Capítulo 26 Fin tercera parte: La cercanía de lo invisible
Kyogan había terminado de comprenderlo: el zein podía ser invocado cuando la luna celeste, Cyan, no rondara por el cielo, y cuando Cosmo y Magnus estuvieran ubicadas de tal forma que pudiesen formar dos ojos rojos en el abismo nocturno.
...Las puertas de la dimensión se mantendrán abiertas solo si el zein ha escuchado el clamor de la manada del rey blanco con los tres ojos de halcón en su frente, y el amanecer de Tharos no haya fundido los cielos.
Los sinhas debían clamar al zein cuando las puertas de su dimensión estuviesen abiertas, es decir, cuando las lunas estuvieran ubicadas en el punto requerido, durante la noche, antes de que el amanecer de Tharos —la luz del sol— borre todas las luces lunares del cielo.
Faltaba apenas una semana y media para que las lunas se alinearan. Kyogan debía apresurarse y buscar la manera de que los mercenarios se enteraran de la información que les hacía falta para que llevaran a cabo todo.
—¿Y cómo harás eso? —inquirió Cyan, sentado en una cómoda del dormitorio que compartía con su hermano menor. En su expresión se reflejaba la preocupación ante el plan de Kyogan de morir falsamente. Le sonaba aún irreal y juraba que había otras alternativas, pero no las hallaba.
—Llevaré un papel con la información a la cueva donde encontré las invocaciones. Los mercenarios siguen escarbando a ver si encuentran algo importante, algo que les explique la invocación, así que simplemente hay que aprovechar eso —contestó Kyogan mientras, sentado en su cama, observaba unos apuntes y cuadernos con absoluta seriedad.
Cyan alzó los ojos, luego sus párpados cayeran y formaran líneas de expresión acongojadas, terminando en una desdichada sonrisa.
—¿En ese papel escribirás todo lo que hemos descubierto, entonces?
—Ajá, pero intentaré que se vea como si fuesen las notas del hijo de Dregorik. Les haré creer que Dermael tenía ideas para invocar al zein. Solo estoy analizando qué tan claro debo ser con esas notas, porque no puedo dejar una información tan evidente; debe ser algo que les haga creer son las notas de Dermael, sus pensamientos, conjeturas, algo así... —explicó Kyogan mientras sus dedos tamborileaban en un compás de astucia y precaución.
Cyan volvió a observar el rostro tan concentrado de su hermano menor y reconoció que Kyogan podía ser demasiado astuto, siempre y cuando no se encegueciera con su poder o malicia.
Miró hacia la única ventana del cuarto, dejándose arropar por la cálida luz del sol, luego se restregó el rostro como si buscara reacomodar su interior y pulir la expectativa ante lo que significaba un zein, y por sobre todo el camino que se abriría después de su invocación.
Demasiadas cosas... cambiarían, lo sentía así.
—También necesito desgastar el papel para que parezca que estuvo en la cueva durante un siglo —añadió Kyogan.
—¿Y cómo harás eso? —preguntó, con mejor semblante.
—Hay una manera, pero necesito algo... Oe, Cyan. —Kyogan adoptó un tono más humilde, casi como el de un hermano menor más creíble.
—¿Necesitas comprar algo de Álice? ¿Un químico o algo así? —preguntó Cyan, leyéndole el pensamiento.
—¿Te queda dinero? ¿O prefieres que robe? —preguntó descaradamente.
Un par de venas se hincharon en la frente de Cyan.
—¡Seguramente! —rezongó, pero se calmó al notar algo—: Ah, pero mira, al menos admites que ahora pretendes robar. ¿Debo considerar esto un avance?
—Confórmate con lo que hay —respondió, encogido de hombros.
Ya en una tienda de químicos de Álice, entre estantes cargados de curiosidades y el aroma penetrante de un café de quien atendía, Kyogan y Cyan buscaron un reactivo químico, una esencia extraída de granos oscuros, destinada a la pintura con tal de conferir semblante de antigüedad.
Con este ingrediente en mano, todo estaba listo; solo faltaba definir unos pocos aspectos cruciales de la operación. Charlaron sobre ello en el trayecto de regreso a la escuela, atravesando mares de césped verde, mientras la vigilancia silenciosa de los kymaeles se posaba sobre ellos, los felinos protectores de Argus.
—¿Ahora sí me explicarás por qué quieres que Shinryu esté en el valle antes de que vayas a robar el zein? —inquirió Cyan, analizando detenidamente a Kyogan—. Piensas meditar antes de hacer todo esto, ¿cierto?
Kyogan lo miró con una ceja alzada, sintiéndose extrañamente orgulloso por la habilidad que tenía su hermano para leer sus intenciones.
—Sí —admitió—. Sabes que es demasiado útil, me ayudará a aumentar las afinidades con todas las magias y a pronunciar hechizos sin necesidad de utilizar el idioma de la magia. La batalla será mucho más amena, pues.
—Y con la meditación aprovecharás para analizar la enfermedad de Shinryu, ¿no? Quieres matar dos raksas de un tiro.
Alzó otro poco las cejas, aún más sorprendido.
—Ajá, con las afinidades aumentadas puedo preguntar más cosas a las magias y me podrían revelar qué está pasando con esa bendita enfermedad. Cuando termine de analizarlo, regresarás al ñoño a la escuela y tú y yo nos vamos a buscar al zein.
—Al fin, Kyogan —dijo Cyan con una sonrisa que entrelazaba afecto y mofa—. ¿Sí ves que puedes recapacitar cuando te lo propones? Te diste cuenta de que ponerte a experimentar con Shinryu y el zein puede ser peligroso. ¿Sí ves que no cuesta tanto escucharme? No sabes cómo reaccionará su oscuridad si intentas forzar la metabolización de maná. ¿Ves que no cuesta tanto reflexionar?
—¡Cállate! —demandó con un gruñido—. ¿Qué carajos te crees? ¡Es Trinity la que me puso una soga encima! ¿No te das cuenta de que no le puedo hacer nada a su niñito de luz?
—Está bien, ¡está bien! —Suspiró con hartazgo.
Tiempo después, cuando los árboles que representaban el inicio de la entrada de Argus se impusieron, Kyogan confesó algo bajo las sombras de las ramas, pero primero se llevó una mano al hombro y, por un momento, se mostró vulnerable, como un chico atormentado por un encarcelamiento que ansiaba romper para conocer la codiciada libertad.
—Voy a romper el sello de Trinity —comunicó en un tono decidido aunque culpable, sabiendo que su hermano no estaría de acuerdo con algo tan grave—. Aumentará mi meditación... de manera inmensurable, la batalla contra el zein será diez veces más fluida y tendré todas las herramientas para ver la condición de Shinryu, hasta podré ver su oscuridad y entenderla.
»¡Antes de que me diga que no! —se adelantó a decir justo cuando Cyan estuvo por alzar la voz—. Déjame contarte una cosa: hay algo que Shinryu parece no saber, Cyan, y quiero descubrir qué es. La oscuridad está haciendo algo más que quitarle el maná, le está dando una... habilidad demasiado extraña y asombrosa. Lo pude comprobar cuando lo llevé a los mercenarios.
Al regresar a Argus, Kyogan se encontró con Shinryu, y de inmediato notó algo increíblemente raro en él: lucía frágil. pálido y tembloroso, con dificultades para mantener sus manos firmes, distraído y hasta sordo. Tuvo que preguntarle dos veces qué le sucedía para recién obtener una respuesta.
Shinryu se excusó diciendo que había comido unas masas rellenas con queso en mal estado. No había alcanzado a llegar al comedor y se había conformado con lo que tenía guardado hacía días. Kyogan le creyó, aunque percibió en Shinryu esos ojos de cordero perdido en el bosque, clamando silenciosamente una guía y amparo. Sin embargo, Kyogan estaba demasiado inmerso en sus propios planes como para indagar más profundo, además Shinryu partió a ejercitarse, alegando que eso le ayudaría.
Finalmente, después de preparar las notas falsas de Dermael con el químico que le confirió un toque a antigüedad al papel, Kyogan corrió a la cueva del valle para esconderlo. Al lograrlo, se ocultó en las alturas de los árboles, como un observador distante y paciente, esperando que los mercenarios descubrieran el papel.
Perdió mucho tiempo esperándolos. La tensión en su cuerpo se disipó al fin cuando los sujetos encontraron el papel, comprendiendo rápidamente la invocación, además dijeron que ya conocían la manera de provocar a los sinhas para que invocaran al zein.
Kyogan se sintió ansioso como hacía mucho no lo experimentaba. La expectativa vibraba descontroladamente en medio de sus venas, debatiéndose entre el éxtasis y la preocupación. Estaba un poco loco, pero daba igual. ¿Moriría a causa de un zein? En realidad no, porque dominaba de tal forma las drogas que ni siquiera necesitaba sufrir heridas graves, solo aparentaría un resultado devastador, cuando era muy poco probable que resultara tan herido tras la batalla. El zein no sería demasiado fuerte, porque el poder de una criatura invocada siempre dependía de la complejidad de la invocación y del nivel de los raksaras que lo llamaban a la tierra. En este caso, aunque las instrucciones sonaran enredadas, los preparativos eran sencillos y los sinhas débiles.
Se lastimaría solo si lo encontraba necesario. La idea era llegar a Argus muy herido. Cyan lo cargaría en la espalda. Kyogan simularía desfallecer con una droga que literalmente le pausaría el corazón por un momento —y solo si la potenciaba con un hechizo acuático—. La diluirá de tal forma que aumentaría aún más la posibilidad de que fuese indetectable en todos los exámenes existentes. La bebería solo si Cyan llegaba a la escuela y encontraba a la persona indicada para presenciar la situación.
El líder de los mercenarios, imponente y con ojos desalmados, no solo encontró unas notas extraordinarias en la cueva del valle que le dio pistas fundamentales para la invocación, sino algo muy peculiar. Con cuidado, levantó entre su pulgar y dedo índice dos cabellos ligeramente largos de color negro y puntas burdeos. De inmediato llamó a su novia, quien era parte del grupo de mercenarios.
—Dime, nena, ¿ves lo mismo que yo? ¿Es este un cabello de dos colores? —preguntó, mostrándole el hallazgo.
La mujer observó con una mano colocada en su delgada cintura. Respondió curiosa:
—Ajá. Me parece que sí.
—Según tengo entendido, solo los ardanas tienen el cabello de dos colores, ¿verdad?
La chica masticaba algo de manera arrogante. Era bella, pero lamentablemente siempre miraba a todos por encima y solía espetar cada dos oraciones.
—Ajá, los ardanas tienen el cabello así. Esa estúpida raza que se cree tan pulcra.
—¿Y qué hace el cabello de un ardana en un lugar como este? —curioseó el sujeto mientras contemplaba lo que tenía entre sus dedos como si fuese un tesoro extravagante.
Le era demasiado extraño hallar un cabello como ese en una cueva que estuvo sellada durante un siglo, y entendiendo que los ardanas eran muy escasos en los territorios de Sydon. La raza vivía en una isla a la que llamaban impenetrable. En Argus, los ardanas se podían contar con los dedos.
—¿Crees que un ardana haya estado visitando estos lugares, nena? —Sonrió el líder de los mercenarios.
—Puedo comprobar si el cabello es real o tiene tintura, pero.... — dijo, acercándose—, estoy segura de que es bien real.
Kyogan regresaba a la escuela, recorriendo un trayecto de casi treinta y cuatro kilómetros que normalmente no le suponía ninguna dificultad, ya que podía avanzar impulsándose con estallidos de maná. Sin embargo, algo inusual sucedía esta vez: una sensación ajena y abrumadora se estaba apoderando de su espíritu de un momento a otro, como si la atmósfera se hubiese hecho densa de repente y se cerniera sobre su espalda para absorber su energía desde la columna.
Acostumbrado a los desajustes emocionales y a las sensaciones poco razonables que percibía a través de las magias, pensó que era lógico, parte de lo que experimentaba a diario por ser mago. Sin embargo, su convicción se desvaneció cuando una gruesa gota de agua cayó sobre su hombro. Al mirar al cielo, se dio cuenta de que estaba siendo invadido por nubes descomunales, como incontables serpientes corriendo entre sí, entrelazándose en una interminable y monstruosa masa que agredía la esfera celeste, desatando truenos que rugían como zeins demoníacos extendiendo su voz gutural, su rabia contra el mundo.
Que fuera verano hacía que el clima fuese aún más inusual. ¿Qué sucedía? Quizás alguna zona negra cercana estaba fallando con su ayuda al control atmosférico. Lo más preocupante sería que esas nubes permanecieran el día de la invocación.
Luego vino algo peor: Kyogan sintió sobrecogerse cuando un sonido metálico y tintineante provino del interior de las nubes, como si campanas colosales hubiesen rosado por minutos entre sí, un ruido sobrenatural que solo sus sentidos pudieron detectar y que provenía de otro plano en la existencia. Era como si el universo mismo hubiese empezado a reajustar algo de proporciones colosales.
Kyogan intentó negar lo que sentía por enésima vez, tratando de restablecer la normalidad de su mente, pero entonces el cielo desató una lluvia arrasadora. Tuvo que encaminarse a toda velocidad al palacio. Ya en él, utilizó un hechizo para que el agua abandonara su ropa empapada.
Caminó cautelosamente por los pasillos, con el objetivo de alcanzar su habitación y pulir sus dagas para el gran combate. Sin embargo, notó que había un caos y una aflicción llenando los rincones del palacio. Los alumnos corrían de lado a lado, reorganizando sus rutinas escolares como si se acercara el fin estudiantil. Otros se mostraban acabados, con la cabeza gacha y lágrimas inundando sus mejillas, preguntándose qué harían de ahora en adelante. Lamentos y súplicas por el regreso de Trinity colmaban el ambiente, especialmente por parte de los niños.
Kyogan se sintió distante, confundido y rabioso mientras avanzaba entre la conmoción. Luego se topó con Kiran, cuyos ojos estaban cristalinos y enrojecidos, como orbes a punto de agrietarse por el dolor.
—¡Muchacho, ¿dónde andabas?, por los tres dioses divinos! —exclamó con una mezcla de enojo y preocupación.
—Fui al... —Kyogan no sabía cómo procesar lo que veía y escuchaba. No sabía si debía enfadarse, abrumarse por los lloriqueos, cuestionar o simplemente observar en silencio. La mirada Kiran lo desestabilizó—. ¿Qué te pasa, Kiran?
El profesor lo tomó del hombro y lo apartó junto a la estatua de un soldado que daba a un rincón.
—Tu profesora, Kyogan, la profesora de kyansaras falleció hace unas horas.
Un escalofrío recorrió el espinazo de Kyogan, paralizando sus pensamientos y congelando su mente. Sus labios se entreabrieron con una lentitud helada.
—¡¿Cómo dices?!
—Fue hace dos horas, muchacho. Si hubieras estado aquí te hubieras enterado como el resto. —Kiran se limpió las lágrimas con un pañuelo.
Kyogan retrocedió un paso, sintiendo que su estómago se revolvía como si fuera una pequeña lavadora.
—Aún no sabemos qué le sucedió. Los alumnos dijeron que su rostro amaneció muy demacrado esta mañana y que andaba algo desorientada. La están analizando en este momento, Kyogan. Creen que su corazón pudo haber estado fallando previamente.
Negó, perplejo, con los recuerdos de su profesora Alaia inundando los paisajes de su mente. Sí, esa anciana había sido su profesora, quien le enseñó casi todo sobre curación. Era —o fue...— una mujer que nunca se quejó por nada, así tuviera mil problemas acuchillándole los ánimos. Pero no tuvo una relación cercana con ella. Lo único destacable fue el respeto que le dirigió debido a su devoción por la curación.
Recordó su primer día con ella. En ese entonces, Kyogan era un crío de diez años. Alaia, mayormente en silencio, le enseñó cómo diseñar recetas para medicamentos básicos. ¿Por qué recordaba una situación tan... vacía? Alaia actuó con él como si todo fuese una obligación, como si llevara mil cargas y Kyogan fuese una más. Siempre fue un amor con los niños, pero con él nunca.
También fue muy conocida por creer fervientemente en Loíza y consumir su tiempo en la parroquia, orándole todos los días. ¿De qué le sirvió? ¿Qué hizo Loíza por ella? Nada.
—¿Por eso andan todos tan agitados? ¿No deberían estar más bien silenciosos, preparándose para un funeral, para despedirla o algo así? ¡Oe, ¿qué es lo que está pasando?! —criticó Kyogan.
—Una cosa se juntó con la otra. Bueno, fue un poco antes —empezó Kiran—. Los profesores jefes de las diversas casas fuimos llamados a una reunión de sabatares. Regresaremos pasado mañana, en la tarde. Se han suspendido las clases hasta entonces.
Kyogan se sumió en un silencio masivo. La mención de la reunión de sabatares provocó un eco doloroso y palpitante en su interior, lo suficientemente intenso como para estremecer corazas y desenterrar desesperaciones ocultas.
—Me estás hablando de esa reunión en donde se juntan todos los líderes del imperio, los menesteres, imperiales, el ejército de sanukais y todo eso, ¿no?
—Así es, muchacho. También asistimos todos los profesores jefes y subjefes que conformamos parte de las cuatro grandes escuelas de Sydon —explicó con angustia. Sus ojos de padre se veían hundidos en profundidades de lamento. No deseaba dejar a Kyogan solo y sabía muy bien lo que provocaba en todos los alumnos el anuncio de una reunión de sabatares.
—Pero Kiran, esa reunión es para cuando necesitan hablar sobre dilemas bélicos. ¿Me estás hablando de guerra? ¡¿Es eso o qué carajos?! —pidió saber, alterado—. ¡¿Se anunció algo así o qué mierda está pasando?!
—¡No, no, nada de eso! De ser así nos hubieran advertido algo. Pero tampoco se nos aclaró lo que está ocurriendo.
»Ahora entiendes la agitación y confusión de los estudiantes. Les estoy insistiendo que no hay que apresurarse con las conclusiones. La reunión de sabatares puede ser para otras cosas. La emperatriz puede solicitarla para hablar de los lideratos, por ejemplo, sobre nuevas posiciones o modificaciones muy importantes —aseguró Kiran, sintiéndose descarado, porque estaba mintiendo.
—Vale, vale —respondió Kyogan, mientras retrocedía otro poco y se calmaba.
—Les fue permitido a varios estudiantes regresar a sus casas durante estos dos días, pero solo si viven cerca, como en Álice, la ciudad de las sombras o la ciudad de las luces. Los demás deben permanecer acá. Tú y los otros quedarán al cuidado de los alumnos de rango siete y los profesores restantes.
Kyogan separó los labios en una sonrisa irónica, hallándose enrejado en una situación surrealista.
—¿Y qué pasa con Trinity? —necesitó saber—. Partió hace días a buscar a Soraya para atender a Shinryu. ¿No sabes nada de ella? ¿Cuándo regresa?
Kiran notó que, en el fondo, a Kyogan le urgía la presencia de Trinity, hecho que lo conmovió.
—No sé nada de su paradero, Kyogan. Me imagino que aún debe estar en el continente de Aeris.
Finalmente, Kiran comunicó que debía retirarse ya, pero Kyogan recordó algo y lo detuvo para mostrarle el papel firmado por Trinity que le permitía estudiar a Shinryu en el Valle de los Reflejos.
—¿Qué significa esto? —cuestionó Kiran, pasmado—. ¿Cómo es posible que Trinity te entregara un permiso así?
Tuvo una acalorada discusión con Kyogan, hasta que el muchacho se vio obligado a demostrar que no le haría daño a Shinryu.
