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5

El amanecer era frío y gris, y el hospital parecía envuelto en un silencio que se sentía pesado, casi opresivo, tan solo cortado por los truenos que se podían oír desde afuera, debido a la constante tormenta. Madison abrió los ojos lentamente, todavía recostada al lado de Anthony y sintiendo el calor de su cuerpo, lo único reconfortante en el ambiente lúgubre que los rodeaba a diario. Las luces del alba, aumentadas debido a algún relámpago esporádico, se filtraban por la ventana proyectando sombras en las paredes del dormitorio.

Madison se movió despacio, recordando a su pesar las revelaciones de la noche anterior. Giró la cabeza para ver a Anthony, que todavía tenía los ojos cerrados y estaba profundamente dormido. Le acarició el brazo que la envolvía, en gesto protector, hasta que pudo despertarlo.

—Tony, vamos, despierta —le susurró. Él soltó un leve gruñido, como protesta, y aunque no abrió los ojos se aferró un poco más a ella, a esos minutos de tranquilidad antes de lo que sea que les tocara vivir después del desayuno.

—¿No podemos quedarnos aquí un ratito más? —murmuró, con voz ronca, todavía arrastrada por el sueño. Todavía con los ojos cerrados, le apoyó la punta de la nariz en la espalda, respirando con fuerza el olor de su piel al mismo tiempo que le ponía una mano en un pecho —No me apetece ir a cazar espectros antes de desayunar...

Madison soltó una risita, agradeciendo su intento de aligerar el ánimo. Pero ambos sabían que el tiempo corría y la verdad los aguardaba en las profundidades del hospital.

—No vamos a perdernos nuestro café matutino por nada del mundo. Luego ya podemos dedicarnos a lo demás.

—Genial —respondió, poniéndose una mano encima de los ojos, frotándose los párpados a medida que se giraba boca arriba —. Nada como empezar el día con una búsqueda en una morgue abandonada.

Ella sonrió ante su sarcasmo. Era extraño como Anthony lograba sacar lo mejor de ella, incluso en medio del caos en el que estaban inmersos. Se levantó lentamente, apoyándole una mano en el pecho, y entonces le dio un rápido beso en los labios.

—Vamos, luego podremos descansar todo lo que quieras —dijo.

Madison se puso de pie, buscando a un lado de la cama su ropa interior, para volver a vestirse. Él la siguió, haciendo lo mismo, y luego que ambos estaban ya vestidos por completo, Anthony recogió los condones usados para tirarlos en el inodoro antes de salir de la habitación, mientras que ella se peinó con rapidez y puso su teléfono celular a cargar, ya que necesitarían luz con la cual alumbrarse una vez bajaran a ese sitio.

Dirigiéndose a la cafetería y tomados de la mano, tanto Madison como Anthony miraban a su alrededor con aire de confusión, aunque ninguno de los dos mencionara nada al respecto. El hospital, a esa hora, parecía más desierto que nunca, con ecos de pasos lejanos, como si las paredes antiguas absorbieran cualquier sonido humano. Las luces de los pasillos parpadeaban levemente, y el aire tenía un frío metálico que hacía que la piel se erizara, aún por debajo de la ropa de abrigo.

—¿Por qué parece como si todo el ambiente hubiera cambiado de un día al otro? —preguntó ella, en una murmuración. Él asintió, aunque no dijo nada. Había una tensión en su mirada que delataba lo que no expresaba en palabras. Sentía lo mismo, y una parte suya no supo explicar porque, pero definitivamente algo había cambiado en el entorno, como si con cada paso que se acercaran a la verdad aumentasen también la oscuridad siniestra del hospital.

Al llegar a la cafetería, minutos después, el lugar estaba casi vacío, aún a pesar de que eran poco menos de las nueve de la mañana. Solo había unas pocas mesas ocupadas por el personal, que apenas levantaba la vista de sus platos. Se sirvieron una taza de café, tomaron unos bollitos de anís y se sentaron en una mesa junto a la ventana, donde la tenue luz del día gris apenas entraba, creando una atmosfera casi melancólica. La doctora Sanders llegó poco después, se dirigió directamente al mostrador, se sirvió una taza de café y al verlos, se dirigió hacia su mesa. Su expresión era neutral, como si estuviera acostumbrada a lidiar con situaciones tensas sin mostrar un ápice de emoción.

—Buenos días. ¿Descansaron algo? —preguntó, mientras se acomodaba frente a ellos, tomando asiento.

—Lo suficiente —respondió Madison, sin querer entrar en detalles sobre la inquietud que seguía sintiendo desde la noche anterior—. Aunque todavía hay mucho por hacer.

Anthony, siempre pragmático, intervino para desviar la conversación hacia lo que verdaderamente les importaba.

­—Vamos a ir a la morgue —dijo, sin rodeos—. Hay algo que necesitamos verificar allí.

Sanders asintió lentamente, como si estuviera analizando sus palabras.

—Entiendo, pero tengan cuidado. Esa zona está muy deteriorada, y no quiero tener que ir a buscarlos por ponerse en peligro innecesariamente.

Su tono parecía genuino, pero había algo en la forma en que miraba, que incomodaba a Madison, aunque no pudiera precisar de qué se trataba. ¿Sería por la muerte de Heynes? ¿Una parte de ella los vería como unos asesinos? Se preguntó. Sin embargo, no le iba a dar más vueltas al asunto. Tenía mejores cosas en las que preocuparse que en el concepto que Sanders pudiera tener de ella. En cualquier caso, si tenía que rendirle explicaciones a alguien, sería a la policía luego de que todo aquello terminara de una puta vez, se dijo.

Luego de acabar el desayuno, Anthony y Madison se retiraron al dormitorio que ahora compartían, para buscar los teléfonos celulares con los cuales alumbrarse, y luego dirigirse a paso rápido al ala abandonada de Ashgrove. Volver a recorrer la parte psiquiátrica del hospital siempre implicaba un cierto terror constante, pero esta vez, parecía mucho peor. Al adentrarse más en los pasillos que ya habían recorrido antes, notaban que el ambiente se volvía cada vez más aplastante. Las paredes que antaño habían sido blancas y ahora estaban amarillentas y descascaradas, tenían un aspecto mucho peor, como si una negra suciedad las hubiera impregnado de alguna forma en las horas previas. El aire estaba cargado de olor a polvo y podredumbre, no solamente el olor a humedad y charcos de agua estancada y podrida debido a las décadas de goteo, sino a algo más.

Paso a paso, Madison y Anthony atravesaron todos los pasillos, llenos de viejas camas de hospital oxidadas y ruinosas, abandonadas en posiciones incomodas como si los pacientes hubieran sido sacados de allí en un apuro. Mientras avanzaban, ella sentía un frío constante en la nuca, una sensación que no podía ignorar por más tiempo, como si algo o alguien los estuviera observando desde las sombras.

—¿Lo sientes? —preguntó en un susurro, su voz hizo un poco de eco en el silencio.

—¿Sentir qué?

—Como si nos estuvieran vigilando —dijo. Anthony asintió sin dejar de iluminar el pasillo frente a ellos.

—Todo este lugar da esa sensación —murmuró­—. Pero no podemos entrar con miedo, o seremos vulnerables ante cualquier ataque. Debemos ser más fuertes nosotros.

—Como me dijo el bastardo de Heynes, la primera vez que hablé con él, que no debía sugestionarme.

—Exacto —consintió él.

Continuaron caminando y al salir del pasillo, llegando al enorme hall abandonado, se detuvieron sin saber adónde ir. La puerta que anteriormente habían dejado cerrada tras su paso, la de los archivos, ahora estaba abierta, como si los invitara a entrar. Sin embargo, el aire que salía de allí era aún más denso y frío, cargado de una energía que les resultaba inquietante, aunque ninguno de los dos hablara sobre ello.

—Bueno, está claro que no podemos ir por ahí —dijo Anthony.

—¿Por dónde, entonces?

—Déjame ver —Anthony recorrió el recinto esquivando las goteras, los trozos de suelo que estaban rotos y con las baldosas levantadas, y apuntó con la luz de la linterna hacia los carteles indicativos encima de las puertas, repletos de telarañas y un tanto ruinosos, intentando leer lo que decían. Algunos estaban tan desgastados por el tiempo que eran imposible de saber adónde dirigían, pero recorriendo puerta tras puerta, pudo hallar por fin un letrero que solo decía: "gue – Sótano".

—Es por aquí —dijo, al fin, bajando la luz hacia la puerta herrumbrosa y húmeda, con los goznes casi corroídos. Le dio el teléfono celular a Madison, que se acercó para ayudarlo, y entonces se apoyó de la puerta, empujando con fuerza. El metal chirrió en un sonido que hizo eco por todo el pasillo. Luego volvió a alumbrar hacia adelante, no se veía nada al fondo.

—Bueno... vamos —murmuró ella, dando un suspiro.

Entraron al pasillo caminando uno muy cerca del otro. El olor a humedad y descomposición era abrumador, impregnado en el lugar durante décadas, y tan solo se escuchaban sus pasos en el perpetuo silencio de aquel sitio. Las paredes estaban cubiertas de polvo y del techo pendían gruesas telarañas enredadas entre sí. Mientras avanzaban, el frío aumentaba con cada paso, como si estuvieran entrando en un lugar que no había sido tocado por la vida en mucho, mucho tiempo.

—Esto... Esto es peor de lo que imaginaba... —murmuró ella, sus palabras tenían un ligero temblor de pánico ante la situación.

Por fin desandaron el pasillo completo, y entonces los antiguos vestigios de la vetusta morgue los rodearon. Camillas oxidadas, muchas de ellas aún con las correas desgastadas, estaban dispersas por la sala principal. Las luces del techo, aunque apagadas, tenían una gruesa película de polvo. En las paredes, colgaban antiguos instrumentos quirúrgicos, tales como bisturíes, tenazas y sierras, cubiertos de óxido y olvidados junto con los secretos que ese lugar albergaba. En una de las paredes laterales, se encontraban las cámaras de frío, algunas con sus puertas entreabiertas, otras cerradas. En la pared opuesta, una serie de taquillas de metal, con las portezuelas medio torcidas.

—Mierda... —murmuró Anthony. A juzgar por la expresión de su rostro, Madison pudo darse cuenta que era la primera vez que veía todo eso. —¿Cuántas personas pasaron por aquí? —se preguntó, observando las camillas y los refrigeradores humanos, tratando de imaginar lo que debió ser aquel lugar en su época de funcionamiento.

Madison sintió un escalofrío que le recorrió la columna vertebral de punta a punta. Sabía que ese lugar había sido testigo de cosas horribles, cosas que ni siquiera el hospital oficial conocía. La morgue del ala psiquiátrica era el fin de muchas personas que jamás debieron de haber estado allí, como Margaret, su abuela. Caminó hacia una de las puertas entreabiertas de las viejas cámaras de fróo, escuchando el sonido de sus pasos que hacían crujir la vieja madera del suelo, y la abrió. Obviamente, dentro de ella no había nada.

—¿Ves algo relacionado al sótano? —preguntó, volteándose para mirarlo. Anthony recorría el sitio mirando hacia el suelo, negando con la cabeza.

—Nada. No veo ninguna compuerta ni nada que se le parezca. ¿Estás segura que te dijo que buscaras en el sótano? ¿No te habrá mostrado otro lugar?

—Yo sé lo que vi, lo vi desde la perspectiva de ella, como si estuviera en primera persona viviendo yo misma lo que ella vivió. Tiene que haber un sótano en algún lado de aquí, Heynes le dijo a sus compinches que ocultaran el cuerpo de Julianne en el viejo sótano —insistió.

—De acuerdo —respondió él, continuando con su búsqueda. Intentando que no le quedara un solo sitio de suelo sin revisar, comenzó a apartar a un lado las camillas que estaban en medio de la sala, y al mover una de ellas escuchó un ruido extraño, deteniéndose en seco.

—¿Qué pasa? —preguntó Madison, viendo aquel gesto. Anthony entonces la movió a un rincón y luego golpeó con el pie en el suelo. Caminó unos pocos pasos hacia donde estaba la camilla en un principio y volvió a zapatear, escuchando con atención. El ruido era distinto, como si hubiera algo vacío por debajo.

—Aquí está hueco. Busca algo en las taquillas con lo que pueda romper el suelo —dijo.

Madison se acercó a los viejos armarios de metal y comenzó a abrirlos de par en par, alumbrando dentro, con el corazón latiéndole ansioso debido a la expectativa. Dentro había protectores de hule para la ropa, delantales de autopsias, más instrumental quirúrgico abandonado a su suerte, y en uno de los cubículos, una vieja barra de hierro bastante oxidada, que probablemente habría sido utilizada en algún momento para mover camillas muy pesadas o abrir compartimentos. Era lo único que encontró lo suficientemente fuerte como para quitar las tablas del suelo.

—Esto debería bastar, creo —dijo, volviendo hacia Anthony, dándole la barreta en las manos.

Madison observó en silencio alumbrándole el suelo con ambos celulares, mientras Anthony levantaba la barreta para golpear de punta en las viejas tablas de madera, las cuales se sacudieron y levantaron una estela de polvo en el haz de luz. Luego de unos minutos, y una vez que abrió un agujero en ellas, metió el trozo de hierro entre las tablas. El sonido del metal raspando la madera envejecida resonó en toda la sala, haciendo eco en las paredes de piedra de la morgue. Después de varios intentos de hacer palanca, la primer tabla cedió, revelando un pequeño espacio oscuro debajo.

Anthony se acuclilló a un lado, y apartando la primer tabla, comenzó a arrancar las siguientes, tirando con ambas manos hacia arriba para desencajarlas. Madison hubiera querido ayudarlo, pero con una mano vendada le era imposible. El sudor perlaba su frente, pero el sonido del suelo cediendo era extrañamente satisfactorio. Por fin, debajo de las tablas comenzó a verse una compuerta de metal, antigua y corroída por el tiempo. Las bisagras estaban oxidadas, como todo allí, pero la estructura aún parecía resistente.

—Aquí está —dijo él, jadeando con la respiración agitada—. Esto debería llevar al sótano, asumo —golpeó con la punta de la barreta en la anilla de metal para aflojarla del óxido pegado a la compuerta, y una vez que la vio sacudirse después de varios golpes, la levantó, pasando la barra de metal por ella para hacer palanca y abrir la tapa.

En cuanto abrió, tirando hacia arriba con los dientes apretados y haciendo acopio de esfuerzo, el aire que salió del espacio debajo de la compuerta era fétido, denso y cargado de un olor metálico y rancio que obligó a ambos a contener la respiración por unos segundos. Claramente, nadie había bajado allí en cincuenta años, quizá más.

—Bueno, ¿lista? —preguntó él, resoplando agotado.

—Sabes que no, pero no hemos llegado hasta aquí para echarnos atrás ahora —dijo Madison, tragando saliva con el miedo pintado en el rostro.

Ella alumbró hacia el agujero oscuro del suelo, revelando unas escaleras de piedra que conducían hacia el interior del sótano, cubiertas de musgo y humedad. Anthony se arrodilló en el suelo, bajando poco a poco hacia atrás, y una vez que ya estaba metido hasta la cintura en el hueco, estiró una mano para que Madison le diera uno de los teléfonos y poder alumbrar su propio descenso. Luego ella hizo lo mismo, y él la miró con cautela, aunque desde su posición solo podía verle las piernas y el trasero.

—Con cuidado, las piedras están resbalosas —indicó.

Peldaño a peldaño descendieron, soportando el aire encerrado, apestoso. Una vez que llegaron abajo, miraron a su alrededor. Las linternas de los teléfonos apenas podían penetrar la profunda oscuridad de un lugar tan hermético. Alrededor no había nada más que los cimientos, cañerías y viejas rocas a la vista que constituían la base de toda la vieja morgue. Madison y Anthony tuvieron que caminar agachados unos cuantos metros a su alrededor, ya que no podían estirarse porque el espacio era reducido. Tan solo un enorme cubículo repleto de telarañas, moho y sin una sola ventana.

—¿Ves algo? —preguntó ella, resoplando, mientras escuchaba el propio eco de su voz. Él negó con la cabeza.

—No, nada. Esto es una boca de lobos —dijo Anthony. Continuaron caminando unos metros más, sintiendo como comenzaba a dolerles un poco la espalda debido a la posición, y entonces de repente se detuvo en seco, frenándose tan repentinamente que Madison estuvo a punto de chocar contra él—. Oh, guau... —murmuró.

—¿Qué? —inquirió. Rodeó para esquivarlo y apuntó la luz de su teléfono celular en dirección hacia donde el alumbraba, y entonces la vio.

Sentado contra una pared había un esqueleto, cubierto aún por el descolorido y harapiento traje de enfermera azul raído que supo reconocer de sus propias pesadillas. Algunos huesos se habían caído debido a la inercia del cuerpo y el paso de los años, y estaban amarillentos, gracias a la humedad y el deterioro.

—Julianne Grimshaw, tal como esperabas —dijo él, casi susurrando.

Madison dio un paso al frente, sus ojos fijos en la osamenta, como si el tiempo a su alrededor se hubiera detenido. El descubrimiento era casi surrealista. La idea de que esos huesos pertenecieran a la enfermera que tanto la había perseguido, atormentándola con su presencia fantasmal, hacía que el aire pareciera más pesado, como si el sótano hubiera cobrado cierto ápice de vida con la historia que guardaba.

—No puedo creer que esté aquí... después de tanto tiempo —susurró ella, dando otro paso hacia los restos, incapaz de desviar la mirada. —Lo que me mostró mi abuela anoche, tenía razón...

Anthony la observó, siguiéndola de cerca. Vio como estiró un brazo hacia los huesos, y entonces le sostuvo la muñeca, en un apretón suave pero decidido.

—Maddie, espera —dijo, deteniéndola.

—¿Qué pasa? —preguntó, girándose para mirarlo confundida por la seriedad de su expresión. No sabía por qué, pero su impulso era acercarse, tocar los restos de alguna manera, como si aquello fuera a darle un cierre a su historia.

—No puedes tocarla. No así —dijo él—. Esto no es un simple cadáver, y Julianne no solo ha sido un espíritu errante, Maddie. El vínculo que tiene contigo, su persistencia, está anclada a su cuerpo físico. Si tocas sus restos, podrías empeorar muchas cosas y... ¿Quién sabe lo que pasaría?

—¿Qué quieres decir? —preguntó, mientras se alejaba de los huesos, sintiendo una repentina cautela ante el tono de su voz.

—El cuerpo de Julianne puede ser un ancla. Su espíritu ha estado vagando entre dos mundos, repleta de odio hacia tu apellido y tu familia. Si lo tocas sin estar preparada, podrías desatar muchas cosas peores, es un asunto de energía residual. El vínculo que ella creó contigo a través de la ouija puede ser solo el principio, quizá su conexión es más profunda de lo que pensamos, y puede que aún no sepamos del todo lo que está tratando de causar en ti —luego la miró con fijeza—. Ya te metiste en cosas que ni siquiera sabías, la noche que todo esto empezó. No vuelvas a cometer el mismo error dos veces.

—Entonces, ¿Qué hacemos?

—Primero, no la toquemos hasta que no sepamos más. Podríamos romper el vínculo entre su espíritu y su cuerpo, pero sin saber lo que eso desencadenará para ti, sería peligroso. Hay una forma de neutralizar esa energía, pero vamos a tener que volver en otro momento.

—Bueno, como digas... tú eres el experto aquí —dijo ella—. Vamos, este sitio me está agobiando.

—Igual a mí, y además aquí ya no pintamos nada, de momento. Al menos encontramos su cuerpo, ahora tenemos otra forma de enfocar las cosas.

Girando sobre sus talones, comenzaron a emprender el camino de nuevo a la vieja escalera de piedra. Madison ya había visto demasiado por hoy, no iba a negarlo, y mientras ascendía por los húmedos peldaños mohosos, su mente solo pudo recordar el rostro de su abuela y murmurar un silencioso "Gracias", en lo más hondo de su fuero interno. 



*****



Madison y Anthony salieron del ala abandonada de psiquiatría en silencio, como si todavía estuviesen procesando todo lo que habían visto en el sótano derruido y solitario de la morgue. El descubrimiento del cuerpo de Julianne Grimshaw pesaba en sus mentes con una mezcla de alivio y horror. Alivio por un lado, al saber que habían dado un paso vital en su camino para ponerle fin a toda esa situación, y horror por la incertidumbre de no saber en qué clase de consecuencias iba a terminar todo aquello. El polvo y la suciedad cubrían la ropa y la piel de ambos, el olor rancio del sótano todavía impregnado en sus narices, haciéndoles desear aunque sea un poco de aire fresco.

Atravesaron el patio interno, y el olor a tierra mojada y vegetación fue como una brisa enviada directamente por la mano de Dios, aún a pesar del inclemente temporal. Luego ingresaron a los pasillos antiguos, los del área social, y se dirigieron directamente al sector femenino de habitaciones. Al llegar a la de Madison, se detuvieron en su puerta, dando un leve resoplido.

—Necesito una ducha —dijo, rompiendo el silencio, mientras sacudía la tierra de sus manos y se rascaba el cabello lleno de polvo. Su expresión era cansada, pero sus ojos brillaban con una extraña mezcla de emoción y fatiga. Lo que habían encontrado podía cambiarlo todo.

—No puedo culparte —respondió Anthony, sonriendo levemente—. Yo también. Huele a siglos de olvido ahí abajo.

—Gracias por acompañarme —suspiró ella, y luego lo miró con una expresión jocosa—. Si no me limpio pronto, creo que voy a convertirme en parte de los muros del hospital.

Anthony sonrió de nuevo.

—No sería tan malo, tendrías buena compañía, hay un montón de fantasmas aquí con los que puedes socializar.

Ella le dio un leve empujón, sonriendo, y luego entró en su habitación. La puerta se cerró suavemente, después de que ella entrase, dejando a Anthony solo en el pasillo. Durante unos momentos permaneció inmóvil, pensando en todo lo que habían encontrado. El cuerpo de Julianne, la conexión con Madison, la revelación en sueños de la noche anterior... Había tantas preguntas sin respuesta que sentía como si estuviera a punto de abrumarse con todas ellas. Con un suspiro pesado, decidió regresar a su dormitorio, buscar ropa limpia y ducharse también. El polvo y la mugre parecían aferrarse a él como el peso de la historia que acababan de sacar a la luz.

El hospital, envuelto en un perpetuo silencio solamente interrumpido por algún trueno lejano, estaba quieto y apacible. Nadie caminaba por los pasillos ni los sectores comunes, quizá porque el resto del personal estaba en el área común de la cafetería o porque tal vez estarían en el ala nueva del hospital. El crujido ocasional de las viejas tuberías y el sonido lejano del viento eran sus únicos compañeros.

Sin embargo, mientras pasaba por los dormitorios cerrados, un murmullo bajo y urgente rompió el silencio. Al principio pensó que era solo el eco del hospital jugando con su mente, pero cuando se detuvo, escuchó con más claridad. La voz provenía de una de las habitaciones cerradas.

Poco a poco acercó su oído derecho a la puerta de madera, con extrema cautela, sus pasos casi imperceptibles, y se dio cuenta que era la voz de la doctora Sanders, que estaba hablando por teléfono. Al principio, pensó en alejarse para respetar su privacidad, pero algo tanto en el tono de voz como en la charla en sí misma, lo detuvo.

—...No, no puedes entenderlo —decía ella, con voz tensa—. Están demasiado cerca, ya han encontrado cosas que no debían. Si no actuamos rápido, todo estará perdido. El idiota de Heynes quiso detenerlos y se defendieron... —hubo una pausa en la charla, y entonces volvió a hablar. —Él murió. Lo mató ella, por defender al mojigato cuatro ojos del de mantenimiento.

No podía creerlo, por lo que se acercó un poco más a la puerta, pegando el oído a la madera con cuidado. El corazón le latía con fuerza, una sensación incomoda asentándose en su estómago, como una brasa ardiente.

—Tenemos que hacer algo antes de que sea demasiado tarde para todos —continuó la voz de Sanders—. No podemos permitir que sigan cavando, ya han llegado más lejos de lo que esperábamos.

El estómago de Anthony se revolvió, no le cabía ninguna duda de que estaba hablando de ellos. Habían descubierto el cuerpo de Julianne y ahora parecía que Sanders estaba coludida con alguien más, alguien fuera del hospital, intentando encubrirlo todo.

Dio un paso atrás, alejándose de la puerta, con la mente trabajando a mil por hora. Esto lo cambiaba todo, ya que la doctora Sanders no era la aliada que comenzaban a creer, sino que era parte del complot, parte de lo que había mantenido los secretos en Ashgrove durante tanto tiempo.

Con el corazón latiéndole fuerte, retumbando en su pecho, se alejó con cuidado y luego aceleró el paso hasta llegar a su dormitorio. La inquietud lo envolvía, pero intentó mantener la calma. Sabía que no podían enfrentarse a Sanders directamente, al menos no aún. Tenían que mantener las apariencias y, no menos importante, proteger a Madison. Al llegar a su dormitorio, abrió el armario y sacó ropa limpia, luego se dirigió al baño. El agua caliente fue un alivio temporal, pero su mente seguía en marcha, procesando lo que había escuchado. No podía creer como una doctora como ella podía estar embarrada de semejante asunto, y se sintió increíblemente tonto, por haber confiado en ella. No tenía que haberles contado tantas cosas.

Al salir de la ducha se secó, se vistió con un pantalón de jean desgastado, sus botas beige estilo Camel y una camisa a cuadros, gris y negra. Luego se dirigió a la lavandería, para poner a secar la toalla en el secarropas y poner a lavar la muda vieja, y por último, volvió a su habitación, para buscar algunos libros de su estantería personal. Encontró uno de ellos bastante completo, que ya lo había leído muchas veces antes, de hecho, como hobbie personal, sin imaginarse tan siquiera que un día iba a poner en práctica algunas de aquellas cosas. Le dio un suave golpecito al título, labrado en la tapa dura, que decía Purificación y protección – rituales y consejos para la vida espiritual.

Con el libro bajo el brazo salió del dormitorio, cerrando con llave, y luego caminó a paso rápido hacia la habitación de Madison. Al llegar, llamó suavemente a la puerta, y ella le abrió, aún con el peine en la mano izquierda. Estaba vestida de la cintura hacia abajo, aunque descalza, y del pantalón negro hacia arriba solo tenía el sujetador. El cabello le caía mojado, escurriendo algunas gotitas por su cuello, y entonces le dedicó una sonrisa tranquila. Sin embargo, la expresión en el rostro de Anthony rápidamente la hizo fruncir el ceño.

—¿Qué pasó? —preguntó de inmediato. Él cerró la puerta tras de sí y se acercó a ella, apoyándole una mano en la cintura y hablando en voz baja.

—Escuché a la doctora Sanders hablando por teléfono —le susurró—. Estaba en su dormitorio, y por lo que oí tras la puerta, estaba hablando de que están demasiado cerca y que tenemos que hacer algo antes de que sea demasiado tarde. Textuales palabras. No me cabe la menor duda de que estaba hablando de nosotros, y lo que hemos descubierto.

Madison sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El rostro se le endureció.

—¿Estás seguro? —preguntó, con incredulidad, aunque Anthony no le inspiraba la idea de que fuese un tipo que hiciera acusaciones a la ligera. Mucho menos con algo tan delicado.

—Claro que sí —asintió firmemente, antes de responder—. Escuché lo suficiente, y te aseguro, no podemos confiar en ella. A partir de ahora, debemos actuar como si no hubiéramos descubierto nada más. Que piense que estamos estancados, que no hemos llegado a ninguna conclusión.

Madison suspiró, retrocediendo hasta sentarse en el borde de la cama. La fatiga mental empezaba a pesarle, más que nada porque ahora volvía a sentirse al acecho, como cuando Heynes estaba vivo.

—¿Y qué hacemos ahora? No podemos ocultarnos de ella por siempre, es claro que nos vigila —preguntó. Anthony se sentó a su lado, y le rodeó los hombros. Estaba agobiada, podía verlo en su expresión.

—Vamos a seguir con nuestra investigación —respondió, mostrándole el libro que había traído—. Aquí hay algunas cosas que podrían ayudarnos con los restos de Julianne que encontramos. Y sobre Sanders... —titubeó. —Debemos estar atentos. Vamos a seguir adelante, pero con más cuidado.

Se acercó a ella, y Madison le correspondió, dándole un largo y lento beso. Luego de unos segundos ambos se separaron, y ella lo miró con ternura.

—Creo que lo único bueno que logro sacar de toda esta mierda, eres tú —dijo. Él se rio, un tanto cohibido, y le dio un beso rápido, antes de hablar.

—Creo que me pones demasiado alto, Maddie —dejó el libro a un costado, sobre la cama, y entonces le tomó la mano derecha, la que aún estaba vendada, para mirarla con atención—. Creo que deberíamos ir a que te cambies eso, hoy se te ha ensuciado mucho. No puedes estar así.

—Uno nunca sabe que tan importante es tu mano dominante, hasta que no puedes hacer nada con ella. Tuve que hacer peripecias para poder ducharme sin que se mojara.

—Ven, vamos. Luego podríamos ir a almorzar. Muero de hambre.

—Yo también —consintió ella.

Madison se levantó de la cama, entonces, y tomando una camiseta de Motley Crue, se la puso con rapidez. Luego hizo lo mismo con un suéter de lanilla, con cuello alto, y una vez que ya estaba vestida, salieron de la habitación. Mientras caminaban por el pasillo rumbo al sector moderno del hospital, se cruzaron con algunos enfermeros y médicos, como de costumbre. Muchos de ellos no los saludaban al pasar, y los pocos que lo hacían, apenas hacían un asentimiento leve de cabeza, y nada más. Madison no quería ponerse paranoica, pero tras escuchar aquella acusación de Anthony, una parte de sí misma parecía sentir como si de repente el ambiente hubiese cambiado, que de alguna manera, todos los médicos y enfermeras con los que se cruzaban de ahora en más, los miraban de forma distinta.

Sin embargo volvió a recordar a Heynes y su consejo —a pesar de la ironía, pensó—, por lo que no permitiría que su mente le jugase una mala pasada al sugestionarla de forma tonta, al menos mientras pudiese evitarlo. Minutos después ya estaban cruzando las puertas hacia el ala nueva del hospital, caminaron a directamente a la enfermería, y al llegar ingresaron con rapidez. Anthony la guio entonces hasta una de las camillas cubiertas de papel, como la primera vez en que la habia asistido.

—Bueno, tú dirás —dijo, sin saber muy bien que hacer. Ella asintió.

—Busca una botellita de suero fisiológico, y un paquete de gasas.

Anthony así lo hizo, abrió el botiquín y se lo acercó. Ella lo dejó a un costado, encima de la camilla.

—¿Qué más?

—Busca Betadine, es un antiséptico, seguramente en forma de tubo pequeño como una pasta dental —Madison vio que miraba de forma esporádica en cada uno de los estantes, hasta que le señaló un tubito en particular, con el índice—. Ahí, el del tubo rojo y blanco.

—Lo tengo.

—Ahora usa pegamento dérmico, aquel tubito de allá, arriba a la derecha ­—señaló de nuevo.

—¿El gris?

—Sí, ese. Luego toma el paquete de vendas.

Anthony hizo todo lo que le decía, y una vez tuvo todo a mano, comenzó a desenrollar con cuidado las vendas de la mano derecha de Madison. La última tira estaba un poco pegada a la herida, debido a la sangre reseca, de modo que poder separarla significó un trabajo meticuloso, mientras ella daba pequeñas muecas de dolor, hasta que por fin, pudo quitar toda la venda. La herida era fea, pero no estaba infectada, lo cual era un alivio, y el contacto de Anthony era gentil, pero también eficiente. Ella lo fue guiando paso a paso, sobre como limpiar la herida con el suero, como aplicar el desinfectante y luego el pegamento dérmico para sellar la herida. Por último, comenzó a vendarla otra vez con paciencia, esta vez poniendo una gasa estéril debajo, para evitar que se pegara de nuevo al corte. Ella lo miró en silencio, con una sonrisa.

—Siempre me sorprende lo bueno que eres improvisando en las situaciones —comentó ella, intentando aligerar el ambiente. Él la miró de forma cómplice.

—Digamos que es útil aprender cómo arreglar más que solo tuberías, radiadores y fregar suelos —respondió. Luego, al terminar, le ofreció una mano para ayudarla a bajar de la camilla—. ¿Mejor?

—Mucho mejor, gracias. Vayamos a comer algo, lo merecemos.

—Y tanto —consintió él.

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