Capítulo 32: Los diez hechizos
Kyogan nunca olvidaría su primera clase de Argus, donde aprendió algo crucial.
Con apenas diez años, ya había transitado por casi todos los corredores del palacio. Cada pasillo, cada salón, le había susurrado un enigma desde el primer momento. Aunque nunca lo admitió, la majestuosidad lo había hechizado, y no solo por la grandeza de la arquitectura, sino por la atmósfera que la arropaba, un verdadero manto de energía arcana que acariciaba todos los rincones, haciéndole sentir extrañamente acompañado. Era como si, por primera vez, alguien escuchara su alma y entendiera lo que significaba tener magias.
Argus era un lugar impresionante, Kyogan lo creía así; el problema era su gente. En realidad, las personas eran el problema del mundo, el problema de Kyogan.
Vestido en silencio, entró a su salón de clases, ubicado en el tercer piso de la torre central. Analizando con aparente frialdad los pergaminos antiguos y mapas estelares que adornaban las paredes, se dirigió sin mirar a nadie al último pupitre del aula, donde halló un rincón que pronto se convertiría en su refugio.
Muchos alumnos lo observaban, curiosos por sus rasgos faciales tan exóticos y cabello bicolor, y porque, a pesar de ser nuevo estudiante, estaba entrando una semana después del primer día de clases.
Kyogan, en su isla emocional, simplemente demostraba un autocontrol absoluto, pero detrás de esta fachada, una taquicardia dolorosa lo asechaba, como un verdadero monstruo buscando escapar de su encierro. Daba todo de sí para asfixiarlo en las profundidades más oscuras del alma, recordándose incontables veces que no podía permitirse ninguna expresión que pudiera demostrar su terror y el motivo detrás de él. Si sus magias se manifestaban fuera de su mandato, delatarían su condición de mago y todo se acabaría.
Por suerte, la llegada de la profesora Linah significó un punto de distracción. Ella, con una voz entusiasta y sin mucho preámbulo, mencionó un tema que él creía conocer muy bien, pero no dejaba de ser importante: «La percepción del maná».
—Es importante que sepan esto: una vez consiguen magias, nunca más volverán a ser los mismos, porque se han conectado con algo mucho más hondo de lo que imaginan. Cada una de las doce magias es como un ente de infinita envergadura, aún imposibles de enmarcar en el entendimiento, entes que demuestran saber mucho más allá de todo lo que imaginamos —declaró mientras repartía su mirada entre cuatro chicos, los únicos que, siendo tan jóvenes, ya tenían zeins—. Las magias son seres universales que poseen una mentalidad extraordinariamente más elevada que la nuestra, aunque abismalmente silenciosa. Las magias no nos hablan con palabras, sino a través de sensaciones, y en casos de altísima afinidad, con visiones.
»Sé que dichas percepciones pueden ser muchas veces confusas, ¡lo sé muy bien!, ¡pero jamás deben desestimarlas, porque por muy raras que sean, todas tienen su significado! —aseguró con una notoria pasión por lo que hablaba.
Después de analizar muy bien sus palabras, Kyogan concluyó que Linah le daba demasiado crédito al asunto. En esa misma clase, la profesora intentó percibir a través de su magia de luz y agua todo lo que la rodeaba. Habló de amores, rejuvenecimiento y más tonterías que más bien parecían sus sueños frustrados, mencionando visiones muy raras, donde supuestamente sus células se comunicaban con ella.
¿Qué otra cosa podía sentir Kyogan más que irrespeto? Y aunque Linah misma lo enseñara, no respetaba realmente la influencia de las emociones y las auras de los seres vivientes sobre las percepciones mágicas; más bien consideraba todo como legítimo, todo como un mensaje importante. Pero, sean negativas o positivas, todas las emociones contaminaban las magias, incluyendo las ajenas, porque las personas emanaba una energía que el etherio del ambiente absorbía y las magias detectaban.
Este principio, de hecho, estaba detrás de varias lámparas en Argus que cambiaban de color según cómo los alumnos se sintieran.
