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Capítulo 35 - El romanticismo había quedado atrás-

La incomodidad entre Zhaldrïon e Ivar era tan palpable que hasta el cuchillo de postre más desafilado podía cortar el aire tenso que llenaba la sala. Los ojos ámbar de Ivar danzaban inquietos, recorriendo cada rostro como si implorara un milagro de su madre que hiciera cambiar de parecer al Rey.

Por su parte, Zhaldrïon, aunque claramente inconforme, mantenía su porte altivo y su carácter inquebrantable. Con una sonrisa amplia, cargada de un encanto irónico que desarmaría incluso al crítico más severo, se inclinó ligeramente hacia el centro de la mesa, proyectando su voz con la cadencia de un orador natural.



-Veo que las palabras aquí no tienen mucho efecto -comentó con esa chispa traviesa que era su firma-, pero, ¿podrían al menos ilustrarme con lo que consideran tan importante que debo hacer? -Con la gracia de un noble de otros tiempos, se sentó, cruzó las piernas con calculada elegancia, y se sirvió una copa de vino con el arte de quien convierte hasta un gesto sencillo en espectáculo.



La voz de la reina Kiviks se alzó entonces, resonando con la autoridad de una tormenta lejana, suficiente para estremecer a Ivar más de lo que jamás lo había logrado su propio padre.



-Llevarás a Sukie a Valadiod con sus hermanos.



La declaración fue como un golpe de martillo. Ivar reaccionó casi al instante, su indignación desbordándose en un torrente de palabras.



-¡¿Qué?! ¡¿De qué están hablando?! ¡¿Cómo Drïon (Zhaldrïon) va a llevar a Amelia a Valadiod?! -Su tono denotaba incredulidad y una pizca de celos que ni él mismo podía ocultar.



Amelia, sobresaltada por la revelación de que "Sukie" era en realidad ella, no tardó en interrumpir con un tono molesto.



-¿Podrían por favor no hablar de mí como si no estuviera presente? Mi nombre es Amelia, no Sukie.



Antes de que Radiz pudiera intervenir, Zhaldrïon, con su característica caballerosidad que siempre parecía molestar a Ivar, habló con una calidez que pareció envolver a todos en la sala.



-Mil disculpas, Amelia -respondió con una inclinación de cabeza tan sutil como efectiva-. Era el único nombre que conocíamos para referirnos a ti. Te prometo que no volverá a ocurrir.



La sinceridad de su tono desarmó a Amelia, aunque su expresión seguía reflejando un disgusto evidente. Sin embargo, Ivar no estaba dispuesto a dejar pasar el desaire. Se levantó de su asiento con el rostro encendido de ira.



-¿¡Me están escuchando!? ¿¡Van a mandar a Amelia con alguien que apenas conoce!?



Banglash, el padre de Ivar, quien hasta ahora había soportado la escena con la paciencia de un monje, finalmente alzó la voz. Su tono era tan firme como una roca, pero con una afilada ironía que rozaba la humillación.



-¿Te vas a sentar de una vez, Ivar? O mejor aún, ¿por qué no te vas a Dor Aran? Ambas opciones serían un alivio para todos.



El reproche fue suficiente para que Ivar, con evidente frustración, se desplomara de nuevo en su silla. La reina Kiviks, por su parte, giró su atención hacia Amelia, y esta vez su tono fue sorprendentemente suave, casi maternal, una faceta que rara vez dejaba ver.



-Mi hijo conoce bien los caminos hacia nuestro pequeño mundo. Por mar o por tierra, él te guiará, y te aseguro que nada te sucederá bajo su cuidado.



Amelia, aún perdida en la confusión, miró a Radiz, quien se había mantenido inusualmente callado, dedicándose a comer en silencio, algo que a ella le resultaba desconcertante.



-¿No vas a decir nada, Radiz? -preguntó con un deje de reproche en su voz.



Pero antes de que él pudiera responder, fue la reina Kiviks quien intervino, su mirada fija en Amelia, pero con palabras dirigidas al mago.



-Radiz puede opinar, claro, pero sabe bien lo que ocurre con sus sugerencias cuando no están alineadas con las decisiones de esta mesa.



La tensión en la sala no cedía, pero Zhaldrïon, como siempre, parecía dominar el momento. Alzó su copa de vino y, con una sonrisa encantadora, desvió la atención de todos.



-Bueno, debo admitir que esto promete ser una aventura interesante. Amelia, si me permites, haré de este viaje algo inolvidable. -Le guiñó un ojo con descarada confianza, provocando que Ivar casi se atragantara de frustración.



Radiz, quien rara vez mostraba algo más que su actitud juguetona y desenfadada, dejó entrever una sonrisa forzada que traicionaba la tensión en su interior. Fue una expresión tan impropia de él que incluso Zhaldrïon, siempre atento, arqueó una ceja con leve curiosidad.



-No se preocupe, Kiviks -dijo Radiz con voz calculadamente tranquila-. Tengo mi propia misión que cumplir. Como bien saben, debo hablar con la reina de los Alpes para detener esta supuesta persecución.



Mientras tanto, Ivar permanecía inquieto, su mente aturdida por la noticia del viaje y el abrupto cambio de planes. Su incomodidad no pasó desapercibida, y fue entonces que Dyboøl, con su voz profunda y resonante, interrumpió el ambiente con una autoridad incuestionable.



-Es hora, Ivar. Vámonos. Despídete.



A pesar de la confusión que aún lo embargaba, Ivar obedeció sin protestar. Se levantó y, con pasos pesados, se acercó a Amelia. Sus ojos brillaban con una mezcla de incertidumbre y nostalgia mientras le decía:



-Volveré rápido, te lo aseguro.



Aunque sus palabras estaban cargadas de emoción, para Amelia aquel gesto no tuvo el mismo impacto. La conexión que alguna vez compartieron, tan viva y vibrante, había cambiado. Ahora, con su sincronización con la energía oscura, Amelia lo veía más como un aliado que como algo más profundo. El romanticismo había quedado atrás, sustituido por una realidad que ella había tratado de ignorar, pero que ahora enfrentaba con firmeza.



El silencio que siguió a la despedida fue incómodo, roto solo por los sutiles gestos de los presentes, cada uno reaccionando a su manera. Pero, como era de esperarse, Zhaldrïon no podía quedarse callado. Con su característico toque de humor y amabilidad, intentó suavizar la tensión.



-Vamos, Ivar, no pongas esa cara. Te prometo cuidar de Amelia como si mi vida dependiera de ello. Aunque claro, no sería la primera vez que me pongo en peligro por alguien más guapa que tú. -



El intento de ligereza, sin embargo, chocó contra el muro de emociones de Ivar, quien apenas logró disimular su desprecio. Con un gesto cargado de resentimiento hacia su antiguo amigo, giró y se dirigió a la salida.



Cuando cruzaba la puerta, las palabras de su padre lo alcanzaron, aunque no logró detenerse a escucharlas todas. Banglash, dirigiéndose a Amelia con una sensibilidad poco común en él, habló en un tono cauteloso, casi paternal.



-Sukie... perdona, Amelia. Sé que apenas nos conoces, y entiendo tu rechazo hacia nosotros. Pero nuestro deber es mantenerte con vida.



Aunque Ivar no pudo oír más, apurado por Dyboøl, los demás sí captaron la genuina preocupación en el rostro de Banglash. Entonces, la reina Kiviks, con su tono habitual de autoridad, añadió con un tono ligeramente más suave.



-No queremos separarte del príncipe Ivar, ni mucho menos. Pero aquí no podrás recuperarte del todo. Además, debes querer saber más sobre tu pasado, ¿no es así?



Amelia, sin embargo, no dejó que las palabras de los regentes calaran demasiado. Con una calma firme, replicó, aunque sin menospreciar lo dicho.



-El querer es algo que ya no me preocupa. A estas alturas de mi vida, saber de dónde vengo no cambiará nada.



El comentario provocó una chispa en Zhaldrïon, quien no tardó en intervenir. Con su singular perspicacia, sus palabras resonaron con una mezcla de seriedad y su típico toque de gallardía.



-Entiendo tu punto, Amelia, y respeto tu postura. Pero déjame decirte algo: el pasado, quieras o no, siempre será fundamental. Ignorarlo porque ahora ves las cosas con un brillo distinto no hará que desaparezca. Es, al final, el cimiento sobre el que estás parada. Conocerlo evitará que repitas los errores que otros de tu linaje han cometido.



Su voz, firme pero cargada de empatía, se quedó flotando en la sala. Amelia no respondió de inmediato, pero en sus ojos se asomaba una mezcla de reflexión y ligera incomodidad. Zhaldrïon, satisfecho de haber dejado su huella, tomó su copa de vino y brindó hacia nadie en particular, su sonrisa ladina iluminando la escena.



-Además, seamos sinceros -añadió con una chispa divertida-. Los viajes son más emocionantes cuando hay secretos por descubrir. ¿No crees?


El silencio cayó como un manto pesado sobre la sala, un instante cargado de expectativas. Todas las miradas se posaron en Amelia, que parecía debatirse entre las palabras que se agitaban en su interior. Finalmente, con una voz quebradiza que traicionaba su fortaleza habitual, rompió la tensión:



-No quiero conocer a nadie que tenga que ver con los carmesí -declaró, con una firmeza que intentaba cubrir el temblor en sus palabras-. En estos momentos estoy en un estado físico aceptable; la reina Aris puede confirmarlo. Así que, no, gracias por la invitación... si es que eso era lo de Valadiod. Pero no deseo hacer un viaje. Radiz, podemos irnos.



El eco de sus palabras quedó flotando, haciendo que cada rostro reaccionara de manera distinta. Zhaldrïon, sentado con su copa de vino medio llena, ladeó la cabeza como si estuviera viendo a una pieza de ajedrez moverse de manera inesperada. La reina Kiviks permaneció imperturbable.


Con la misma elegancia que la había caracterizado al entrar, Amelia se levantó y comenzó a salir de la sala, escoltada por la presencia serena de Radiz. Sin embargo, antes de cruzar el umbral, la voz de la reina Kiviks se alzó, fuerte y llena de propósito, como un último intento por llegar al corazón de Amelia:



-Es solo una petición, Sukie... Amelia. Y quedará abierta si cambias de opinión. Estaremos aquí por cuatro lunas. Piénsalo. Y, por favor, no temas ser egoísta en tus pensamientos.



Las palabras de la reina resonaron como un consejo envuelto en un ruego. Amelia no respondió, pero el leve titubeo en su andar al salir dejó entrever que el mensaje había llegado a algún rincón de su mente.



Zhaldrïon, siempre atento a los matices del momento, dejó su copa sobre la mesa con un leve chasquido y esbozó una sonrisa ambigua.



-"Sé egoísta en tus pensamientos" -repitió en un susurro, más para sí mismo que para los demás-. Qué fascinante manera de pedirle que se rebele contra el mundo entero.



La reina Kiviks atreves de su máscara veía como su hijo se había convertido en un ser al que era difícil ocultarle algún pensamiento o intensión, los años de aprendizaje con los Ünnar lo habían tallado para ser más que un líder. Él, como siempre, parecía disfrutar del espectáculo que cada interacción ofrecía. Mientras tanto, el resto de los presentes intercambiaba miradas cargadas de preguntas y emociones.



Radiz, fiel a su estilo sereno, caminó junto a Amelia sin emitir palabra. Pero en su semblante, por primera vez, se percibía una sombra de preocupación. Amelia había decidido, sí, pero el eco de las palabras de Kiviks aún resonaba en el aire, como una semilla sembrada en tierra fértil, esperando el momento justo para germinar.



Y Zhaldrïon, con una chispa de travesura en los ojos, observaba a todos con esa mezcla única de caballerosidad y humor que lo hacía tan inolvidable.



-Cuatro lunas -murmuró para sí mismo, antes de volver a llenar su copa-. Eso es más que suficiente para cambiar el curso de una historia.



La sala quedó en silencio una vez más, pero esta vez no era un vacío incómodo. Era la calma antes de una tormenta, la pausa en un relato que prometía revelaciones, desafíos y decisiones que cambiarían el destino de todos los presentes.





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