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Capítulo 2 SEHU

La guerra entre razas había terminado, dejando tras de sí un paisaje de ruinas, campos desolados y ecos de un sufrimiento que aún se sentía en el aire. Las cenizas de lo que alguna vez fue un territorio de paz flotaban sobre el viento, cubriendo el suelo con un velo gris que parecía imposible de levantar.

El capitán Owen, famoso en todo el reino por sus hazañas en la batalla, recorría los campos de batalla una última vez. Buscaba sobrevivientes entre los escombros, aunque en su interior dudaba que hubiera muchos. Había sido una guerra cruel, y aunque su lado había salido victorioso, no sentía gloria en ello.

Caminaba entre los restos carbonizados de lo que había sido un asentamiento elfo, siguió el camino que salía tras el asentamiento, cuando la escuchó: un leve susurro, apenas perceptible entre el ruido de las ramas rotas y el viento. Se detuvo, alertado, y dirigió la mirada hacia un cadáver a metros de una carreta quemada y destrozada. Tras mover el cuerpo un poco, encontró a una niña, pequeña y sucia, cubierta de escombros y cenizas.


Sus ojos, grandes y de un profundo color esmeralda, se clavaron en los de Owen. A pesar del polvo y el dolor, había algo en ellos que lo detuvo en seco. La niña, a simple vista de no más de tres años, lo observaba con una mezcla de miedo y curiosidad. Sin decir palabra, la tomó en brazos, notando lo liviana que era, casi como si el peso de su vida aún no hubiera llegado a asentarse sobre sus hombros.

La llevó consigo al campamento, donde los soldados lo miraban con recelo. Eran tiempos difíciles, y la enemistad entre humanos y elfos estaba lejos de sanar. Sin embargo, nadie se atrevió a cuestionar al capitán. La niña, no se separaba del capitán, se había convertido en su sombra, no sabía como referirse a ella así que la comenzó a llamar como su madre,  Amelia.

**Los años pasaron, y Amelia creció bajo la tutela del capitán Owen, convirtiéndose poco a poco en una más de la familia. Al igual que su padre y su hermano, ingresó en las fuerzas militares del reino. Sin embargo, enfrentó muchas dificultades, soportando el maltrato y el constante acoso de sus compañeros.**

A mediados del año, justo al final del verano, se celebraba la SEHU, la **Sociedad Élfico-Humana Unida**. En ese evento se reunían el Reino del Cielo y los elfos de los Alpes para conmemorar la victoria en la Ciudad de Oro y la extinción de los elfos carmesí. Era una celebración que Amelia evitaba a toda costa, pues le generaba sentimientos encontrados ver a una comunidad élfica celebrar la desaparición de otra. Por ello, siempre buscaba refugio en el gimnasio o en la oficina, con la esperanza de evitar que su padre la mencionara y que su hermano insistiera en que asistiera.

—¡Hermanita! Una pregunta… ¿Irás con nosotros al baile? Papá está comprando un vestido —dijo Ícaro en tono burlón.

Amelia le lanzó una mirada fulminante—. ¿De qué hablas, Ícaro? ¿Vestido? Sabes que no voy a esas cosas.

—Pues a papá le hace ilusión presentarte al rey. Eres su orgullo, más que yo, ¡y eso que yo soy “el original”! —respondió Ícaro con algo de molestia.

Amelia se levantó y lo abrazó con cariño—. Tonto, tú eres el prodigio. ¿Cuántos tienes ya? ¡Veinte, y ya eres capitán de división!

Ambos continuaron charlando sobre asuntos familiares cuando de repente se escucharon golpes en la puerta. Extrañados, se levantaron.

—Adelante —dijo Amelia con tono firme.

Un joven de unos 28 años asomó la cabeza. Tenía el cabello negro azabache, liso, que contrastaba con sus llamativos ojos ámbar. Su impecable traje blanco iluminó la oficina de Amelia.

—Disculpen la intromisión. Ícaro, venía a buscarte; se nos hace tarde para las prácticas —dijo el joven, aunque su voz se fue apagando al detallar a Amelia.

Con rapidez y sin perder la compostura, el joven se presentó de manera galante:

—Hola, usted debe ser la hermana de Ícaro. Yo soy…

Pero fue interrumpido por Amelia, que lo miró sin titubeos—. El príncipe Eliot Nikolayev. Lo recuerdo, señor.

El príncipe quedó aún más sorprendido, y en su rostro se dibujó una sonrisa sincera que no pudo disimular. Ícaro, recordando las palabras de su padre: “No dejes que Amelia tenga mucho contacto con algún Nikolayev”, rápidamente buscó distraer al príncipe y lo sacó de la oficina de su hermana.

Amelia se quedó perpleja por el comportamiento de Ícaro, pero decidió no darle más vueltas y dejó que ambos se retiraran.

Mientras caminaban por los pasillos, Eliot no dejaba de hacer preguntas sobre Amelia, lo que comenzaba a incomodar a Ícaro.

—Es mi hermana, no tiene nada de especial —dijo con tono exasperado.

Pero en la mente del joven príncipe no había otra cosa que los grandes ojos verdes de Amelia. Recordó cuando la vio por primera vez, cuando él tenía solo ocho años. Siempre había sido indiferente a lo que ocurría en palacio, aburrido de ver a los duques adular a su padre y a él mismo. Hasta que, un día, el capitán Owen, famoso por sus múltiples victorias en batalla, entró al salón acompañado por una pequeña niña con uniforme militar.

Los ojos del joven príncipe brillaron con curiosidad. “Esa es la elfa de la que me habían hablado”, pensó mientras la observaba sin disimulo. A partir de ese momento, Eliot no hizo más que buscar estar en las mismas clases que Amelia, pero las habilidades físicas de la chica la hicieron avanzar mucho más rápido.

Verla nuevamente había avivado el interés de Eliot, pero ahora todo sería diferente…

Amelia cerró la oficina y se dispuso a ir a casa. Aunque llevar el uniforme era motivo de orgullo para cualquiera, las personas la miraban y murmuraban al verla pasar. “Es una deshonra que alguien como ella lleve el uniforme”, “El poder del dinero lo puede todo”, “Si fuera por mí, estaría muerta”, “Aún no entiendo por qué el capitán Owen no la mató en su momento”.

Con los ojos algo llorosos, Amelia soportó los hirientes comentarios y caminó hasta llegar a su hogar. Al entrar, escuchó a su padre hablando por teléfono sobre el baile. Para evitar más conversaciones, decidió darse un buen baño de agua caliente.


Después de unos minutos de relajación en la bañera, escuchó la voz de su padre desde el otro lado de la puerta—. ¡Amelia, tienes una carta!

—A mí nadie me escribe —respondió con los ojos cerrados.

—¿Te llamas Amelia Schweinsteiger o no? —gritó Owen.

—Sí, pero no recibo cartas —respondió ella, ahora algo intrigada.

—Pues ahora sí.

Tras su largo baño, Amelia salió y vio una carta en la mesa, fuera de su cuarto. Estaba sellada con el símbolo de los Nikolayev. Con curiosidad, la abrió y comenzó a leer.

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El texto ahora tiene una mayor cohesión, mejora la fluidez del diálogo y el desarrollo de los eventos. Los personajes mantienen coherencia en sus acciones y reacciones, lo que enriquece el relato.

**Carta del Príncipe Eliot a la  capitana Amelia**

A la honorable Capitana Amelia

Espero que esta carta te encuentre en buen estado, tanto en cuerpo como en espíritu. Las noticias sobre tus hazañas en la última campaña han llegado a mis oídos, y es con gran respeto y admiración que me dirijo a ti hoy.

Es bien sabido entre nuestros hombres y mujeres que eres una guerrera excepcional, cuya valentía y dedicación no conocen igual. Sin embargo, hay algo más que me impulsa a escribirte, algo más profundo que las meras obligaciones de un príncipe a sus soldados.
Por ello, me gustaría invitarte al castillo  para la celebración de la alianza. Deseo hablar contigo en persona, lejos de las formalidades del ejército y las responsabilidades de la guerra. Será una velada sencilla, pero espero que signifique tanto para ti como lo hace para mí. En los jardines del palacio, bajo el cielo estrellado, me gustaría escucharte, conocerte más allá de las armaduras y los títulos, y compartir contigo algunas de mis propias inquietudes y pensamientos.
No tienes obligación alguna de aceptar esta invitación, pero debo ser sincero contigo: anhelo que lo hagas. Tal vez este encuentro pueda ser el comienzo de algo más, algo que ni tú ni yo hemos podido prever.
Confío en tu juicio y en tu decisión. Cualquiera que sea tu respuesta, seguirás contando con mi respeto y gratitud eternos por tu servicio al reino.

Con toda mi consideración, 
**Príncipe Eliot**

La cara de poker que tenía Amelia en ese momento era increíble, su hermano pagaría por verla tan desconcertada,  arrugó con sus manos la carta y la tiro a la basura junto con un fuerte  – Otra razón para  no ir -

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