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Búsqueda en la oscuridad



Ambos amigos se reunieron. Así, prontamente, marcharon hacia su destino.  Llegaron en bicicleta, fantaseando en el camino que era una carrera hacia el lugar, y el que llegase último sería poseído. el dúo rio mientras iniciaban la competencia, quedando Kayle en segundo lugar. Las risas se volvieron cada vez mas nerviosas. Eran altas horas de la noche y la casa se encontraba entre rejas, con ventanas abarrotadas y puertas con candados.

—¿Recuerdas ese día cuando molestábamos a la exmaestra? —preguntó Kayle sonriendo.

—¿A cuál de todos te refieres? —respondió el amigo.

—Sabes a cuál. Fue memorable.

—Tanto como el último suceso, lo dudo.

—En eso tienes razón. Pero tampoco quiero explicártelo. Lo entenderás tú mismo cuando lo veas.

—Va.

Ambos amigos, guiados uno tras otro muy pegados y creyendo disimular su temor, treparon la reja que rodeaba la casa. Llegaron al tejado y se dirigieron hacia el patio. En ese punto, Kayle apuntó hacia el cielo, específicamente a un extremo del techo de la casa. El amigo sonrió, afirmando que ya se entendían. Aprovecharon la reja de una de las ventanas para treparse, pero aún así era imposible. La única posibilidad parecía ser que uno se subiera encima del otro, y el cruce de miradas parecía ser una competencia para ver quién sería el afortunado o desafortunado. Kayle pestañeó afirmando con la cabeza y asumiendo que sería él. Se posó sobre los hombros de su amigo, movió una tabla y procedió a afirmarse firmemente con la ayuda de su amigo. El paso siguiente parecía ser más sencillo. Kayle se encontraba dentro de un nido de pájaros que la maestra tenía en su casa, que por fuera pasaba desapercibido, dato que ella había comentado antes en clases, situación que recordó.

Ya dentro de la casa, se dio cuenta de que la cantidad de polvo reflejaba que los días de inactividad allí eran bastantes. Kayle sabía que tal vez podría recordar alguna otra pista que sin querer la maestra le hubiese entregado, pero nada venía a su mente. La policía ya había estado allí, era evidente. No había dejado evidencias de nada. En ningún cuarto logró encontrar algo, por mínimo que fuera. Decepcionado, salió de la casa por donde entró, sin antes observar un gran mueble, una estantería de libros que carecía de ellos, pero abundaba en telarañas y rastros de papel. se apresuró a buscar si en alguno de ellos podría haber algún indicio. Un papel en particular le llamó la atención. Tenía un dibujo que era exactamente igual al tatuaje que su ex maestra tenía en una de sus manos. Era imposible no verlo. Sin esperanzas de encontrar nada más, salió de manera definitiva. Su amigo yacía sentado impaciente y, al verle salir con las manos vacías, la cara de decepción creció aún más.

—Ya te estabas demorando bastante, demasiado como para salir con las manos vacías.

—El miedo te altera la percepción. No había nada allí.

—Debí sospecharlo. Oí a mi padre comentar algo al respecto al llegar a casa anoche.

—¿Y recién ahora lo comentas? Pudimos haber evitado entrar.

—La fe no se pierde así como así, hombre. Al menos ya lo comprobamos.

—No se puede razonar contigo. Ya es tarde.

—¿No me digas que ya te vas? Te lo pasas en casa.

—Ese pareciese ser mi problema.

—¿En serio te vas a enojar, amigo?

—Así es, amigo.

—Bueno, bueno. Que esa no es la única sorpresita que te tengo. ¡Arriba ese ánimo!

—¿A qué viene esto?

—Tampoco quiero explicártelo. Lo entenderás tú mismo cuando lo veas.

—Va.

Mientras ambos, sin decir nada, avanzaban por la calle, Kayle pensaba en su hermana. Solo quería volver a casa, no podía pensar en algo que lo hiciese pensar en algo distinto a eso. Ambos llegaron a la comisaría. Kayle pensaba que habían llegado allí para robar la evidencia contra la maestra, algo no del todo incierto. Ambos entraron amistosamente, saludando a todos como si fuesen allí diariamente. Pero la verdad, el amigo de Kayle, Fran, que desde ahora toma más protagonismo, era el hijo del comisario de allí. Decidido, fue a intentar hablar con su padre para sacarle información al respecto. Hizo esperar a Kayle fuera de la oficina del padre mientras él entraba sin siquiera tocar la puerta.

—Hola, querido padre.

—¿Qué haces aquí? Estas no son horas. No me digas que te pasó algo.

—Pues a mí no, a un amigo.

—¿Cuál es el problema? Cuéntame, por favor. ¿Tiene que ver acaso con dem...

—No, padre, o no así del todo. Estábamos jugando con amigos respecto a cazar demonios y acabar con ellos.

—Eso me parece fabuloso, hijo. La responsabilidad yace en las futuras generaciones por seguir cultivando ese odio y dirigirlo hacia ellos.

—Pues ahí está el problema, padre. Ya no es divertido jugar así.

—Creo que puedo tener la solución. Solo, por favor, dime que te largarás inmediatamente de aquí. Estoy ocupado.

Sonriente, Fran tomó del brazo a Kayle y lo empujó hacia la salida. Ansioso y apresurado, lo llevó a tomar su bicicleta y a seguir su camino hacia la casa de la maestra. Sin entender nada, vio cómo Fran, extasiado, se dirigía a toda velocidad sin siquiera darle una sola indicación. Ambos llegaron nuevamente a la casa de la maestra. Fran tomó un instrumento que parecía ser una muñequera y se la dio a Kayle, pero le quedaba suelta en el brazo delgado. Con cara de no entender y de no querer entender nada, mientras Fran le insistía que mientras menos se demorase, más pronto volvería a casa.

Haciendo el mismo proceso anterior, Kayle, ya dentro de la casa, recorrió nuevamente el lugar, pero ahora con el brazalete. Algo le explicó Fran, que su padre se lo prestó para que jugaran, que debía devolvérselo en pocos momentos. ¿Qué tipo de aparato pudiera ser? Se preguntaba. Solo una idea venía a su mente.

Kayle llegó nuevamente a ese estante sucio, con la misma sensación de la primera vez. No había encontrado nada y nada encontraría. Pero algo cambió. El brazalete se ajustó a su brazo y emitió una luz roja. Kayle parecía asustado, pero en ese preciso momento sintió calma. Como nunca antes, se sugirió pensamientos para calmarse y respirar para no asustarse de más. Cada vez que pensaba en esas cosas, la luz del aparato se tornaba verde. Esto era más claro para él debido a la poca luz que gozaba, y el cambio de luz le era notorio. Kayle siempre fue miedoso; no era común para él esa calma. Kayle salió apresurado de la casa, sospechosamente feliz y con un aura totalmente distinta a la que transmitía anteriormente. Aunque para los amigos estar allí era una aventura, no escondían el miedo que ambos sentían, solo intentaban disimularlo de manera muy torpe. Pero ya parecía ser distinto para Kayle. Antes de subirse a la bicicleta para dirigirse a la comisaría,  intentó quitarse el brazalete, cosa que no fue muy difícil. Se percató de que la luz verde parecía seguir encendida antes de quitarsela. Ambos llegaron donde el padre de Fran, que parecía estar preocupado, buscando a su hijo por los estacionamientos del lugar. Ambos chicos aparecen y el padre sonríe, preguntando con buen ánimo:

—¿Dónde andaban mis cazadores de demonios?

Le fue entregado el brazalete nuevamente al padre, quien tomó a Fran del brazo y, mirándolo con seriedad, le comentó que no había sido lo que le había prometido, que no debía alejarse de allí. Pero al ver que regresó con el aparato sano y salvo, dejó la preocupación de lado y prosiguió a darles una pequeña clase sobre qué era ese aparato. Era una herramienta de última generación que se usaría para encontrar demonios. Aún no estaba masificada, pero las policías ya gozaban con las primeras muestras de la zona, esperando que ayudara a encontrar demonios allí. El método era simple: la pulsera detectaba impulsos nerviosos, sobre todo en la zona del cerebro encargada de generar los pensamientos que más influyen en el estado de ánimo. Se sabía que allí atacaban los demonios, generando impulsos de manera involuntaria y llevando siempre a estados de ánimo negativos y monstruosos. La luz roja indicaba pensamientos normales, mientras que la luz verde indicaba que los pensamientos dados en ese momento estaban influidos por impulsos involuntarios.

Kayle, pálido, despidiéndose a toda prisa, comentó que se le hacía tarde para irse. Aunque le ofrecieron llevarlo, solo se subió a su bicicleta y pedaló, mientras Fran y su padre le alentaban, como si fueran guerreros, comentando que esa era la verdadera actitud de un cazador de demonios. El padre de Fran, orgulloso, le comentó que ellos serían grandes policías en un futuro. Y el prometió que cuando llegasen más de esas máquinas, le darían una a su hijo y a su amigo, pues parecían tener grandes agallas. Al menos para él, era importante eso. 

El joven Kayle antes de llegar a casa, extrañamente se sentía aliviado, no parecía preocuparle lo que acababa de descubrir. Esa luz verde solo indicaba una cosa, estaba endemoniado. Solo se dedico a reír con su hermana al llegar a casa esa noche, ahora el jugándole bromas de demonios, aunque ambos supiesen que así no era como el se comportase siempre, pero parecía no importarle a ninguno.

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