Por eso, al día de hoy, después de seis años, Kyogan volvía a concluir que lo que estaba percibiendo del entorno se basaba en la basura humana que lo rodeaba. ¿Una bruma tenebrosa deslizándose sin hacer ruido?, ¿una intención malévola escondiéndose entre las sombras? Era obvio que la fuente eran sus propios compañeros.
¿Cierto...?
Mientras caminaba con estos pensamientos ocupando su atención, se percató de que Shinryu lo miraba unos pasos detrás.
—Kyogan.
—¿Qué fue? —preguntó secamente.
Shinryu parecía preguntar si podía acercarse. Este gesto resultó extraño para Kyogan. ¿Era necesario a estas alturas entender que se podía acercar sin tanto... meollo? Aunque si lo hacía sin más, sería irritante.
«Bah», suspiró Kyogan, reconociendo muy en el fondo que era alguien difícil.
—¡Apura, pues!
Shinryu sonrió como un niño feliz, aunque con cierta prudencia.
—Kyogan, ¿en serio la profesora Linah hablará de los diez tipos de hechizos? —consultó, curioso.
—Ajá —murmuró Kyogan sin dejar de tener su mente pendiente en las percepciones.
Shinryu liberó un suspiro, notándose muy expectante por la siguiente clase.
—Existen diez tipos de hechizos, ¿no? —preguntó. Conocía la respuesta, por supuesto, pero quería mencionar el tema para hablar de él con alguien.
—Ajá —murmuró el mago, mirándolo de soslayo, preguntándose una vez más si Shinryu era algo tontito y desmemoriado, o secretamente el más inteligente de todos.
—¿Tú sabes ocupar todos los hechizos, Kyogan?
Kyogan se detuvo en seco para mirarlo con una dureza repentina, y con un desconcierto arrasador. Shinryu guardó el aliento, sin entender qué pensamiento oscuro había formado.
—¡¿Por qué preguntas eso?!
—Yo... por nada en particular, solo quería saber —murmuró; y ante el silencio de Kyogan, decidió explicar—: Conozco los conceptos, pero he visto demasiado poco. Tú sabes que aún me estoy entendiendo con los asuntos mágicos. Me gustaría... saber más, eso es todo.
La muralla defensiva de Kyogan se apartó, remplazada incluso por comprensión.
—No se pueden ocupar todos los hechizos así como así —respondió mientras retomaba la caminata entre los corredores.
—Lo entiendo, porque además el hechizo ancestral requiere un sacrificio, ¿no? —Shinryu recobró el entusiasmo—, te pide entregar el alma.
—Ajá —Kyogan contestó sin ganas de hablar al respecto, pero su compañero insistía como si jamás hubiera hablado de hechizos con alguien.
—¡Es uno de los más complejos junto al hechizo de larga duración! El hechizo que ocupa Gadiel para mantener al tren funcionando en el salón de alquimia es de larga duración, ¿cierto?
—Ajá.
—¡Para usar ese hechizo hay que convencer a las magias para hacer algo más complejo de lo normal! Se trata de convencimiento y condición.
—Sí.
—Kyogan... —murmuró, entristecido a causa de la dureza y desinterés de su compañero.
—¿Qué fue?
—¿Tú también dominas los hechizos de protección?, digo, me imagino que sí, claro está, pero esos hechizos requieren un maná defensivo y el tuyo tiene su tendencia en el poder, ¿no?
Kyogan meditó unos segundos, hasta que respondió con un tono más ameno:
—Tampoco es que sea tan obligatorio tener tu tendencia en la solidificación para ocupar hechizos protectores; tus hechizos serán menos efectivos, nada más.
—¡Lo entiendo, lo entiendo! Pero, ¿entonces tú también los dominas?
—Se podría decir.
Un destello de admiración se reflejó en Shinryu y una sonrisa pequeña pero intensa se dibujó en su rostro. Para él, era un sueño entender los diez hechizos. Cuando vivió con mamá nunca supo detalles al respecto, ni que había tipos, y que sus usos y efectividades dependían de la tendencia del maná. Él solo vio a mamá ocupando magias etéreas por doquier.
Entender los hechizos era como extender un puente entre el presente y el pasado, llevándolo a comprender lo que su madre debió haber sentido al practicar este arte tan sublime.
