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capitulo 27 la tormenta elowin

Una feroz tormenta azotaba los Alpes, desgarrando el cielo con relámpagos y sumiendo la vasta extensión en una penumbra grisácea.

Los truenos resonaban con furia, como si las mismas montañas lloraran por la desaparición de Amelia, y las ráfagas de viento cortaban la nieve en mil filosos fragmentos que golpeaban los rostros de los elfos en la búsqueda. Los soldados, temblorosos e ineficaces, se habían visto obligados a detener la búsqueda, acobardados por la fiereza de la naturaleza.

En medio de todo esto, Elowin, la imponente reina de los Alpes, caminaba de un lado a otro, su frustración evidente y su semblante ensombrecido. Su mirada fulminaba cada rincón de la sala, y su mente era un torbellino de pensamientos y sentimientos encontrados.

Las emociones que la asaltaban eran complejas: su ira contra la incompetencia de sus guerreros, su temor al potencial que Amelia podría desarrollar lejos de su control, y, sobre todo, la angustia de saber que el ritual que tenía planeado se tambaleaba con la ausencia de su protegida.

El ritual, que era crucial para sus oscuros designios, dependía de Amelia, y cada segundo que ella pasaba en manos ajenas comprometía su éxito. Elowin sintió un escalofrío al pensar en la posibilidad de que Amelia pudiera escapar de sus redes de manipulación, atraída hacia otros caminos.

En medio de esta tensión, la puerta se abrió suavemente, y Ariana, la más fiel y sumisa de sus esbirros, entró con la cabeza inclinada, caminando con una reverencia casi servil. Su postura era la de quien conoce su lugar, el de un instrumento en manos de su monarca. Tras ella, Atop, el hijo de Elowin, hizo su entrada con paso firme, sin el temor reverencial de Ariana, pues su objetivo era discutir con su madre una nueva estrategia de búsqueda.

—Mi señora —empezó Ariana en tono bajo y respetuoso, temblando ligeramente bajo la gélida mirada de su reina—, noticias del príncipe Eliot… Él se encuentra en Taurdôr Eredwain junto a su primo y… —Ariana vaciló, no por miedo, sino con calculada cautela, evaluando cómo presentar la información. Sabía que mencionar el estado de Amelia podría encender una chispa en Elowin, así que eligió las palabras cuidadosamente—. Encontraron a Amelia… pero ella se halla bajo la custodia de los Hijos del Sol. No permitieron que Eliot la trajera aquí.

Las palabras cayeron como una tormenta en el semblante de Elowin, quien no se molestó en ocultar la furia que oscureció sus ojos, como dos pozos sin fondo llenos de rabia contenida. Incluso Atop, acostumbrado a las arrebatos de su madre, se sorprendió al ver la intensidad de su ira.

—¡Madre, es una buena noticia! —se atrevió a decir Atop, en un intento de calmarla—. Amelia está a salvo, está sana.

Pero su intento fue en vano, pues solo logró que la chispa en los ojos de su madre se avivara aún más.

—Ariana —ordenó Elowin con voz fría, sin apartar su mirada furiosa—, ve a Laerthalion Taurvain y habla con Banglash. Asegúrate de que Amelia esté… a salvo.

Ariana asintió de inmediato, su cabeza inclinada en una sumisión absoluta. Sin embargo, al percatarse de la proximidad de

Atop, no hizo ningún ademán para retirarse. Elowin, con un gesto de profundo desagrado, la fulminó con la mirada, dejando claro su desaprobación. No le gustaba en absoluto que Ariana, su leal pero insignificante esbirro, se acercara tanto a su hijo, insinuándose como una sombra insidiosa.

—Disculpe, mi señora. —Ariana murmuró con un tono de falsa docilidad antes de salir, pero no sin lanzarle una mirada calculadora y manipuladora a Atop, quien no se dio cuenta del veneno sutil escondido en sus ojos.

Al cerrarse la puerta, Atop se dirigió a su madre con un tono lleno de reprobación.

—Madre, ¿podrías tratar a Ariana con un poco más de respeto? —preguntó, sorprendido por la dureza de su madre.

Elowin se dejó caer sobre un banco cercano, apoyando la cabeza hacia atrás mientras un suspiro de exasperación escapaba de sus labios.

—Esa muchacha debe recordar su lugar. —Su voz era firme, un eco helado que dejó claro lo poco que le importaban los sentimientos de Ariana—. No quiero que se haga falsas ilusiones, y tú deberías dejar de jugar al príncipe encantador.

