3
El amanecer se filtraba tímidamente por la ventana de la habitación, con ese resplandor grisáceo, inclemente y tormentoso, que ya era costumbre. Sin darse cuenta, en algún punto de la noche ambos habían sucumbido al agotamiento y el estrés, quedándose dormidos en un abrazo mutuo, buscando consuelo en la cercanía del otro. Madison fue quien despertó primero, sintiendo la respiración tranquila de Anthony contra su cabello. Sus brazos la rodeaban con una calidez protectora, y por un breve instante, se permitió disfrutar de esa sensación de seguridad. No quería moverse, no quería romper ese momento de paz que, después de todo lo que había vivido, se sentía como un pequeño refugio. En aquel breve pero sabroso momento, la calma parecía un oasis en medio de la tormenta que habían atravesado, tan solo unas pocas horas atrás.
Pero el día comenzaba, y con él, nuevas responsabilidades. Con cuidado, movió una pierna y luego su brazo, sintiendo como Anthony murmuraba algo entre sueños antes de abrir los ojos lentamente. La miró con una sonrisa adormilada, y por un instante, ambos compartieron una mirada de comprensión mutua, sin necesidad de palabras.
—¿Estás despierta? —Le susurró.
—Sí. Lo siento... no quería quedarme dormida.
—No te preocupes —dijo él, acariciándole un hombro—. Creo que lo necesitábamos.
Por un momento, ninguno de los dos se movió. El silencio entre ellos no era incómodo, sino cargado de una sensación de conexión que iba más allá de las palabras. Había algo en la manera en que se miraban, algo que solo ellos parecían entender sin necesidad de decirlo, y entonces volvió a estrecharse contra él, queriendo prolongar el momento.
—Gracias... —murmuró.
—Si vuelves a darme las gracias por ayudarte, dormirás sola. Primer aviso —bromeó. Madison se rio por lo bajo, adoraba el sentido del humor que Anthony tenía, y su eterna capacidad para hacerla reír aunque sea un momento.
—No podría imaginarme un castigo peor —respondió.
—Vamos a desayunar, aún tenemos que hablar con la doctora Sanders, esa será la parte difícil.
—Ya, ni que lo digas.
Ambos se apartaron uno del otro, quitando las mantas de encima. Madison se irguió primera de la cama, sentándose en el borde, y luego lo hizo Anthony. La miró de reojo, deleitándose con su figura, como si quisiera memorizarla con las pupilas. La blancura de su piel que contrastaba con la ropa interior negra, la medialuna de sus pechos que asomaba por el borde de la misma, el tatuaje en su brazo izquierdo, con el diseño de un ave en estilo acuarela, con muchos colores celestes, rojos y verdes. Toda ella era hermosa, frágil, y si tenía que empeñar todo su ser en cuidarla, entonces lo haría sin pensarlo tan siquiera un momento, se dijo.
Se vistieron con rapidez, ya que el ambiente estaba frío, y una vez hecho esto, Anthony se dirigió a la puerta del dormitorio, abriéndola. Ella lo miró, dudosa.
—¿No vas a venir conmigo? —preguntó.
—Claro que sí, pero voy a abrigarme —dijo, mostrándole los brazos. Solo tenía una camiseta de manga corta y los pantalones, era con lo único que había podido vestirse la noche anterior, en medio de tanta locura—. Vas a mostrarle los documentos, ¿verdad?
—Por supuesto, sino no va a creerme.
—Va, recógelos y espérame, vendré por ti en un momento.
Ella le sonrió en silencio, y entonces lo vio retirarse de la habitación. Una vez a solas, se dirigió al baño y abriendo la llave del grifo, juntó agua en la mano sana y se la arrojó a la cara. Sus ojos observaron su reflejo en el cristal del espejo, las gruesas ojeras que comenzaban a formársele y su mano derecha aún vendada. Su aspecto era lamentable, pensó. ¿Qué le contaría a la doctora Sanders en cuanto la viera? Se cuestionó. Obviamente tendría que contarle parte de su pasado, al menos si quería que la tomase en serio. El punto estaba en definir hasta qué punto le contaba. Obviamente que no iba a nombrar las cuatro muertes que arrastraba consigo, así que lo mejor sería abordar el tema por encima, con la suficiente contundencia para que le crea, pero sin entrar en demasiado detalle.
Se peinó con rapidez, se cepilló los dientes y se secó el rostro con la toalla de mano. Se sentía torpe teniendo en cuenta que su mano dominante estaba vendada y lo único que podía hacer era mover los dedos, pero hubiera sido peor estar muerta, así que no se quejaba. En cualquier caso, tenía el presentimiento de que aquello no acabaría bien. No le había dicho nada al propio Anthony para no preocuparlo, pero la inquietud que le invadía el pecho como un oscuro presentimiento, era imposible de ignorar.
Como si con aquel gesto fuese a arrancar de un tirón el pensamiento de su cabeza, se giró bruscamente sobre sus pies y volvió de nuevo al dormitorio, rebuscando en el cajón de la mesita de noche para tomar los documentos antiguos y guardarlos a buen recaudo en el bolsillo interno de su chaqueta, antes de ponérsela. Al salir al pasillo, vio que Anthony venía a su encuentro desde el sector masculino, vestido con un poco más de ropa, acorde al clima.
Tras unos momentos, ambos ingresaron a la cafetería y se dirigieron directamente a la máquina expendedora de café, para tomar una taza cada uno junto con un par de bollitos de manteca. Él fue quien recorrió el lugar con la mirada, buscando a la doctora Sanders, y en cuanto la vio, le hizo un gesto a Madison para que lo acompañara. Al caminar entre las mesas, notaron que algunos médicos y enfermeros los miraban al pasar, no como si fueran monstruos en potencia, pero tampoco como si fuesen amigables. La gente había quedado perturbada e inquieta, y una parte de ellos los entendía. Hacía apenas menos de ocho horas habían asesinado en defensa propia a uno de sus colegas, el hecho estaba fresco en sus mentes.
—Buenos días, doctora Sanders —saludó Anthony, en cuanto llegaron a la mesa—. ¿Podemos hablar con usted?
—Por supuesto —respondió.
Madison sintió un ligero temblor en sus manos cuando tomó asiento frente a la doctora. Anthony retiró una silla de otra mesa y se sentó a su lado, en un gesto que la hizo sentirse un poco más segura, aunque no podía evitar la incertidumbre que la embargaba. Iba a ser difícil hablar de lo que había sucedido, especialmente porque Sanders era una mujer pragmática, poco inclinada a creer en cosas que no pudiera ver o explicar con lógica común.
—Hay algo importante que necesitamos discutir, y que explica los actos que cometimos en defensa propia, anoche —comenzó Madison, forzando su voz a mantenerse firme.
—¿Qué es?
Madison intercambió una rápida mirada con Anthony antes de responder.
—Hemos encontrado algunos documentos en la alcaldía, la noche en que no estuvimos aquí, en el hospital —explicó—. Documentos que revelan prácticas médicas poco éticas por parte de la familia Heynes. Fraudes, experimentación con pacientes... cosas que fueron ocultadas durante mucho tiempo.
Sanders frunció el ceño, inclinándose hacia atrás en su asiento.
—¡Qué tontería! —dijo, con seriedad. —Eso es una acusación grave. Su familia ha sido una de las más pudientes a la par que colaboradora con este hospital durante generaciones.
—Pero es la verdad, y tenemos pruebas —intervino Anthony. Luego miró a Madison—. Muéstrale.
Ella asintió, abriéndose los botones de la chaqueta para revisar su bolsillo interno, y luego le entregó los documentos desgastados por el tiempo, dejándolos encima de la mesa. Sanders los tomó y comenzó a revisarlos, cambiando la expresión de su rostro, mientras que la mente de Madison giraba en torno a lo que aún no había dicho, sabiendo que el siguiente tema sería mucho más difícil de abordar. Los ojos de la doctora, inicialmente neutrales, fueron mostrando gradualmente una mezcla de desconcierto y preocupación, a medida que leía.
—Pero... ¿Qué los llevo a buscar esto?
—Justamente, hay algo más... —dijo, con un ligero temblor de voz. Sanders levantó la vista de los documentos, con mirada expectante.
—Cuéntame.
—Cuando era adolescente, participé en una sesión de ouija en la casa de un amigo —dijo, intentando sonar lo más objetiva posible—. Desde entonces he tenido experiencias... inusuales. Creo que estoy conectada de alguna manera con Julianne Grimshaw, una enfermera que murió aquí hace muchos años y que aparece en los documentos.
—¿Conectada? ¿Cómo? —preguntó, sin intentar ocultar su escepticismo. Madison sintió una punzada de ansiedad. Sabía que estaba cruzando una línea delicada, pero también sabía que no podía dar marcha atrás.
—No lo sé, es lo que estamos intentando averiguar. He visto cosas, sentido su presencia. Sé que suena increíble, pero siento que Julianne está persiguiéndome por algo en particular y que de alguna manera sabía que iba a terminar aquí, viniendo a Ashgrove. Y lo que hemos descubierto en estos documentos parece confirmar que hay algo muy oscuro en su historia —respondió—. ¿Usted sabe algo sobre ella que pueda ayudarnos?
Hubo un largo silencio en el que la doctora Sanders pareció considerar lo que acababa de decir. Finalmente, dejó los documentos sobre la mesa y la miró fijamente.
—He oído historias sobre Julianne Grimshaw —dijo, finalmente—. Viejas leyendas que la gente de Ravenwood siempre contó, pero nunca les presté mucha atención, solo eran cuentos para asustar niños cuando se portaban mal. Sin embargo, lo que me estás diciendo es preocupante. Más que nada por todo el asunto de Heynes. Esto es algo que nunca me lo hubiera imaginado. Si esto es cierto, entonces el legado de la familia Heynes no es lo que todos pensábamos.
—Aun así, siento que hay algo que no estamos viendo —respondió Madison, tratando de ordenar sus pensamientos—. Para tanta historia que tiene este hospital, es extraño que haya solo una caja de archivos y nada más. Como si hubiera algo más que todavía no hemos encontrado.
Sanders, quien había vuelto a bajar la cabeza hacia los papeles, levantó la mirada y los observó con una expresión pensativa.
—Bueno, podría ser posible —murmuró, con lentitud—. Antiguamente, en los sótanos del ala abandonada de psiquiatría, se solían guardar muchos documentos. Cuando clausuraron todo ese sector por el peligro de su deterioro, nunca se removieron del todo. Es posible que todavía haya archivos allí abajo, si es que la humedad y las condiciones del sitio no los acabaron por destruir del todo.
Madison sintió un renovado impulso de búsqueda. Miró a Anthony de reojo y vio que él la observaba un tanto preocupado, ya había visto esa expresión antes, y temía por ella. Sin embargo, sabía que eso podría ser la clave para conectar todos los puntos, para finalmente entender lo que realmente había sucedido en el pasado.
—Entonces, debemos ir allí —dijo ella, hablando en voz baja, pero con firmeza—. Es la única manera de encontrar lo que estamos buscando, asumo.
Sanders los miró por un momento, y negó con la cabeza.
—Es peligroso. Ese lugar no ha sido tocado en décadas, y nadie sabe en qué condiciones podría estar.
—Lo haremos de todas formas. Vamos a descubrir la verdad, cueste lo que cueste —respondió Madison.
*****
Casi dos horas después, Madison y Anthony avanzaban por el pasillo en penumbras rumbo a las instalaciones abandonadas del viejo sector psiquiátrico. Caminaban muy juntos, él por delante, tomándole de la mano sana, mientras que alumbraba con la linterna de su propio teléfono celular. Metió este último al bolsillo un solo segundo, para cruzar raudamente el patio interior y esquivando charcos por doquier, y una vez del otro lado, dio un resoplido al mismo tiempo que se cubrían en la entrada del viejo acceso. Volvió a sacar su teléfono, alumbró hacia adelante, y escuchó como el viento ululaba en los confines de aquel sitio, negro como boca de lobos.
—¿Lista? —preguntó. Madison asintió, tragando saliva mientras tomaba una respiración profunda.
—Sí, vamos...
Avanzaron iluminando solo el entorno circundante, en breves fragmentos: paredes descascaradas, azulejos rotos, sillas de ruedas repletas de telarañas y abandonadas a su suerte, y puertas de metal corroídas por el tiempo y la humedad. Un eco de sus pasos resonaba en la vasta desolación del lugar, aumentando la sensación de que estaban invadiendo un espacio que no debería ser perturbado. Cuando llegaron al hall principal, a oscuras y goteando agua por todos lados, Madison sintió un escalofrío recorriéndole la columna vertebral en cuanto vio la puerta cerrada del fondo. Recordaba claramente como la había visto cerrarse de golpe tras el paso de una sombra, pero ahora, enfrentarse a esa realidad le provocaba un nudo en la boca del estómago.
Poco a poco se acercaron a ella. Anthony le soltó la mano un segundo, para tomar el picaporte húmedo de la puerta y probar suertes. Estaba abierto, de modo que lo giró y empujó hacia adentro, cruzando el umbral. La puerta chirriaba de forma estrepitosa, y delante de ellos tan solo se extendía un largo corredor, con las baldosas del suelo rotas y cubiertas de fango, polvo y escombros. Las paredes, alguna vez blancas, estaban manchadas de moho negro, y el aire tenía un olor a humedad rancia mezclado con algo que recordaba vagamente a medicinas caducadas.
A medida que avanzaban, la luz de la linterna reveló puertas entreabiertas a ambos lados del pasillo. Madison se acercó a una de ellas, empujándola con cautela. Dentro había una pequeña sala de tratamiento, con una camilla de metal oxidado en el centro y un viejo armario abierto, del que colgaban algunos trapos ruinosos que alguna vez habían sido batas médicas. Sobre la camilla pudo ver una bandeja cubierta de polvo con instrumentos quirúrgicos antiguos, tijeras, fórceps y lo que parecía ser un largo trepanador, todos manchados de herrumbre.
Madison retrocedió, sintiendo una mezcla de repulsión y tristeza. No podía evitar imaginar los horrores que debían haber tenido lugar en ese sitio. El sector psiquiátrico abandonado parecía un mausoleo de la desesperación y el sufrimiento humano.
—Este lugar es una pesadilla... —murmuró, girándose hacia Anthony, quien la observaba con preocupación.
—Y pensar que alguna vez estuvo lleno de gente, de médicos, pacientes... —respondió él, moviendo la linterna para iluminar otra sala similar a la que ella había visto.
Sin embargo no querían detenerse mucho perdiendo el tiempo en apreciar el entorno, había trabajo que hacer y el tiempo apremiaba, por lo que siguieron caminando. Al continuar por el pasillo, se encontraron con lo que debió haber sido una sala de espera, donde los restos de bancos de madera se alineaban contra las paredes. El suelo estaba cubierto de papeles descoloridos, charcos fangosos y mugre a nivel general, y en una esquina, un antiguo reloj de péndulo marcaba la hora erróneamente, detenido hace décadas. Anthony lo observó por un momento antes de dirigirse a una puerta al fondo del corredor, la cual tenía una pequeña placa de metal que apenas se leía: "Archivo y documentación".
—Podría estar aquí —dijo, empujando la puerta que crujió al abrirse.
La sala estaba llena de estanterías de metal oxidadas, muchas de las cuales ya se habían caído, derramando su contenido sobre el suelo en un caos de papeles, carpetas y libros. Había un escritorio cubierto de polvo y telarañas, y junto a él, una silla volcada. El aire era espeso y frío, encerrado, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en ese lugar. Madison se agachó, empezando a revisar una de las pilas de papeles en el suelo. Eran informes médicos, registros de pacientes, muchos de ellos ilegibles debido a la humedad y el paso de los años. Anthony, por su parte, revisaba las estanterías, tratando de encontrar algo que estuviera en mejor estado. Hasta que de repente, halló algo que lo dejó mudo, paralizado, que ni siquiera dudaba si podría mostrarle a Madison.
—Mierda... —murmuró. Ella levantó la cabeza y lo miró.
—¿Qué?
—Aquí hay algo, pero creo que no es conveniente que lo veas.
Nunca había sentido un tono de voz tan alarmado en él cómo en ese momento, algo que obviamente, la preocupó en un milisegundo. Decidida, se acercó a él y vio que sostenía en la mano una carpeta amarilla. Esa carpeta tenía un rótulo que le resultaba más que familiar, y entonces sintió un vuelco en el estómago.
—Lestrange... —susurró, sintiendo como se le anegaban los ojos, no sabía si de miedo o de sorpresa. —Es el apellido de mi padre.
La abrió con manos temblorosas, encontrando un registro clínico que detallaba la internación de una mujer con su apellido. Una mujer que incluso, había sido ex funcionaria del hospital, actuando como enfermera. El nombre completo en el encabezado era "Margaret Lestrange".
—¿Qué dice? —inquirió Anthony. Ella recorrió con sus ojos las líneas del informe.
—Describe como Margaret Lestrange había empezado a manifestar comportamientos extraños después de haber confrontado a personal médico, acerca de actividades que consideraba sospechosas. Más adelante la internaron, y comenzaron a medicarla, alegando que su estado mental se deterioraba rápidamente —hizo una pausa y una lágrima se derrumbó por su mejilla izquierda, cayendo en un rincón del documento—. Es mi abuela paterna. Oía a mi padre hablar de ella, de que había tenido que trabajar en un hospital cuando él tenía cinco años, porque su esposo había perdido el trabajo en la fábrica textil.
—¿Recuerdas qué más te contaba?
—Él me... —su voz se quebró, y él la rodeó por los hombros. —Me contaba que nunca más la volvió a ver, que su padre le había dicho que simplemente había perdido la cabeza, que trabajar en un hospital no era sencillo, que se veían horrores a diario. Él creció creyendo que mi abuela había enloquecido, pero... —titubeó. —sospecho que no lo estaba.
Anthony asintió, compartiendo su indignación.
—No me extrañaría que la hubieran hecho pasar por demente, solo para ocultar lo que estaba ocurriendo aquí. Fíjate en esta anotación —dijo, señalando hacia un apartado del documento, escrito con perfecta caligrafía en tinta negra: "Confiscar pertenencias - buscar libro/diario".
—Ella tenía un diario, ¿crees que lo hayan quemado? —preguntó Madison, expectante.
—No lo sé, sería lo más lógico. Pero por si acaso, sigamos buscando. Si se confiaron tanto como para dejar registros de sus irregularidades creyendo que se perderían en el tiempo, quizá también pudieron haberlo hecho con eso.
Dejaron la carpeta a un lado, y continuaron revisando los documentos a su alrededor, encontrando no solo más pruebas de la complicidad de Julianne Grimshaw en los experimentos, sino descripciones de las intervenciones médicas con el máximo detalle. Era evidente que la enfermera había participado activamente, siguiendo las órdenes del doctor Heynes. Varios minutos después y finalmente, en el fondo de uno de los cajones del escritorio, encontraron un pequeño diario encuadernado en negro. El nombre "Margaret Lestrange" estaba inscrito en la primera página. Madison lo tomó con cuidado, acarició las letras y se lo mostró al propio Anthony.
—Lo tengo —dijo.
—Ábrelo —indico, acercando la luz de la linterna.
—Bueno... —murmuró ella. —Por lo que veo al principio, solo habla de lo normal. Como extraña a su marido y a mi padre, la rutina diaria, lo que come, en que consiste su trabajo. Luego habla de que ciertos pacientes desaparecen sin explicación y como algunos de ellos volvían de las terapias en un estado mucho peor del que habían ingresado.
—Dios santo.
—De hecho, la acusa directamente. Escucha esto —dijo Madison, comenzando a leer:
12 de abril de 1951
Hoy ha sucedido algo que no puedo ignorar. Durante semanas he observado como los pacientes que pasan tiempo a solas con la enfermera Grimshaw salen de las salas de tratamiento en un estado deplorable. Hoy, uno de ellos, el señor Davenport, un hombre de buen carácter que siempre tuvo una mente aguda y un rico ingenio, aunque sufría de ataques de pánico recurrentes, fue llevado a la sala por Grimshaw. Lo vi regresar horas después, pero algo en él había cambiado. Su mirada estaba vacía, perdida en algún lugar más allá de las paredes de este hospital, a tal punto de que ni siquiera podía comer por sí mismo, teniendo que alimentarlo yo misma. Cuando le estaba dando su almuerzo traté de hablar con él, pero sus palabras no tenían sentido, como si le hubieran robado la capacidad de razonar. Cuando le pregunté a la enfermera Grimshaw que había sucedido simplemente me ignoró, diciendo que el tratamiento era para su propio bien. No puedo quedarme solo con su respuesta, algo me dice que debo saber qué están haciendo.
—Las lobotomías, ¿no es así? —preguntó Anthony, casi en un susurro.
—Asumo que sí.
—¿Hay más?
—Hay mucho más —consintió ella, continuando con un par de páginas más adelante.
—¿Y es igual de malo?
—Es peor —le aseguró Madison, leyendo en voz alta.
3 de mayo de 1951
Mis sospechas sobre el Dr. Heynes y la enfermera Grimshaw se han confirmado. He estado escuchando conversaciones entre los médicos en las que mencionan algo sobre experimentos clínicos avanzados. No lo dijeron explícitamente, pero por la forma en la que hablaban, estaba claro que no era algo aprobado ni moralmente ético. Hoy, mientras limpiaba la sala de tratamiento, encontré una jeringa usada y restos de lo que parecía ser un sedante potente. Esto no es medicina, están usando a pacientes como conejillos de indias. Estoy segura que no soy la única que lo ha notado, puesto que el miedo a Heynes es palpable entre el personal. He intentado hablar con algunos de ellos, pero todos rehúyen al tema, como si temieran que el simple acto de cuestionar los condenaría. Debo ser cautelosa, pero también estoy decidida a descubrir la verdad.
18 de mayo de 1951
El ambiente en el hospital se ha vuelto aún más opresivo. Hoy traté de hablar con el Dr. Heynes sobre mis preocupaciones. Pensé que tal vez, si le planteaba mis dudas de manera educada, podría obtener alguna respuesta. Me recibió en su despacho, pero luego de escucharme me despidió rápidamente, como si mi presencia allí fuese una molestia. No obstante, antes de irme, noté algo en su escritorio: un expediente marcado con las iniciales J.G. Intenté leer más, pero Heynes cerró el archivo antes de que pudiera ver algo importante. Mi corazón se hundió cuando me di cuenta de lo que eso significaba. Julianne Grimshaw está involucrada hasta el cuello en todo esto, no puede ser de otra manera, son cómplices y están ocultando algo terrible. Estoy empezando a sentirme observada, como si cada paso que doy estuviera siendo monitoreado. Ya no me siento segura en este lugar.
Para este punto de la lectura, algunas cuantas lágrimas ya surcaban las mejillas de Madison, y Anthony se preocupó por ella. Le apoyó una mano en un hombro y la miró con detenimiento.
—No tienes que seguir con esto, Maddie —murmuró—. Te está haciendo daño.
—No, tengo que saberlo —respondió, de forma determinante—. Mi abuela se merece que lo sepa, desde donde quiera que esté.
—Como prefieras. ¿Qué más dice?
Como toda respuesta, Madison hojeó un par de páginas, y continuó leyendo.
30 de junio de 1951
Hoy es un día oscuro. Esta mañana me desperté y encontré una pastilla junto a mi desayuno, una que no reconocía. Cuando pregunté, me dijeron que era para ayudarme con mi "ansiedad". No tomé la pastilla, pero fingí que sí, aunque me mareó un poco durante el tiempo que la mantuve oculta debajo de la lengua, por lo que supongo debe haber sido un fuerte narcótico. Estoy segura que están intentando medicarme para silenciarme. Más tarde, escuché al Dr. Heynes hablando con otro médico sobre "corregir" a los que se desvían. El término que usó me aterrorizó. Sé que se refería a mí. He visto demasiado, y sé demasiado. Siento que mi tiempo se está acabando, pero no puedo permitir que esto continúe. Estoy pensando en escribirle una carta a las autoridades, pero no sé en quien confiar. También me gustaría escribirle una carta a mi hijo, mi querido James, pero la correspondencia es revisada por remitente en la portería de Ashgrove. Lo único que me queda es este diario, el cual espero que alguien lo encuentre, si es que algo llega a pasarme.
—Dios, que injusto... —murmuró Anthony. Madison no le respondió, sino que siguió leyendo, a pesar de sentir la voz ahogada por el llanto.
15 de julio de 1951
No sé cuánto más podré soportar. Hoy, mientras revisaba las notas del Dr. Heynes colándome en su oficina por la madrugada, encontré pruebas irrefutables de sus experimentos. Documentos que detallan los procedimientos a los que han sido sometidos los pacientes, algunos de los cuales ni siquiera aparecen en los registros oficiales del hospital. Se están deshaciendo de los que consideran "fallos", aquellos que no sobreviven a sus pruebas inhumanas. La enfermera Grimshaw, según estos documentos, es quien ejecuta gran parte de estos experimentos. Está tan implicada como el propio Heynes, estoy rodeada de locura pero debo mantenerme firme. No puedo confiar en nadie aquí. Anoche escuché pasos fuera de mi habitación, y cuando miré, vi a Grimshaw en el pasillo, observándome. No puedo permitirme mostrar miedo, pero cada día es más difícil. Debo encontrar una manera de sacar este diario del hospital, aunque eso me cueste la vida.
—Tenemos que llevar este diario con nosotros, debemos denunciar esto y que clausuren este sitio del infierno —dijo ella, limpiándose las lágrimas con una mano temblorosa.
—Pero, hay médicos, enfermeras, enfermeros, que no tienen nada que ver con toda esta historia, trabajando aquí. Perderían su trabajo. Debemos pensar en ellos.
Ella lo miró como si hubiera perdido la razón.
—¿Y quién carajo ha pensado en los cientos de pacientes torturados hasta la muerte? ¿Quién carajo pensó en mi abuela cuando el malnacido de Heynes la mandó silenciar? —preguntó, casi en una exclamación histérica, mientras sacudía el polvoriento diario en su mano sana. —¿Crees que me importaría de algo si la gente de hoy en día se queda sin trabajo? ¡No, claro que no, me importa una puta mierda!
Anthony la miró con los ojos muy abiertos en medio de la penumbra, y entonces asintió con la cabeza, consternado.
—Lo siento, Maddie, tienes razón. No he pensado con claridad, hay cosas más importantes ahora mismo que el trabajo de algunos. Te pido que me perdones.
Ella negó con la cabeza, dando un suspiro mezclado con sollozo.
—No, está bien, yo reconozco que estoy bastante alterada. Discúlpame a mí. Salgamos de este puto lugar, no quiero estar ni un minuto más aquí —dijo.
Alumbrados bajo la linterna del teléfono de Anthony, emprendieron el camino de regreso atravesando todo el pasillo, buscando regresar al ala nueva del hospital cuanto antes. La luz de la linterna emitía haces débiles y vacilantes sobre las paredes mohosas y los viejos instrumentos médicos, creando sombras alargadas que parecían moverse por voluntad propia. El aire estaba denso y cargado de una humedad sofocante, pero había algo más, algo que no habían sentido antes. Como si el mismo hospital los observara, vigilando cada uno de sus movimientos. Minutos después y al llegar a la puerta por donde habían entrado, notaron que esta, antes entreabierta, ahora estaba completamente cerrada. Anthony frunció el ceño y dio un tirón a la manija, pero la puerta no se movió.
—Debe haberse atascado —dijo, de forma convincente.
Madison, sin embargo, sintió los nervios bullendo en su interior. Era como si la puerta estuviera sellada por algo más que el simple óxido y el paso del tiempo.
—Intentemos otra salida —sugirió ella, intentando ocultar su creciente ansiedad.
Retrocedieron por el pasillo buscando una vía alternativa, cuando de repente, un frío glacial cortó el aire y era tan intenso que sus alientos se convirtieron en vapor delante de ellos. La luz de la linterna comenzó a parpadear, y un sonido agudo, casi imperceptible al principio, comenzó a resonar en sus oídos. Era un murmullo, como de muchas voces susurrando al unísono.
—¿Escuchas eso? —preguntó ella, con la voz convertida en apenas un susurro.
Anthony asintió, tragando saliva. Ambos giraron sobre sus talones, apuntando la luz hacia el origen del sonido. Al principio no vieron nada, pero entonces, una figura se materializó en la penumbra. Era una silueta alta y oscura, con facciones indistintas, como una sombra que había cobrado vida de repente. Parecía flotar a unos centímetros del suelo, y su presencia llenó el aire con una energía densa y malévola. Madison dio un paso atrás en cuanto vio cómo se distinguía un uniforme azul opaco, reconociéndola al instante, con el corazón latiendo descontroladamente en su pecho. Anthony no necesitó que le confirmara que se trataba de Julianne Grimshaw, y entonces empalideció del miedo. Nunca en su vida había visto un fantasma, un espectro, aparición, o lo que fuese. Una cosa era leerlo en los libros, pero vivirlo era muy diferente, y en su mente pasaron como estrellas fugaces cientos de imágenes de películas de horror. Aun así, por inercia se posicionó frente a Madison como una suerte de escudo humano, aunque sabía que no podía hacer nada contra aquello que los enfrentaba.
La figura permaneció inmóvil, observándolos, y las voces susurrantes se intensificaron, ahora llenando el espacio con un coro de lamentos y susurros incomprensibles. Las palabras, aunque no se entendían, transmitían una angustia profunda, como si fueran las últimas voces de almas atrapadas en tormento eterno.
—Tenemos que salir de aquí... —murmuró Anthony. Pero antes de que pudieran moverse, la figura oscura se deslizó hacia ellos con una rapidez antinatural, perdiéndose en la penumbra.
El pasillo, que había sido su único camino de escape, se alargó de repente, como si el espacio mismo se deformara para atraparlos. Las paredes comenzaron a sangrar un líquido oscuro y espeso, que olía a hierro y decadencia. Los antiguos murales que apenas se distinguían bajo la suciedad de las paredes parecían cobrar vida, retorciéndose en grotescas formas humanas que parecían alargar sus brazos hacia ellos, como si quisieran arrastrarlos al abismo.
Madison gritó, su voz resonaba en el vacío, pero el sonido fue absorbido por la oscuridad, como si el hospital se hubiera tragado su desesperación. Anthony intentó avanzar pero sintió un peso invisible sobre sus hombros, algo que lo empujaba hacia el suelo.
—¡Corre, Maddie! —gritó, sintiendo como algo lo derrumbaba al suelo.
Madison corrió hacia adelante, notando que el suelo bajo sus pies se hundía como si el mismo hospital tratara de devorarla. La sombra la seguía, sus movimientos fluidos y silenciosos, como un depredador acechando a su presa. Con cada paso, el suelo se hundía, como si estuviera corriendo encima de un globo a medio inflar. Aquello no tenía sentido, pero lo estaba viendo, lo estaba sintiendo, y mientras intentaba subir con la respiración agitada, sus piernas temblaban por el esfuerzo. Detrás de ella escuchó un ruido sordo, seguido por un grito ahogado.
—¡Tony! —gritó, volviendo la cabeza hacia atrás, solo para ver como la figura de Julianne se abalanzaba sobre él, empujándolo contra la pared con una fuerza brutal.
Anthony se resistió tanto como pudo por zafarse de su agarre, sus manos intentando sostenerle sus brazos sin efecto alguno, como si estuviera luchando contra el aire. En un acto desesperado, Madison intentó correr hacia él aferrándose como podía para avanzar por el suelo hundido, y al llegar a la superficie tomó un viejo instrumento médico que yacía en el suelo. Sin dudarlo, lo lanzó con todas sus fuerzas hacia el espectro de Julianne. El objeto atravesó la sombra como si fuera humo, pero el simple hecho de intentar proteger a Anthony pareció romper el hechizo que los mantenía atrapados.
—¡Déjalo en paz, maldita puta! —gritó, con impotencia.
Julianne se detuvo, girando su cabeza muerta hacia Madison. Los susurros cesaron y por un instante, todo quedó en un silencio sepulcral hasta que de repente, de las sombras que inundaban el pasillo sin fin, surgió un destello de luz cegadora. Era como si el hospital, o algo dentro de él, hubiera decidido intervenir.
El espectro de Julianne retrocedió, como si la luz la quemara, y con un grito espectral otra mujer emergió desde la cegadora luz, avanzando rápido como una flecha. Madison solo tuvo un segundo para verla, ya que el resplandor era demasiado potente y le lastimaba los ojos, pero en algún sitio de su mente solo cruzó un pensamiento: "Es mi abuela", como si tuviera absoluta certeza de ello. Vio como la potente luz chocaba con la figura de Julianne, dando un alarido ante su contacto, y la arrastró hacia el suelo, atravesando las baldosas polvorientas del pasillo. Todo a su alrededor volvió a la normalidad, el suelo ya no se hundió, el pasillo se encogió, y corriendo rauda a su encuentro, Madison ayudó a Anthony a ponerse de pie.
—¿Estás bien? —preguntó ella, con la voz temblorosa. Él asintió, todavía tratando de recuperar el aliento.
—Tenemos que salir de aquí ya mismo.
Ambos se apresuraron a correr de nuevo hacia la puerta, abriéndola de golpe y sintiendo como la brisa fría y familiar de la tormenta los envolvía. Atravesaron todo el patio interno y entonces cruzaron la puerta que conducía al ala nueva de Ashgrove. El aire del hospital, aunque aún cargado de una atmosfera opresiva, era un alivio comparado con la oscuridad del sector abandonado del mismo. Anthony cerró la puerta tras de ellos, asegurándose de que quedara bien cerrada, y ambos se apoyaron contra la pared, respirando pesadamente.
—¿Qué demonios fue eso...? —murmuró él, con los ojos muy abiertos.
Madison no respondió de inmediato. Su mente estaba enredada en pensamientos confusos y emociones contradictorias. El miedo, la adrenalina y el alivio de haber sobrevivido a ese encuentro se mezclaban en su interior, dejándola temblorosa y vulnerable.
—No lo sé... pero sea lo que sea, no quería que saliéramos de ahí con vida —respondió finalmente, en un susurro lleno de temor.
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