También le emocionaba averiguar sobre un asunto igual de alucinante, la «mente del maná», aquel llamado intermediario, quien se encargaba de controlar las seis tendencias a través del sistema nervioso entérico.
En Las clases de Linah podía entender esto y más. ¡Era imposible no ansiar sus enseñanzas!
—Kyogan.
—¿Qué pasa, pues?
—¿Por qué crees que la profesora Linah quiere hablar de todo esto?
El mago se dio un minuto para leer la sencillez de Shinryu. Su compañero no podía leer la oscuridad que viajaba por el ambiente, pero era lógico, ya que no tenía maná ni magias o percepción, por ende, le era imposible notar lo invisible.
—Solo avanza.
—Está bien.
Después de recorrer dos torres y varios puentes dorados que los entrelazaban, alcanzaron a la profesora Linah. Ella, por si fuera poco, anunció una sorpresa aún mayor. Kyogan se quedó anonadado cuando les dijo a sus alumnos que su clase se llevaría a cabo en el Hall de Desarrollos Elementales.
No era común que Linah llevara a la clase B2 a ese sitio, menos dentro del primer periodo escolar, que era mayormente teórico. El hall de desarrollos elementales solía disponerse para alumnos que habían conseguido un zein y necesitaban clases extras o especializadas con tal de llevar sus conocimientos a otro nivel. Tampoco era sencillo para los profesores pedir el hall; se lo peleaban. Pero ahora, al parecer, habían dejado sus diferencias de lado y se habían organizado para que toda la escuela tuviese clases especiales de manera turnada.
El hall combinaba en su construcción elementos antiguos y modernos, lo que le proporcionaba una estética exótica. Sus materiales eran de piedra onírica y madera noble, con detalles ornamentados que evocaban una sensación de historia, tradición y naturaleza en su verde esplendor. También contenía toques tecnológicos que se integraban de manera sutil, como cristales incrustados en las paredes que emitían una luz tranquila, y dispositivos metálicos que regulaban el flujo del etherio en el lugar. Gracias a esto último, las personas regeneraban maná con mayor facilidad.
El hall estaba compuesto por tres salones, y todos eran muy extensos. La clase B2 entró a uno donde el suelo estaba mayormente constituido por una extensa piscina, pero oculta bajo una malla. Las paredes, por su parte, estaban constituidas por un material blando casi imposible de romper, como una esponja apresada.
Linah, lista para comenzar, se puso de pie sobre la piscina. La clase se veía tensa y confundida.
—Me alegra mucho que estés aquí, Shinryu —Sonrió amorosa.
El chico le devolvió una sonrisa afectiva y sonrojada.
—Redric, ven aquí —ordenó Linah.
La clase B2 se preocupó de inmediato con el simple hecho de escuchar el nombre de Redric, un chico muy despeinado y musculoso. Nada bueno iba a suceder, de eso todos estaban seguros, porque el chico era el segundo alumno más fuerte de la clase —nivel de maná cincuenta y nueve—, pero entendía todo al revés. Era quien más desastres ocasionaba en el laboratorio de alquimia, donde había causado verdaderas explosiones, pues colocaba dentro del tren o en las máquinas de vapor y calderos exactamente los ingredientes que Gadiel le decía no colocar. En clases de Raksas y Criaturas especiales, se le olvidaba cerrar la jaula de su raksara, por lo que este, travieso y juguetón, se escapaba a la escuela a destrozar muebles, robar comida y a quemar todo lo que se le cruzara.
Por eso, era común escuchar los griteríos de rabia del profesor Rodan, de Astronomía, o del profesor de historia. Este último había perdido libros importantes.
Si Redric no era expulsado, era solo porque rogaba perdón por sus torpezas; porque se hacía querer de algún modo y porque su padre era un sanukai muy amigo de Dyan y pagaba por todos sus desastres.
