3
Tal y como había dicho, Madison se dirigió a la cafetería del hospital después de haberse dado una ducha caliente, aun recuperándose del susto y la adrenalina. El hecho de haber salido a la intemperie y el colapso de la antena la había dejado bastante tensa, y necesitaba un lugar donde pudiera relajarse. Tendría también que enviar unos cuantos informes, al menos del estado preliminar del hospital tal y como lo había encontrado en cuanto llegó, y también revisar su bandeja de correo, pero todas esas cosas ya las haría después.
La cafetería, en su mayoría silenciosa a esa hora de la media mañana, parecía casi un refugio de paz comparado con el caos exterior. La misma se hallaba vacía, salvo por Anthony, quien estaba sentado contra una de las mesas de las ventanas, y la propia Sandy, quien pasaba un paño húmedo encima de las mesas, mientras silbaba entre dientes una tonada leve.
—¿Se perdieron el desayuno? —le preguntó, con una sonrisa bromista.
—Nunca es tarde para un segundo café. Fue una mañana jodida.
—En ese caso, voy enseguida —dijo, doblando el paño en cuatro partes y dirigiéndose directamente a la máquina de café, tras el mostrador. Tomó una taza grande, se la sirvió, y Madison aceptó con un agradecimiento silencioso. Acto seguido se dirigió hacia la mesa donde Anthony estaba ubicado, y se sentó frente a él, envolviendo la taza con los dedos para disfrutar del calor que emanaba.
—Todavía no puedo creer lo que pasó —dijo él, finalmente, rompiendo el silencio—. Si no hubiéramos reaccionado a tiempo... no estaríamos aquí, hablando.
Madison asintió, tomando un sorbo de café. Entonces lo señaló con un dedo.
—Es tu merito, fuiste tú quien me apartó de un empujón a un costado. Deberías darte un poco más de crédito —comentó.
—Nunca fui bueno con esas cosas —sonrió, bajando la mirada hacia la negra bebida—. Ni con los cumplidos —Luego suspiró, y se recostó en su silla, mirando hacia el techo por un momento antes de devolver su atención a Madison—. ¿Alguna vez has estado en un hospital tan impredecible como este?
Sonrió levemente ante la pregunta, pensando en su carrera y en los diferentes lugares en los que había trabajado.
—He trabajado en muchos hospitales, pero este, Ashgrove, definitivamente tiene algo especial. Nunca me había tocado correr peligro de muerte al segundo día de llegar —dijo, a modo de chiste—. Eso es algo que probablemente recordaré por mucho tiempo.
Anthony la observó por un momento, interesado en conocer más sobre la mujer que había trabajado codo a codo con él bajo la tormenta. El cabello todavía húmedo y negro azulado que enmarcaba su rostro le brindaba un aire de misterio, a la par que emanaba hacia él suaves oleadas de perfume floral, gracias al shampoo.
—Entonces, ¿Cómo terminaste aceptando un trabajo como este? —preguntó, con genuina curiosidad.
Madison resopló por la nariz, al tiempo que con sus dedos jugueteó un poco con el humo del café, atravesándolo de lado a lado, mientras pensaba en Alex, Tom, y lo mal que se había sentido al enterarse de sus muertes. Nunca se hubiera imaginado que gracias a ello, iba a terminar aceptando el primer trabajo que le apareció, solo para mantenerse distraída en algo.
—Bueno... —titubeó. —Tuve una mala época, y asumí que aceptar la oferta vacante en Ashgrove, lejos de todo y de todos, me haría bien.
—¿Mala época? ¿Drogas?
La pregunta fue totalmente inocente, pero Madison no pudo evitar levantar una ceja de forma confusa.
—¿Disculpa? —inquirió. —¿Por qué lo dices?
Al darse cuenta de que aquel comentario no le había caído en gracia, las mejillas de Anthony se ruborizaron. Se quitó las gafas, dejándolas arriba de la mesa, y se cubrió los ojos con las yemas de los dedos, luego volvió a mirarla.
