CAPÍTULO 24 safe
El silencio se apoderó del prado, tenso y cargado de intenciones ocultas, mientras los hombres de Dimitri y los elfos del Rey Banglash se mantenían en una línea de confrontación silenciosa.
Eliot buscaba frenéticamente una salida de aquella trampa mortal en la que Dimitri los había colocado. Sabía que enfrentarse a los elfos en aquellas tierras sería un suicidio, una masacre inevitable. El Rey Banglash había sido claro: venían únicamente por la elfa.
Dimitri rompió el silencio con una voz desafiante, iracunda.
-¡Ella no es tu problema! Es un elfo blanco, y a los únicos que podría considerar entregársela es a ellos.
Eliot le lanzó una mirada de advertencia a su primo, buscando que guardara silencio, mientras reunía fuerzas para enfrentarse a la situación.
-Mis disculpas, señor Banglash -comenzó Eliot, con humildad pero sin dejar de sonar firme-, estamos un poco sorprendidos por este asalto a nuestro campamento.
La respuesta de Banglash fue inmediata, con una frialdad que desgarraba.
-Es Rey Banglash para ti -respondió, su mirada fija y afilada posándose en Eliot con desprecio. A su lado, su hija Ruan se adelantaba un paso, ubicándose entre el rey y su hermano Ivar, con la tensión reflejada en cada músculo de su cuerpo.
El rey avanzó, despacio pero seguro, acompañado por Ruan y cinco de sus soldados. Eliot observó, confuso, cómo Ivar no se movía, con la mirada fija en Dimitri, y su primo, en respuesta, mantenía la misma atención en el elfo dorado, en un duelo silencioso de miradas que presagiaba algo terrible.
Banglash se detuvo frente a Eliot, y su voz retumbó en el prado.
-Dime, pequeño Nikolayev, ¿cómo esperas justificarte después de profanar tierras sagradas y tener como prisionera a una elfa?
La verdad era clara, y Eliot lo sabía; no podía rebatir aquella acusación, pero tampoco podía mostrar su acuerdo sin ceder en sus convicciones. Lentamente, levantó las manos en señal de paz.
-Como verá, no somos violentos. Solo hemos tomado lo necesario para alimentarnos y honrar la vida que se nos dio -respondió, tratando de calmar el ambiente.
-Ese es otro tema que se discutirá en su debido momento. Ahora, solo quiero que entreguen a la prisionera -Banglash no había terminado cuando Dimitri, sin apartar su mirada de Ivar, interrumpió con una voz seca y cargada de desafío.
-Ella no se va de aquí -sentenció Dimitri, su tono firme, implacable, dejando claro que no pensaba ceder.
Eliot no pudo contenerse más y alzó la voz, enojado.
-¡Cállate, idiota! -le gritó, pero Dimitri seguía concentrado en Ivar, como si la presencia de su primo le fuera insignificante.
Mientras Eliot evaluaba desesperadamente la situación, una serie de pensamientos cruzaron su mente:
"Puedo dejarlos llevarse a Amelia... pero ¿De verdad estoy dispuesto a entregársela a Ivar? Si lo hago, no volveré a verla. Todo lo que hice será en vano."
Justo en ese instante, el Rey Banglash extendió la mano hacia Eliot. Al tocarla, Eliot sintió un calor abrumador, tan intenso que parecía un hechizo de fuego, algo tan poderoso que por un momento dudó de su propia cordura. La voz del rey, resonante y autoritaria, lo trajo de vuelta a la realidad.
-Sé que mi pueblo no es conocido por su paciencia. Pero piensa, joven Nikolayev, qué harán los Hijos de la Luna cuando sepan que retienes a una de los suyos. Lo que tienes en tus manos no es más que una chispa de guerra.
Eliot recordó vagamente las palabras de Atop sobre los elfos blancos:
"Son raros, los más tranquilos para negociar. Pero una palabra en falso, y se acabó. No habrá segundas oportunidades."
La situación era casi imposible de resolver. La furia contenida de Ivar, su primo desafiante, y la firmeza inamovible de Banglash lo ponían entre la espada y la pared.
Dimitri, con su descaro habitual, rompió el momento.
-Esta es la única manera de hacer que nos escuchen, al decirles que tenemos a una de los suyos. ¿O acaso no me crees? Míralo tú mismo. ¡Han venido a nuestra puerta sin invitación!
Banglash inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás, observando a Dimitri con una mezcla de desprecio y lástima. Pero antes de que el rey pudiera responder, Ruan, con una voz firme y cortante, se dirigió al mago.
-Habla con más respeto, Dagdor. Que seas hábil con la magia no te da derecho a dirigirte así al Rey.
Dimitri respondió sacando la daga de Amelia, apuntándola hacia Ruan.
-Te haré tragar esas palabras, fantasma del bosque -escupió.
Sin más, Ivar comenzó a avanzar hacia Dimitri, furioso ante la amenaza hacia su hermana. El aire se llenó de una tensión insoportable hasta que el rey, con un tono que no dejaba lugar a dudas, lo detuvo.
-¡Te ordeno que te quedes en tu lugar!
La voz de Banglash hizo eco en el prado, y su figura imponente exigía obediencia. Avanzó un paso más, observando a Eliot y a Dimitri con una mirada calculadora, como si midiera sus almas con un solo vistazo.
-No compliquemos esto más. Solo liberen a la elfa, y podrán seguir su camino. Si lo desean, incluso puedo guiarlos para que no se pierdan en estas tierras inmensas.
Eliot, incapaz de ignorar la verdad en las palabras del rey, volvió la vista hacia Dimitri, cuyo rostro era una máscara de desafío, listo para atacar al menor gesto de provocación. Pero Banglash no terminó ahí.
-Les daré diez de mis mejores hombres para que los guíen hasta la Torre del Sol Rojo. Desde allí, estarán a un día y medio de la Ciudad Lunar -ofreció Banglash, su tono mostrando un respeto que se sentía a la vez amenazante y generoso-. Claro, esto es solo si, de buena voluntad, liberan a la elfa.
-Dimitri, dile a tus hombres que la traigan, por favor- ordeno Eliot, aprovechando la oportunidad para resolver la tensa situacion. Sabia que si entregaba a Amelia, al menos la salvaria de su primo.
Dimitri se volvio hacia el, incredulo por la orden del joven. -¿No me escuchaste? Traela ahora insistio Eliot, su voz firme.
Dos de los hombres de Dimitri desaparecieron momentáneamente en la tienda y regresaron arrastrando a Amelia, vestida unicamente con una tunica desgarrada, sus manos y rostro manchados de sangre.
Al verla, el ceno de Banglash y Ruan se fruncio ante el estado deplorable en que se encontraba.
Sin piedad, los soldados arrojaron a Amelia al suelo junto a Dimitri.
Antes de que Ruan o los elfos pudieran acercarse, Dimitri la sujeto por el cabello, levantando su rostro ensangrentado, y con una sonrisa burlona imito la voz de una joven, como si fuera Amelia: -Nos veremos pronto, Eliot se mofo, mirandolo con malicia.
Fue entonces cuando Ivar perdio el control. Una furia ciega y abrumadora se apodero de el, y su figura comenzo a transformarse, adquiriendo una presencia aferradora. Su esencia de elfo dorado daba paso a una fuerza oscura y amenazante que irradiaba peligro.
El silencio se rompio por la energia de su odio y la tension palpable en el aire. Los elfos retrocedieron instintivamente, estremecidos ante la ira de Ivar.
Dimitri, con una sonrisa arrogante y desafiante, observo a Ivar acercarse con cada paso cargado de ira. Sin mostrar temor, solto a Amelia y se volvio hacia su oponente, preparandose para el inminente enfrentamiento.
-¿Crees que puedes protegerla? -se burlo Dimitri-. Es fascinante ver a un elfo dorado perder el control.
Ivar no respondio: simplemente cerro la distancia entre ambos y lanzo un golpe devastador, cargado de una furia primitiva.
Dimitri se defendio con frialdad y precision, cada movimiento calculado, pero la fuerza de Ivar era abrumadora, y cada impacto que lograba esquivar apenas le daba tiempo para mantenerse en pie.
La violencia y el caos crecian en intensidad, y la escena amenazaba con volverse un duelo a muerte, hasta que una voz profunda y firme resono, imponiendo un pesado silencio en el campo.
-Ivar, detente -ordeno el rey Banglash, su voz autoritaria y llena de advertencia.
Ivar se detuvo de inmediato, sus musculos aun tensos, su mirada llena de odio contenida solo por el respeto a la orden del rey. Sus ojos regresaron lentamente a un estado de calma controlada, pero el rencor hacia Dimitri ardia en su interior.
El rey Banglash dirigio una mirada gelida a Dimitri, dejando claro sin palabras que su crueldad y humillacion no serian toleradas en su presencia. Dimitri. Percibiendo el peso de esa advertencia, oculto su desprecio detrás de una mascara de silencio, sabiendo que desafiar al rey podría ser un error fatal.
Sin mas palabras, Banglash hizo una senal, y dos elfos se adelantaron para asistir a Amelia. Ivar, queriendo acercarse a ella, se detuvo, reteniendo su ira y dolor en un profundo silencio mientras observaba como la cuidaban. Su mirada permanecia fija en Dimitri, dejando claro que aquel acto no quedaria impune.
Apenas Amelia fue liberada del agarre de Dimitri, su cuerpo se desplomó al suelo, incapaz de sostenerse por las heridas y el agotamiento. Ivar dio un paso hacia ella, pero vaciló, consciente de la advertencia silenciosa del rey. Sin embargo, tras unos segundos de vacilación, Banglash asintió brevemente, permitiéndole acercarse.
Con una mezcla de cuidado y desesperación, Ivar se arrodilló junto a Amelia, sus manos temblando mientras la ayudaba a incorporarse. Las miradas de los elfos alrededor estaban fijas en él, pero Ivar solo tenía ojos para ella. Amelia abrió los ojos lentamente, encontrándose con su expresión protectora y feroz.
-Ivar... -murmuró ella, apenas audible, su voz debilitada.
-Estoy aquí -respondió Ivar con suavidad, una ternura inesperada en su voz que contrastaba con su habitual dureza. Sus dedos rozaron su mejilla ensangrentada, limpiando suavemente las manchas de sangre.
Durante unos instantes, el mundo pareció desaparecer, y la intensidad de la conexión entre ambos quedó al descubierto. Ivar, quien siempre había sido visto como una figura imponente y calculadora, no ocultó la mezcla de preocupación y rabia que sentía.
-Nadie volverá a hacerte daño. Te lo juro -prometió, su voz grave y cargada de determinación.
Un ligero temblor recorrió la mano de Amelia al intentar tocar la de Ivar, y él se la sostuvo con firmeza. No necesitaban más palabras; sus miradas lo decían todo. Y, mientras el resto observaba en silencio, la cercanía entre ellos no pasó desapercibida.
Pero antes de que la intimidad del momento pudiera prolongarse, el rey Banglash carraspeó, señalando la necesidad de seguir adelante. Ivar apretó los labios, asintiendo con una mezcla de resignación y rencor. Soltó la mano de Amelia con suavidad y se puso en pie, lanzando una última mirada de advertencia hacia donde Dimitri había sido llevado.
Después de que los elfos se retiraron con Amelia para atender sus heridas, Ivar se quedó observando a la distancia cómo se llevaban a la joven. Había un destello oscuro en sus ojos, algo entre furia y determinación. Al girarse, vio a Eliot, quien permanecía al margen, los hombros tensos, luchando con su propio remordimiento e impotencia.
Ivar se acercó, sus pasos firmes resonando en el suelo, hasta que quedó frente a Eliot. Durante unos segundos, ninguno de los dos habló; solo se miraron en silencio, con una intensidad pesada, cargada de resentimiento y rivalidad no resuelta.
Finalmente, Ivar rompió el silencio, su voz afilada como un filo de hielo:
-¿Lo ves? -murmuró con una sonrisa amarga en sus labios- no tienes lo necesario para protegerla. Te lo advertí, y hoy quedó demostrado. Si no fuera por el rey Banglash y por mí, quién sabe qué habría pasado con ella.
Eliot apretó los puños, su expresión endurecida, pero el dolor en sus ojos era evidente. Las palabras de Ivar lo golpeaban con fuerza, porque en el fondo, temía que fueran ciertas.
-¿Crees que quiero que ella pase por esto? -respondió Eliot, intentando mantener la calma pero con la voz temblando ligeramente-. No tienes idea de lo que daría por protegerla.
-¿Y de qué sirve quererlo, si eres incapaz de actuar cuando más te necesita? -replicó Ivar, con un tono frío, apenas conteniendo su desprecio-. Los sentimientos no bastan, Eliot. Amelia necesita a alguien que pueda defenderla, no solo a alguien que tenga buenas intenciones.
Eliot sintió la humillación ardiendo en su pecho, pero mantuvo la mirada fija en Ivar, negándose a retroceder. Sin embargo, las palabras de Ivar, con la crudeza que siempre lo caracterizaba, lo hicieron cuestionarse a sí mismo.
-Dices esto como si tú fueras el único que puede protegerla -murmuró Eliot, sus palabras tensas, llenas de reproche-. Pero ¿y si un día tú también fallas? ¿Y si, después de todo, ni siquiera tú eres suficiente?
La sonrisa de Ivar se desvaneció momentáneamente, y su mirada se tornó severa, pero no respondió. En lugar de eso, avanzó un paso hacia Eliot, inclinándose apenas, su voz más baja y contenida.
-Tal vez algún día falle -admitió Ivar, aunque sin rastro de debilidad-, pero no hoy. Y ciertamente, no como tú lo hiciste. Aprende algo, Eliot: querer protegerla y poder hacerlo son dos cosas muy diferentes.
Con esas últimas palabras, Ivar se alejó, dejándolo solo. Eliot se quedó en silencio, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que, por mucho que le doliera admitirlo, Ivar había expuesto una verdad que no podía ignorar.
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