Cuando Redric obtuvo un zein de planta y fuego, se volvió aún más peligroso. Este logro lo consiguió en excursión de Argus donde participaron los padres. Cuando halló al zein, le avisó a su papá, pero este no quiso vencerlo por él, solo lo acompañó como un testigo guía. Después de una batalla sin igual, Redric llegó de urgencia ante Trinity para ser tratado por múltiples huesos rotos y laceraciones repartidas. El chico rio feliz antes de caer casi muerto. Aún al día de hoy conserva una cicatriz en su mejilla derecha, como una raya enfurecida, muestra de la tarea imposible que tuvo Trinity al reconstruirle el rostro.
—Quiero conocer tu avance, Redric —indicó Linah con las manos unidas cerca de su ingle, en una postura pacífica pero autoritaria—. Hoy me demostrarás tu progreso con los hechizos, ¿pues de qué te sirve un zein si aún no puedes utilizar sus magias de manera correspondiente?
—Pero... ¿qué quiere que haga? —preguntó mientras se sobaba las manos y miraba de lado a lado, sintiendo todas las miradas clavadas en él.
—Trabajaremos en pareja.
—¡¿Qué?! —preguntó, espantado.
—Quiero que me lances un hechizo destructor con tu magia del fuego.
—¡¿Quiere que la ataque?!
—Así es —respondió con la cabeza en alto.
Los alumnos se distanciaron exageradamente contra las paredes. Shinryu no quiso hacerlo en un principio, pero al recordar un par de explosiones en el salón de alquimia a causa de Redric, imitó Kyogan y se hizo a un costado de la piscina.
—Así sea uno de los hechizos que hayas aprendido recientemente o uno que hayas creado tú mismo, no importa, solo usa el que dispongas —continuó Linah.
—Pero usted sabe que el único hechizo que domino es uno solo... —refutó Redric con la mirada gacha, apenado por ser tan torpe y olvidadizo.
—Bien, usa ese.
—¿Está segura?
—¡Hazlo! —comandó Linah.
Shinryu no comprendió por qué Redric comenzó a desnudarse de torso, revelando un cuerpo esculpido por varias cicatrices, y músculos que eran incluso mucho más marcados que los de Kyogan.
—Muy bien —la profesora lo felicitó—, al menos tus pantalones sí están hechos del material resistente contra el fuego. ¿Preparado?
—Supongo.
—¡Comienza!
—¡Kira... kira, venhia mi, forcie mai arma!
Shinryu lanzó un brinco cuando un fuego estalló alrededor de Redric, expandiéndose dos metros de su cuerpo antes de regresar a él para envolver a sus brazos y puños en guanteletes. ¡Redric era ahora un guerrero en llamas!
—Ahora que recuerdo, me gusta tu hechizo, Redric —comentó la profesora, mientras comenzaba a evadir cada ataque, sin la necesidad de separar las manos de su ingle; no lo necesitaba, le bastaba la gracia de sus piernas—. Es un ejemplo bastante decente de creatividad, pero por sobre todo de distinción. ¿Alguien me quiere explicar por qué para Redric es más sencillo utilizar hechizos que no sean de poder puro, sino de fuerza?
Nadie pareció comprender la pregunta, no por considerarla compleja, sino demasiado básica.
—Porque su maná tiene tendencia a la fuerza, no al poder. Y ambas son áreas muy distintas —respondió Rain, el sabiondo de la clase—. A Redric le es más sencillo utilizar hechizos que se relacionan directamente con la fuerza bruta. En cambio, si quisiera lanzar una ráfaga de fuego, muy probablemente no podría.
—Gracias, Rain, como siempre muy certero en tus respuestas —respondió Linah, sonriendo a medida que continuaba evadiendo a Redric con una mezcla de orgullo y templanza—. Pero, ¿por qué su hechizo se manifiesta de esta manera tan específica? ¿Por qué el fuego le rodea los brazos?
—Porque se habrá imaginado mil veces peleando de esa manera —respondió una chica con una nota burlona en su voz. Su grupo de dos amigas la apoyó entre risillas, como si dijesen: «los chicos son unos bobos adorables para pelear».
—Quiero algo más exacto —respondió la profesora.
—Primero, porque los hechizos se fabrican según al grado de afinidad que tenemos con las magias —continuó Rain, evocando ademanes que lo hacían ver más sabio—. La afinidad consiste en cuánto nos podemos entender con las magias y cuánto pueden ellas leer nuestra mente y alma. Sin afinidad, no hay hechizo alguno.