—Lo siento, Madison. Es que vi tu apariencia un tanto rockera y... bueno, ya sabes lo que se dice de ese ambiente. No quería decir que fueses una drogadicta ni mucho menos.
—Cuando ayer hablé contigo por primera vez, estabas leyendo un libro sobre los misterios de las pirámides. De hecho, me dijiste algunos datos curiosos, como si me importara de algo, y aun así, no te dije que eras un friki. Quizá deberías ser menos prejuicioso, Anthony —respondió—. Fue una mala época porque perdí gente que me importaba, y caí en depresión. Nada más.
—Lo siento, créeme, lo siento de verdad... —se excusó. La voz le temblaba ligeramente, podía notarlo—. La verdad es que yo no... muchas veces no sé cómo hablarle a una mujer. ¿Podemos recomenzar? Prometo no decir ninguna tontería más, y si lo hago, eres libre de abofetearme.
Todo el malestar que podía haberle generado su comentario, se disipó en el aire en cuanto vio lo verdaderamente abochornado que se veía. Quizá fuese un friki, y tal vez fuese cierto que no sabía cómo hablarle a una chica, pensó. Y pensar en esto último fue lo que la hizo sonreír, casi sin querer.
—Está bien, aunque sería incapaz de golpear a alguien que tiene anteojos.
—¿Alguna vez golpeaste a alguien?
Madison recordó a la chica de aquel nuevo instituto, cuando se había mudado con sus abuelos. Y entonces asintió, con una sonrisa triunfal, esta vez.
—Sí, a una idiota que quería molestarme por ser nueva en el instituto. Pero era una joven, ahora creo que sería incapaz de resolver algo por el camino de la violencia.
—Chica ruda —comentó él, haciendo un gesto de asombro con la cabeza. Omitió decir "Me gusta", pero lo pensó. Sin embargo, decidió cambiar de tema—. Volviendo a cuestiones más laborales, imagino que debes haber visto muchas cosas a lo largo de los años. No todos los días uno conoce a alguien con tanta experiencia. ¿Cuál ha sido el lugar más memorable en el que has trabajado?
—He trabajado en algunos hospitales en áreas rurales que no tenían los recursos o las infraestructuras que encontramos en las grandes ciudades. Había uno en particular, en la región montañosa de Radcraine, que me dejó una impresión profunda. Las condiciones eran duras, el equipo limitado, y el personal estaba constantemente luchando por mantener la parte operativa en funcionamiento. Pero a pesar de todo, había un sentido de comunidad increíble. Todos trabajaban juntos, superando obstáculos que parecieran imposibles en cualquier otro lugar. Fue una experiencia que me enseñó mucho sobre la resiliencia, aunque a veces me falte a mí misma —respondió.
Anthony la escuchaba con atención, impresionado por su historia, mientras tomaba sorbitos de café, a ratos.
—Debe haber sido difícil, pero también gratificante, ¿no? —preguntó, tomando otro sorbo de café. —Siempre he pensado que en los lugares más difíciles es donde se forman los lazos más fuertes.
—Así es. Fue uno de esos lugares donde aprendes el verdadero valor del trabajo en equipo. Cuando todos están comprometidos con un objetivo común, puedes lograr cosas increíbles, incluso con recursos limitados.
Hubo una breve pausa en la conversación, mientras ambos contemplaban sus pensamientos. La tormenta continuaba afuera, implacable, sacudiendo las ramas de los árboles en el patio interno del hospital. Pero dentro de la cafetería, la calma era casi reconfortante. El café seguía calentando sus cuerpos, y la atmosfera íntima les permitió hablar de manera más personal.
—¿Y tú, Tony? —preguntó Madison, genuinamente interesada. —¿Cómo llegaste a trabajar aquí en Ashgrove? No es un lugar al que muchos elegirían venir, asumo, más encima teniendo en cuenta en el estado en que se encuentra.
El rio suavemente, dejando la taza sobre la mesa y cruzando los brazos, reclinándose en la silla.
—Bueno, no fue exactamente un plan de vida —admitió—. Soy de West Coast, un pequeño pueblo no muy lejos de aquí. Después de terminar la escuela secundaria, no estaba muy seguro de lo que quería hacer con mi vida, así que tome unos cuantos trabajos aquí y allá. Después, surgió la oportunidad de trabajar aquí en el hospital, y pensé que sería una buena forma de ganar experiencia. Al principio solo iba a ser temporal, pero heme aquí, tres años después, residiendo en Ravenwood.
—Parece que te has adaptado bien. ¿Qué es lo que más te gusta de trabajar aquí?
Anthony se quedó un momento en silencio, pensando en su respuesta. Luego se encogió de hombros.
—Soy alguien curioso, ¿sabes? Y creo que es el hecho de que siempre hay algo nuevo por aprender. El trabajo no es monótono, cada día es diferente, y eso me mantiene motivado. Aunque ahora que te conozco, me pregunto cómo sería poder viajar tanto y conocer tantos lugares diferentes. Debe ser emocionante, aunque también agotador.
Madison sonrió ante su observación. Chico listo, pensó en contrapunto, recordando su comentario de "chica ruda".
—Lo es. Viajar puede ser estresante, pero también es una gran oportunidad para ver cómo funcionan las cosas en diferentes lugares y aprender de cada experiencia. Y siempre es interesante conocer nuevas personas —hizo una pausa y lo miró directamente—. Como hoy, por ejemplo.
Anthony asintió, apreciando la mención, aunque no supo que responder. Ella vio como volvía a ruborizarse y sonrió, con cierta gracia. A veces le divertía eso, poner nerviosos a los hombres.
—Yo no viajo, casi que vivo metido aquí dentro, de hecho. Pero cuando tengo tiempo libre, me gusta sumergirme en libros y documentales sobre misterios. Es una especie de afición para mí, me gusta desentrañar lo que está detrás de eventos inexplicables. Supongo que es lo que me mantiene curioso y alerta.
Madison levantó una ceja, intrigada.
—¿Misterios? ¿Cómo qué tipo de misterios? —preguntó. Él se encogió de hombros.
—No sé, cosas como desapariciones inexplicables, fenómenos sin explicación lógica, ese tipo de cosas. No es que crea en lo sobrenatural necesariamente, pero me fascina como las personas intentan encontrar respuestas a lo desconocido. Es como un crucigrama que siempre está incompleto, y eso es lo que lo hace interesante. ¿Y tú? —preguntó, a su vez. —¿Crees en esos temas?
Madison hizo silencio, mientras bebía un trago de café. "Si supieras que tipo de pasado cargo sobre mis espaldas, no me estarías preguntando esto, cariño" pensó. Sin embargo, meneó la cabeza lado a lado, como queriendo restarle importancia al asunto.
—Podría decirse que sí.
Anthony estaba a punto de preguntarle a que se refería, cuando un repentino alboroto rompió la tranquilidad del lugar. A la distancia, comenzaron a escucharse pasos correteando de aquí a allá y voces que hablaban casi a los gritos.
—Cielos, ¿Qué pasa? —preguntó, confundido. Madison se levantó de su silla, sus ojos saltaron fugazmente hacia Sandy, quien estaba secando unos vasos mirando hacia la puerta de la cafetería con el ceño fruncido, y entonces caminó hasta el pasillo. Su expresión entonces se tornó seria, al ver como a través de los cristales de las puertas veía un cúmulo de enfermeras aglutinándose en la recepción.
—No lo sé, pero parece una emergencia. Voy a ir a mirar.
—Voy contigo —aseguró él, levantándose raudo de la silla.
Se apresuraron a salir de la cafetería, dirigiéndose rumbo a la recepción a través del pasillo. En cuanto Madison empujó la puerta que dividía el ala vieja con el sector nuevo del hospital, vio como la puerta automática de la entrada se abrió de golpe, revelando la figura de un hombre que entraba con tanta prisa como podía, cargando a una mujer herida.
—¡Por favor, necesitamos ayuda! —gritó, visiblemente angustiado.
La mujer estaba empapada, al igual que él, con la ropa manchada de barro y sangre. Parecía inconsciente, con la cabeza colgando inerte a medida que el hombre corría con ella en andas. Lo más alarmante de todo era como iba dejando un notorio reguero de sangre por encima del suelo blanco, ahora manchado de barro. Vio como dos enfermeras iban corriendo a buscar una camilla para dar pronta asistencia, y entonces se acercó rápidamente al grupo, evaluando la situación.
—¿Qué le pasó? —preguntó la doctora Sanders, quien como buena jefa de planta, fue la primera en correr hacia el hombre, para socorrerlo.
—¡La encontré bajo los escombros de la alcaldía, es mi hija! —dijo él, con la voz quebrada.
¿Cómo había llegado esa chica ahí? Se preguntó, al escuchar aquello. Estaba segura de que no había nadie más que ella y Anthony en aquel sitio, no podía ser posible. Sin embargo, no perdió el tiempo. Se acercó corriendo, uniéndose a las enfermeras que arrastraban la camilla con sábanas nuevas, y ayudó a colocar a la chica encima.
—Necesitamos llevarla a una sala de emergencias de inmediato —dijo, hablando hacia la doctora Sanders. Luego miró a las enfermeras, quienes iban a comenzar a empujar la camilla, y les hizo un gesto para que se detuvieran. Luego miró fugazmente al propio Anthony, quien era a quien tenía más cerca —. Ayúdame a mantener su cabeza inmóvil, podría tener una fractura de cráneo. Sostenle la barbilla con fuerza, cualquier movimiento brusco podría empeorar su estado.
—¡Vamos, por aquí! —dijo la doctora Sanders, guiando al grupo hacia las salas laterales. Al llegar a la misma, momentos después, Madison acercó la camilla hacia las maquinarias a los lados de la sala, encendiendo los monitores con una precisión fría y calculadora, bajo la atenta mirada del hombre y las enfermeras.
—Doctora Sanders, ¿Dónde está el doctor Heynes? Esta chica va a necesitar una cirugía inmediata —preguntó, con impaciencia.
—Mandaré a alguien a que vaya a buscarlo.
—Hágalo, ya —ordenó. Mientras la doctora Sanders salía fuera de la sala con otro enfermero, con movimientos rápidos ajustó el tensiómetro alrededor del brazo de la paciente, mientras otra enfermera colocaba un pulsioxímetro en su dedo. La pantalla del monitor comenzó a registrar los datos al instante: la presión arterial estaba peligrosamente baja, el pulso era débil y acelerado, y los niveles de oxígeno estaban por los suelos.
—Presión arterial a ochenta y cinco sobre cincuenta, pulso a ciento veinte, el cuadro es malo —informó la enfermera, mientras leía los números en el monitor. Su frente comenzaba a brillar debido a una fina capa de sudor, producto de la tensión del momento. Madison observó la lectura con preocupación, sabía que la paciente estaba en un estado crítico de shock hipovolémico, probablemente debido a la pérdida de sangre causada por la herida en la cabeza.
—Necesitamos detener la hemorragia ahora mismo —dijo, mientras tomaba un montón de vendas de fibra y presionaba la herida con firmeza. Podía ver parte de su cerebro entre las hebras del cuero cabelludo, y de un rápido vistazo, miró a Anthony—. Tony, mantén la presión constante, aquí.
Corrió rodeando la camilla por detrás, y se apresuró en sostener las vendas. Madison evaluó el estado de la chica, abriéndole uno de los párpados para examinar su pupila. El sangrado debía detenerse antes de que entrara en shock.
—Está perdiendo demasiada sangre... —murmuró Anthony, con la preocupación evidente en su voz. El padre de la chica, parado en un rincón de la sala escurriendo agua y con los ojos llenos de lágrimas, miró la escena con pánico.