Atop intentó calmarla, humedeciendo un paño en agua fría y aplicándolo sobre su frente, notando la tensión en los músculos de su madre, que parecían a punto de estallar.

—¿Por qué te preocupa tanto que Amelia esté allá? —preguntó con cautela—. Con Ivar y los Hijos del Sol, puede recibir la orientación adecuada para esa energía que liberó. Deberías considerar que yo vaya también, para—

—¡No! —Elowin le interrumpió, quitándose el paño de un manotazo—. No vas a ninguna parte, Atop. Estarás cerca de mí en todo momento, ¿me entiendes?

Atop frunció el ceño, perplejo ante la intensidad de su madre. Sabía que era el heredero, pero esta vigilancia constante lo desconcertaba.

—Madre, los Hijos de la Luna ya nos tienen en exilio. ¿Quieres que los elfos dorados también nos expulsen de su círculo?

—Silencio, Atop —cortó Elowin con un tono gélido—. Yo decidiré qué hacer. Ahora, vete.

Atop se retiró de la habitación, y al salir, divisó a Ariana esperándolo al final del pasillo. Se acercó a él con una sonrisa seductora, rodeándolo con sus brazos con una familiaridad desvergonzada.

Sin decir palabra, Ariana se deslizó hasta él, colocando una mano en su brazo con una familiaridad que dejaba una chispa de ambigüedad en el aire. Se quedó en silencio, sabiendo que a veces era mejor no llenar el espacio con palabras; el silencio podía ser un arma poderosa. Al sentir su mano, Atop suspiró, liberando un poco de la tensión que lo consumía, y ella lo notó.

—¿Todo bien, mi príncipe? —murmuró con una suavidad que rozaba el ensueño. Su voz era casi un susurro, sedosa y envolvente, obligándolo a concentrarse solo en ella y a olvidar, al menos por un instante, los problemas familiares.

Atop negó levemente con la cabeza, pero antes de que pudiera responder, Ariana hizo un gesto de comprensión exagerado y lo atrajo hacia ella, envolviéndolo en sus brazos. Su abrazo era firme, pero de una delicadeza tal que hacía parecer que se preocupaba por él como nadie más lo hacía.

—Tu madre es dura contigo… —dijo en tono lamentoso, mientras acariciaba su brazo suavemente. Luego, subió su mano hasta su mejilla, acariciándola con una ternura inquietante—. A veces no entiende lo que necesitas.

Atop cerró los ojos y se dejó llevar por su voz. Ariana sonrió internamente, sintiendo cómo él se entregaba poco a poco a su influencia. Al abrir los ojos, él murmuró con cierta resignación:

—No es solo ella… este lugar me sofoca.

Ariana asintió, una chispa de picardía cruzando sus ojos, y respondió con dulzura fingida.

—Entonces ven conmigo, Atop. Aquí nadie comprende lo que eres, lo que puedes llegar a ser. Pero yo… —dudó un segundo, en un movimiento calculado que solo aumentó el peso de sus palabras—, yo siempre te entenderé.

Mientras le hablaba, su mano se deslizaba suavemente por el pecho de Atop, subiendo hasta su hombro, generando un contacto apenas tangible pero suficiente para captar toda su atención. Luego, su voz bajó a un susurro, rozando sus oídos.

—Mi príncipe, ¿por qué seguir permitiendo que te mantengan en las sombras? Mereces brillar. Yo podría ayudarte… Si me dejas.

Atop la miró, un atisbo de duda cruzando por su rostro, pero ella ya lo había previsto. Con un tono que mezclaba decepción y desafío, Ariana se apartó lentamente, soltándolo de forma que lo dejara con una sensación de vacío.

—O, claro —añadió con una pizca de ironía—, puedes seguir dejando que tu madre decida por ti. Quizá pienses que ella te conoce más que yo, pero… —hizo una pausa, sus ojos mirándolo como si vieran mucho más allá—, ¿quién más ha estado a tu lado en estos momentos difíciles? Tal vez no soy más que una sombra para ti, después de todo.

Atop la miró, casi sintiéndose culpable. Sabía que su madre desaprobaba a Ariana, pero en ese momento, el rechazo de Ariana y la amenaza de perderla dolían más de lo que estaba dispuesto a admitir. Extendió una mano, deteniéndola antes de que se apartara por completo.

—No eres solo una sombra para mí, Ariana —murmuró, y sus palabras sonaban sinceras, pese a la confusión que sentía.

Ella sonrió, una expresión de triunfo velado cruzando su rostro por un segundo antes de recobrar su aire humilde y sumiso. Se volvió hacia él y, con la voz temblorosa, añadió:

—Entonces no me dejes… no ahora. Déjame ayudarte a soportar esta carga.

Ariana se acurrucó de nuevo en su brazo, satisfecha, sintiendo cómo Atop, una vez más, caía bajo su hechizo. Sabía que le pertenecía en cuerpo y alma… al menos, hasta que ella decidiera lo contrario.

En los fríos y oscuros recovecos de la habitación, donde las sombras eran profundas y el viento gélido siempre parecía susurrar secretos antiguos, Elowin se sumía en recuerdos prohibidos.

Fue después de la caza despiadada y la casi extinción de los elfos carmesí cuando ella, en su soledad y ambición, se lanzó al abismo de un ritual oscuro y prohibido, uno que había orquestado sin ayuda, sacrificando la esencia de su más temida rival: Nasser, la princesa carmesí.

Nasser, la guerrera indómita, había sido mucho más que una enemiga; había sido un desafío, un obstáculo que siempre la había eclipsado en presencia, poder y, sobre todo, en el amor de Lorian.

Elowin recordaba con claridad el momento en que Nasser y Lorian se unieron en un vínculo que ni siquiera los lazos del poder ancestral parecían poder romper. Fue en ese entonces, en un acto de desesperación, cuando Elowin tomó la decisión que sellaría el destino de todos.

El ritual fue brutal, un sacrificio que exigió cada fibra de su ser. En la penumbra del altar ancestral, donde las llamas titilantes parecían devorar la penumbra, Elowin llamó a la esencia de Nasser y la arrancó de la realidad misma.

Sus manos, manchadas de un poder oscuro, absorbieron la fuerza de la princesa carmesí mientras Nasser exhalaba su último aliento, dejando tras de sí una herencia de odio y resentimiento.

A medida que el poder de Nasser fluía en ella, una euforia enloquecedora la invadió. Había alcanzado la esencia de los carmesí, y sentía que nada podría detenerla.

Pero Lorian, al descubrir lo que había hecho, la miró con horror, su rostro pálido y desencajado por la traición y la monstruosidad del acto.

Su rechazo fue un puñal que atravesó el alma de Elowin, una herida que jamás cerraría. En ese instante, su amor se tornó en desesperación y rabia. Si él no podía aceptar lo que había hecho para poseerlo, entonces ella sellaría su destino a él de la única manera que le quedaba.

Elowin, consumida por su ambición, sacrificó el último fragmento de humanidad que le quedaba y, en un acto de pura obsesión, entregó a Lorian a ese mismo ritual oscuro. Fue un acto tan despiadado como definitivo: en lugar de eliminarlo, su espíritu fue fundido con el de ella, atrapado eternamente, encadenado a su alma.

En vida, él había rechazado su amor, pero ahora, en la muerte, no podría escapar. Siempre estarían unidos, aunque fuera en un lazo retorcido de poder y tragedia.

Sin embargo, en su victoria también había un vacío. Lorian, aunque estaba unido a ella, permanecía distante, sin mostrar afecto ni devoción. Su espíritu residía en ella, pero su esencia no le pertenecía realmente, y eso quemaba a Elowin como una herida abierta. Con el tiempo, comprendió que el amor de Lorian se había ido para siempre junto con Nasser, dejándola en una eternidad de soledad y anhelo.

Entonces, apareció Amelia, la descendiente de Nasser, y con ella renacieron las esperanzas de Elowin. Si podía completar el ritual con Amelia, si lograba canalizar su esencia carmesí y convertirla en un conducto de poder, tal vez el espíritu de Lorian, atrapado en su interior, pudiera finalmente sentir algo de lo que alguna vez fue su amor. Era una última oportunidad para despertar ese afecto perdido y sellar la unión que tanto había ansiado.

“Amelia…” murmuraba con voz entrecortada, sus ojos reflejando la locura y la necesidad que la consumían. “Con tu sangre, sellaré mi victoria. Y si no puedes traerme de vuelta a Lorian, entonces me quedaré con tu poder, como lo hice con el de tu madre. No habrá más rivales, no habrá más rechazo.”

La obsesión de Elowin era tan poderosa como el ritual que la había moldeado. La necesidad de revivir el afecto de Lorian la empujaba hacia Amelia, dispuesta a repetir el sacrificio si eso era lo que se requería. La tormenta rugía fuera del palacio, pero en el corazón de Elowin, el verdadero vendaval era su insaciable sed de poder y amor.


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