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Capitulo 29 tú deber

El trayecto hacia la tierra de los elfos blancos se extendía como una interminable prueba de paciencia, y más aún con los constantes reclamos de Dimitri, cuyo tono era como una daga en el orgullo de Eliot. Dimitri no perdía oportunidad de soltarle comentarios lle"os de desprecio y superioridad.



-Ya verás cómo nos cerrarán la puerta en las narices por tu culpa, príncipe más inservible no existe -soltaba Dimitri, su voz cargada de desdén, retumbando como una sentencia.



Eliot, con un suspiro resignado, miraba hacia los elfos dorados que los escoltaban sin descanso, forzándolos a seguir sin parar, sin dejarles siquiera cerrar los ojos un instante. Querían sacarlos cuanto antes de las tierras verdes y prósperas del reino de Banglash, un rechazo palpable en cada paso.



Al llegar a dos enormes torres que emergían de dos árboles entrelazados, observaron una puerta tallada con una precisión tan exquisita que Eliot se permitió admirarla un instante, cada línea y curva una muestra de maestría. Pero detrás de esa puerta solo se extendía un bosque común, apenas diferente de los bosques cercanos al reino de Eliot.



Uno de los elfos se le acercó y, señalando el camino, le dijo con frialdad: -Si siguen por aquí, llegarán al anochecer.



Nada en ese sendero evocaba la vida de los elfos. Eliot y su séquito cruzaron la puerta, sintiendo un cambio extraño y pesado en el ambiente, como si el aire mismo estuviera saturado de una energía ominosa.



-¿Están seguros de que este es el camino? -masculló Dimitri, sus ojos afilados como cuchillos, lanzando una mirada de desprecio a los elfos, quienes simplemente cerraron la puerta tras ellos.



Dimitri bufó con odio apenas contenido. -Por eso se merecen lo que les hago, Eliot. Nos llevaron directo a un bosque que no es lo que aparenta, se burlaron de ti... como siempre lo hacen -su voz era un veneno que goteaba con cada palabra.



Eliot lo ignoró, señalando a sus hombres para que continuaran el camino. Dimitri observó cómo su primo se adentraba en el bosque, pero antes de seguirlo, echó una rápida mirada hacia las torres, donde los elfos vigilaban con una atención fría y calculadora. Con un último resoplido de desdén, decidió seguirlos, sus pasos resonando con una impaciencia voraz.


Pasaron las horas, y Dimitri se permitió finalmente romper el silencio con algo de calma, notando que Eliot jugaba distraído con una pequeña bola de fuego, moviéndola entre sus manos como si no sintiera el calor abrasador.



-Vaya, resultaste ser un mago de fuego, ¿eh? -comentó Dimitri, su voz goteando sarcasmo-. El tío Mauricio estará encantado de saber que su hijo heredó su elemento.


-No creo que esté orgulloso de mí después de lo que he hecho -murmuró Eliot, con un toque de culpa en su voz que hizo arquear una ceja a Dimitri.



Absorbiendo la bola de fuego que había creado, Eliot confesó en voz baja: -Rompí mi compromiso con Nerea.


Cuando Eliot confesó en voz baja: -Rompí mi compromiso con Nerea -, el ambiente entre él y Dimitri cambió de inmediato.


Eliot apenas había terminado de decir "rompí mi compromiso con Nerea", cuando Dimitri detuvo sus pasos bruscamente, clavando una mirada de desprecio glacial en su primo. En sus ojos no había ni rastro de sorpresa, solo una crueldad afilada que no se molestaba en ocultar.



-¿Rompiste tu compromiso? -repitió Dimitri, su voz gélida y cortante-. ¿Por esa... elfa? Eliot, ¿en qué te has convertido? Nerea es un pilar, una oportunidad que otros matarían por tener. ¿Y tú la abandonas? ¿Por qué? -se inclinó un poco, la voz bajando a un susurro amenazante-. ¿Por una estupidez de "amor verdadero"?



Eliot tragó, manteniendo el poco coraje que le quedaba. -No puedo casarme con alguien a quien no amo, Dimitri. ¿Qué sentido tiene?



La risa de Dimitri resonó en el aire, fría y siniestra. -¿Qué sentido tiene? -se burló, acercándose aún más, sus ojos clavándose como dagas en Eliot-. Escucha bien, Eliot. El sentido es mantener el poder, la posición. El sentido es no avergonzarnos a todos con tus fantasías de campesino. Tú eres un príncipe. Los deseos no tienen lugar en tu vida. Lo único que importa es lo que representas. Si piensas que tienes el lujo de elegir, entonces eres aún más inútil de lo que pensaba.



Eliot, con el fuego ardiendo en sus puños, replicó: -No pienso traicionar lo que soy por simple conveniencia, Dimitri.



Dimitri apenas pudo contener su desprecio, su tono bajando a algo aún más cruel y severo.

-Lo que eres... es un idiota, Eliot. Y si no recapacitas, terminarás solo, sin amigos, sin familia, arrastrándote en la miseria. Romper este compromiso no es solo una "elección". Es una burla a la familia, y eso, querido primo, tiene un precio. -Su voz se tornó letalmente baja-. Cuando volvamos, le dirás a tu padre que fue un error de tu parte, o te las verás conmigo. ¿Entendido?



Eliot intentó sostenerle la mirada, pero Dimitri la aplastó con una frialdad sádica. -¿Entendido? -repitió, su tono cargado de amenaza.



Finalmente, Eliot asintió, sintiendo el peso de esa fría sentencia. Dimitri le lanzó una última mirada, en la que brillaba una advertencia cruel: Eliot podía seguir con sus ilusiones de libertad y amor, pero Dimitri no descansaría hasta verlo entender, por las buenas o por las malas, quién tenía realmente el poder.


Dimitri, tras recibir el asentimiento forzado de Eliot, dio un paso atrás, esbozando una sonrisa retorcida, esa que siempre lo hacía parecer más una sombra amenazante que un aliado.



-Sabes, Eliot, siempre pensé que había algo en ti que podría hacerte útil algún día -comentó, casi como si estuviera hablando consigo mismo-. Tal vez solo era mi optimismo... o tal vez esperaba que con el tiempo aprendieras a vivir sin esa molesta conciencia que llevas como una carga. Pero parece que, después de todo, mi paciencia contigo fue en vano.



Eliot apretó la mandíbula, pero no respondió. Sabía que cualquier palabra solo avivaría el sadismo de su primo.



-Y no te equivoques, querido primo. -Dimitri se inclinó, su voz apenas un susurro helado-. Haré todo lo necesario para que entiendas. Con un poco de suerte, hasta podrás agradecerme cuando finalmente caigas en cuenta de lo inútil que son tus sueños de libertad. Porque los sueños, Eliot... -hizo una pausa, dejando que el silencio se tornara en una amenaza- son para los débiles.



Luego de un instante eterno, Dimitri se giró, continuando su camino. Pero antes de alejarse demasiado, lanzó una última sentencia, sin volverse a mirar a Eliot.



-Piensa bien en tus decisiones, primo. El único que está solo aquí... eres tú.



Eliot quedó allí, en silencio, sintiendo que cada palabra de Dimitri le dejaba una cicatriz invisible, una advertencia de que su primo haría todo lo posible para romper cada fragmento de libertad que intentara sostener.


Antes de que pudieran percatarse, se encontraron en un claro ancestral, donde un brote de árbol surgía majestuoso en medio de ruinas antiguas, cada piedra cubierta de runas inscritas con un poder arcano.

Apenas avanzaron, aquellas runas se encendieron en una danza de luz, liberando un resplandor tan intenso que les robó la vista, como si el bosque los hubiera atrapado en su red luminosa.

Cuando finalmente parpadearon, recuperando la visión, notaron una figura en los pies del pequeño árbol: un elfo de cabello blanco, con una sonrisa enigmática, sentado tranquilamente y jugueteando con los pies desnudos sobre el musgo, como si llevara siglos esperando ese encuentro.



Eliot, contagiado de una extraña mezcla de entusiasmo y cautela, dio un paso adelante. Sentía que algo le llamaba desde las profundidades de aquel bosque, una voz en silencio que le instaba a acercarse.

Pero Dimitri permanecía atrás, expectante y frío, sus ojos calculadores escrutando cada sombra, cada destello que el bosque pudiera esconder.

Sabían que los elfos blancos no eran de fiar; rara vez se dejaban ver, y cuando lo hacían, traían consigo un misterio que era tanto invitación como advertencia. Pero aquel pequeño elfo parecía disfrutar de su desconcierto, sus ojos azules centelleaban con un toque de crueldad.



-Hola, pequeño -Eliot saludó, esforzándose por sonar amistoso-. Solo estamos de paso... buscamos el Reino de la Luna para hablar con su Rey.



La emoción de Eliot parecía filtrarse con cada palabra, aunque su voz conservaba un dejo de cautela. Era evidente que sentía una fascinación infantil ante el elfo, una expectativa de respuestas que, en el fondo, sabía que no recibiría.



El elfo giró lentamente su cabeza, y sus enormes ojos, profundos como abismos, se clavaron en Eliot con una intensidad gélida. Había una sabiduría antigua, inquietante, que parecía desbordar aquellos ojos.



-¿Para qué deseas hablar con aquel que no tiene autoridad? -preguntó el pequeño elfo, sus palabras afiladas como cuchillas, dejando un eco de incertidumbre en el aire.



Eliot lanzó una mirada desconcertada a Dimitri, quien permanecía en silencio, haciendo un gesto con las manos para que continuara. Dimitri parecía disfrutar del desconcierto de su primo, de la tensión palpable en el aire; su sonrisa era apenas un susurro de satisfacción.



-Quizá no me expresé bien -intentó Eliot, ahora con un tono más moderado, temiendo perder la oportunidad-. Buscamos al Rey de estas tierras. Encontramos flechas encantadas en un pueblo que sufrió un ataque devastador, y necesitamos entender...


Antes de que pudiera terminar, el pequeño elfo se puso de pie en un solo movimiento y extendió una mano hacia ellos, su mirada gélida y distante.

De repente, otra figura apareció tras él: un elfo alto, esbelto, que emitía una luz tan pura y cegadora que parecía despojar al mundo de toda sombra. Un sonido sordo, como el eco de una explosión conteniendo un grito ancestral, llenó el aire.

La luz envolvió a Eliot, a Dimitri y a sus hombres; el mundo pareció detenerse, congelado en un instante irreal, suspendido entre el sueño y la pesadilla. Y cuando la luz se desvaneció, el árbol, las runas, el elfo... todo había desaparecido como un espejismo.



-¿Qué demonios fue eso? -masculló Dimitri, avanzando con una mezcla de irritación y fascinación hacia el lugar donde había estado el árbol, buscando algún rastro de magia, algún vestigio del enigma que los había atrapado.



Eliot, con los hombros caídos y el rostro sombrío, se dejó caer en el suelo, la frustración pesando en su voz. -Era un guardián lunar... son la llave para cruzar a su reino. Algo hice mal. ¿Qué dije? ¿En qué me equivoqué? No lo entiendo...



Dimitri se acercó, y por un instante, su expresión se suavizó, aunque había una chispa de burla en sus ojos.

Colocó una mano en el hombro de su primo y le dio unas palmadas, su tono frío y lleno de condescendencia, dejando ver su desprecio apenas disimulado.



-Tomaremos esto como un acto de no cooperación, Eliot. Volvamos a casa, y de paso... arreglarás el desastre que causaste al rechazar a Nerea. Quizá el mundo de la política y las alianzas aún no es tu fuerte -dijo, sus palabras cargadas de veneno-. No todos los problemas se resuelven con encantos y diplomacia, primo. Algunos solo entienden el lenguaje del poder.



Dimitri se enderezó y miró a su primo con desdén, un brillo sádico iluminando sus ojos. -La próxima vez que quieras impresionar a un guardián de la Luna... recuerda que no todos valoran las promesas rotas tanto como tú.







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