—¡Por favor, sálvenla! ¡Por favor! —imploró.
Madison asintió, mirándolo rápidamente.
—Lo haremos, señor —luego miro a una de las enfermeras que revisaba los monitores—. Acompáñalo afuera, ahora. Voy a improvisar una solución para reducir la presión en su cráneo, no tenemos mucho tiempo.
Madison se movió rápidamente hacia un armario de suministros y leyendo con rapidez las etiquetas, tomó una bolsa de solución salina hipertónica. Sabía que necesitaba reducir la presión intracraneal y que esto solo sería una solución temporal, pero podía ganar el tiempo suficiente hasta que la mujer pudiera ser atendida en cirugía. Tomó uno de los frasquitos, una aguja estéril y una jeringa, preparó todo y luego buscó la vena principal en el brazo izquierdo de la chica inerte. Administró la dosis con cuidado, observando cualquier cambio en su condición, pero a su pesar, notó que seguía respirando con dificultad.
—¿Qué pasa? —preguntó Anthony, quien a estas alturas ya tenía las manos manchadas de sangre.
—No está ventilando bien —Madison se apresuró a conectarle una mascarilla de oxígeno. Le abrió un poco la boca, metió el tubo hasta la tráquea y luego con la mascarilla de sujeción cubrió la nariz y la boca—. Oxígeno al cien, diez litros por minuto —ordenó, mientras ajustaba el flujo del regulador. La enfermera que estaba más cerca de ella, tomó nota.
La paciente aún estaba inconsciente, pero la respiración, aunque débil, se hizo un poco más regular con el apoyo de la mascarilla de oxígeno. La enfermera tomó unas tijeras, cortó la ropa mojada, incluido el sujetador, y haciendo todo a un lado comenzó a colocar los electrodos del monitor cardiaco sobre el pecho de la chica, asegurándolos firmemente. Luego miró la pantalla.
—Ritmo sinusal, pero muy taquicárdico —dijo, preocupada. Madison asintió, mirando la lectura en pantalla a su vez.
—Estamos en un límite crítico, necesitamos estabilizarla cuanto antes —dijo. Tomando la iniciativa, comenzó a preparar una vía intravenosa tan rápido como podía. Insertó la aguja, conectó el tubo, y la enfermera a su vez tomó una bolsa de suero fisiológico para comenzar a restaurar el volumen sanguíneo perdido—. A flujo rápido, ya —indicó Madison, para que ajustara el regulador. Luego miró a Anthony—. ¿Cómo vas?
—No me vendría mal otro paquete de vendas —pidió.
En el momento en que Madison lo ayudaba, el doctor Heynes llegó casi corriendo a la sala de emergencias, ajustándose su bata blanca. Miró el panorama e ingresó directamente.
—Por Dios, yo me encargo —asintió a Madison y entonces sonrió—. Gracias.
Madison dio un resoplido, al mismo tiempo que asentía con la cabeza, y haciéndole un gesto a Anthony, ambos salieron de la sala.
—Ni siquiera terminé el café, y ya quiero otro —comentó ella, con una sonrisa nerviosa. Anthony, quien aún mantenía las manos manchadas de sangre, la miró con admiración.
—Vaya trabajo increíble has hecho ahí. No sé cómo logras mantener la calma en situaciones así.
Ella le devolvió una pequeña sonrisa, aunque en su mente no lograba dejar de cuestionarse como había terminado esa chica en la alcaldía, justo en el momento en que la torre de comunicaciones se desplomaba.
—Solo hice lo que había que hacer. Ahora todo está en manos del doctor Heynes —le palmeó el pecho con el dorso de la mano, y caminó hacia la puerta de la sala—. Gracias por la ayuda.
Anthony asintió, y juntos salieron del block de emergencias. Afuera, la tormenta continuaba golpeando las ventanas con fuerza, como un recordatorio constante de que las calamidades estaban lejos de terminar.
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