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Capítulo 16 Un sociópata, una intriga, y una evolución

La mirada de Dimitri era un filo cortante, pesada y sádica, que se paseaba entre los rostros de los elfos que acudían en ayuda. No era de los que ocultaban sus pensamientos, y su descaro rozaba la imprudencia, como una serpiente al acecho. Eliot recordaba a su primo como un joven audaz, temerario, siempre desafiando la autoridad. Pero ahora, esas cualidades se habían distorsionado en algo mucho más oscuro, perverso, casi inhumano. Su audacia se había convertido en sadismo, y su temeridad, en crueldad sin límites.

-Primo, toma… mi tío te mandó esto -dijo Dimitri, extendiendo una mano sucia, cubierta de ceniza. La carta, arrugada y sucia, parecía haber sufrido a manos de su portador, un reflejo de la indiferencia con que Dimitri trataba hasta las cosas más importantes.

Al abrirla, Eliot leyó las palabras que desmoronaron cualquier esperanza que aún albergaba:

“Espero que esta carta te encuentre bien y en buen estado de salud. Lamento tener que interrumpir tu estadía, pero la situación en el reino ha cambiado drásticamente, y tu presencia aquí es más necesaria que nunca.

Hemos sufrido una serie de pérdidas significativas. Varios de los pueblos clave que garantizaban nuestro sustento han caído ante las fuerzas enemigas, y nuestras reservas están disminuyendo. La estabilidad de nuestro reino pende de un hilo, y debemos actuar con rapidez para evitar un colapso que podría ser devastador.

Es imperativo que regreses lo antes posible para asumir tu lugar en las negociaciones y tomar las decisiones que se requieren de un futuro rey. Además, debemos concretar el compromiso con Nerea. Su familia, como bien sabes, ha sido un pilar importante para nuestra estabilidad. Esta unión no solo es una alianza estratégica, sino una necesidad urgente para fortalecer nuestra posición en estos tiempos difíciles.”

Confío en que comprendes la gravedad de la situación. Sé que tienes tus propias preocupaciones, pero el reino debe ser tu prioridad en este momento. Te espero. Con afecto y confianza en tu juicio.”

La carta dejó a Eliot sin palabras. Aunque su relación con Amelia estuviera en ruinas, siempre había tenido la esperanza de poder arreglar las cosas. Pero ahora, esa esperanza se desmoronaba bajo el peso de una responsabilidad inesperada.
-Tremenda noticia, ¿no? -se burló Dimitri, su risa cortante mientras uno de sus comandantes le informaba de las bajas sufridas.

La sangre de Eliot hervía. Giró sobre sus talones, alzando la voz lo suficiente como para que los elfos a su alrededor lo escucharan.

-¿Lo sabías, Dimitri? ¡¿Sabías que me sacarían de los Alpes?! ¡Tengo asuntos aquí, no pueden simplemente enviarme como si nada!

Dimitri, con su sonrisa fría y venenosa, respondió sin inmutarse.

-¿A mí qué me cuentas, Eliot? ¡Soy solo un perro de caza! No me importa en lo más mínimo si esto te afecta. Deja de actuar como un niño malcriado y acepta tu destino. -Su tono, directo y cortante, solo había empeorado con los años.

En ese momento, uno de los oficiales de Dimitri se acercó, mostrando un aljaba de flechas encantadas con fuego. Dimitri las miró, enfurecido, y de inmediato se volvió hacia Atop. -Será mejor que esos malditos espíritus del bosque se queden en su lugar, o personalmente me encargaré de abrirles la cabeza -gruñó, su voz cargada de amenaza.
Atop, sereno, veía como Dimitri avanzaba hacia el, sus ojos fijos y tranquilos, prediciendo cada moviento del hombre.

Pero antes de que pudiera responder, los elfos se formaron frente a él, bloqueando el camino con una postura decididamente defensiva. -Dimitri, no te precipites ni nos eches la culpa por esto. Protegemos estas tierras tanto como ustedes -dijo Atop, sin levantar la voz, pero con una firmeza inquebrantable.

La ira de Dimitri solo creció. Se abrió paso entre los elfos con una fuerza impresionante, la fuerza de un nigromante, suficiente para hacer que todos cambiaran su postura a una lista para el combate. Talin y Kalu se adelantaron, colocándose frente a Atop, preparados para bloquear cualquier movimiento.

-¡Llevan semanas atacando los pueblos! ¡Ganaderos, pescadores, todo está siendo destruido! ¡Viene el invierno y nos quieren dejar sin nada! ¡Habla con esos asquerosos elfos blancos, y más te vale llegar antes que yo! Bramó Dimitri, su voz retumbando con furia.
Eliot, viendo cómo la situación se descontrolaba,

Se adelantó rápidamente y se interpuso entre

Ellos. Sujetó a su primo por el brazo, sacándolo del círculo que los elfos habían formado, listo para neutralizarlo si era necesario. -¡Basta, Dimitri! ¡Deja de actuar como un loco! Son nuestros aliados, y si algo está pasando, ellos nos ayudarán a descubrirlo -dijo Eliot, sacudiendo a su primo en un intento de hacerlo entrar en razón.

Pero Dimitri, con la misma rapidez con que se había llenado de furia, cambió de actitud. Su mirada fría se relajó, y una sonrisa torcida apareció en su rostro, como si nada hubiera pasado.

Una sonrisa macabra se dibujó en el rostro de Dimitri mientras se detenía bruscamente junto a dos de sus comandantes. Casi gritando, hizo una reverencia a los elfos y, sin rastro de burla, pronunció palabras que sonaban tan sinceras que erizaban la piel de todos los presentes.

—Mis más sinceras disculpas, mi señor Atop. He sido volátil y poco lógico; espero que logre encontrar perdón en su corazón. Nos veremos nuevamente y para entonces estaremos mucho mejor.

Dándose media vuelta, gritó con desdén:

—Voy rumbo a Elendôr Ithilion (tierra de estrellas). Espero que ustedes puedan llegar antes que yo.

Mientras se alejaba, sus dos comandantes, de mirada dura y musculosos, intercambiaron miradas de inquietud. Uno de ellos, con cicatrices marcadas en su rostro, se atrevió a preguntar:

—¿De verdad crees que podrás imponer tu voluntad sobre esos elfos?

Dimitri giró la cabeza con una sonrisa que destilaba desprecio.

—No se trata de imponerme, sino de demostrarles que el poder está en manos de los que son como nosotros. Los elfos son criaturas arrogantes, y su tiempo de superioridad se está acabando.

Con un gesto despreocupado, Dimitri añadió:

—La sangre es más espesa que el agua, pero el poder es más dulce que la venganza. Solo necesitamos ser pacientes.

Al escuchar esto, los comandantes asintieron, atrapados en la red de su carisma oscuro.

—¿Y si esos elfos no juegan según tus reglas? —preguntó uno, su voz temblando levemente.

Dimitri se detuvo y se volvió hacia él, sus ojos brillando con una luz peligrosa.

—Si no juegan, entonces les enseñaremos cómo se juega. ¿Comprenden? La única regla que importa es la que yo dicte. El miedo es un poderoso aliado.

Con esas palabras resonando en el aire, Dimitri se dio la vuelta y comenzó a alejarse. La sombra de su figura se alargó a medida que se adentraba en la oscuridad del bosque, dejando a sus comandantes contemplando la mezcla de lealtad y temor que sentían hacia él.

Atop, al escuchar lo que Dimitri había dicho, frunció el ceño y pensó:

Tendrá que pasar por Taurdôr Eredwain (bosque de los mil acres) y, sin duda, por Laerthalion Taurvain. Si este tipo se topa con Ivar, se disparará otra guerra sin dudarlo. No puedo dejar que pase por Laerthalion Taurvain solo. Dimitri es un juego de naipes con un joker escondido. Eliot es ingenuo si cree que puede controlar la furia de su primo. Si no tengo cuidado, este viaje podría desatar una tormenta que nadie podrá detener.

—Eliot, ¿por qué no acompañas a tu primo en esta travesía hasta Elendôr Ithilion? Serás de mucha ayuda; podrás comunicar las inquietudes de manera sencilla, sin provocarles —dijo Atop, tratando de calmar la creciente tensión.

Eliot sabía que Atop tenía razón y que ambos deseaban evitar cualquier altercado. Pero Atop también comprendía que si se encontraban con cualquier grupo que amenazara el equilibrio, al ver a Eliot, se detendrían al menos por un momento y escucharían.

—De acuerdo —respondió Eliot, con un susurro de duda, antes de seguir a su primo.

Mientras se marchaban, los comandantes de Dimitri se quedaron atrás, murmurando entre ellos.

—¿De verdad cree que puede manejar a esos elfos? —preguntó el cicatrizado.

—Lo que cree no importa. Lo que importa es lo que hace —replicó el otro, observando cómo Dimitri se alejaba, ya planeando su próxima jugada.

Aceptando la propuesta, Eliot se retiró con Dimitri. Talin se acercó a Atop y le mostró el broche, ambos preocupados por las múltiples pruebas que había en el lugar. Kalu, con evidente inquietud, preguntó:

—¿Deberíamos ir también? Es un peligro que vayan por esos lugares sin alguien que les caiga bien a… bueno, a todos.

—¡Ja! ¿Y vas a ir tú? En esos bosques nadie nos quiere, Kalu. Al único que escuchan es a Atop y, por lo que veo, no piensa ir —replicó Talin mientras observaba a Atop detallando el broche con expresión seria.

Mientras tanto, en un pequeño mirador abandonado, consumido por la naturaleza, Amelia se encontraba tranquila, contemplando el horizonte. No sentía culpa por irse, ni siquiera una pizca de remordimiento por no despedirse de quienes habían sido amables con ella. Estaba centrada en sí misma.

Alzando una mano hacia la luna, desde su codo hasta su palma, su brazo se tornó brillante, como si un bombillo gigante se encendiera. El aire se tornaba cálido y comenzaba a temblar su brazo completo. De repente, se escuchó:

—¡Suéltalo ya!

Un pequeño destello luminoso salió de su palma, descendiendo como un hilo. Al bajar el brazo, que había quedado insensible y desprendía calor, Amelia se giró con una gran sonrisa.

—¡Ya casi lo logro, viste!

Radiz se acercó y, con una sonrisa pícara, le echó un balde de agua.

—¡Enfríate un poco! Te vas a volver carbón, y no quiero que me reclames. Ven, pequeña, vamos a curar ese brazo mal cocido.

Radiz y Amelia caminaron juntos hacia casa bajo la luz de la luna llena, que iluminaba el camino y hacía que el sendero pareciera más mágico de lo que era.

—Veo que no has usado el libro; sigues con tu esencia intacta —dijo Radiz, orgulloso de ver a su joven discípula seguir sus consejos sin desviarse hacia el libro.

Amelia dio pequeños saltos y se detuvo unos pasos adelante. Se giró y, con una gran sonrisa que dejaba ver unos colmillos prominentes, impactó a Radiz. No había visto esos colmillos desde hacía mucho tiempo. Amelia se estaba convirtiendo poco a poco en un elfo puro, sin rastros de corrupción, tal como lo eran Phäll y sus hermanos.

¿El contacto directo con la naturaleza la está volviendo parte de ella? ¿O es el libro que está siendo gentil con la niña? Si tan solo me hablara como lo hace con ella, todo sería más fácil… Solo espero poder enseñarte todo antes de que caiga el manto de oscuridad que asecha este futuro tan incierto en el que nos hemos metido.

—Vaya, vaya, parece que el poder se está manifestando de maneras interesantes —dijo Radiz, guiñándole un ojo—. ¿Eres consciente de que esos colmillos son el último grito de la moda elfa? Espero que no se te ocurra usar eso como accesorio en una fiesta.

Amelia se rió, disfrutando de la ligereza del momento.

—¿Tú crees que deberían ser el centro de atención? Tal vez debería empezar una tendencia.

Radiz sonrió, sintiéndose aliviado por su curiosidad y alegría. Sin embargo, una sombra de preocupación cruzó su mente.

—Pero hablando en serio, debo preguntarte, ¿sientes algo diferente cuando usas ese poder? Es como si la naturaleza te estuviera llamando.

Amelia asintió, su expresión volviéndose más contemplativa.

—Sí, hay algo… mágico en ello. Me siento más viva, como si cada hoja, cada susurro del viento me estuviera hablando. Es increíble.

Radiz la miró con una mezcla de admiración y una pizca de inquietud. Sabía que su joven discípula estaba destinada a grandes cosas, pero también era consciente de los peligros que acechaban en la oscuridad.

—Entonces sigamos adelante, pequeña. Hay un mundo lleno de misterios que nos espera, y juntos encontraremos la forma de enfrentarlos.

Mientras se adentraban en el bosque, el susurro de la naturaleza les acompañaba, un recordatorio de que el destino de ambos estaba intrínsecamente entrelazado.



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