Sin que nadie le pudiera frenar, el rey se dirigió a la ciudad de su castillo en una búsqueda obsesiva por encontrar un hijo que jamás existió. Allí arrasó con las vidas que osaron negar su desquiciada fantasía, usando hechizos ígneos que consumieron cada morada en su trayecto, mientras el follaje cobraba vida bajo su influencia mágica, retorciéndose y golpeando todo a su alrededor. En esta travesía, él solo preguntó una y otra vez: «¡¿Dónde enterraron a mi esposa e hijo, malditos enemigos de los reyes magos?!»
Su ataque dejó una interminable estela de escombros y cadáveres calcinados. Con un poder mágico que por poco podía ser comparado con el estatus de un dios, había acabado con todos.
Esta tétrica velada fue lo que marcó el origen de uno de los peores males conocidos por la humanidad, seguido por una serie de conflictos y guerras irracionales que se propagaron rápidamente por otros dominios, cada uno de ellos encabezados por los magos. La caza de inocentes se extendió, amparada en los delirios de quienes alguna vez fueron sabios admirables. Aquellos que osaron revelarse encontraron un final brutal, hasta que los mismos magos se convirtieron en depredadores, acechando a todo ser humano que se atreviera a respirar, guiados por un desorden mental cuyo origen se mantenía oculto en el velo de lo inexplicable.
El mundo se sumió en una decadencia económica sin igual, con una marea de hambre y enfermedades azotando todos los continentes. Algunos hechizos fueron tan masivos que eliminaron islas del mapa, arrastrando legiones de almas al reino de la muerte.
Porque de tal envergadura era el poder de los magos, y la humanidad había dependido demasiado de ellos, elevándolos al trono de cada reino, mas había llegado la hora de rendir cuentas como si los dioses se hubieran propuesto reivindicar su lugar en el altar de la veneración.
A pesar de este cataclismo, algunos emergieron de las cenizas, forjando nuevas sociedades que sometieron a los magos después de abolir el sistema de reyes del mundo. Los sabios estudiaron el problema y postularon que se trataba de una enfermedad que dirigía su ataque al lóbulo frontal del cerebro de los magos, pero una certeza nunca fue hallada, por lo que la teoría de la maldición ganó adeptos.
También había surgido una enorme confusión al descubrir que los magos jóvenes no enfermaban. ¿Acaso existía una inmunidad que dependía de la edad? Hubo muchos que los defendieron; sin embargo, aquellos que habían tomado el liderazgo, los declararon como encarnaciones del mal, es decir, hijos del mismísimo dios oscuro: Erebo. Después de otra guerra donde los que postulaban el perdón parecieron, comenzaron a experimentar de forma atroz con aquellos jóvenes con magia, descubriendo algo increíble: la enfermedad se desencadenaba meses después de que los magos alcanzaran los diecinueve años, sumiéndolos en una psicosis iracunda e instantánea que progresaba hasta destruirles las mentes por completo.
Con el tiempo, y ahora sin que nadie pudiera hacerles frente, las sociedades reinantes se hicieron llamar imperios, supuestamente avalados por los dioses divinos que profesaban amor. Ahora, sin las imposiciones de los magos, la tecnología comenzó a crecer de forma estrepitosa, prometiendo tiempos de gran bienestar.
¿Pero sería realmente así...? La enfermedad continúa aún después de trescientos veintidós años de avance, incluso con naves y vehículos haciendo lo imposible. Bajo esta capa de supuesta gloria, se siguen imponiendo costumbres perturbadoras para mantener a los nacidos con magia sometidos, promoviendo la frialdad con los hijos desde temprana edad, condicionándolos hasta que alcancen los seis años, momento en el que el despertar de sus manás comprobará si son magos o no. A su vez, no paran de surgir instituciones dedicadas a la formación de cazadores de magos, sin importar la edad que tengan estos. De increíble forma, se considera que es un deporte de lo más divertido.
Mientras tanto, los jóvenes magos que aún no alcanzan los diecinueve años siguen siendo torturados en laboratorios mediante incisiones o químicos que desfiguran sus cuerpos. Los que escapan a este destino, son encerrados en mazmorras diseñadas para ahogar la esencia de su magia.
Porque en este mundo la hipocresía y el odio se mantienen como un amargo elixir para tratar los males de la humanidad. Las sociedades se vuelven cada día mejores en el arte de la guerra, pero permanecen como aprendices en la búsqueda de la verdadera paz, perturbadas mentalmente, con generaciones cada vez peores, demorándose en silencio. Todos lo sienten, pero muy poco lo reconocen.
Lo único que podría darle un vuelco a esto sería encontrar una cura para la enfermedad que obligaría a los imperios a reconstruir sus sistemas.
Lo que nadie sabía aún, era que la respuesta contra el mal sí existía y se hallaba oculta en una maga que habitaba aislada en un bosque. Ella, con más de veinte años, seguía sin sucumbir a la locura.
Era inmune y conocía la fuente de la mismísima enfermedad.
Pero se mantenía apartada de la sociedad, negada a compartir sus conocimientos gracias a un egoísmo incomprensible. Su mundo, sencillamente, se reducía a un niño que había engendrado, el cual representaba su único y más sagrado compromiso.
