Capítulo 23: El pasaje de las estrellas
El zein se pasea por las orillas de nuestro orbe solo si el destructor de su patria se ha ocultado y los dos hermanos restantes son los únicos reinando en el abismo. Serán espadas, y cuando junten sus puntas, formarán el color de sus ojos. Las puertas de la dimensión se mantendrán abiertas solo si el zein ha escuchado el clamor de la manada del rey blanco con los tres ojos en su frente, y el amanecer de Tharos no haya fundido los cielos.
Aladaina Riven.
En la biblioteca, Shinryu volvía a leer las instrucciones de invocación, escritas en un pergamino agrietado y dorado que ocultaba con suma cautela bajo el escritorio.
Seguía entendiendo muy poco, aun así, no podía dejar de apreciar cada palabra, porque componían algo magnífico, misterioso y de poder incalculable, como si los versos patinaran entre las encrucijadas de la tierra y las estrellas para atraer a una criatura que aún le ganaba en gloria a la humanidad.
Un zein.
«No-lo-puedo-creer. ¡Esto es impresionante!
Sus ojos se detuvieron una vez más en la firma al pie de las instrucciones. Aladaina Riven. Era un nombre, ¿pero de quién sería?
—Fascinante —murmuró, y al instante se amurró en su escritorio, bajo la mira de alumnos entre las grandes torres de libros que conformaban la biblioteca de Argus, todavía ansiando preguntarle por qué Trinity no pudo sanarlo.
Sacudió la cabeza, respiró hondo, y volvió a centrarse en las instrucciones.
«Tengo claro un par de cosas», recordó a Kyogan decir, explicándole que «el rey blanco con los tres ojos de halcón en su frente» era una analogía que hacía referencia a un raksara llamado sinha, que habitaba, coincidentemente, en el Valle de los Reflejos. Se trataba de un zorro pequeño que lucía una melena abundante cual corona viviente alrededor de su cuello, y tres gemas en su frente, ojos celestiales que escudriñaban los secretos del valle. El líder, a diferencia del resto, ostentaba una melena de color blanco, mientras los demás un pelaje gris que tiraba a negro. La manada escogía al alfa según una nobleza genética que se generaba solo en uno de ellos.
Kyogan le explicó que había que provocar a los sinhas para que clamaran en algún momento específico del día. Eso quería decir que eran ellos los que en realidad invocarían al zein. Para Shinryu era un fenómeno demasiado llamativo, sin embargo, no era del todo extraño en la naturaleza de Evan, donde los raksaras podían invocar zeins en circunstancias muy determinadas y extremas, ofrendando sus manás en un ritual.
Lo que faltaba por determinar era cómo había que provocar a los sinhas para que hicieran el llamado y qué condiciones debían cumplirse para que pudieran hacerlo. Shinryu tenía la tarea de investigarlo.
Por otro lado, Kyogan le dijo que el zein tendría una apariencia similar a los sinhas, ya que los raksaras siempre invocaban a zeins que estuviesen emparentados con ellos de alguna forma. Por ejemplo, los tritones solo podían invocar a criaturas del mar, generalmente peces humanoides.
«Un zein parecido a un sinha», Shinryu no paraba de imaginarse la posible apariencia que tendría la criatura. Sentía la tentación de indagar en las muchas ilustraciones que había repartidas en los libros más fantásticos de Argus. Lamentablemente, Kyogan le dijo que debía tener extrema cautela al buscar libros que hablasen sobre zeins de forma tan directa, porque todo lo leído por los estudiantes quedaba registrado. La idea era obtener información de manera «casual».
Con nerviosismo, Shinryu observaba una enorme puerta en la biblioteca, un túnel hacia un paisaje de conocimiento sin fin, que daba acceso a un lugar donde se podía obtener información de manera totalmente directa. Era una sección especial donde se congregaban todos los libros que hablaban de cosas peligrosas: sobre invocación de zeins o de otras criaturas muy extrañas. Pero para acceder a esa sección honorable, el alumno debía portar un rango bastante superior y un permiso especial por parte del profesor Zimmer y del mismísimo líder.
Shinryu suspiró con un grado de alivio, pues por encima de todo, Kyogan le estaba demostrado que estaba teniendo cuidado con esta situación, ya que, aun pudiendo entrar en esos confines secretos para robar información, dijo que no lo haría, porque no pensaba dejar pista alguna.
Finalmente, comprendiendo todo lo que debía hacer, pidió prestado varios libros de astronomía con la intención de leerlos antes de que comenzara la clase de Midna.
Al checar las instrucciones, volvió a suponer que algo en el cielo debía acomodarse para formar los ojos del zein desde la punta de dos espadas, un requisito fundamental para que los sinhas pudiesen clamar. Al parecer, había tres espadas en el cielo —probablemente metafóricas—, pero una de ellas no debía estar presente: la destructora. Si esta condición no se cumplía, ninguna criatura podría ser invocada, por mucho que los sinhas clamasen.
...El zein se pasea por las orillas de nuestro orbe solo si el destructor de su patria se ha ocultado y los dos hermanos restantes son los únicos reinando en el abismo celeste. Serán espadas, y cuando junten sus puntas, formarán el color de sus ojos.
Shinryu estaba muy seguro de que «nuestro orbe» se refería la tierra de Evan, ya que muchos textos se referían a ella como tal. Era lo que estaba claro, pero, ¿en cuánto a lo demás...? Ni siquiera lograba formar alguna idea. Todo se veía muy... brumoso y criptado. Fuese como fuese, estaba convencido de que debía esforzarse y no temer a la gravedad de la misión que se depositaba sobre sus hombros.
«No titubees. ¡Recuerda que todo esto no solo se trata de una oportunidad para que Kyogan estudie tu enfermedad, es una alternativa para que pueda salvarse de la investigación del imperio! —se animó—. Pero sigo sin creerlo..., Kyogan. ¿En serio estás dispuesto a morir contra un zein?»
Tras sumergirse en varios textos, un dolor agudo atravesó su cabeza, sintiendo que cada interrogante se entrelazaba con el siguiente, tejiendo una red infinita de incertidumbres. Pero su agobio tenía una segunda razón: todos los libros consultados trataban los objetos celestes como... eso, como objetos, ignorando cualquier comparación metafórica y desconociendo los asuntos espirituales que antes solían abundar en estos temas. En su lugar, se encontró con un corpus de conocimiento que se inclinaba cada vez más hacia la ciencia pura y dura.
Esta situación encendió en él una chispa de indignación y celos. Le resultaba incomprensible cómo, en un mundo donde la magia y el maná eran realidades tangibles, los que gobernaban se empeñaban en erradicar la espiritualidad, lo no comprobado por el ojo humano, incluyendo las deidades divinas, aprovechando cada oportunidad para educar a los alumnos sin base en la fe. Y, sin embargo, hacían esto de manera siniestramente sutil, mientras fingían creer para ganarse el favor de las masas y aseguraban que seguían la voluntad de los dioses.
Shinryu recordó que en la antigüedad la astronomía y la religión estaban íntimamente entrelazadas, cada una reconociendo a los dioses como creadores y a ciertos espíritus como fieles servidores que ayudaban a manejar el sistema solar.
Por suerte, había una luz en medio de este oscurantismo: el profesor Rodan que aún enseñaba las verdades tal y como estaban escritas en los textos sagrados. Sin embargo, ¿cómo podría Shinryu averiguar de él de forma indirecta y sin que Kyogan se moleste?
Pensó en varias ideas, hasta que se precipitó de regreso hacia la biblioteca, desesperado por el poco tiempo que le quedaba antes de que iniciara la clase de Midna. Convertido en un revoltijo de respiración silbante y sudor, avanzaba a toda velocidad, cuando de pronto se topó con la mirada inquisitiva y criticona de Kyogan justo en la entrada de su destino.
—¿Qué carajos te pasa o qué?
Después de recuperar el aire, Shinryu le explicó que pretendía cambiar los libros por antiguos con la esperanza de que encontraría más reconocimiento por la fe divina. Kyogan bajó los párpados con un desgano diferente, luego observó los libros apilados en los brazos de su compañero.
—¿Entonces son todos libros de astronomía actual?
—Sí, ¡pero los regresaré ahora!
—Vale, pues.
Antes de que ambos dieran un paso al interior de la biblioteca, apareció Cyan desde el corredor principal con una voz elevada en enojo:
—¡Kyogan! —gruñó mientras caminaba con paso autoritario y decidido, lanzando pequeñas chispas de maná azul desde su cabeza—. ¡¿Cómo es eso de que debes cuatrocientos veintidós geones en el comedor?!
Una de las muecas más conflictuadas jamás vistas fue creada por Kyogan: este apretó los dientes abruptamente, provocando que sus labios se estiraran de manera desigual, mientras los músculos de su cuello se marcaron y sus hombros se volvieron dos metales redondeados.
—¡¿Creíste que no me iba a enterar?! —gritó Cyan, después de posicionarse frente a él—. ¡Tuve que exigirle a la recepcionista del comedor que me mostrara tu lista de deudas, porque, como siempre, la convenciste para que me la ocultara, y ya me imagino cómo! ¡Es el colmo de todos los colmos, Kyogan!
—¿Qué te pasa, oe? No vengas a armar escándalos aquí —rabió, buscando camuflar su culpa desviando la mirada, mientras retrocedía un paso.
—¿Cómo es posible que gastaras tantos geones en tan poco tiempo? ¡¿Qué rayos comiste ahora y dónde carajos sigues guardando tanto?! —Cyan analizó el cuerpo de su hermano, el cual se mantenía esbelto a pesar de todas las golosinas que entraban en él—. Hace apenas dos semanas pagué doscientos veinte geones. Pensé que de una vez por todas podríamos acercar tu deuda a cero, pero ahora me entero de que... ¡se duplicó, Kyogan, se duplicó!
—¡Cálmate, te dicen! —demandó, incómodo, con sus ojos analizando su alrededor, notando las miradas entrometidas de los alumnos—. Maldita sea, ¿por qué siempre tengo que aguantar tus escándalos?
—¿Crees que trabajo para que te lo gastes todo en el comedor? Pero, ¿qué saco con quejarme? ¡Porque como siempre todo te entra por una oreja y se te arranca por la otra!
Kyogan se masajeó un hombro, buscando las formas de soportar el momento.
—Es que subieron los precios, pues, ¡no es mi culpa!
—Por supuesto que nunca es tu culpa —aseguró con ironía, levantando una mano por un segundo—, sino de las pobres encargadas del comedor que lo único que hacen es trabajar de manera honrada y soportarte. ¡¿Crees que no sé que las amenazas para que no me cuenten todo lo que haces con ellas?!
—¡Que ya, oe, ya!
—Kyogan, ¡te vas a enfermar comiendo tanto dulce! —dijo, frustrado—. ¿Pero sabes qué? ¡Te lo mereces!
El mago chasqueó la lengua con un oscuro resentimiento brotando de sus ojos: seguramente ya estaba planeando venganzas, quizás contra las encargadas del comedor. Cyan soltó un larguísimo suspiro, masajeándose el rostro.
—Pobre de ti que les hagas algo.
»Se acabó, Kyogan, te lo advertí: hablaré personalmente con el señor Dyan para que te prohíban comprar cualquier cosa del comedor más allá del desayuno, almuerzo y cena.
La respuesta de Kyogan fue una cargada de consternación:
—¡¿Qué?! ¡Oye, que tampoco es para tanto!
—¡Es la única forma! ¿O de qué otra forma te controlo, así sea en un porciento?!
—¡No jodas! ¡Solo hay que buscar la forma de pagar las deudas! —gritó, con un brazo abierto.
—¡¿Y de dónde más quieres que saquemos dinero?!
—Sabes que hay algunas maneras..., o sea, no me gustan, pero... —titubeó.
—Kyogan, no lo entiendes. Ya no trabajo en la tienda de pociones.
El mago guardó silencio, sorprendido.
Shinryu, por su parte, procesaba las impresionantes revelaciones que había escuchado en poco tiempo. Nunca hubiera imaginado que Cyan trabajaba en una tienda de pociones. Quizás por eso se le veía tan poco en Argus. Los alumnos que estudiaban y trabajaban no tenían tiempo ni para dormir.
De pronto, quiso saber más de Cyan, su nivel, su edad, su especialización.
—¿Cómo así? —indagó Kyogan.
—La señora Rina encontró a su esposo finalmente —relató Cyan, un poco más calmado—. Decidió cerrar la tienda de pociones hasta nuevo aviso. Es más, está tan contenta que dice que se va a mudar a la ciudad de las luces.
Kyogan, con la cabeza gacha, murmuró protestas en medio de su tormento, ardido por las dificultades que la vida le seguía escupiendo encima. El dinero, el famoso dinero siempre era un problema incluso para él. Cyan cobraba, poco a poco, más sosiego y comprensión: algo en su hermano menor volvía a despertar en él empatía.
De pronto, su mirada descubrió a Shinryu, quien se había hecho a un lado todo este tiempo. Cyan se sintió contrariado de inmediato, pues todavía procesaba muchas cosas de él, aunque en ese momento destacó una punzante vergüenza al descubrir que había sido visto una vez más en su estado enfadado.
—Hola, Shinryu. —Su tono ronco colocó una nota profunda en su saludo, muestra de una humanidad herida, distante pero presente.
—Hola, Cyan —Shinryu respondió con un asombro silencioso.
Hasta que Cyan le sonrió, causando un pequeño resplandor en su rostro y un sobresalto. ¡¿Esa sonrisa era real y venía del hermano mayor del mago?!
—¿Cómo te va?
—Sí, sí, ¡todo bien! —afirmó, contento, mirándolo a los ojos, aunque de inmediato bajó el rostro con pena.
—Me alegra...
Kyogan y Cyan hablaron un par de cosas por lo bajo, hasta que Cyan preguntó:
—¿Ustedes no tienen clases?
Al escucharlo la palabra clases, Shinryu corrió con la fuerza de un disparo en dirección a las granjas de Argus, lugar donde debía tener su clase con Midna. Desapareció en el acto, pero poco después regresó a buscar Kyogan:
—¿Va-vamos?
Los hermanos intercambiaron un par de miradas antes de que Kyogan caminara junto a Shinryu.
—¿Tanto te preocupa llegar temprano a todas las clases? —cuestionó Kyogan con molestia, pues Shinryu le había hecho pasar una vergüenza ajena—. Eres como un ñoño obsesionado.
—¡¿Ñoño?! —Shinryu se alarmó como si hubiese escuchado una mención gravísima de sí mismo—. ¡¿Pero ñoño por qué?!
Kyogan no esperó esa reacción, pero como disfrutó el rostro de horror, empezó a juguetear macabramente con Shinryu, explicándole por qué era un maldito ñoño. Shinryu, cada vez más espantado, intentaba rebatir sus argumentos.
—¡Pero Kyogan!, yo... yo solo me esfuerzo demasiado, ¡y necesito aprender de los pro-profesores!
Continuaron discutiendo hasta que alcanzaron un costado del palacio, un campo donde habitaban los raksas y raksaras de Argus, donde corrales por doquier se ordenaban en filas para mantener en control a diversas especies. Había desde piscinas para las criaturas acuáticas, hasta árboles con jaulas para aves.
Para Shinryu, este sector era otra cara hermosa de Argus, además disfrutaba mucho las clases de Midna, ya que la profesora era una amiga de todos los niños, y el estudio de las criaturas no exigía demasiado maná. Sin embargo, una tristeza abrupta lo golpeó cuando Midna decidió ocupar su clase en algo que él no tenía: en entrenar a los compañeros raksaras de los estudiantes.
Cada alumno en Argus recibía un compañero raksa cachorro, con el que se enlazaba apenas despertaba el maná. El maná una vez más se hacía ver como algo esencial, en este caso para enlazarse con el raksa correcto. Al igual que los seres humanos, estas criaturas nacían con afinidades elementales. El alumno debía unirse a una que tuviese su misma afinidad. Si no, la energía repelería a la criatura.
Cuando se formaba el vínculo, el raksa también despertaba su maná, convirtiéndose así en un raksara —raksa con maná—. Algunos cambiaban totalmente su forma, incluso adquirían cierta esencia de su compañero humano, por ejemplo, sus pelajes se teñían acorde al color de sus ojos o cabello, o cambiaban según el color del alma.
Shinryu se sumergía en profundos mares de decepción, ya que la afinidad elemental se revelaba a través del maná o evaluando las últimas fases previas, cuando el etherio estaba a punto de ser transformado en esta codiciada energía. Pero él, carente de estas fases, era incapaz de conocer al menos su afinidad. Era una página.. vacía, sin identidad.
Seguía y seguía enfrentando consecuencias a causa de su condición. ¡Ya no lo soportaba más! ¡Era demasiado doloroso! ¿Por qué tenía que sufrir esto? Ni siquiera se sentía un ser humano, sino una encarnación de enfermedad y sufrimiento.
Lo único que podía hacer era observar cómo todos los alumnos disfrutaban del lazo con sus compañeros, a excepción de Kyogan, quien, según se decía, tenía un raksara que no podía ser presentado ante el resto.
Midna guiaba a la mayoría de los alumnos de la clase B2 mientras checaba el avance de sus compañeros raksaras. Shinryu tuvo que tomar su libreta y anotar lo que veía, pero apenas estaba escribiendo un par de palabras; por primera vez solo quería que terminara la clase y largarse.
Al concluir, decidió retirarse a la biblioteca, pero fue interrumpido por Midna, quien le dio una enorme sorpresa:
—Acompáñame, Shinryu —solicitó la profesora, sonriéndole con las mejillas rellenas de alegría contenida.
—¿Adónde, profesora? ¿Pasó algo?
—Antes de retirarse, la señora Trinity me autorizó para llevarte a escoger tu raksa —anunció, muy contenta por la noticia, casi como una niña que contenía sus ganas de saltar.
El chico se sorprendió tanto que un nudo se apoderó de todo su ser, impidiéndole decir cualquier cosa.
—¿Cómo? —musitó. A Midna le causó ternura y gracia su rostro confundido.
—Tendrás un compañero a partir de este momento, aunque no tengas maná.
Shinryu parpadeó varias veces y se masajeó los ojos, intentando visualizar correctamente a la profesora, hasta que lanzó un saltito.
—¡¿En serio?! ¡¿En serio?!
—¡Sí!, solo sígueme, mi pequeño.
Shinryu acompañó a la profesora, aún boquiabierto, aún incapaz de procesar la noticia.
Kyogan, quien había visto todo, decidió quedarse en los alrededores. Había escuchado y no comprendía cómo Shinryu se enlazaría con un raksa. El desconcierto en su rostro reflejó una desconfianza diferente, como si concluyera que Midna estaba torciendo leyes solo por su cariño hacia el chico.
Vio a Shinryu caminando de jaula en jaula en busca de un compañero cachorro con una curiosidad infantil y alborotada. Preguntaba, tocaba a los raksas que más le atraían, preguntaba y volvía a tocar, buscando una conexión que trascendiera a su corazón.
Kyogan decidió esperar, pero lamentablemente jamás supuso que Shinryu se tardaría... ¡milenios en escoger a un raksa! Sin embargo, incluso Kyogan reconocía que no era una decisión simple.
¿Desde cuándo ejercía tanta paciencia?
Ni siquiera se dio cuenta cuando la cautela perdió sentido y el aburrimiento opacó su interés por mantener una reputación maligna, así que se dejó ver por Midna. Pese a todo, se veía demasiado dominante con su postura de brazos cruzados y mirada arrasadora, mientras vigilaba, sin importarle demasiado lo que Midna concluyera de él.
—¿Ocurre algo, Kyogan? —Le había preguntado ella y él no le respondió.
Finalmente, Shinryu se decantó por un cachorro de panyabi, un can acuático pariente de un panda en miniatura, pero con un pelaje más sedoso y brillante. Su cuerpo de blanco inmaculado estaba salpicado con manchas de un azul marino que evocaban las profundidades del océano. Sus orejas, en lugar de los típicos apéndices caninos, eran estructuras similares a las aletas, puntiagudas y flexibles, que se movían con una elegancia rara pero fluida. Esas orejas acuáticas tenían bordes redondeados y una textura aterciopelada, adaptadas para la vida tanto en tierra como en agua.
Sus ojos grandes y expresivos reflejaban una inteligencia aguda y una curiosidad insaciable. El hocico pequeño y húmedo estaba rodeado de bigotes sensibles que se agitaban ante el más mínimo estímulo. Sus patas cortas terminaban en almohadillas.
En conclusión, el cachorro era tan pomposo que, según Kyogan, era un ser de lo más espeluznante, un peluche apto solo para una niña idiota.
No logró entender por qué Shinryu escogió al panyabi más pequeño y al único que se veía torpe en su andar, tan torpe que chocaba con todo por delante. Shinryu se acercó con el cachorro acunado en sus brazos, brillando con una alegría sin precedentes. Cada paso que daba parecía más ligero, como si la presencia del cachorro hubiera disipado hasta sus mismísimas preocupaciones pasadas. Sus dedos acariciaba su pelaje con una ternura sin igual, pareciendo que había encontrado un pedazo faltante de su alma.
El panyabi, por su parte, se acurrucaba confiadamente contra su pecho, girando su cabeza redondeada para mirar a su nuevo compañero con ojos llenos de atención, como si se preguntara quién sería ese agradable humano. Kyogan se alejó con una cara horrible que decía: «aleja esa porquería de mí».
—¿Por qué escogiste esa cosa? ¿Y cómo carajos vas a saber si eres afín a él...? —Las últimas palabras de Kyogan perdieron concentración al notar la mirada acusadora y defensiva de Midna.
Shinryu le explicó que ni siquiera él sabía por qué pudo escoger su raksa, Trinity solo dio el permiso. Se veía tan contento que un aura nueva, alejada de los males tortuosos, lo arropaba. No dejaba de acariciar al panyabi.
«Qué horror», pensó Kyogan.
—¿Ves que sí eres un ñoño de mierda?
—Pero Kyogan... —refutó Shinryu, sin sentirse mal por el insulto, pues no lo percibió demasiado brutal—. Es un excelente nadador, ¡ya verás! ¡Además, tienen algo fascinante que me dejó hasta sin aliento!
—¿Qué cosa? —preguntó con una marcada y horrible mueca, pero con voz débil, como si quisiera saber y a la vez no.
—¡Son muy buenos amigos de los demás raksaras! ¡Les encanta compartir todo! ¡¿No es impresionante?! ¡Hay muy pocos como él!
Kyogan se atoró con su propia saliva, escupiendo un gruñido desfigurado. Sus ojos perdieron los irises por un momento, como si hubiera sido golpeado en el estómago. Discutió un rato con Shinryu sobre los raksaras que él consideraba útiles, hasta que Midna intervino. Gracias a ella, decidió retirarse sintiendo que todo daba igual. Shinryu dejó a su nuevo y único amigo en su jaulita, y siguió al mago.
—Iremos al Valle de los reflejos —le informó Kyogan una vez hubo encontrado soledad en los pasillos del palacio, con voz reseca.
—¿Otra vez? ¿En serio? ¿Puedo preguntar por qué, Kyogan?
—Conocerás a los mercenarios que quieren invocar al zein.
La tensión se abalanzó sobre Shinryu, desajustando todos sus sistemas. ¿Por qué tenía que conocer a los mercenarios en persona? ¿Era necesario?
Sintió el sabor del peligro deslizándose por encima de sus sentidos, jugueteando con ellos. Temió. Pero al recapitular sus objetivos en la vida, regresó al camino rápidamente, sintiendo incluso una pequeña fuerza extra, ya que esta vez tenía alguien más por quien luchar, alguien más inspirándolo a soportar todo tipo de desafío por delante.
Su compañero panyabi.
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