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Capítulo 2: La complicidad de Cyan y Shinryu

   Shinryu se acercó a Darien sin dimensionar aún por qué los alumnos lo titulaban como «el profesor más terrible de Argus», hasta que al entrar al salón fue abrazado por una penumbra. Allí, casi fundido con las sombras, esperaba Darien, sentado en una silla de respaldo alto mientras su silueta recortada contra la luz mortecina parecía filtrarse entre las cortinas polvorientas. Sus ojos tenían la intensidad de dos brasas en la oscuridad que escrituraban con el poder de un juez antiguo.

   —No tenemos demasiado tiempo, joven Shinryu —la voz de Darien cortó el silencio con el filo de una helada daga metafórica—. Como entenderá, estamos en una situación crítica debido al terremoto que hemos sufrido recientemente. Una cantidad incalculable de personas necesitan nuestro apoyo inmediato. Aun así y entendiendo que he utilizado cada pizca de mis energías para salvar a Kyogan, me tomo un momento para abrir una brecha de claridad con tal de comprender qué está sucediendo contigo y él.

   Un escalofrío serpenteó por la espalda de Shinryu, erizando cada vello de su cuerpo. Sintió cómo un trozo de su inocencia se desprendía, cayendo al suelo al igual que una hoja marchita. Estaba acostumbrado a la curiosidad distante de los profesores respecto a su relación con Kyogan, pero ahora estaba ante alguien que deseaba exponer todas las cartas sobre la mesa.

   —¿Kyo... Kyogan está bien? —balbuceó.

   Shinryu era la viva imagen del caos. Su uniforme era un lienzo surrealista de barro, sangre seca y jirones. Cada rasgadura en la tela era como una herida abierta, testimonio de su lucha por la supervivencia. Sus piernas, cubiertas de moretones y rasguños, temblaban con la debilidad de un recién nacido. Su rostro estaba surcado por líneas de agotamiento y terror y sus ojos eran pozos de confusión. En ellos se reflejaba la terrible sospecha de que quizás todo esto —el terremoto, la destrucción, este interrogatorio— no era más que una pesadilla, un castigo divino por haber fallado en alguna misión cósmica que aún no comprendía.

   A pesar de ello, Darien no mostraba compasión; a lo sumo instalaría una comprensión planificada dependiendo de cada minuciosa respuesta que le entregara el joven. Su mirada era un tajo en la cortina del aire que diseccionaba la mente del menor.

   —Hemos tenido que salvarlo, apenas sabiendo lo que realmente le ocurrió. Yo, por el apuro y urgencia del momento, cometí el error de no haberte retenido en este lugar.

   «¿Retenido?», se preguntó Shinryu con los hombros tensionados.

   El profesor comenzó a caminar con las manos unidas en la espalda, mientras relataba la amistad que Shinryu y Kyogan aparentemente habían formado, situación que había provocado muchos comentarios en Argus, aunque no todos negativos, ya que desde la perspectiva de algunos profesores era una oportunidad que podía traer grandes cambios para la vida del joven ardana.

   —Sin embargo, yo he conservado mis dudas, y a través de esta situación he confirmado que la amistad de ustedes trasciende lo que debería ser normal.

   Shinryu retrocedió un paso mientras rogaba explicaciones o una desviación en el tema de conversación.

   —La psicología de Kyogan es bastante conocida por mí, joven Shinryu —explicó Darien frente a él, mirándolo desde arriba gracias a su imponente altura de metro ochenta y cinco. Por un segundo, Shinryu notó que se veía más... ¿envejecido?—. Y por eso sé que hubo un motivo de mayor peso para que te aceptara en su vida.

   No hubo palabras por parte de Shinryu.

   —Kyogan tiene una desconfianza antinatural hacia todas las personas que lo rodean, tanta que alcanza los terrenos del trastorno —explicó Darien, consciente de que, con sus ademanes, afirmaba que cada una de sus palabras brotaban del reino de la certeza—. Y para traspasar esa desconfianza no se necesita una simple buena actitud o vulnerabilidad como la tuya, no.

   Shinryu optó por la petrificación, obligándose a recordar que debía mantener los secretos del mago bajo cualquier costo.

   —Tú incluso representas un conflicto para Kyogan, pero incluso así te ha dado la oportunidad de conocer áreas bastante... personales de él.

   »También te has relacionado con Cyan y ambos han estado pasando un tiempo extraordinario en la biblioteca. Si él te ha aceptado es solo porque Kyogan vio algo bueno en ti, ya que a Cyan le cuesta aprobar personas si no es con el apoyo de su hermano ¿Qué sería lo que vio?

   Darien se cruzó de brazos. La luz titilante de las lámparas le confirió otro toque sombrío.

   —Cyan, Kyogan y tú fueron a dar al Valle de los Reflejos a altas horas de la noche, cuando por encima de los pactos de vida de Kyogan que firmó para asegurar tu protección, tú tenías tajantemente prohibido no regresar a la escuela a una hora prudente. Pero, por el contrario, te quedaste con ellos hasta que de pronto... aparece un zein llamado Vicarious.

   La mención del zein cortó la atmósfera misma, despedazando a Shinryu, quien hizo descubrir su alarmismo.

   —Un zein de ese estilo no cae de la nada en esta tierra, joven Shinryu —aseveró Darien sin despegar su mirada de él. 

    Luego suspiró profundo y comenzó a caminar una vez más a su alrededor.

    —En casos aislados, Cyan puede ser una persona apacible y podría ser alguien dispuesto a enseñarle asuntos escolares a otra persona —continuó—. ¿Pero por qué a ti? ¿Acaso necesitabas sus enseñanzas? Tus calificaciones no demostraron ninguna diferencia desde que empezaste a reunirte con él.  

   »También me extraña tanto que Kyogan simplemente dejara que esa situación fluyera.

   »La biblioteca sigue intacta, Shinryu, y las encargadas también, pero por razones evidentes no las puedo poner a indagar en papeles en medio de esta catástrofe. Te doy la oportunidad de ser sincero conmigo ahora y decirme que, en realidad, tú y los hermanos Kuhira estuvieron buscando la manera de invocar un zein aun sabiendo que es un crimen que se paga con cárcel o con pena de muerte.

   Shinryu ya era incapaz de resistir el flujo de las palabras. Eran relámpagos cortándole el aliento.

   —Y dime cómo es posible que toda la información que obtuvieron de la biblioteca fuese a parar a las manos de mercenarios que estuvieron rondando nuestro palacio. ¿Qué calamidad pretendía Kyogan?

   —No le diré nada —determinó de súbito, arrinconado, superado por una defensa primitiva.

   Darien alzó el rostro mientras una vil victoria adornó la línea de sus labios.

   —Quizás otro tipo de respuesta te hubiera ayudado más, Shinryu.

   —No me malinterprete; no le diré nada porque, porque Kyogan es... es mi amigo —balbuceó, frunciendo los puños con cierta decisión.

   —¿Y...? —cuestionó con un trazo de desconcierto desarreglando sus cejas.

   —O al menos eso es lo que quiero... Es decir, no sé si Kyogan... pero yo sí quiero verlo así, y un amigo no tiene por qué delatar a otro de ninguna forma y menos a sus espaldas.

   Los labios de Darien se estiraron con una sonrisa curiosa.

   —¿Eres consciente de que me estás confirmando todo? La negación puede ser otra puerta hacia la verdad, joven.

   —Pero si me está preguntando es porque aún duda, ¿no? —replicó mientras luchaba para detener el temblor de sus manos—. De algo no está completamente seguro y por eso quiere una confirmación de mi parte.

   »¡Con todo respeto, señor, con todo el respeto del mundo! —corrigió.

   Darien volvió a enseriarse, proyectándose su esencia al igual que una arma etérea.

   —Dime con exactitud todo lo que pasó y cómo fue posible que trajeras a Kyogan muerto en tus brazos —demandó.

   Shinryu se ahogaba, pese a ello, concretó algunas respuestas, sin embargo, perdía las fuerzas que le quedaba en cada contestación, y lo más grave era que no se daba cuenta, como si la conexión entre su mente y organismo hubiese sido severamente dañada.

   Se aferró al plan que Kyogan había trazado para sobrevivir a este imprevisto, relatando una verdad incompleta, explicando que Kyogan había meditado la noche anterior para evaluar su enfermedad, situación que le llevó a experimentar algo que ninguno esperó. Con las afinidades elementales en aumento, logró percibir que sucedía algo anómalo en el Valle de los Reflejos: un movimiento de personas. Al dirigirse a ellas, se topó con una invocación que estaba siendo llevada a cabo por cinco mercenarios. No halló qué hacer por un segundo, hasta que decidió intervenir. Sin embargo, todo se desmoronó cuando la invocación fue interrumpida por algo...

   —¿Por qué? —indagó el profesor, sin importarle que el joven estuviera respirando con un silbido.

   —Por Dermael —contestó con los ojos casi cerrados, casi muertos.

   —¡¿Quién?!

   —Yo no sé aún por qué Cyan no lo pudo ver y yo sí... Apareció un sujeto en una niebla, alguien que pactó su alma a la venganza. ¡Y después...!

   Algo se terminó de destruir en Shinryu. Sus ojos se ampliaron como burbujas horrorizadas al rebobinar todo lo sucedido.

   —¿Usted sabe qué pasó con mi conejo? —preguntó con las pupilas dilatadas.

   —¿Qué?

   —Es que... perdí a un conejo, y es mi amigo. ¿Mi amigo? ¿Cómo sé eso? —musitó, mientras lágrimas corrían por su rostro—. ¿Shinryu, qué dices? ¿Hablas en serio?

   »No puedo alcanzarte, algo me come.

   —¡¿Joven?! —insistió Darien, cada vez más extrañado.

   —¿Te perdí? ¿Estás... ahí?

   —¡¿Qué es lo que le pasa?! —exigió saber, agarrando el brazo del chico. 

   —Aléjate de mí, por favor —rogó Shinryu con los ojos cubiertos por un paño de oscuridad que no era normal. 

    Y de pronto sucedió algo peor: se tomó de los costados de la cabeza, insertando las uñas en el cuero cabelludo, reventado en estrés y miedo, y se largó a gritar:

    —¡Perdí a Inadia, perdí a Inadia! ¡La decapitaron! ¡La decapitaron viva! ¡¿Por qué, por qué?! ¡¿Cómo pueden ser tan crueles?! ¡Kalan se desangra, se desangra! ¡Le explotaron las piernas! ¡Kyogan, Kyogaaan!

   Continuó gritando, recibiendo la avalancha de escenas traumatizantes cayendo sobre él, hacia las puertas de su consciente. Perdía la armadura que había construido mentalmente durante años, con la cual se obligaba a mantener la cordura, la luz, la determinación de su vida. Detrás de ella se abrían las heridas gruesas que viajaban por su alma, ahora afectadas por los últimos hechos. Shinryu pateó como si sufriera un tic en sus piernas mientras daba palmazos como si quisiera alejar moscas invisibles.

   Su histeria se detuvo en seco al recordar que había visto a un niño que se sentó sobre el cielo antes de que se desatara el terremoto, un niño con los ojos enrojecidos, pintados por una maldad ancestral, una deidad acompañada por una sonrisa antinatural que rasgaba sus labios hasta traspasar los contornos de su cabeza, concentrando un abismo en la boca: la oscuridad del mundo.

   Chilló, sacudiéndose la cabeza, buscando una manera de reprender la imagen. Hasta que sus brazos, hombros y corazón empezaron a doler, a desgarrarse. Shinryu empezó a caer sobre una rodilla mientras un hilo de saliva se deslizaba por su boca.

   Fue así como, con apenas quince años, tuvo un ataque cardiaco en respuesta a los traumas que había estado procesando de forma tardía, y gracias a la oscuridad almacenada en su vientre, aquella que bloqueaba su generación de maná, oscuridad que, de alguna forma, era oportunista ante los momentos de debilidad orgánica.

   —Duerme —ordenó el profesor, aun luchando por entender lo que sucedía, adormeciéndolo con un hechizo acuático.

   El coro de lamentos y llantos seguía siendo algo diario en el palacio de Argus, debido a un sinnúmero de alumnos que había perdido a sus familiares. Otros ciudadanos del imperio rugían de dolor por las heridas, por haber perdido algún brazo, algún pie. El terror también contaminaba los rostros de muchas personas, quienes no paraban de rogar misericordia a los tres dioses divinos por sus maldades.

   Para fortuna de todos, Trinity no había tardado en aparecer, ahora decidida a tratar a los suyos después de haber hecho todo lo posible para salvar a las personas que encontró en el camino de regreso al palacio. Su dragón arribó cargado de familias rotas, especialmente de niños que habían perdido a sus padres.

   Darien trabajó arduamente con ella para tratar a miles de pacientes que llenaban los pasillos, hombres y mujeres de todas las edades recostados sobre mantos. Ya al fin, en un momento de descanso, le relató que la red espiritual de Kyogan estaba rota y que de seguir así no solo su vida se vería amenazada, también la de Esaú. A altas horas de la noche, Trinity corrió a la mansión para sentarse al lado de la cama donde reposaba Kyogan, inconsciente.

   —Pero, ¿cómo logró romper su red?

   —Con esto —respondió Darien, enseñándole un relicario.

   Trinity se cubrió la boca con las manos, horrorizada.

   —De alguna forma robó el relicario de la armería de Dyan —continuó Darien con una expresión cruda y molesta—. Aún desconozco cómo y el momento específico.

   —¿Eso quiere decir que...? —preguntó ella con las pupilas temblorosas, sentada en el pie de la cama.

   Esaú estaba al otro lado de dicha cama, sentado sobre una silla, aunque con el torso tumbado sobre el colchón en señal de cansancio y deterioro. Llevaba días con su mano unida a Kyogan para traspasarle maná, proceso que estaba dañando su propio organismo. Alrededor de él había un sinnúmero de botellas vacías, de éteres que había bebido para ayudarse a generar maná una y cien veces más. Kyogan no paraba de absorber su energía —que era de color rojo oscuro— para perderla en un vacío irrecuperable.

   —Sí, Kyogan continuó elaborando el hechizo que le prohibimos —explicó Darien, caminando por el cuarto—. Comprobó que la red espiritual está conformada por los doce elementos universales y que podía romperla al contar con las doce magias. Aún no estoy seguro cómo lo hizo, pero tengo cierto convencimiento de que les ordenó a todas las magias drenar su maná a la vez y de golpe. Ese tránsito brutal rompió su red y, con el relicario en mano, atrajo el zen, el cual destiló por las heridas.

   Trinity se cubrió el rostro, presionando en su contra hasta que algunas lágrimas recorrieron sus mejillas, vertiéndose sobre su propio cuello.

   —¡¿Cómo pudo hacer esto?! —preguntó, mostrándose herida—. ¡¿Cómo?! ¡Dime, Darien, por favor! ¿Acaso Kyogan aún quiere acabar con la vida de mi marido?

   Un momento de duda atrapó al profesor.

   —No puedo asegurarte algo así; sabes que Kyogan está obsesionado con tener un arma a su disposición y para todos los casos posibles.

   —Él me prometió que no seguiría intentando construir un hechizo tan peligroso —sollozó mientras miraba el rostro Kyogan, allí, tranquilo y durmiente—. Yo misma le expliqué las consecuencias: le dije que la red espiritual es algo que nadie puede sanar y que si la rompía moriría en un par de días.

   —No te cumplió, pues. —Suspiró con hastío—. Seamos sinceros... no es ninguna novedad.

   —Pero...

   —De todos modos no te he contado algo: Kyogan luchó contra un zein llamado Vicarious. La batalla habrá sido tan brutal que se vio obligado a recurrir a este método. Si no fuera por el zen, Vicarious lo hubiera asesinado mucho antes.

   Al ver el rostro pasmado de Trinity, se vio obligado a explicarle su versión de los hechos. 

   —¿La aparición de Vicarious tendrá algo que ver con el primer engendro? —preguntó Trinity.

   «Primer engendro», aquellas palabras formaban otro enigma en la mente de Darien, uno mucho más intrincado.

   —Sé que hay demasiadas cosas que tenemos que evaluar aún, pero por ahora dediquémonos a buscar la forma de sanar la red de Kyogan —determinó—. Si esto continúa así, Kyogan matará a Esaú en dos días más.

   Las manos de Trinity viajaron lentamente por su rostro, buscando hundir el sufrimiento.

   —Necesitaríamos lo mismo que utilizó para dañarla: las doce magias —explicó, mientras se limpiaba los ojos con un pañuelo rosado.

   El profesor tomó asiento a su lado.

   —¿No tienes otra forma en mente? —preguntó, indagando en otras esperanzas.

   —No, Darien, es imposible. Tratar algo que se esconde en el velo espiritual requiere de las magias etéreas para crear una apertura. Ahora, ¿sanarlo? Exigiría el trabajo de todas las magias, especialmente de exodus, porque la red es un órgano complejo que, como has dicho, contiene parte de todos los elementos.

   El profesor se puso de pie con el deseo de maldecir todo en este mundo. ¿De dónde conseguirían todas las magias?

   —Tendremos que invocar al clan, Trinity, y relatarles la historia de Kyogan, no tenemos otra alternativa —decidió con una mirada de soslayo dirigida al joven ardana, llena de rencor y sentencia, pero asimismo de entendimiento.

   Una saeta invisible traspasó el corazón de la curandera.

   —Sí, no hay otra opción —declaró, para luego contemplar a Kyogan—. Y por mi niño estoy dispuesta, aunque tendremos que ser estratégicos, o podríamos provocar una guerra de zeins.

   —De acuerdo, tiene que ser esta misma noche —decidió—. Viajemos en tu dragón al Templo de los Perdidos.

   Se dirigió a la puerta.

   —Sería bueno tener alguna explicación para los demás, Darien —interrumpió Trinity—, para que entiendan por qué estamos retirándonos de Argus en un momento tan crítico.

   Él la miró por encima del hombro.

   —Diremos que vamos a buscar alimentos y otros suministros, y no será mentira.

   A Shinryu se le hacía imposible recuperar algo de armonía sin consumir medicamentos que le entregó Darien después de que él y una curandera de su confianza concluyeran que sufría estrés postraumático. Le atacaban taquicardias de un momento a otro, su pecho subía y bajaba en situaciones espontáneas, experimentaba explosiones de fatiga y, lo peor, era acosado por alucinaciones: veía la cabeza de Inadia, ya sea sobre algún escritorio, a los pies de su cama, destilando sangre, portando ojos dolidos por perder la vida que le arrebataron de forma tan salvaje, clamando la ayuda que nunca le fue entregada. Cuando esto sucedía, Shinryu cerraba los ojos, lloraba y corría donde hubiese muchas personas, especialmente Trinity.

   Su mayor consuelo era saber que Cyan estaba a salvo, pero por supuesto, con secuelas muy serias. No podía mover un ápice de su mano derecha, que parecía un escombro acumulado de sufrimiento, un manchón de piel distorsionada y carne chueca. Postrado en la cama y momificado con múltiples vendas, apenas abría los ojos y murmuraba sonidos de agonía, mientras cicatrices casi putrefactas y moradas traspasaban su hombro izquierdo. 

   Cuando Trinity obró milagros en él al reubicarle huesos y después de que durmió tres días completos, Shinryu al fin pudo acercarse, por poco muriéndose de emoción al verlo mucho mejor, aunque todavía anclado a esa cama. Fue así que, presionados por las circunstancias, comenzaron a forjar una relación de apoyo mutuo, compartiendo experiencias que nadie más podía conocer. A la par de esto, estaban muy asustados, especialmente Shinryu, con la situación del mundo y seguían sin entender cómo la invocación del zein había explotado en tantas cosas más.

   Hablaban todos los días y de muchos temas; entre todo lo que deseaba comprender Cyan estaba la aparición del conejo mientras Kyogan combatió con Vicarious. ¿Adónde había guiado a Shinryu? Sin embargo, para el chico sin maná fue imposible relatarle todo. ¿Cómo podía explicarle lo sucedido con Inadia y Kalan? Lamentaba desde las profundidades viscerales de su ser no haber confesado antes lo que experimentó con ellos. Allí estaba su mayor culpa. Allí, quizás, se ocultaba una de las fuentes que le hacía experimentar alucinaciones. 

    De todas maneras, habló mucho del conejo y cómo, con todo el dolor que pudo concentrar en su pecho, lo observó evaporándose de sus manos. No entendía por qué la tristeza lo traspasaba de una manera más letal para ser comprensible, como si hubiera perdido alguien que fue parte de él desde un tiempo incomprensible.

   Cyan se sorprendía, preguntándose si acaso Shinryu y el conejo se conocían desde hacía muchos años. Si era así, ¿por qué no lo recordaba?

   Apoyó a Shinryu, diciéndole que había altas posibilidades de que el conejo no estuviese muerto. Si fuese así, se hubiera deshecho como una masita de luz entre sus manos.

   —¡¿Cómo sabes eso?! —preguntó Shinryu, renaciendo de súbito. Sus ojos cobraron luz impactante.

   Rascándose la nuca con su mano saludable, Cyan respondió:

   —Lo leí en un cuento infantil.

   Al ver a Shinryu tan curioso y extrañado, tuvo que explicar que él, Cyan, creía que todo tipo de cuento o mito se basaban en algo real. Hacía mucho tiempo leyó una historia de una anciana que le pedía a un ibwa que se convirtiera en el hijo que ella perdió. Como estas criaturas tenían la capacidad de transformarse en lo que fuese, lo intentaba, pero los ibwas eran incapaces de imitar la forma humana. Después de tantos intentos desgastantes y fallidos, murió.

   Con la mirada desviada, notablemente avergonzado por confesar que en su momento había leído cuentos infantiles, Cyan se comprometió a investigar más sobre el ibwa y su aparente muerte. Ahora, que estaba en la mansión de Argus, tenía la oportunidad de acceder a información «sensible», aunque había que esperar que se calmara la tormenta.

   Shinryu se quedó extrañado ante la mención de la «información sensible» y su acceso, sin embargo, Cyan no quiso explicar más y desvió la conversación hacia una pregunta que soltaba todos los días:

   —¿Has sabido algo de Kyogan?

   Shinryu volvió a decir, con los ojos gachos, que su hermano menor se mantenía inconsciente. Pese a ello, Cyan estaba convencido de que pronto despertaría.

   Había una energía diferente en Cyan, como si le estuvieran reiniciando una parte que estuvo casi muerta, paso por paso, descubriendo que existía un mañana. Cada vez que veía a Shinryu, recordaba que Kyogan había percibido su alma, confirmado que jamás había mentido en sus promesas.

   Ansiaba saber a detalle todo lo que había percibido su hermano. Shinryu, por su lado, también quería saber si había averiguado algo de su enfermedad. 

    Y al mismo tiempo ocultaba una duda en un cofre de remordimiento y preocupación. Kyogan lo había desconocido cuando fue a rescatarlo para llevarlo a Argus. ¿Sería que su lucha contra Vicarious le había provocado un daño en su cerebro y en la memoria?

   Shinryu incluso llegaba a sentir que la presencia de Kyogan hacía falta, extrañamente hasta su personalidad y fuerza podían ayudar a disuadir las extrañas amenazas que caían sobre el mundo.

   Sin embargo, no despertaba ni en el pasar de los días y no había razones que lo explicaran, pues Trinity le había curado en demasía. Cyan mencionó algo sobre un «daño en su red», aunque aclaró que ya había sido reparada.

   ¿Pero cómo se podía dañar algo irrompible?, se preguntaba Shinryu. ¿Y qué tenía que ver la red con la inconsciencia?

­   —No, nada, Shinryu —contestó Cyan junto a la cama de Kyogan, abrazando una tristeza cada vez mayor al ver a su hermano en un estado prácticamente vegetal.

   Shinryu volvía a sentir el peso de una inmensa lista de preguntas acumuladas. Por otro lado, había sucedido algo increíble: Cyan le pidió al profesor Darien un momento para hablar con él. Desde entonces, Darien ya no hacía nada más que observar.

   ¿Por qué Cyan y Kyogan recibían un trato tan privilegiado?

   ¿Por qué Trinity, aun con sus extremas ocupaciones, aparecía cada vez que podía para examinar a Kyogan y resanar sus heridas? Era irracional. Había personas de apellidos más importantes clamando por sus atenciones, pero ella se concentraba en Kyogan.

   Todos centraban sus fuerzas en el mago: Kiran, Rechel, Esaú, incluso Dyan.

   Pasaron dos, tres semanas, y Kyogan seguía sin abrir los ojos. Cyan se había vuelto un esclavo de ese cuarto, cada vez más demacrado, con su mirada pintada por una tristeza ahora abismal, carcomiéndole la vida, incluso los anhelos de comer un simple bocado; su semblante no hacía más que reflejar historias melancólicas mientras se desmoronaba pedazo por pedazo.

   Cuando Shinryu terminaba de trabajar para ayudar a la reconstrucción del mundo, compartían un momento de soledad y añoro en esa habitación.

   —¡¿Por qué no despierta, por qué?! —Cyan perdió el control una noche, aterrado al ver cómo Trinity no tenía respuestas más allá de decir que había que tener paciencia y fe, sugiriendo que el estado de Kyogan se debía a una condición cerebral que aún era incapaz de resolver. 

    »¡Kyogan, por favor, regresa...! —imploró, sacudiéndole los hombros en esa cama—. ¡Regresa...! ¡No me puedes dejar así! ¡Tenemos que hablar de demasiadas cosas y hay situaciones que necesitas saber! ¡Kyogan!

   Su hermano no respondía más que con el sonido de su respiración rutinaria a través de la máscara de oxígeno y los pitidos vacíos de su corazón expresados por un aparato a su costado, tan llenos de vida como de una muerte que aún no lo abandonaba.

   Aquella noche fue la primera vez que Shinryu vio a Cyan llorar, mientras era consolado por los brazos Trinity.

   Al día siguiente, sin embargo, Cyan amaneció más estable, aferrando sus uñas a la esperanza. Ahí fue cuando, con la mente más despejada, decidió contarle a Shinryu algo de una vez por todas. Aunque claro, no fue fácil, ya que la desconfianza era un monstruo que en él también habitaba y no quería ser vencido ante nada. Sin embargo, Cyan había conseguido a lo largo de la vida convertirse en un impresionante equilibrista entre las emociones y la razón. Y la razón había vencido.

   —Ellos saben que mi hermano es un mago: Kiran, Darien, Rechel, Trinity, Esaú, una chica llamada Yezy, Soraya, la persona que trajo Trinity y está por tratarte, e incluso Dyan, todos conocen la verdadera identidad de mi hermano desde que entró a esta escuela con nueve años.

   La sorpresa había sido brutal para Shinryu, llevándolo casi el desmayo.

   Pero la situación no finalizó allí: días después, en el abrazo profundo de la noche y en el cuarto del mago, Cyan decidió explicarle todo lo que había anhelado saber desde que conoció a Kyogan.

   Todo.

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