Shinryu.
El pequeño era algo de lo más noble, bendecido con la esencia de aquellos ángeles que habían abandonado a la humanidad antes de que se desatara la locura mágica. Su amor hacia su madre era interminable, tanto que la seguía así tuviera que gatear como un polluelo por la vegetación. Aunque no conocía a otros seres humanos, no sentía carencias, ya que mamá conformaba un universo completo, especialmente cuando adornaba el bosque con sus hechizos, luces dinámicas y colores móviles que maravillaban sus ojos.
Aunque mamá, a veces algo hostigosa, se empecinaba en mantenerse a su lado, no dejándolo ni siquiera explorar. Ocurría que él jamás sería mago, pues un mago nunca nacía de otro. Tal carencia le garantizaba una vida libre de la maldición, pero también lo privaba de útiles poderes.
Ella abrazó un destino férreo por razones que solo su corazón conocía: preparar a Shinryu para que se erigiera como un caballero de honor inquebrantable y carácter generoso, sin importar cómo y a costa de cualquier cosa, casi como si fuese una obsesión más importante que el bienestar del planeta entero. Sentándolo sobre su hombro, le revelaba las crónicas del cosmos del mundo, delineando cuidadosamente la moralidad que debía construir. Shinryu abría unos ojos muy grandes; no había nada que lo sorprendiera más que la existencia de otros seres humanos en los relatos. «¿Serían tan grandes como mamá o tan pequeños como él?»
Y con la llegada de la noche, siempre entonaban una canción peculiar pero cargada de significado:
No, no te duermas, conejito dormilón,
que el campo aún espera tu curiosa visión.
Hay flores nuevas que debes encontrar,
no te detengas, sigue sin descansar.
No, no te canses, conejito soñador,
los capullos aún guardan su esplendor.
Corre y descubre lo que aún está por nacer,
que en las montañas pronto va a florecer.
Serás la luz, iluminarás,
la montaña oscura se abrirá.
Y en sus cavernas brotará,
la flor suprema, la flor será
refugio eterno, su majestad.
Aunque eran demasiado desafinados, sus voces servían para que al menos se rieran de ellos mismos.
Por todas estas razones y muchas más, Shinryu vivía agradecido por haber nacido.
Pero cuando estuvo a punto de cumplir los seis años, sufrió un giro brutal: su madre lo guio fuera del bosque para adentrarse en el bullicio de la civilización. Las calles de la ciudad lo sobrecogieron al borde del pánico, mientras no comprendía la razón detrás de esta decisión. Sus manos se aferraban a las de mamá con tanta fuerza que marcaban su piel. Aun así, ella esbozaba una sonrisa de convicción.
«Todo va a salir bien y esto es necesario para tu crecimiento», le reiteró.
Después de un trayecto que se sintió eterno, entraron en una casa donde les asignaron algo llamado «cuarto» y una cama para ambos. Ella se dedicó a consolarlo para después explicarle que el lugar era un hostal.
Rodeado por su calor, Shinryu pudo conciliar el sueño, hasta que ocurrió algo sumamente extraño: aun durmiendo, escuchaba un susurro de su madre y su cabello cayendo cerca de su rostro. Quiso moverse y ver qué sucedía, pero su cuerpo no se movió. La confusión dio rápido paso al miedo y se abrió al terror cuando el susurro materno calló de repente, siendo reemplazado por un murmullo siniestro que se arrastraba por el lugar como mil culebras proyectándose en las sombras.
Deseó gritar y buscar socorro, convencido de que uno de esos humanos desconocidos había invadido el cuarto, pero ninguna fuerza lograba despertar su cuerpo. El pánico le empezó a devorar la mente, a comer cada pedazo de ella.
Hasta que la voz siniestra se detuvo de forma abrupta y la respiración agitada de mamá regresó, luego el sonido de sus pasos avanzando en medio de sollozos. De pronto, habló en un tono roto:
—Siempre permaneceré sana —murmuró, sembrando un consuelo en el corazón del pequeño, así como un dolor abrazador.
Sus pisadas seguían desvaneciéndose en la lejanía, y tropezando en la penumbra.
—Siempre estaré... viviendo por ti. Siempre permaneceré sana por ti, mi bebé hermoso. ¡Perdóname, Shinryu! —suplicó, mientras ahogaba con sus manos un llanto explosivo.
Shinryu se revolvía en un pozo de desesperación, sintiendo que perforaban en su corazón un hueco que jamás podría ser reparado, mientras un charco de lágrimas se propagaba a su alrededor.
No supo cuánto tiempo pasó ni qué más ocurrió, pero cuando al fin pudo despertar, gritar y agitar sus brazos con escándalo, se encontró con el rostro de un hombre que lucía impávido de expresión y muy analítico de mirada.
En aquella tarde, con la luz declinante del día filtrándose por la ventana, Shinryu enfrentó una realidad desgarradora: su madre había desaparecido sin dejar huella para ser reencontrada, rompiendo con la promesa de protegerlo.
También supo que lo había entregado a la custodia de aquel hombre, un sujeto que contrastaría con la personalidad mamá en todo sentido de la palabra, y al que de ahora en adelante debería llamar: «papá».
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro