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CAPÍTULO 7 BIENVENIDA



Amelia estaba aturdida por las palabras del príncipe. En especial, "romperé el compromiso" resonaba en su mente como un eco que no lograba acallar. Era difícil para ella aceptar que Eliot, su querido Eliot, le dijera tal cosa.

El peso de esas palabras le nublaba la razón, como si el mundo que conocía empezara a desmoronarse.


Eliot, sin embargo, no dudó. Con una mirada decidida, tomó el rostro de Amelia entre sus manos cálidas. Podía sentir cómo ella temblaba, no solo de nervios, sino de incertidumbre, de miedo ante lo que significaba ese cambio. Con suavidad, acarició su piel, intentando transmitirle la seguridad que él mismo sentía.

Con la ternura de quien comprende el dolor ajeno, Eliot se inclinó hacia ella y, lentamente, sus labios se encontraron en un beso que lo decía todo: amor, perdón, promesas no dichas.



A lo lejos, Atop y Elowin observaban la escena en silencio. Ninguno de los dos parecía complacido, pero tampoco había intención alguna de intervenir.

Elowin, con la sabiduría que solo los años brindan, murmuró: -Déjalos soñar un poco. El mundo es vasto, y ella apenas está comenzando a comprenderlo-.


Con la llegada de los primeros rayos del sol, el grupo se preparó para continuar su camino hacia la Montaña Azul, hogar de los elfos de los Alpes.

Eran los seguidores de la luz de las estrellas, conocidos como los terceros hijos de los elfos carmesí. Sus cabellos oscuros los distinguían de las demás razas élficas, pero lo que más destacaba en ellos era su extraordinaria calma frente a cualquier adversidad. Una calma que parecía casi irreal en contraste con la agitación del corazón de Amelia.



El trayecto fue largo y silencioso, pero a medida que se acercaban, un sonido festivo empezó a llenar el aire. Era una música alegre, vibrante, que les daba la bienvenida. Amelia sintió cómo la emoción se expandía dentro de ella; la música parecía estar impregnada de una paz profunda y una armonía ancestral.

Los elfos locales, radiantes de felicidad, celebraban la llegada de sus señores, agradecidos por su retorno sano y salvo.



Kalu, sin poder contener su alegría, salió corriendo hacia la celebración, uniéndose al baile de su gente. Talin lo siguió, risueño, perdiéndose entre la multitud.

Amelia los observaba con asombro, una sonrisa tímida dibujándose en su rostro mientras absorbía la atmósfera de alegría pura que la rodeaba.
-Ven, Amelia, ¡te están dando la bienvenida!- le gritó Kalu desde el borde de la fiesta, animándola con un gesto efusivo.



Antes de que pudiera responder, Kalu la arrastró hacia el centro de la celebración. Al principio, se resistió, pero pronto se dejó llevar por la energía contagiosa de la fiesta.

Las risas, la música y el baile la envolvieron, llenándola de una calidez que hacía que, por un instante, olvidara sus preocupaciones.



Desde la distancia, Eliot, Elowin y Atop contemplaban la efusiva celebración. Eliot, con una sonrisa que escondía un leve rastro de melancolía, comentó: -Es una bienvenida fantástica, sin duda-.



Atop, siempre calmado y en control de sus emociones, respondió:

-No es solo por nosotros, príncipe. Recibir a una hija de la luna es una dicha inmensa. Aunque no lo creas, Amelia es parte de una raza que rara vez se deja ver. Es un espectáculo, incluso para nosotros-.



Eliot miró a Amelia, aún inmersa en la celebración, y sintió que la distancia entre ellos no era solo física. El mundo que estaban a punto de descubrir parecía tener secretos que él apenas empezaba a comprender.





Confundido, Eliot volteó a mirar a Elowin, buscando una confirmación sobre lo que Atop acababa de decir. Sin embargo, Elowin estaba distraída, enfocada en un joven elfo de cabellos dorados que se acercaba a ellos con paso firme.

El elfo hizo una reverencia cortés hacia Elowin y abrazó con fuerza a Atop, mostrando un gesto de afecto genuino.



-Mi señora, los he estado esperando con ansias. Las estrellas nos anunciaron su llegada-dijo el elfo, con una sonrisa fría que no alcanzaba a sus ojos-. Lamentablemente, no nos advirtieron que traerían... parásitos-añadió, lanzando una mirada despectiva a Eliot.



Elowin, como si ignorara la punzante indirecta, respondió con cariño:


-Ivar, qué gusto tenerte de vuelta. Siempre es un placer verte-. Su tono era suave, pero firme, intentando disolver la tensión que empezaba a crecer.



Eliot, intentando mantener la compostura, dio un paso adelante y se presentó con cordialidad. -Debes ser un amigo cercano de la reina Elowin. Es un placer conocerte. Soy el príncipe Eliot-, dijo, extendiendo la mano con la esperanza de un saludo respetuoso.



Pero Ivar lo miró solo de reojo, ignorando por completo la mano que Eliot le ofrecía. Sin siquiera dignarse a dirigirle la palabra, retomó su conversación con Elowin y Atop, como si el joven príncipe fuera invisible.

La incomodidad flotaba en el aire, pero ni Elowin ni Atop hicieron comentarios sobre el desplante. Atop, siempre el pacificador, invitó a Ivar a avanzar, tratando de disipar la desagradable tensión que se había creado.



Eliot, aún sorprendido por el desprecio abierto, se volvió hacia Elowin y preguntó en voz baja:


-¿Hice algo mal?- Su voz denotaba desconcierto, pero también una herida en su orgullo..



Elowin lo miró con comprensión. -No, joven príncipe. No es nada personal. Pero debes entender que no todos los elfos son amigables con los humanos... especialmente los elfos dorados-.

Su tono era sereno, pero había un peso en sus palabras que dejaba claro que la situación era más complicada de lo que imaginaba.



El comentario golpeó a Eliot como un eco distante. Retrocedió ligeramente, sintiendo que la distancia entre él y este nuevo mundo era mayor de lo que había pensado.

Mientras Elowin hablaba, la advertencia de su padre antes de partir resonó en su memoria:

"Ten cuidado con aquellos que creen ser superiores. No todos los reinos te recibirán con los brazos abiertos."


Y ahora, frente a Ivar, esas palabras cobraban un nuevo y amargo significado.


La noche anterior fue un torbellino de risas y festejos. Amelia estaba embriagada, no por el vino, sino por la alegría desbordante que la rodeaba.

Tan abrumada se sintió por las emociones que terminó quedándose a dormir en la habitación de Atop, sin siquiera percatarse del momento en que el cansancio la venció.

Eliot, por su parte, se había retirado temprano, consciente de que al día siguiente comenzaría el entrenamiento. Al abrir los ojos por la mañana, lo primero que vio fue a Talin, quien lo esperaba con una sonrisa burlona.



-¿Tú eres el que nos va a entrenar? -bromeó Eliot, entre risas.



Talin respondió con un gesto igualmente juguetón.


-Si logras hacerme caer, te dejaré entrenar con Atop -dijo, dándole la bienvenida al desafío.



Eliot, aún aturdido por la somnolencia, miró a su alrededor y frunció el ceño al no ver a Amelia.


-¿Y Amelia? ¿No va a entrenar? -preguntó, extrañado por su ausencia.



Talin, sin perder su actitud despreocupada, le lanzó un palo de madera.


-Ayer evaluamos su rango y nos sorprendió mucho. Debería estar con Atop. Relájate, príncipe, la verás más tarde -le dijo con un tono tranquilizador, aunque implícitamente reconocía que Amelia no era alguien que pudiera pasar desapercibida.



Talín dio un paso adelante con una fluidez casi sobrenatural. No hubo señal previa ni advertencia, solo un destello de su "espada" mientras se lanzaba directamente hacia Eliot.

El humano apenas tuvo tiempo de levantar su propia espada para bloquear el golpe, y el choque de las armas resonó en el claro, como un trueno que rompía el silencio.



Talin sonrió levemente, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y desafío.


-Demasiado predecible, Eliot. Si sigues bloqueando de esa forma, estarás en el suelo antes de que termine esta frase-, dijo con un tono burlón, casi juguetón.



Antes de que Eliot pudiera responder, Talin cambió de posición en un movimiento rápido, casi como un viento que rodeaba a su oponente.

Sus golpes no eran fuertes, pero eran precisos, calculados, y venían desde ángulos inesperados, forzando a Eliot a retroceder una y otra vez.

Cada bloqueo le costaba un esfuerzo mayor y sentía cómo el elfo lo acorralaba poco a poco, empujándolo hacia el borde de sus capacidades.



Sintiéndose acorralado, Eliot decidió pasar a la ofensiva. Con toda la fuerza de su cuerpo, giró su espada, buscando aprovechar su ventaja física.

La hoja de madera cortó el aire en un arco poderoso, dirigido directamente al flanco de Talin. Pero el elfo, con la gracia de un bailarín, esquivó el golpe sin esfuerzo, girando sobre sus talones y deslizando su espada en un corte horizontal que Eliot apenas logró desviar en el último momento.



-Tu fuerza es admirable -comentó Talin mientras esquivaba otro ataque de Eliot-, pero la fuerza sin control no es más que una carga, humano-. Su tono era burlón, pero también contenía una lección oculta, como si intentara instruirlo en medio de la batalla.



Con un movimiento ágil, Talin dio un paso hacia adelante y lanzó una estocada directa al costado de Eliot. Este, en un desesperado intento por bloquear el ataque, desvió la espada con todas sus fuerzas.

Sin embargo, su acción lo dejó expuesto, y Talin, siempre astuto y rápido, aprovechó la oportunidad. En un giro veloz, su pie derecho impactó con precisión en el abdomen de Eliot.



El golpe fue devastador. Eliot sintió cómo el aire escapaba de sus pulmones en un instante, como si todo el oxígeno hubiera sido arrancado de su cuerpo.

El impacto fue tan rápido y preciso que no tuvo tiempo de reaccionar. Durante un breve segundo, el suelo bajo sus pies pareció desaparecer, y todo su cuerpo fue lanzado hacia atrás.



Eliot cayó al suelo con un ruido sordo, el impacto reverberando a través de su armadura ligera. Su espada se le resbaló de las manos, alejándose de su alcance mientras él intentaba desesperadamente recuperar el aliento.

El mundo a su alrededor giraba, y lo único que podía escuchar era el frenético latido de su propio corazón, un tamborileo constante que le recordaba su vulnerabilidad.



Durante unos segundos, Eliot se quedó allí, tendido en el suelo, tratando de aclarar su mente y estabilizar su respiración. Sabía que Talin lo había superado en habilidad, pero lo que más le dolía no era la derrota, sino el darse cuenta de cuán lejos estaba todavía de estar a la altura del elfo.



Talin, sin perder su calma habitual, se acercó lentamente.


-¿Ves, Eliot? La verdadera fuerza no está solo en los músculos, sino en la mente. Control, estrategia... eso es lo que te hace ganar-, dijo, extendiéndole una mano para ayudarlo a levantarse.



Aún jadeando, Eliot tomó la mano de Talin y se puso de pie, tambaleándose un poco, pero con una chispa de determinación en sus ojos. No me rendiré, pensó. Todavía no he terminado.



Desde las 10 de la mañana, Eliot había intentado, sin éxito, darle al menos un golpe leve a Talin. Cada movimiento era más difícil que el anterior, y la frustración comenzaba a apoderarse de él.

Estaba exhausto, su respiración era pesada y jadeante. Una vez más, terminó en el suelo, con el cuerpo dolorido y el orgullo herido.



Al levantar la mirada tras ese último golpe, sus ojos se fijaron en uno de los balcones cercanos. Allí estaba Amelia, con la cara ligeramente sucia por el entrenamiento, y a su lado, el elfo de cabellos dorados, Ivar. Eliot observó cómo el elfo le decía algo al oído a Amelia, y ella sonreía, como si compartieran un secreto.



Intrigado y sintiendo una punzada de incomodidad, Eliot se levantó, todavía respirando con dificultad, pero sin apartar la mirada de los dos en el balcón.

La imagen de Amelia con Ivar lo distrajo, encendiendo una chispa de celos que, combinada con su cansancio, solo incrementaba su frustración.




-Eliot, descansa -dijo Talin con calma, notando el estado de su oponente-. Aún estás recuperando el aliento... Mejor lo dejamos por hoy. No quiero que te rompas algo.



Eliot, sin embargo, no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente. Aún jadeando, le respondió entre respiraciones entrecortadas:


-Puedo hacerlo, Talin... una vez más.



Talin, con una sonrisa comprensiva, miró por encima de su hombro y vio a Amelia junto a Ivar, observando la escena desde la distancia. Al ver a Eliot tan concentrado en ellos, Talin se acercó, como si quisiera consolarlo, pero también para darle un consejo que iba más allá del combate.



-Eliot -dijo en voz baja-, ella se ha fijado en ti, pero no por tu habilidad en combate. Respira... y deja pasar este momento. No necesitas probarle nada.



Las palabras de Talin golpearon con suavidad, pero con el peso de una verdad que Eliot aún no estaba dispuesto a aceptar.

El príncipe sabía que había algo más profundo en su relación con Amelia, algo que el simple acto de empuñar una espada no podía definir, pero el deseo de impresionar la seguía quemando por dentro.



Horas antes, en una parte apartada de la montaña, se habían reunido Atop, Ivar, Kalu y Amelia. Allí, el grupo había sido testigo de algo que dejó a Atop ligeramente impresionado:

la manera en que Amelia se desenvolvía en combate. Aunque su estilo era un poco tosco, reflejo de su formación entre humanos, había una fuerza innata en ella, una habilidad cruda pero prometedora.



Atop, observando con atención, se dio cuenta de que Amelia no solo estaba luchando para mejorar, sino que también estaba buscando su lugar en un mundo que le resultaba ajeno.

A pesar de las diferencias entre su aprendizaje y el de los elfos, había en ella una determinación que no podía pasarse por alto. Ivar, por su parte, miraba en silencio, pero sus ojos dorados brillaban con una mezcla de admiración y algo que no llegaba a ser del todo comprensible



-A ver... suelta los músculos, el aire es tu amigo, te guía. No lo cortes, deja que te lleve -comenta Gönna mientras le muestra cómo dejarse guiar por el viento.




La capacidad de Amelia para captar y aplicar los consejos de Ivar es impresionante. El entrenamiento fue tan intenso que, a las nueve, ya estaban agotados. Atop y Kalu continuaron entrenando mientras Ivar y Amelia decidieron ir a comer algo juntos.




Mientras se acercaban al comedor, escucharon los quejidos de Eliot.



-¿Podemos ir un momento a ver qué pasa? -preguntó Amelia con suavidad, pero sin ocultar del todo su curiosidad.



Ivar, aunque algo indiferente, aceptó con un gesto. Se detuvieron a observar el entrenamiento de Eliot.




-¿Ves? Él combate sin respetar a la naturaleza. Tú y yo somos hijos de la naturaleza. Ir en su contra... no es natural. Debes aprender a bailar con el viento -dijo Ivar, su tono suave, pero firme, mientras sus ojos seguían cada movimiento de Eliot.



Amelia sonrió, intrigada por la forma en que Ivar percibía el mundo.



-¿Sabes, Amelia? Hay algo en nuestra conexión con la naturaleza que siempre me ha fascinado.

No solo escuchamos el susurro de las hojas, sino que entendemos lo que dicen -añadió Ivar, mirándola con una intensidad que la hizo estremecer.



-Siempre he sentido esa conexión, pero nunca me he detenido a pensar en lo que realmente dicen las hojas. Quizás... ¿quizás soy sorda a esos susurros? -respondió Amelia, un poco tímida, pero con una chispa de curiosidad en sus ojos-. ¿Qué te dicen a ti ahora?


Ivar dejó escapar una suave risa antes de inclinarse un poco más hacia ella, como si compartiera un secreto.



-Hoy están especialmente felices. Hablan de la brisa que acaricia sus ramas y del sol que las ilumina. Pero... -su voz bajó un poco, haciéndola más íntima- también susurran sobre ti. Dicen que pocas veces han visto a alguien moverse entre ellas con tanta gracia... como un burro.



Amelia lo miró, sorprendida y divertida a la vez. Su risa brotó, ligera y natural.



-Eres un tonto -dijo, aún sonriendo-, pero quizás sí te lo han dicho.



Ivar, con una sonrisa traviesa, acortó la distancia entre ellos, sus ojos brillando con algo más profundo.



-Tal vez solo me lo dicen a mí, sabiendo que soy el más afortunado por compartir estas horas contigo -susurró, su voz suave pero cargada de un matiz que hizo que Amelia sintiera un leve cosquilleo en el estómago.



Ella lo miró fijamente, su sonrisa suavizando, aunque su corazón latía más rápido.



-Me pregunto si esa es una de las cosas que significa ser elfo... -dijo Amelia en tono juguetón-. Esa habilidad para hacer que las palabras suenen como una melodía.


-Quizá -respondió Ivar, su voz más baja.





Amelia le devolvió la mirada, esta vez con una sonrisa más cálida.



-Quizá los árboles sí te cuentan secretos que los demás no pueden escuchar. O quizás simplemente tienes una forma especial de ver el mundo -dijo, su tono suavemente intrigante.



Ivar la observó un momento, sorprendido por la sutileza de sus palabras.



-No sabes mucho de nosotros, ¿verdad? -preguntó Ivar, levantando una ceja con curiosidad.



Amelia sacudió la cabeza en silencio, reconociendo su ignorancia. Sin decir más, Ivar tomó su mano suavemente y, con una sonrisa cómplice, la guió fuera del lugar, alejándose de Eliot, quien los miraba con una mezcla de sorpresa y celos.

La imagen de Amelia marchándose con Ivar, alguien a quien apenas conocía, lo dejó lleno de resentimiento.



Ivar condujo a Amelia hasta el Cuarto del Tiempo, un lugar sagrado donde se guardaba el registro ancestral de todas las familias élficas. El espacio era impresionante; sentía una profunda paz, y el sonido de una cascada cercana llenaba el ambiente con una serenidad envolvente.

El aire parecía vibrar con una energía ancestral, algo casi místico.



-Este lugar... es increíble -susurró Amelia, mirando a su alrededor, maravillada.



Ivar sonrió al ver su asombro. Buscó entre los estantes un libro en particular, uno con una portada algo peculiar: un gran sol en la parte superior, y siete figuras con las manos alzadas, adorando a la imponente estrella.



-Este libro -empezó Ivar mientras lo abría con cuidado- contiene la historia de las primeras cuatro familias élficas: los elfos dorados, los elfos blancos, los elfos de los Alpes-

su voz se quebró ligeramente con un suspiro de tristeza- y los elfos carmesí. De ellos descendemos todos nosotros. Lucharon con fiereza contra los Nikolayev para sobrevivir. Sin los elfos de los Alpes, los humanos no habrían ganado aquella guerra.-



Amelia frunció el ceño, confundida por la mención de aquella traición que parecía implicarse en sus palabras.



-¿Y los otros elfos? -preguntó, su tono delicado pero inquisitivo-. ¿Aceptaron que los Alpes le dieran la espalda a los demás?



Ivar cerró el libro, su expresión se tornó sombría. Había una mezcla de frustración y resignación en su mirada.



-Fue un acuerdo... -respondió con voz grave-. Nosotros, los hijos del sol, y los hijos de la luna, decidimos no involucrarnos. Pero algunos creyeron que debían poner fin a la carnicería que hacían ellos.



Amelia lo miró con creciente interés




-¿Carnicería? -inquirió, acercándose un poco más a Ivar, casi sintiendo la tensión en el aire.



-Sí... -contestó Ivar, su voz ahora más baja, cargada de desagrado-. Los elfos carmesí, no solo cazaban animales. También comían carne humana. Era repugnante.De ahí su cabello rojo... manchado por la sangre, a las demás razas no nos gustó esto-



Amelia lo miró, su expresión reflejaba tanto horror como fascinación. Pero Ivar, que había estado serio, alzó la mirada hacia ella, sus ojos ahora brillando con una calidez inesperada.



Amelia lo escuchaba con los ojos abiertos de par en par, asombrada por lo que Ivar le contaba, mientras él le mostraba imágenes de las actuales familias élficas.



-Los elfos dorados, mi gente, vivimos en el Bosque Negro. Los humanos no se atreven a entrar allí, y nosotros no estamos interesados en acercarnos a ellos. Somos los únicos elfos que compartimos estos colmillos -

añadió, abriendo ligeramente la boca para mostrar unos colmillos pequeños, pero notablemente afilados.



Amelia lo miró con curiosidad, y Ivar, notando su interés, continuó explicando:



-Los elfos de los Alpes... bueno, ya sabes, ellos viven en el norte, en la Montaña Azul. Tienen el cabello oscuro, son algo básicos pero muy amables. Y luego están los elfos blancos... esos son unos bichos raros. Nunca salen de sus cuevas.



Mientras pasaba las fotos, Amelia se detuvo en una imagen de una familia de elfos carmesí que se veía bastante joven.



-¿Estos son los últimos? -preguntó, señalando la imagen.



Ivar la miró con una sonrisa amplia y cálida, casi nostálgica.



-Sí, ellos son los últimos líderes de los carmesí. Ese es Lorian, la hermosa Fica, y sus tres hijos: Zúrich, Ágata y la bebé... Nunca llegué a conocerla, así que te debo el nombre.



-¿Los niños también murieron? -preguntó Amelia, su voz llena de preocupación mientras miraba la foto más de cerca.



Ivar, su expresión se tornó un poco más sombría.



-Nosotros los buscamos, pero los Ünnar, una raza muy cercana a los carmesí en cuanto a genética, se los llevaron. Creyeron que ellos podrían cuidar mejor de los niños. Sin embargo, nunca logramos localizar a la bebé. Es un misterio lo que le pasó.



El tono serio de Ivar parecía envolver el ambiente de una tristeza palpable, pero su cercanía y el interés de Amelia en sus historias le daban un aire de confianza, algo más íntimo.



-Es increíble pensar en todo lo que habéis pasado -dijo Amelia, mirándolo con admiración y empatía-. Todo ese peso de la historia...



Ivar la miró con una expresión suave, sus ojos reflejaban una mezcla de gratitud y algo más, algo más profundo que sus palabras parecían ocultar.



-No todos los días encuentras a alguien que realmente quiera escuchar lo que llevamos dentro. Es... agradable -dijo, su tono bajo, casi como un susurro.



Amelia sintió un pequeño escalofrío recorrerle la piel, pero esta vez no era de incomodidad, sino de una conexión más profunda, como si Ivar hubiera abierto una puerta a algo más que la historia de los elfos.

La naturaleza misma parecía acompañar ese momento, el silencio entre ellos cargado de una tensión sutil, pero significativa.



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