—Kiran, le prometí mi título de kyansara —aclaró con seriedad—. Si le hago algo al nug... a Shinryu, me expulsará de la casa de los curanderos.
Kiran abrió la boca, consciente de que una de las cosas que más le importaba a Kyogan de Argus era su título de kyansara. Era, de hecho, ante lo único que respondía con disciplina. Había dejado de cometer muchas fechorías solo para que no lo expulsen —aunque Kiran sospechaba que seguía haciendo maldades en las sombras—.
Necesitaba aclarar muchas cosas con el muchacho, pero no tenía más tiempo para discutir con él.
—Ahora prométemelo a mí, júrame que no le harás nada malo a Shinryu. Kyogan, ante el mínimo rasguño que vea en él o cualquier señal de miedo hacia ti, consideraré tu promesa rota.
El menor chasqueó la lengua, sintiéndose ofendido, así reconociera las mil razones que tenía Kiran para desconfiar de él.
—¿Tanta desconfianza?
—Nunca te perdonaré si fallas —aclaró con una sentencia que oscureció sus ojos. Kyogan se enserió.
—Lo prometo.
Entonces Kiran se retiró.
Dado la ausencia de los profesores esenciales, la escuela se derrumbó en un refugio de incredulidad y angustia. Los comentarios de los alumnos eran como balas de fuego que incendiaban el temor de un nuevo periodo de guerra. Nadie deseaba enfrentarse a más batallas poco justificadas y aterradoras, llevándolos a recordar tantos males vividos por la humanidad.
Kyogan seguía reflexionando. Por un momento, pensó en no asistir al funeral de Alaia, pero lo hizo de todos modos, en la parroquia de Argus, aunque prefirió mantenerse apartado y en silencio durante la ceremonia. Después buscó a Shinryu para saber por qué no se había presentado en el funeral, a pesar de lo religioso que era.
Entonces partió, y lo que presenció Kyogan a continuación fue lo más extraño que pudo haber experimentado ese día. Al llegar a la zona de los dormitorios, escuchó el grito escandaloso de una chica:
—¡¿Qué le pasa?!
Al acercarse, vio a Shinryu tropezando entre las pequeñas rejas del jardín, en un estado de desorientación, y reventado por un ataque de pánico, sudando profusamente, con la ropa adherida a la piel.
—¡¿Por qué todo se ve tan oscuro, por qué?! —gritaba Shinryu.
—¿Este niño está tan mal de la cabeza? —preguntó otra chica en modo alarmista, frente a su grupo de amigas—. ¡Me está dando miedo!
—¡No veo, no veo!
Shinryu volvió a tropezar, ahora gateando antes de levantarse. Kyogan no entendía absolutamente nada, estaba en blanco.
—¿Qué carajos...? ¿Oe, Shinryu? —preguntó, acercándose a la escena.
Shinryu corrió hacia él apenas lo escuchó, pero tropezó nuevamente y cayó a pocos metros de distancia, temblando de forma intensa, casi como si sufriera un estado de epilepsia que convertía sus extremidades en gelatinas.
—¡¿Hey?! —insistió Kyogan.
Gateó hacia el mago, llorando y balbuceando.
—No veo, Kyogan, no puedo ver.
—¡¿Qué?!
—¡No puedo ver, Kyogan, no veo nada, solo te escucho! —Shinryu lo buscó con las manos, hasta que lo encontró y se aferró a su chaqueta, buscando un anclaje en medio de la oscuridad absoluta.
»Y mi cabeza me duele, me duele mucho. ¡Algo, algo me la aprieta! Kyogan, por favor, ayúdame, ayúdame, no sé qué me pasa. ¡También vi a un insecto cerca de mi oído!
»Créeme, por favor, créeme —imploró.
Siguió suplicando, hasta que una sensación de alivio lo invadió lentamente, como si hubiera tocado una fuerza superior que alejaba de él espectros hambrientos y ominosos, destructores de salud, pero seguía sin ver nada.
—Kyogan...
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