Susurros evidentes
Kayle iba en la parte trasera del automóvil policial, junto a Fran, quien molestaba a su amigo con bromas acerca de su familia, afirmando que era probable que estuvieran muertos para cuando llegaran, todo esto entre risas. Los comentarios no molestaron a Kayle, quien solía bromear de esa manera con su amigo; además, entendía el contexto. La información oficial de su familia era que sus padres murieron a causa de un ataque de un demonio y su hermana Sary resultó desaparecida. Todos pensaban que él vivía solo.
Al llegar al lugar de los sucesos, los cadáveres se encontraban frente a las casas que rodeaban la casa de Kayle. Quien, entendiendo su posición, siguió con las bromas, afirmando que posiblemente su familia se encontrase bien, ya que no había cadáveres frente a su casa. Los jóvenes permanecieron dentro del auto mientras los policías investigaban la zona. Después de revisar cada rincón de allí y no encontrar nada, dejaron que Kayle pudiera entrar a su casa. A partir de una conversación entre oficiales, pudo determinar el estado de su casa antes de la llegada de la policía. Las ventanas estaban totalmente rotas y las cortinas destrozadas; lo que llamaba la atención era que esa era la única casa con esos detalles. Pero, fuera de eso, no encontraron mayores circunstancias que fueran determinantes para entender qué había sucedido allí. En los sectores aledaños tampoco parecía haber noticias de otras muertes que pudieran asociarse a este caso, por lo que rápidamente la policía lo olvidó y se marchó, sobre todo después de la noticia de que el sujeto que estaban torturando en la comisaría había escapado, suceso del que también pudo enterarse Kayle, quien sospechaba dónde podría encontrar a Peny.
A pesar de los sucesos acontecidos, a Kayle se le veía tranquilo, analizando sus opciones y claramente pensando en su hermana, mientras se dirigía a la casa de su ex maestra. Formulaba las preguntas que debía hacerle a Peny y no se iría sin obtener respuestas. Pero la escena encontrada allí se alejaba de lo sospechado por el joven; un hombre moribundo a punto de perecer dentro de la casa abandonada.
— Ya tienes todo lo que necesitas, Kayle. Todo esto era necesario; espero que lo puedas entender. De ti depende restablecer la paz con los demonios — dijo Peny antes de dejar de respirar por completo.
Algo llamó la atención de Kayle. Mientras Peny hablaba, notó cómo el brazalete detector emitía una luz roja. Quizás esto era un indicio de que estaba por morir, o efectivamente las torturas en la comisaría habían logrado sacar el demonio de él. Nuevamente surgían más respuestas que preguntas. Pero una luz de esperanza se asomaba para el joven, quien vio cómo se desprendía del bolsillo de Peny una hoja con texturas familiares.
"CAPÍTULO 5
La comprensión total de los demonios malignos no solo nos proporciona herramientas para poder detenerlos, sino una mayor comprensión de lo que es maligno. Por ende, la malignidad es lo que es independiente de la fuente. Los demonios malignos, al igual que los humanos malignos, buscan el caos y la destrucción; buscan corromper y desatar el sufrimiento. Uno de los tipos de influencia más conocidos para las posesiones demoníacas malignas es la imposición, en donde el demonio posee tal nivel de influencia sobre su huésped que es capaz de obligarlo a realizar actos destructivos que atenten, inclusive, contra la vida del propio huésped. Existen aquellos demonios con capacidades de destrucción interna; ellos corrompen la voluntad y la moralidad de las personas, no buscando actos destructivos en sí, sino buscando la desesperación y el caos interno dentro del huésped. Dentro de los tipos más peligrosos se encuentran los reactivos, aquellos que despiertan frente a ciertos estímulos y, en ausencia de estos, debilitan su influencia..."
En este punto, Kayle se detuvo. Definitivamente, Sary pertenecía a esta última clase de posesiones, pero eso no le era suficiente; él mismo no se sentía encasillado en ninguno de estos tipos de posesiones. Comenzó a cuestionar sus propios pensamientos. Es verdad que, desde esos sucesos, ya no se sentía igual; varias cosas habían cambiado.
Este momento introspectivo fue interrumpido por un fuerte ruido proveniente de las afueras de la casa: era la policía. Afortunadamente para Kayle, aún tenía las llaves de la puerta escondida. Le costó abrirla mientras intentaba recordar cómo Peny había encontrado el orificio de la llave, pero para él fue un reto. Pudo entrar justo en el momento en que la policía entraba al lugar. Definitivamente, la policía vio a alguien entrar por la puerta escondida, pero no lograron determinar quién era, para suerte de Kayle. Él había aprendido la lección y estaba más tranquilo sabiendo que, al menos ese día, no había ido al lugar en su bicicleta. Sin embargo, la policía ya conocía la existencia de esa puerta secreta.
En los momentos siguientes, vemos a un Kayle un poco decepcionado; pensaba que allí acababa su camino hacia encontrar respuestas. Entre sonidos fuertes que parecían ser máquinas intentando derribar la puerta y pensamientos que intentaban mantener a Kayle en calma, pasaron los minutos hasta que todo quedó en silencio fuera. Kayle, pensando en lo peor, que ya habían logrado abrir la puerta, solo se sentó a esperar. Para su asombro, estaba totalmente calmado, solo esperando con todo su ser, esperanzado en que Sary pudiese estar a salvo y que pudiera vivir una vida plena.
En esos momentos, se abrieron las puertas y se escucharon pasos desde la escalera. Cada paso parecía calmar más a Kayle, quien no paraba de buscar motivos para sentirse pleno y feliz a pesar de los acontecimientos. Sorprendido, estaba por esta perspectiva que le otorgaba tanta paz. En la habitación apareció una chica alta y delgada, con el pelo rubio recogido en una trenza que no paraba de moverse. La chica, que no parecía querer interactuar con Kayle por el momento, se acercó a él para quitarle de las manos el brazalete que anteriormente le había arrebatado al cuerpo de Peny. Luego, con un movimiento delicado, se colocó el brazalete y, en la acción posterior, cruzó miradas por primera vez con Kayle, quien de reojo vio cómo la luz del brazalete se volvía verde.
— Ya debes saber lo que esto significa, chico — dijo la chica rubia con una mirada penetrante y muy invasiva hacia Kayle. — Mi nombre no importa; puedes llamarme capitana. Desde ahora vas a trabajar para mí. No sabes lo mucho que me costó encontrarte; inclusive perdí a uno de mis mejores soldados buscándote -dijo la chica, haciendo una pausa mientras cerraba los ojos como si recordara algo. — Si bien era bueno encontrando personas y escabulléndose, nunca fue bueno para entregar detalles o información clara. De seguro no estás al tanto de nada, pero ya habrá tiempo.
— Pues si eso es lo que debo hacer, estaré para servirte — dijo Kayle, haciendo una reverencia hacia la chica rubia.
— Esto sí es poco común. No sé si puedas servirme de mucha ayuda en verdad; pareces tener una voluntad muy pequeña — dijo la chica rubia, tomando un aspecto más serio. — Tu actitud indica que el demonio que te posee controla totalmente tu voluntad. Si estuvieras en manos de un demonio maligno, no tendrías posibilidad alguna.
— En serio, estoy a tus órdenes. Solo debes hacerme un favor. — dijo Kayle entre lágrimas, volviendo a cruzar miradas con la chica. — Ayúdame a encontrar a mi hermana.
— Pues ya es un hecho. — dijo la chica rubia, mirando hacia sus espaldas mientras entraba en la sala Sary, con las manos ensangrentadas y un poco asustada. — Ustedes son mis nuevas armas; deberán entrenar duro. Si no van a ser de utilidad, piensen en quién más en el mundo quisiera ayudarles. — terminó abruptamente la frase al percatarse de que el dúo de hermanos ya no la escuchaba. Se estaban fundieron en un abrazo.
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