CAPÍTULO 22 Familia real del sol
En el ocaso de aquel fatídico día, las sombras de un elfo y un mago se proyectaban contra las aguas turbulentas del río que separaba Taurdôr Eredwain de Laerthalion Taurvain. Sus figuras corrían con urgencia desmedida, impulsadas por una fuerza desconocida, mientras el cielo teñido de rojo y púrpura anunciaba el inicio de una noche incierta.
En el balcón del palacio dorado, el Rey Banglash contemplaba el atardecer en un momento de inusual tranquilidad, al lado de su amada esposa, Aris. El abrazo de ella lo rodeó con un calor que lo hizo suspirar, un breve refugio de paz en medio de la tormenta que se avecinaba.
—¿Por qué nuestro hijo siempre me obliga a tomar decisiones tan difíciles? —murmuró Banglash, con una mezcla de pesar y frustración.
Aris, la Reina, posó su delicado rostro en la espalda ancha y curtida del Rey, buscando transmitirle calma. —Porque él sigue lo que su corazón le dicta, igual que tú en los tiempos en que nos conocimos.
El rey se volvió hacia ella, esbozando una sonrisa que era mitad amor y mitad nostalgia. —Yo desafié a mi padre, sí… pero Ivar, él busca desafiarme a cada paso. Y lo más desconcertante es que sus hermanas me ocultan sus actos.
Aris dejó escapar una risa suave, cargada de cariño. —Ellas lo hacen porque lo aman, Banglash. No es por obligación, sino por elección. ¿No es eso lo que siempre quisiste? Que fueran unidos.
—Pero no en mi contra —respondió él, con un deje de resignación, mientras un atisbo de orgullo herido se colaba en su voz.
Durante esos momentos de conversación, los recuerdos de sus hijos llenaron la habitación. Ivar, su primogénito, que alguna vez fue un joven alegre, se había convertido en un elfo adulto de semblante serio, imponente en fuerza y con un aura sombría forjada en los fuegos de muchas batallas. Ruan, la futura reina, seguía los pasos de su hermano, escuchando sus historias mientras lo curaba tras cada contienda. Tours, la pequeña princesa de la tierra, dotada de una ternura inigualable, demostró su prodigiosa magia a una edad tan temprana que dejó al reino perplejo. Y Dyboøl, el eterno dolor de cabeza de Ivar, travieso e indomable, ahora comandante de las tropas del Sol Rojo, que defendían el sur.
De repente, el momento de nostalgia se vio interrumpido. Un mensajero irrumpió en la estancia, su respiración agitada. —Mis señores, Ivar ha regresado.
Sin perder un instante, Banglash se apartó de Aris y tomó una túnica con prisa, la irritación marcándose en sus facciones. Avanzó con paso firme hacia el gran salón, donde ya se encontraban Ivar y Radiz, jadeando tras su precipitada llegada. Las hermanas, Ruan y Tours, estaban también allí, sus rostros se iluminaron al ver a su hermano sano.
—¿Dónde está padre? —preguntó Ivar, buscando respuestas en los ojos de Ruan.
Ella lo miró con seriedad y susurró —Será mejor que te vayas antes de que llegue…
El eco de pasos resonó en el mármol, firme y decidido. La figura del Rey se dibujó en la entrada, su mirada furiosa y penetrante se clavó en Ivar. La tensión se hizo palpable.
—Ivar —la voz de Banglash era un trueno contenido—. Sal del salón. Hay cosas de las que no tienes derecho a opinar.
Ivar intentó replicar, pero el rey levantó una mano, silenciándolo de inmediato. —Tu presencia aquí es irrelevante. Retírate.
Ruan tomó a su hermano por el brazo, conociendo bien las consecuencias de una discusión con su padre. —No insistas, vámonos —susurró, mientras lo alejaba.
Radiz, que había observado en silencio, se adelantó cuando la puerta se cerró tras los hermanos. —¿Por qué eres tan duro con él? —preguntó, con un tono que contenía más juicio que curiosidad—. Es tan obstinado como tú.
Banglash esbozó una sonrisa irónica. —¿Has venido a enseñarme cómo criar a mis hijos, Radiz?
El mago desvió la mirada hacia los vitrales, que proyectaban sombras danzantes en el salón dedicado a la naturaleza. —Ruan ha crecido bien. Se está convirtiendo en la reina que siempre quiso ser.
El Rey asintió, invitando a su viejo amigo a tomar asiento. —¿Qué ocurre, Radiz? ¿Por qué estás aquí?
El semblante del mago cambió, y la preocupación oscura se reflejó en sus ojos esmeralda. —Un grupo de hombres de magia ha cruzado tus tierras y ha capturado a mi aprendiz. Te suplico que la rescates.
Banglash se recostó, su rostro endurecido por la duda. —Es tu aprendiz, Radiz. No arriesgaré la vida de mis elfos por un nigromante. Ya perdimos demasiado la última vez.
Radiz interrumpió, su voz cargada de una sinceridad rara en él. —Es una elfa.
El silencio se hizo denso. Banglash sintió un nudo en el estómago mientras un pensamiento desconcertante cruzaba su mente. —¿Una elfa, dices? ¿Cómo llegó una elfa a ser tu aprendiz?
—Mañana saldremos al amanecer —anunció el rey finalmente, pasando una mano por su rostro, lleno de preocupación y resignacion.
El Rey Banglash, con su porte imponente y su capa que destellaba como si el sol mismo la acariciara, miraba pensativo el mapa extendido en la mesa de roble. A su lado, Radiz mantenía su habitual expresión juguetona, sus dedos jugueteaban con un cristal de color esmeralda que llevaba colgado del cuello.
—Radiz, sabes bien que este bosque es un vestigio de antiguas luchas, ¿verdad? —la voz del rey resonó con un eco de gravedad y preocupación—. Es territorio carmesí, una tierra que ninguna raza se ha atrevido a reclamar abiertamente. Si ella está aquí, los demás pensarán que hemos decidido hacerlo, solo por estar más cerca.—
Radiz arqueó una ceja y, con una sonrisa divertida, se encogió de hombros. —Majestad, lo que piensen los demás elfos es lo último que debería preocuparnos. Los elfos blancos todavía creen que las estrellas son lágrimas de los dioses. —Soltó una pequeña carcajada, aunque se suavizó al notar la severidad en el rostro de Banglash.
El rey se permitió una breve sonrisa ante la broma de Radiz, pero pronto su expresión volvió a tensarse. —Esta tierra, Radiz, no solo es un símbolo de antiguos conflictos. Es un recordatorio de lo que los elfos carmesíes dejaron atrás: poder y caos. Si otros ven su presencia aquí, asumirán que reclama esas fuerzas oscuras, y eso es una amenaza directa.
Radiz dejó caer el talismán y lo miró directamente, sus ojos esmeralda relucían con una mezcla de astucia y serenidad. —Y si de asumir se trata, majestad, ¿por qué no hacerlo a lo grande? Podría decir que la ha reclamado porque se aburrió del sol y queria un cambio de paisaje. —Radiz sonrió de nuevo, aunque el brillo en sus ojos indicaba que entendía la seriedad del tema.
Banglash negó con la cabeza, aunque sus labios esbozaron una sonrisa cansada. —Eres imposible, Radiz. Pero tus palabras, por absurdas que suenen, me recuerdan la importancia de mantener la perspectiva. —Se acercó al mago, colocándole una mano en el hombro—. Sé que tus bromas ocultan tu lealtad. Pero necesito que veas lo frágil de este equilibrio. Si la ven reclamando estas tierras, podría convertirse en el símbolo de una guerra que no queremos.
Radiz soltó un suspiro teatral y asintió. —Lo sé, majestad. Pero si los otros vienen con sus prejuicios y sus armas, yo prometo recibirlos con la mejor de mis sonrisa. No hay mejor forma de hacer amigos—
El rey no pudo evitar soltar una carcajada breve y sincera. En medio de la penumbra y la incertidumbre, Radiz era una chispa de luz que recordaba que incluso en tiempos oscuros, el humor y la lealtad podían convivir. Y aunque el peligro acechaba más cerca de lo que desearían, Banglash supo que con aliados como él, su pueblo tendría una oportunidad.
Esa noche, en una casa entrelazada con la naturaleza, Ivar y sus hermanas hablaban sobre la inesperada aparición de Radiz. Tours, con una taza de té entre las manos, comentó con sorpresa —¿Así que es una discípula de ese viejo hechicero? No sabía que tomaba aprendices.
el fuego crepitaba en la chimenea, llenando la habitación de una luz cálida y parpadeante. Los muebles de madera oscura y los tapices antiguos que colgaban de las paredes creaban un ambiente acogedor, pero cargado de historia. Tours y Ruan, hermanas de Ivar, se encontraban sentadas junto a él en cómodos sillones. Tours, de cabello dorados y ojos afilados, miraba a su hermano con una mezcla de curiosidad y desafío, mientras que Ruan, de cabellos claro y una sonrisa traviesa, observaba la escena con diversión.
—Así que, hermano —dijo Ruan, cruzando las piernas y apoyando un codo en el brazo de su sillón—, ¿cuándo nos contarás más sobre Amelia? Últimamente hablas tanto de ella que casi siento que la conozco.
Ivar, cuyo semblante serio no cambiaba con facilidad, frunció levemente el ceño, aunque una sombra de sonrisa jugueteaba en sus labios.
—No hay mucho que decir —respondió, mirando al fuego como si encontrara en las llamas una respuesta a sus pensamientos—. Es diferente… y más fuerte de lo que aparenta.
—¡Oh, claro que sí! —exclamó Ruan, alzando las cejas con una expresión burlona—. Y seguramente también es diferente de todas las otras chicas que has conocido, ¿verdad? Vamos, Ivar, admítelo, estás completamente enamorado.
Tours, que había estado en silencio, giró los ojos y cruzó los brazos, mostrando un aire de ligera molestia.
—¿Enamorado? —repitió Tours, fingiendo desdén mientras una pequeña mueca de celos de hermana se asomaba en sus labios—. No me digas que vas a empezar a olvidarte de nosotras por ella. Aún recuerdo cuando decías que nadie era tan importante como tu familia.
Ivar soltó un suspiro, con los ojos clavados en la madera chisporroteante.
—Amelia es… distinta, Tours. Pero eso no cambia nada entre nosotros. Simplemente es algo que no puedo ignorar.
Ruan se rió suavemente y, en un gesto juguetón, lanzó un cojín hacia su hermano.
—¡Te lo dije! Estás perdido, hermano. La próxima vez que la veamos, no te sorprendas si te hacemos muchas preguntas.
Tours miró a Ivar con un brillo de desafío, aunque había un toque de preocupación escondido en su expresión.
—Solo espero que esta chica sea lo suficientemente fuerte para lidiar con un testarudo como tú, Ivar. Porque si no, ya sabes que estaremos aquí para recordarte quién eres.
Ivar ladeó la cabeza, mirando a sus hermanas con un destello de cariño en sus ojos dorados.
—Confío en que lo será. Y también sé que ustedes estarán ahí, como siempre.
La habitación quedó en silencio, solo interrumpida por el suave crujir del fuego, mientras los tres hermanos compartían una sonrisa de complicidad que hablaba de un lazo irrompible. Hasta que el gesto y curiosidad de Ivar, se hicieron presentes entre ellos y le preguntó decidido a Ruan.
—¿Qué dijo padre? ¿Iremos a Taurdôr Eredwain?
Ruan bajó la mirada y respondió con frialdad. —Tú no irás.
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