»Con un grado suficiente de afinidad, las magias empiezan a entender la forma de nuestra mente. Ya sea consciente o inconsciente, fabricamos hechizos según la imaginación, pero no desde cualquiera, sino de la que hemos reiterado muchísimas veces, hasta haber formado un programa que se instala en el espíritu y se hace leíble para las magias.
—¡Como acabo de decir yo, pues! —protestó la chica con los labios fruncidos—. Redric se ha imaginado quizás cuántas veces peleando con los puños imbuidos en fuego. Por eso fue el primer hechizo que pudo crear y el único que domina.
—Me quedo con tu respuesta, Rain —dijo la profesora—. Tienes un punto más para tu examen Douma.
La chica se quejó entre dientes, ¡no entendiendo cuántos puntos más podía conseguir Rain a lo largo de todo el semestre!
—Ahora dime, Sinna: ¿cuál es una de las limitaciones más importante a la hora de fabricar un hechizo? —preguntó Linah, mirándola a ella.
—Eh... —La muchacha titubeó un segundo—. Las magias no pueden crear algo que no entienden.
—¿Y qué es eso que no entienden?
—Lo que se salga de la naturaleza misma, lo creado más allá, y por el hombre. O sea, por ejemplo, jamás podrían fabricar un hechizo de fuego con forma de pistola, pero sí uno con forma de árbol, de rocas, cosas así.
—¡Perfecto! Aunque recuerda que hay un pero.
—¿Eh? ¡Ah, sí, claro...! Se pueden...
—Se pueden crear hechizos con resultados poco naturales —intervino Rain, con su elocuencia y seriedad características de él—, siempre y cuando aumentemos la afinidad muchísimo más y le expliquemos a la magia un concepto nuevo. Sin embargo, es un proceso arduo que puede llevar algunos años.
La chica llamada Sinna rechinó los dientes, aguantando unos inusitados deseos de lanzarle un hechizo destructor a Rain, uno que le rompiese esa enorme cabezota que tenía. ¡Y es que sí, era gigante!
Mientras tanto, Shinryu analizaba todo lo que escuchaba y veía, descubriendo que no solo tenía que entender los diez tipos de hechizos existentes; también necesitaba comprender cómo se veían influenciados por la manera de imaginar y la afinidad.
¿Qué tipo de hechizos podría fabricar él? ¿Qué había imaginado muchas veces?
—Muy bien ambos. —Sonrió la profesora.
»Ahora, Redric, quiero que uses otro hechizo destructor, pero a través del poder, no la fuerza.
—¡Pero profesora...! —Redric jadeaba: llevaba mucho tiempo correteando a Linah y no le había propinado ni un solo golpe—. Usted sabe que no puedo, lo he intentado muchas veces, es como si la magia simplemente me ignorara cuando intento que el fuego se aleje de mis músculos.
—Estoy convencida de que tu obstáculo es el temor a causar otro desastre. Hoy te digo, Redric: ¡Desátate! —declaró Linah a viva voz, no importándole invocar a la mismísima destrucción.
Los ojos del chico dibujaron dos grandes círculos.
—¡¿Qué acaba de decir?!
—¡Nadie te regañará aquí, no habrá consecuencias! Tienes todo mi permiso, Redric, ¡saca lo que tienes ahí dentro sin temor a nada!
—¡Usted no puede estar hablando en serio...!
—¡Hazlo! —ordenó con determinación fulminante, provocándole un sobresalto.
El chico, lanzando miradas desesperadas hacia sus compañeros, soportó una batalla interna que se reflejó en su respiración agitada y errática, hasta que, de pronto, un gruñido surgió de lo más profundo de su ser, un sonido desgarrador que parecía azotar sus propios miedos, silenciándolos de una vez por todas.
El fuego, respondiendo a su tumulto, comenzó a brotar de sus brazos en un espectáculo caótico y hermoso, como verdaderas llamaradas danzantes. Sin embargo, perdían equilibrio a cada momento, hasta que se proyectaron en todas las direcciones: lamiendo las paredes, siseando al contacto con el agua, corriendo hacia la profesora y luego hacia todos los alumnos.
