Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 16: Agente milagro

   ¿Realmente esta pesadilla había terminado? Los ojos abiertos de Kyogan despejaban una bruma tan adherida en la retina de Cyan, que la luz parecía desenterrarlo de una tumba sepultada bajo una década de sombras. Cyan nunca esperó sentirse tan iluminado ante su hermano, ¿o sí? Tiempos de antaño brotaron desde los cofres de su mente, cuando la mirada de Kyogan fue la de un niño amable y curioso, sembrando sonrisas en él.

   En el umbral de la puerta, se hallaba aún congelado, pero bastó un solo gesto más de Kyogan para que su mundo tambaleante colapsara y se reconstruyera en un solo instante.

   —¡¿Cyan, y a ti qué carajos te pasó en la cara?! —preguntó sin dar abasto con lo que veía, ese rostro tan demacrado.

   —¡Kyogan! —Sonrió con amplitud, atrapado entre un llanto y una explosión de alegría.

   —¡¿Qué pasó aquí?! ¿Por qué estás tan alegre? ¡¿Y adelgazaste?! ¿Pero cómo...? —cuestionó, luego se largó a toser, quizás porque estaba muy débil o porque Polón le causaba alergia.

   Cyan se acercó unos pasos, por poco riendo, aunque se detuvo al sentir algo: lágrimas calientes y saladas que rodaban por esas mejillas que habían olvidado la humedad.

   —¡¿Estás llorando?! —Kyogan no lo creía.

   Sí, estaba llorando. ¿Y hace cuánto no lo hacía? Cuando Darien y Kiran lo obligaron a comer un pan en aquella huelga de hambre.

   De todas formas, esto demostraba algo que, aunque no lo dijera con palabras, estaba ahí, una verdad tatuada ante la vista: quería con todo su corazón a su malandro hermano.

   —¡Oe! —Los ojos de Kyogan estaban muy agrandados, ya no solo por la sorpresa, sino porque empezaba a sentir hasta miedo.

   Cyan comprendió que quizás debía acercarse de otra forma y dar explicaciones. A esta decisión se le añadió ese tonto orgullo que lo llevaba a controlar sus sentimientos, especialmente los que conllevaban afecto. Sin embargo, otra parte de él deseaba lanzarse en un abrazo, entonces se contrajo, se irguió y volvió a flaquear.

   —¡¿Cyan?! —Kyogan elevó la voz, necesitando saber si era realmente su hermano lo que tenía adelante. Concluyó algo, con una mano colocada en la frente—: Mi cabeza terminó de cagarse.

   —No, no es eso.

   —¡Ah, ¿no?! ¡¿Entonces qué?! —exigió saber con tanta indignación como espanto, mientras seguía recorriéndolo con su mirada—. ¡¿Y estás más... alto?! ¿En tan... poco tiempo? —Cada palabra brotó con un temor inconcebible.

   —¿Alto...?

   Kyogan se asustaba más y más, y tembló cuando miró sus propias manos, desconociendo algo de ellas. El alarmismo apretó el pecho de Cyan.

   —¿Kyogan?

   Una desconfianza caminó por los ojos de su hermano menor, un veneno estimulando más sangre sobre sus arteras oculares. La alegría de Cyan, que rozaba el cielo, tropezó con sus primeras nubes oscuras, mientras Kyogan lo miraba como si buscase entender si era una ilusión creada por un enemigo o si alguien se estaba haciendo pasar por él.

   Entonces dijo algo que lo azotó, un solo barrido que lo descompuso todo:

   —Aléjate.

   —¡¿Qué?! ¿Pero por qué?

   De pronto, pasos apresurados se hicieron escuchar en el pasillo. Trinity apareció con su rostro empañado por ríos cristalinos, cada gota colmada con una felicidad tan deslumbrante que parecía iluminar la misma habitación.

   —¡Ay, mi niño, ay, mi amor, qué alegría, qué alegría!

   Se acercó a él, sin ver sus muecas choqueadas, y lo envolvió en un impacto lleno de amor. Polón, que se había mantenido en la cabeza de Kyogan, salió disparado.

   —¡Oe, oe! —gritó Kyogan, espantado y forcejeando—. ¡¿Qué mierda te pasa?! ¡Aléjate, aléjate! ¡Nunca te he dado el permiso de tocarme! ¡Y lo sabes...!

   Cada reclamo lo fue debilitando, cada forcejeo le costaba una tonelada de energía sobre otra, en nada sudó y sus ojos empezaron a blanquearse, alertando un desmayo. Trinity le toqueteaba las mejillas para sentir que estaba vivo.

   —¡Trinity, cálmese! —alertó Cyan, aterrado ante la idea de que Kyogan volviera a cerrar los ojos—. ¡Algo le pasa a mi hermano, no está bien! —gritó con una pesada mano cayendo sobre el hombro de la curandera.

   Cuando ella se alejó y Kyogan recuperó algo de vitalidad, se volvió a manifestar ese chico que no entendía ni dónde estaba sentado, hasta que Cyan le preguntó:

   —¿Qué edad tienes, Kyogan?

   «¿Mi edad?», la pregunta le sonó de lo más absurda.

   —¡Pues trece!

   La respuesta cayó como campana sobre el cuarto, rechinante, poco creíble, calamitosa.

   —Trece... —repitió Kyogan, empezando a dudar sobre algo que debería ser sumamente obvio—. Trece... pues trece...

   Con un movimiento brusco, se quitó las frazadas que cubrían el resto de su cuerpo, encontrándose con una realidad chocante: piernas que no eran suyas, sino más largas y delgadas.

   La visión empezó a romper su mundo interno, a voltearlo en formas torcidas. Las gotas de sudor se deslizaban con un dolor alarmante, como si fuesen la sangre de su cordura.

   Una lluvia de ideas lo bombardeó: creyó que esto se debía a un hechizo, tal vez de un enemigo o uno que él mismo causó sobre su propio ser, mientras jugaba con las peligrosas magias etéreas.

   —Mi niño... ¿qué es lo último que recuerdas? —preguntó Trinity, expresando cada sílaba con cautela y temor.

   Sus ojos gachos se fijaron en ella, más secos y con una base enrojecida. Respondió:

   —¿Qué es esto...?

   —Necesito, primero que todo, que conserves la calma. Y por favor, evalúa todo con tus magias etéreas si es necesario.

   »Kyogan... solo respóndeme —rogó, era un llamado a recordar todo lo que había demostrado para ganarse su confianza en todos estos años, y que evaluara el amor que había dentro de ella por él y Cyan.

   Tras percibir ese sentimiento cobijado en su corazón, como una cálida flor, Kyogan contestó:

   —Ayer... me enseñaste cómo usar la tierra y la piedra para reparar un hueso roto... Dijiste que hoy me enseñarías el resto, cuando terminaras de diseñar el arco de flores que querías poner en la casa de los kyansaras.

   Las manos delicadas de Trinity chocaron contra sus labios mientras atrapaban aire. Lo que mencionaba Kyogan había sucedido hace casi cinco años.

   Azorado, Kyogan empezó a pedir explicaciones. Trinity y Cyan comenzaron a dárselas en un vaivén de emociones, con ella dirigiendo la charla y él complementándola. En un principio, no sabían cómo relatar situaciones tan complejas; hubo torpezas al intentar ocultar más de una. Por suerte, Kyogan se mostraba receptivo.

   Lograron confirmar que su mente había regresado a los trece años.

   —¡No lo creo! ¡¿De verdad perdió la memoria?! —lanzó Dyan, quien había estado todo este tiempo en el pasillo, yendo y viniendo.

   —Dyan... —sollozó Trinity.

   —¡¿Es en serio?!

   Trinity insistió varias veces para que Dyan les diera espacio. A solas otra vez con Kyogan, procesaron la situación. Para Cyan era otro dolor de cabeza, aunque contaminado con otros sentimientos, como si universos de distintos colores chocaran en su cabeza, reubicándose.

   La charla con Kyogan se extendió durante mucho tiempo; cada minuto para él fue como comer algo pesado que se iba estancando en el vientre. En sus ojos brilló de todo cuando se enteró de que había luchado contra un zein extremadamente poderoso; mucha incredulidad, una chispa de orgullo, otra de curiosidad, otra de horror. 

   —¿Entonces se me dañó el cerebro, los lóbulos temporales o cómo? —Era la conclusión más evidente—. ¿Pero tanto tiempo ha pasado y no has podido sanarme?

   —Sabes que el cerebro es un órgano complejo —respondió Trinity.

   Kyogan bufó, expresando un mensaje claro: «Y eso que dices ser la mejor curandera».

   —¿Me permites evaluarte? —preguntó ella.

   Asintió.

   Trinity comenzó a ocupar sus magias para comprender qué sucedía, tomando una imagen de cada zona de su cerebro a través del agua y la luz para recorrerla con sus dedos.

   Transcurrió una media hora cuando entró Darien. Kyogan sufrió otro subidón de espanto al verlo tan envejecido.

   Todos se sumergieron en una investigación profunda sobre lo que sucedía. Lamentablemente, el cerebro de Kyogan seguía mostrándose muy sano a la vista. ¿Entonces qué ocurría? ¿Acaso se añadía otro enigma sin resolver al repertorio?

   Sin embargo, después de evaluar y preguntar todo lo que quiso, Darien apartó a Trinity del cuarto para exponerle una conjetura con total convicción, como si hubiese leído una verdad escrita en una piedra.

   —Es él el que está bloqueando sus recuerdos.

   —¿Él...? —inquirió, contemplativa y aún nerviosa.

   —Te lo resumo así: Kyogan meditó antes de luchar contra Vicarious, tenía todos sus sentidos espirituales en máxima alerta, y justo después nació el primer engendro.

   Lo siguiente que dijo marcó algo más que a Trinity, el mismo mundo alrededor, la atmósfera, como si hubiese un millar de testigos espirituales que nadie veía.

   —Trinity, algo me dice que Kyogan fue el único en el mundo que vio al primer engendro en su totalidad, mientras descendía del mundo místico.

   »Algo tan... fuerte, tan macabro, tanta crueldad desatada. Ni él, con su forma de ser, puso resistirlo, así que ahora su mente lo está bloqueando mientras escogió llevarlo a un momento en el que se sintió más seguro y feliz.

   Trinity recordó con mayor claridad el último recuerdo de su niño: le enseñaba a reparar el hueso roto de una terramalva bebé que había logrado huir de un depredador a costa de una pierna. Después de sanarlo, Kyogan expresó una sonrisa única que quedó registrada en el corazón de ella, motivada, y sí, feliz.

   «Dioses».

   ¿Cómo sanar a Kyogan de esto?

   Su alegría era aún inmensa, pero le atormentaba la urgencia con la que debía utilizar los talentos del muchacho para que ayudara a Evan a prepararse contra los engendros e incluso a detener sus nacimientos —si eso era posible—. Pero mencionarle algo de esto solo podía empeorar su trauma.

   Darien le dijo lo siguiente:

   —Simplemente seguiremos avanzando, con él o sin él. —Pese a su dureza, había alivio por el despertar de Kyogan—. Cari y Lior llevan esperándonos dos semanas ya, y es muy necesario hablar con ellos.

   —No me niego a verlos, es solo que... me hubiese gustado ir hacia ellos con algo más.

   —De todos modos, aún no sabías cómo explicarles que la información la obtuviste de alguien como Kyogan —dijo con un largo suspiro.

   Trinity agachó la mirada, perdida en un pensamiento más.

   —¿Ocurre algo? —preguntó el profesor—. ¿O tienes una conclusión diferente sobre la amnesia de Kyogan?

   —No lo sé aún. Lo que ocurre es que, ahora que está consciente, su cerebro se ve distinto en mis exámenes, pero es normal, pues hay conexiones que funcionan solo cuando el paciente está despierto. Aun así, creo que noté algo... diferente comparado con un cerebro normal.

   —¿Y qué sería eso? —preguntó con seriedad e interés, mientras Dyan se asomaba por el pasillo e intentaba escuchar algo.

   —Noté una actividad inusual en el hipotálamo, reaccionando a una sustancia que causaba sinapsis luminosas. No pude verlo con claridad, pues no tengo a rakio, pero sí lo suficiente para notarlo.

   Continuó perdida, hasta que un pensamiento insólito se alumbró en ella.

   —No puede ser... —murmuró, y sin más corrió al cuarto de Kyogan.

   Allí tomó algunas muestras de él, de sus mucosidades, sudor y del aire. Sin explicar nada aún, se dirigió al oasis, con Darien todavía persiguiéndola.

   —¡Pronto te daré una explicación, Darien!

   —¿Pero explica algo para que Kyogan recupere su memoria? Si no es así, te sugiero que lo dejes para después y partamos donde Lior.

   Ella lo ignoró.

   Pese a lo que sucedía con Kyogan, varios, por sobre todo Cyan, se dedicaron a disfrutar que estaba de regreso. Se les regaló de todo a los hermanos para que comieran, unas bolsas con golosinas y otros alimentos que sí eran saludables. El estómago de Cyan al fin estaba abierto a recibir cualquier cosa.

   Kiran interrumpió la merienda de una forma muy similar a Trinity, lanzándose sobre Kyogan y pasando por encima de sus protestas.

   —¡¿Qué mierda les pasa a todos?! —reclamó un Kyogan agitado, después de echarlo.

   Estuvo horas hablando con Cyan, preguntándole qué había sucedido en todos estos años. «Crecer, portarse mal, entrenar, comer sin control, robar y ganarse el odio de los alumnos», así lo resumió su hermano, mientras filtraba regaños, algunos con sonrisas simpáticas.

   Lo único que no le quiso contar fue que conoció a Shinryu. Sabía que la noticia la recibiría demasiado mal.

   ¿Entonces cuándo debería confesársela?, se preguntaba, solo concluía que por el momento había que ser pacientes.

   Continuó relatando situaciones pasadas, hasta que empezó a cerrar los ojos y, después de tantísimo tiempo, se quedó dormido al fin, a los pies de la cama.

   Al transcurrir unas catorce horas, despertó con los ojos de su hermano fijos en él y con la presencia de Trinity en el cuarto, la cual le pidió un momento a solas en el oasis.

   —Sé que lo que te voy a comentar suena insólito... —empezó ella, con un aura de científica reluciente—, y tal vez debería avergonzarme, porque jamás pensé que pudiera suceder algo así, pero por otro lado me alegra, ya que es un enorme descubrimiento para la humanidad y la salud cerebral.

   —¿Qué... pasa? —preguntó con las cejas alzadas, expresándose con la lentitud del suspenso generado.

   —Mi niño, espero que ustedes, y yo también, estemos eternamente agradecidos con Polón.

   —¡¿Con Polón?!

   —Cyan, el hecho de que los kyansaras adopten una polilla no es por mera casualidad, es porque ayudan en la curación, especialmente detectando enfermedades. Pero acabo de descubrir algo más: un químico que estoy segura liberan solo ante su cuidador, para que no se duerman en medio de los depredadores en la naturaleza. Esta sustancia, liberada en forma de polvo a través de sus alas, y a la cual debemos darle nombre, fue lo que despertó a tu hermano.

   Cyan negó muy aturdido.

   —¿Con sus alas...?

   —En realidad —Trinity sonrió como una niña motivada—, terraluz sí funcionó, sanó el cerebro de Kyogan en áreas que ni yo comprendía, pero le hacía falta un fuerte estimulo, ese lo proporcionó Polón.

   Los ojos de Cyan se aguaron. Aunque no lloró, cualquier lágrima hubiese relatado su conmoción y el asombro que causaba este giro, el hecho de que la criatura más desechada por los hermanos Kuhira fuese la que dio un empujón milagroso.

   Sí, claro, estaría por siempre agradecido de ese insecto maravilloso.

   Aunque después se instaló una tensión emocional cuando supo por qué su hermano se mantenía sin recuerdos. 

   —Cyan, te dejaremos una tarea sumamente importante: debes preparar emocionalmente a tu hermano para que enfrente su trauma y recupere sus recuerdos. 

   —Haré... todo lo posible —respondió, estremecido, como si una parte del mundo dependiera ahora de él.

   —Nosotros iremos donde Lior.

   —¿Lior...? —El nombre le sonaba—. ¿Es ese sujeto...  que bebe mucho y es amigo de Esaú? ¿El sanukai no reconocido? 

   —Mi niño, Lior obtuvo información vital —comunicó Trinity—, y creemos que tiene que ver con Tharos. Es muy probable que el dios de la fuerza esté respondiendo múltiples oraciones a la vez.

   La sorpresa de Cyan fue mundial. Trinity lo abrazó y le dijo que tuviera esperanzas en lo divino, y que pronto vería que no todo en este mundo es oscuridad. Pronto, los creyentes tendrían una luz para combatir a Erebo.

   Kyogan se fortaleció a los pocos días, ya podía caminar por los alrededores con normalidad, aunque sentía que sus músculos aún estaban algo atrofiados.

   Lo que más le costaba entender era cómo se había desatado un terremoto de tal magnitud, y el hecho de que la profesora Alaia, líder de los kyansaras, hubiese fallecido justo antes de la desgracia. ¿Qué tipo de coincidencia era esa?

   Se paseó por Álice, donde cada esquina le resultó chocante. A ojos de cualquiera, todo podía lucir más elegante y moderno, pero él solo veía una firma más notoria del imperio, con sus colores turquesas, burdeos y cafés representando su bandera, o más bien sus malditas imposiciones.

   Quería ir al valle, pero se mantenía cerrado por una pared de profesores y un hechizo ancestral que casi nunca se activaba, ni siquiera en tiempos de guerra, ya que le daba vida a la vegetación y esta solía colocar en peligro a los estudiantes. Cyan, por otro lado, le exigía no ir por razones muy complicadas.

   Kyogan necesitaba aclarar varias cosas con él.

   Cyan apareció después de una hora, pillándolo sentado en el jardín de la mansión, con la escasa luz del día acariciando su silueta. De una forma rara, el sol parecía crear un aura cálida alrededor de Kyogan.

   Kyogan se observaba su mano derecha y las venas de su brazo, disfrutando de una fuerza que se le hacía colosal, como si apreciara cada centímetro de su nuevo yo, uno más adulto.

   —Dijiste que mi maná estaba en nivel setenta, pero no es cierto —acusó.

   —¿Qué? —Cyan palideció un segundo—. Pero si fue Darien el que me lo dijo, y hace menos de un mes. Él te apuntó con un zenith mientras estabas en cama. Intentaba descubrir si tu maná estaba relacionado con tu inconsciencia.

   —¿Aún no percibo bien mi propio maná o qué? —preguntó más para sí mismo que para Cyan.

   —¿Qué percibes exactamente? —preguntó mientras su rostro adquiría más blancura.

   —Tengo nivel setenta y dos. —Sonrió con vil alegría, cortando algo en Cyan en más de un pedazo—. Y, de hecho, percibo que pronto alcanzaré el setenta y tres, en uno o dos días más.

   Otro peso de la vida cayó sobre Cyan, una onda sísmica que le debilitó todo el organismo.

   Kyogan, por su parte y con una mirada más infantil, parecía preguntarse constantemente si tan genial y poderoso se había vuelto con los años. ¿Al fin crecía como correspondía? ¡Al fin se acercaba al poder necesario para vencer al maldito Dyan!

   Cyan expuso un sermón para que tuviese control sobre tanto poder, responsabilidad, cuidado y todo lo demás.

   Kyogan no lo escuchó con la rabia de acostumbrada, sino contemplando a este nuevo Cyan que sonaba demasiado maduro y centrado. Pero había algo más... era como si le estuviese transmitiendo algo diferente, una esencia espiritual más activa, un complemento más agradable.

   —Has cambiado —concluyó.

   —¿Eh? No... diría que más bien he madurado, Kyogan.

   Tras un silencio que sirvió para reubicar hechos, Cyan se contrajo de forma salvaje, ya que Kyogan traspasó sin respeto su barrera innata de maná para leer su mente.

   —¡Kyogan! —reclamó con sus manos en su cabeza, como si hubiese sido perforada por varias balas—. ¡¿Qué te pasa?! ¡Acordamos que nunca te andarías metiendo en mi mente sin permiso! ¡Y no me digas que no te acuerdas porque lo hablamos antes de que cumplieras trece!

   —Ya lo sé... —murmuró con algo de culpa.

   —¡¿Entonces por qué lo hiciste?!

   —Y también acordamos que no me tratarías como a un maldito crío y menos como a uno débil.

   Los chispazos furiosos que irradiaba Cyan acorralaron al chico, indicándole que no era excusa suficiente, entonces escondió la mirada, se cruzó de brazos y habló con un tono más sincero:

   —Solo necesito saber qué carajos me ocultas... porque ya sé que me estás cuidando de algo y que no perdí mi memoria por un daño al cerebro. Si es así, hay solo dos razones que podrían explicar lo que me pasa, y una de ellas ya la conoces.

   Cyan, más arrinconado, respondió:

   —Es solo que... consideré que esta vez las cosas tienen que pasar a su tiempo.

   —Anda, pruébame, dime lo que sea y verás cómo lo aguanto. —Aquella expresión desafiante, cincelada por la dureza de entrenamientos inhumanos, remeció la preocupación de Cyan—. Puedo resistir noticias de todo tipo.

   Entonces probó hablando de cosas más fuertes, y Kyogan lo aguantó, probó mencionando algo de los engendros, y solo descubrió su anhelo por saber mucho más.

   Al finalizar estas pruebas, Kyogan entendió por sí solo que había perdido la memoria por un trauma, aunque él lo veía de forma diferente: consideraba que las magias habían exagerado las cosas sobre el nacimiento del primer engendro, haciendo todo más vívido, algo que solían hacer cuando meditaba y aumentaba sus sentidos.

   «No soy un maldito débil», se repitió a sí mismo muchas veces.

   —Puede que hasta las mismas magias hayan creado una barrera para supuestamente protegerme. Hay que romperla, Cyan —decidió con fuerza fulminante—. No pienso sufrir esto. Tengo que recuperar mi memoria ya mismo.

   —No es que no esté de acuerdo... —respondió con la voz apretada, bajo una presión de muchas fuerzas contradictorias—, pero... y... es que tampoco conocemos la mejor forma.

   —Vamos al Valle.

   —¡¿Al Valle?! —dijo con espanto—. ¡Pero el hechizo ancestral está activado!

   —¿Crees que no me di cuenta? —Entrecerró los ojos, arrasando con ellos, luego apuntó desde las alturas del jardín hacia el valle—. Sé que está pasando algo allá... y tal vez tenga que ver con los engendros y los seguidores de Erebo. Percibo una oscuridad en las aguas.

   Cyan quedó impresionado de que percibiera algo así y desde esta lejanía. Si Kyogan tuviese el nivel sesenta y nueve de siempre, necesitaría estar en el valle para notar lo de las aguas.

   —Yo no sé... si tanto poder en mi maná me estará permitiendo percibir cosas que antes no, o si de verdad algo cambió en el mundo místico y ahora está más accesible —dijo Kyogan.

   »¿Por qué simplemente no lo averiguamos?  Para algo estoy aquí, para algo tengo las doce magias. Veamos qué ocurre. Tal vez note algo que explique muchas cosas más. Te prometo que haré todo lo posible para controlarme en caso de que vea algo espantoso. Y no le tengas miedo al hechizo ancestral.

   A Cyan seguía no gustándole la idea, pero había una curiosidad algo mórbida latiendo en él, y más que eso, una expectativa irreal, como si una aventura descomunal estuviera abriendo sus primeras puertas.

   Así que aceptó.

   Pero antes, se dirigió a ver a Shinryu, quien esperaba con mucho deseo encontrarse con Kyogan. Cyan, aunque le causó tristeza al indicarle que debía esperar, le dijo que presentía algo bueno: 

   Kyogan recuperaría la memoria más rápido de lo imaginado.

   Ya entrando en el valle a través de los caminos prohibidos, Cyan se preguntó si realmente se estaba adentrando con su hermano en una misión que jamás imaginó antes...

    En detener al mismísimo dios de la oscuridad, o al menos en estorbar en sus planes, pues aquí yacía el único mago que podía descubrir lo que planeaba. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro