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CAPÍTULO 20 "A cambio de mi carne, a cambio de mi alma."

Amelia, adolorida y exhausta, luchaba contra las sombras que la aprisionaban con fuerza creciente. Su cuerpo estaba tenso, cada músculo temblaba al resistir la presión de aquella oscuridad palpable que la sujetaba como grilletes de hierro. Dimitri observaba desde las sombras, inmóvil, con una sonrisa fría y paciente, aguardando el inevitable momento en que su presa se rindiera, agotada y vencida.

Pero algo en Amelia no estaba dispuesto a ceder. Con un último impulso desesperado, logró que una de las sombras cediera y liberara su pierna. Su pecho se llenó de una chispa de esperanza, un pequeño atisbo de libertad. Sin embargo, fue efímera: al instante, otra sombra surgió como si respondiera a su desafío, apretando aún más sus brazos, casi hasta cortar la circulación. Su desesperación aumentó. Cuanto más se resistía, más firme era el agarre de aquellas tenazas oscuras.

Cada movimiento desesperado, cada intento por liberarse, solo provocaba que las sombras la apretaran con más fuerza, convirtiendo su lucha en una tortura prolongada. Apenas lograba mantener la conciencia, y cada respiración era una victoria amarga, recordándole que, aunque estaba viva, se encontraba al borde de sus fuerzas.
Dimitri se inclinó hacia ella, sus ojos duros y crueles reflejando un placer sádico en el sufrimiento de su prisionera. Su voz, un susurro helado, desgarró el silencio como un cuchillo.



-Eres un problema—, murmuró, satisfecho, deleitándose en cada palabra- pero pronto eso cambiará—

Amelia trató de moverse, pero el dolor de los clavos que perforaban sus muslos y la energía que Dimitri le drenaba inmovilizaban su cuerpo, dejándola atrapada en un estado de impotencia. Con un esfuerzo, intentó enfocarse, buscando en su interior un resquicio de fuerza, una chispa de esperanza que pudiera encender su voluntad quebrada.

Fue entonces cuando un susurro oscuro y rasposo llegó a sus oídos, algo familiar, como un eco del pasado que traía consigo un hálito de poder y recuerdo. Esa voz… la reconocía. Era sombría, llena de una presencia que, pese a ser aterradora, le daba un extraño consuelo.

-Recuerda mis palabras, querida… dilo conmigo musitó aquella voz que, aunque fría, parecía hablarle directamente a su espíritu.
Amelia cerró los ojos, buscando en su mente las líneas de ese mantra olvidado, ese conjuro que alguna vez había recitado en momentos de desesperación. Dimitri notó el cambio en su expresión, la determinación que volvía a sus ojos, y su sonrisa se desvaneció en una mueca de incredulidad.

Con un susurro entrecortado, casi sin voz, Amelia empezó a recitar las palabras que la voz le había traído de regreso. Su voz era frágil, pero en ella resonaba una fuerza antigua, una energía que iba cobrando vida con cada sílaba, encendiendo un fuego en su interior.


“Oh, sombras profundas que yacen en lo eterno
Dormid en mis venas, selladme en silencio.
Que el dolor se quiebre, que el sufrimiento cese,
Y ante los golpes, mi cuerpo no flaquee.
Concededme la fuerza que el hierro no rasgue,
La calma que el fuego nunca abrase.
Dejad que mi carne se torne piedra,
Y que mi alma descanse bajo vuestra niebla.
Oh, fuerza inquebrantable que en las sombras yace,
Te invoco, oscuro manto, que el dolor no me alcance.
Seré el recipiente de tu esencia eterna,
A cambio de mi carne, a cambio de mi alma.”


Amelia, agotada pero aún determinada, se encontraba atrapada en la oscuridad de aquel sitio. Sentía que cada minuto se desvanecía, como si su esencia estuviera siendo lentamente absorbida, consumida por la energía que Dimitri manipulaba alrededor de ella. Las sombras parecían tener vida propia, reptando por su piel como serpientes, enroscándose en sus brazos y piernas, apretando cada vez más. Su respiración era agónica, cada inhalación quemaba como brasas en su pecho, y sus ojos, ahora entrecerrados por el cansancio, buscaban desesperadamente algún resquicio de luz, alguna salida.

Dimitri la observaba con una calma escalofriante, una sonrisa cruel deformando su rostro. Él se deleitaba en su sufrimiento, en su lucha constante y desesperada por liberarse. Para él, Amelia no era más que un entretenimiento, una presa que se resistía a ceder, que aún mostraba esa chispa rebelde que él estaba decidido a extinguir.

—¿Crees que puedes resistirte? —dijo Dimitri, su voz serpenteando en el aire, suave pero cargada de amenaza—. Solo estás alargando lo inevitable.
Amelia jadeó, sintiendo cómo sus fuerzas menguaban con cada segundo. Su cuerpo temblaba bajo la presión de las sombras que la sujetaban como grilletes, inmovilizándola y drenando su energía.

Pero en su interior, algo comenzaba a encenderse, un vestigio de voluntad que se negaba a ser silenciado. Entonces, en el eco de su mente, escuchó una voz, un susurro familiar, profundo y solemne, como un recuerdo lejano que resurgía desde las profundidades de su memoria.

Con un grito de furia, Amelia canalizó la energía que quedaba en su cuerpo, recitando en un susurro las palabras de poder que había aprendido, palabras antiguas que resonaban como el eco de un trueno en su alma. Un resplandor oscuro surgió de sus manos, y en un último esfuerzo, lanzó una onda de energía contra Dimitri.

La fuerza del ataque lo hizo retroceder unos pasos, sorprendiendo a todos” incluso a él mismo. Pero lejos de verse intimidado, Dimitri soltó una carcajada, como si todo aquello fuera un juego sin consecuencias para él.


-¿Eso es todo? -la voz de Dimitri era un desafío frío y burlón. ¿Es eso lo mejor que puedes hacer?
Amelia se tambaleó, sintiendo la debilidad invadir sus extremidades.

La energía que había invocado la había desgastado aún más. Apenas podía mantenerse en pie, pero el odio y el deseo de resistir la mantenían, aunque fuera tambaleante.

Dimitri, viendo su oportunidad, avanzó hacia ella con una calma perversa, como un depredador que se acerca a su presa herida. En un rápido movimiento, cerró su mano alrededor de la garganta de Amelia, levantándola del suelo mientras ella intentaba inútilmente liberarse de su agarre.

-Te dije que eras una molestia -murmuró Dimitri, su voz tan baja que solo ella pudo escucharlo-. Pero todo eso acabará ahora. Has perdido.

Amelia lo miró, sus ojos ardiendo de furia y desafío, aunque no sentía el dolor atravesar cada fibra de su ser. Se negó a mostrar miedo. Su espíritu era indomable, y Dimitri lo sabía, pero eso solo lo incitaba más a destruirla.

Sus labios temblaron, pero comenzó a murmurar el mantra, con voz quebrada, apenas un susurro.

—Por la fuerza de mis ancestros… por la sombra y la llama eterna…


Con cada palabra, la energía a su alrededor comenzaba a cambiar, como si respondiera a su llamada. Dimitri frunció el ceño, notando la vibración en el aire, la chispa de poder que Amelia estaba conjurando sin darse cuenta.

La oscuridad a su alrededor se agitó, pero ella continuó, su voz ahora más firme, más segura.

—Por el fuego que consume y purifica… por los que cayeron y los que sobrevivieron…

Las sombras temblaron, y por primera vez desde que comenzó su tortura, Dimitri retrocedió, sus ojos reflejando una mezcla de asombro e ira. La presa se estaba convirtiendo en algo que él no había anticipado. Pero no estaba dispuesto a rendirse. Con un movimiento rápido, extendió una mano y lanzó una oleada de energía oscura hacia Amelia, intentando sofocar aquel despertar antes de que fuera demasiado tarde.

El golpe fue brutal; la oscuridad impactó contra su cuerpo, desestabilizándola. Sintió un dolor profundo que casi la hizo desfallecer, pero una furia incontenible la sostuvo en pie. La voz en su mente se hizo más fuerte, más clara, y el poder que brotaba de su interior parecía responder al llamado, protegiéndola de aquella oscuridad que la rodeaba.

Con un último gesto de crueldad, Dimitri invocó una sombra densa, oscura, que se arremolinó a su alrededor y se deslizó como una serpiente hacia Amelia, envolviéndola en un abrazo frío y asfixiante. Las sombras se apretaron, estrangulando la vida que aún le quedaba, drenando sus últimas fuerzas. Amelia sintió cómo las sombras invadían su mente, como si su esencia misma estuviera siendo consumida.

La oscuridad era abrumadora. Amelia intentó recordar las palabras de quienes la habían entrenado, aquellos que le habían enseñado a luchar y a resistir. Intentó aferrarse a los recuerdos de quienes amaba, a cualquier fragmento de esperanza. Pero el dolor era demasiado, las sombras demasiado implacables.
Finalmente, un gemido escapó de sus labios, y sus manos, que aún intentaban aferrarse a algún atisbo de fuerza, se relajaron.

Su resistencia se desmoronó como un castillo de arena. Dimitri sonrió, disfrutando de cada segundo mientras observaba la derrota de Amelia.

-¡Eres realmente desesperante! -espetó, su voz Ilena de odio y frustración. ¿Te crees mejor que yo? No eres más que una piedra en mi camino, ¡maldito espíritu del bosque!

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