Shinryu corrió para acorralarse en un intento por escapar del infierno desatado, pero su esfuerzo demostró ser en vano cuando una llamarada especialmente feroz se dirigió hacia él.
Fue entonces cuando ocurrió lo inesperado: el agua que yacía inerte bajo las rejas cobró vida propia, alzándose en múltiples direcciones, tomando la forma de manos protectoras, las cuales se interpusieron entre las llamas y cada estudiante, creando una barrera que humeó al contacto con el fuego. Era la magia de Linah.
—¡Muy bien, Redric! —gritó Linah cuando se hubo apagado la humareda—. ¡Has roto tu obstáculo! Aunque... sin duda alguna, debemos trabajar en tu control —añadió con reflexión—. Felicidades, has podido utilizar la tendencia del poder por primera vez.
El chico estaba sentado en el suelo, apoyándose con las manos, mientras su respiración era agitación pura.
—Debes trabajar aún más en los dibujos mentales de hechizos que solo sean de poder, ¿de acuerdo? —Sonrió Linah con una nota de dulzura.
El chico asintió antes de caer rendido, y feliz.
Después de regresar las aguas a su lugar, la profesora se dedicó a explicar cómo funcionaban los demás hechizos, primero mencionó al hechizo protector, el cual había utilizado a través del agua. Para lograr un hechizo de esta categoría, había que endurecer previamente el maná. La magia, al sentir el estado solidificado, comprendería que la intención era proteger.
Ente los demás hechizos existentes estaba: el hechizo no mágico —aquel que solo requería maná—, hechizo curativo, creativo, destructor, hechizo de larga duración, ancestral, etéreo, hechizo de invocación, hechizo astral. Cada uno de ellos requería estados diversos y previos del maná. El hechizo destructor, por ejemplo, necesitaba que se hiciese chispeante. El creativo requería un estado vibrante y expansivo.
Shinryu recordada todas las veces que Kyogan dejó que su maná fluyera de su cuerpo, como aquel día que le dio una paliza a Regan y a sus amigos. El hechizo de planta con el que detuvo al profesor Kiran fue claramente destructor, porque su maná había chispeado.
Su admiración crecía, sí, aún más, pues Kyogan tenía tanta afinidad con las magias y tantos programas almacenados en su espíritu, que sus hechizos se creaban como si fueran prácticamente espontáneos.
Sin embargo, en lo que quedó de clase, Shinryu chocó con una realidad que le quitó un pedazo de este idealismo.
Se llevó una sorprenda cuando descubrió que Kyogan tenía problemas para endurecer el maná. Era demasiado poderoso, sí, pero en cierta medida... vulnerable. La profesora Linah, con su agudeza, expuso esta grieta a través de una batalla de proporciones épicas, desatando un arsenal de hechizos acuáticos contra Kyogan: rayos de agua que cortaban el aire y lanzas que buscaban su blanco con precisión letal.
En respuesta, Kyogan creaba contraataques que hacían temblar el ambiente, con verdaderos terremotos líquidos, pero Linah igualaba su poder y lo iba desgastando rápidamente. En unos minutos, la brecha en su defensa se hizo evidente cuando su espalda chocó contra la pared.
Shinryu se preocupó. Su confianza en el mago aún era muy grande, pero la destreza de Linah le recordó las batallas de verdadera envergadura, en las que participaban aquellos con un nivel setenta hacia arriba, como los zeins.
Esto le hizo preguntarse si Kyogan realmente podría lidiar contra al zein de la invocación, a base de poder puro y... baja defensa.
______________
Nunca suelo dejar notar por aquí uwu. Agradezco primeramente la lectura de todos los que han llegado a este punto 💗 Y solo les quiero informar que no es necesario que se aprendan nada de memoria, menos si no se ha mostrado aún. En este caso, la profesora Linah menciona todos los hechizos, pero nada se aprende sin que se practique y sea vea. Les recuerdo que esta historia tienes varios libros, y a la larga las escenas irán mostrando todo, hasta que los tipos de hechizos quedará de forma natural en la memoria.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro