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Capítulo 14: Hasta la luz del sol

   Su alma había sido vaciada, convertida en un recipiente transparente donde solo quedaba el eco de mil gritos que ya no podías ser liberados. Su cuerpo era una estatua donde la sangre había dejado de ser un río para convertirse en un plomo desgastado. Ni siquiera el dolor parecía circular ya, solo una quietud cercana a la desolación.

   «¿Me matarán...?», se preguntó con una voz tan frágil que era menos que un suspiro, menos que un pensamiento.

   Pero absolutamente nadie lo notó, ni siquiera esa adolescente tan desagradable que parecía tener más percepción que todos los demás. Un sujeto pasó al lado de él, pero sus ojos, por alguna razón, ni siquiera descendieron a verlo. Shinryu era menos que un objeto.

   Así, varios seguidores concluyeron sus terroríficas tareas y empezaron a retirarse hacia distintas calles. Otros se quedaron cerca de Zevin, buscando la forma de tranquilizar sus ataques.

   Una posible muestra de su resistencia a la locura, fue que reaccionó ante aquellos que le pedían que detuviera su levitación y descendiera. Obedeció...

   Pasos, algunos gritos más se oyeron, y un viento fatal que comenzó a viajar por una montaña de entrañas expuestas en el centro de una rotonda, como si fuesen los susurros de los caídos ante la injusticia más atroz, sus dolores, sus almas, sus quejas al ver partes de sus cuerpos expuestos de esa forma.

   El niño del cielo observó un momento más antes de esfumarse.

   El tiempo había perdido sentido para Shinryu. ¿Cuánto transcurrió luego? ¿Un minuto? ¿Dos horas? ¿Un día completo? Y aún no podía moverse, aún no podía siquiera enfrentar lo que había vivido.

   Hasta que un impulso visceral lo llevó a pararse de golpe y a tirarse cerro abajo al lado de la carretera, sin pensar, sin planificar nada; en ese momento solo era un raksa que, al llegar a la base del cerro, corrió por la oscuridad entre campos y montes.

   No reconocía su propio cansancio, ni entendía sus miedos; lo único que hizo fue avanzar y avanzar, hasta que alcanzó Álice cuando faltaba muy poco para que amaneciera.

   Pero allí no encontró calma, solo más gritos y combates, objetos volando en todas las direcciones, sillas, vidrios, estatuas, tornados de hielo despedazando una iglesia. Todo le pareció irreal en un principio, hasta que una explosión de agua lo alzó por el cielo antes de que cayera sobre una terramalva que huía por su vida.

   Después de colisionar contra sus piernas y sobrevivir, Shinryu empezó a ver todo con ojos aturdidos, el rostro embarrado y la sangre abombada en su cabeza. Ante él, profesores creaban campos de maná para proteger a pueblerinos vulnerables. Ante él, Linah luchaba contra una maga enloquecida que disparaba hechizos etéreos que ni siquiera conjuraba o imaginaba; solo nacían a partir de su mente rota, una luz rasguñando las ventanas, garras y puños golpeando el suelo en una saña frustrante. Linah, con hileras de sangre cayendo por su frente, se alzaba con la fuerza de una guerrera salvadora mientras su luz impactaba contra ella.

   La empujó varias veces con destellos divinos hasta que logró someterla en el suelo, donde formó cadenas relucientes que la apresaron poco a poco.

   Shinryu se puso de pie y continuó corriendo al palacio con el anhelo de encontrar una imagen que sí pudiese considerar real; solo necesitaba regresar a un salón de clases y continuar viviendo como estudiante, volver a esa etapa en la que incluso lo acosaban.

   No muy lejos, Dyan luchaba contra otro de los trece magos, una mujer llamada Sicaela que nunca había demostrado ser humana. Era como si un artesano demencial hubiera intentado esculpir un ser viviente y se hubiera detenido a mitad de su creación: un maniquí incompleto, un simulacro de existencia envuelto en una porcelana tan perfecta que parecía más una carcasa que un cuerpo. Donde deberían estar los rasgos, solo había un blanco vacío, una ausencia tan pregnante que resultaba más aterradora que cualquier expresión, la perfecta representación de lo no-vivo que sin embargo respira.

   La luz se enrollaba en sus pies, tejiendo zapatos espectrales que le permitían volar por el espacio.

   ¿Estaba loca? Sí, ¿pero entonces por qué sus hechizos eran controlados y no nacidos de una mente quebrada? Cuando abría sus manos, creaba pesadas argollas de luz que se estiraban por casi todo el pueblo, enrollando diversas personas, mientras se daba el tiempo de exhalar poderosas ráfagas de luz que torcían la física delante de Dyan, ralentizándolo, convirtiendo su suelo en un barro etéreo.

   Cuando Dyan lanzaba meteoritos con forma de puños, ella se elevaba en las alturas y evadía con la gracia de un ave maestra, con la aterradora virtud de quien supera el nivel ochenta y cinco y podía hacerle frente al mismísimo líder de Argus.

   Más allá, cerca de unos pequeños edificios, Malec luchaba contra otro mago que controlaba la tierra, agrietándola con formas perturbadoras, como si abriera bocas con miles de dientes afilados. Malec contrarrestaba, controlando también el suelo, volviéndola a su forma normal, permitiéndole a los pueblerinos huir a lugares seguros.

   En otra esquina, había estudiantes envueltos en sus propias luchas por la vida, liberando gritos de esfuerzo, persiguiendo a un enmascarado seguidor de Erebo.

   Shinryu no se detuvo ante nada, solo continuaba avanzando en medio de esta guerra que se desató sin avisar a nadie, sí, guerra. No podía negarlo, se había alegrado con la liberación de los magos, pero ahora, que jugaba con la muerte evadiendo explosiones, llamaradas y objetos mortales más por suerte que por escasa presencia, su confianza era castigada.

   Y entonces algo lo detuvo en seco, lo único que tenía el poder de impactarlo por encima de todo este escenario.

   La sombra.

   Allá, en la punta de una catedral, se alzaba esa figura distorsionada con forma de hombre, con su interior lleno puntos en constante colisión.

   Al mirarlo, Shinryu solo supo que estaba contemplando todo lo que sucedía, cada conflicto, cada hechizo desplegado en Álice, mientras la sirena que anunciaba el ataque de magos no dejaba de perturbar los oídos.

   «No..., no puede...

   »Imposi...».

   De un momento a otro, la sombra apareció delante de él. Shinryu lanzó un grito antes de que fuese elevado desde la garganta, alzado por la figura, quien empezaba a clavar su mirada invisible en él.

   Los demás solo veían a Shinryu pataleando en el aire, luchando contra manos invisibles que lo ahogaban.

   —¡Dyan...! —gritó Malec, intentando llamar su atención ante lo que sucedía.

   Dyan creyó que la culpable era Sicaela. Para él, era la única capaz de crear hechizos raros que ni un sanukai entendería.

   —¡¿Qué le estás haciendo?! ¡Suéltalo!

   Lanzó una bomba mágica desde su mano derecha, cargada de ira, fluyendo a través de ondas hacia el cielo, tan expansiva y veloz que Sicaela apenas logró evadirla. Cuando la estrella de calor puro se apagó en el cielo, la mujer observó a Shinryu y ni siquiera ella logró comprender qué le sucedía.

   Entretanto, la sombra seguía desgarrando el interior de Shinryu con unos ojos que ni siquiera existían en la realidad visible.

   Pero no, ya no era una simple invasión; era un tentáculo de consciencia que comenzaba a derramarse dentro de él, un líquido negro que se filtraba por las grietas de su ser. Shinryu sentía una tormenta descomponiéndose en su sangre, como si cada átomo de su cuerpo fuese ahora un campo de batalla donde partículas de oscuridad libraran una guerra silenciosa.

   Y de pronto, un sonido burbujeante empezó a instalarse en su cabeza, como si fuese cocinado en el mismo momento, una voz que sonó sin forma en un principio, hasta que se consolidó en una nébula de consciencia, dura, fuerte, arrastrando un poder sin distinción, pero presente:

¿Por qué puedes verme?

   Shinryu se quedó quieto, sintiéndose capaz de observar el interior de esta criatura, sintiendo... una insólita empatía hacia ella, y dándose cuenta de que en su estómago brillaba una partícula color verde oscuro.

   Creyó, en el más insólito momento, poder comunicarse con ese ser y entender todo lo que era.

   Pero entonces el sol brotó desde el este, lanzando su primera oleada de luz sobre el pueblo, una oleada que inmovilizó a los atacantes por un segundo, como si jamás hubiesen visto un amanecer en sus vidas.

   Había, de forma impresionante, algo más fuerte en esa luz, una justicia fundida en un infinito manto de fotones, la némesis de la maldad desatada. Los magos dejaron de funcionar por un desconcierto anómalo.

   La sombra, intrigada por esto, miró directamente al sol, y algo notó en él: una esencia dentro de su calor, una fuerza divina que se resistía a ser vencida, un poder colosal que estaba siendo proyectada desde un más allá, desde una... ¿cárcel de oscuridad aguardando en una brecha entre realidades?

¿Tharos?

¿Tú eres... el creador del sol?

   De pronto, una luz líquida rodeó a Shinryu, y la voz de Trinity cortó el aire:

   —¡Shinryu!

   La sombra, sorprendida por la magia de la curandera, liberó al chico de una vez por todas; luego intercambió otra mirada con el sol.

¿Te importa... su vida?

Uhmm...

   Continuaron hablando con sus miradas etéreas, comunicándose a través de un lenguaje silente, hasta que la sombra dijo:

Apártate de mí, pues simple eres aun así y no tienes derecho siquiera a observarme.

   Y se retiró al palacio con un salto que lo proyectó con la rapidez de un rayo eléctrico.

   Sicaela, después de observar un segundo al sol, concluyó con una voz sonriente:

   —Es hora de marcharme de aquí, Dyan. Mi trabajo ha terminado. Solo ve y observa tu nuevo Valle...

   Dyan se lanzó al cielo con la potencia de un huracán, logrando golpearle en un costado y dejar quemaduras en él.

   Sicaela chasqueó la lengua mientras se cubría las heridas con una mano.

   —¡Aprenderás... a respetarnos una vez más! ¡Te lo juro! —rugió.

   Y se marchó hacia el cielo.

   —¡Mi niño, mi niño! —Trinity corría por los alrededores, evadiendo todo tipo de obstáculos.

   Shinryu se puso en pie y también corrió hacia ella, guiado por una necesidad invencible, por un grito de ayuda. Ambos chocaron en un abrazo férreo, con Shinryu creando patrones desesperados en su espalda.

    Allí volvió a ser un bebé dejándose arropar y proteger por un amor materno, desconsolado, mientras el sol irradiaba un calor mayor, rodeándolo a él y a ella como si se tratara de alas cobijando a sus hijos.

   No supo muy bien cómo sucedieron las cosas a continuación. Todos sus sentidos estaban inmersos en Trinity, su anclaje a la cordura. Después de jaleos que no distinguió, después de dos días completos, despertó en una cama en la mansión.

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