Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

1

El tiempo que siguió después de aquel incidente fue duro para Madison, y para todos en general. Alex tuvo que darles explicaciones a sus padres de lo ocurrido, y durante algunos días estuvo faltando a varias clases en el instituto, ya que al parecer y según se corrían los rumores, el joven no podía dormir debido a las múltiples pesadillas que lo acosaban noche tras noche. Madison, sin embargo, tuvo que ir obligada por sus padres ante el párroco de la localidad, contarle no solo lo que había hecho y todo lo sucedido con lujo de detalles, sino que también someterse a bendiciones con agua bendita para limpiar lo que sea que haya causado en su vida, a criterio del padre Owells.

Eso no fue lo más complicado de todo, de hecho. Lo verdaderamente difícil fue volver al secundario, casi un mes después. Si nadie le hablaba, ahora directamente generaba rechazo y miedo en partes iguales. Cuando caminaba por los pasillos hacia la cafetería, los jóvenes la miraban al pasar en completo silencio, algunos cuchicheando cosas entre sí, y ella fingía no darse cuenta o no oírlos. Sarah y Emily ya no le hacían bromas ni la acosaban, pero la miraban con desprecio y temor, y aquello no hizo más que acrecentar su aislamiento. Ya no tenía sus libros, tampoco tenía sus casetes de Marilyn Manson y a duras penas había podido conservar algunos de sus vestidos negros, sus padres habían tirado todo.

También había otras situaciones que le comenzaron a llamar la atención, pero lo atribuyó más que nada a la sugestión de lo vivido, que a otra cosa en particular. A veces, cuando pasaba frente a una ventana, le parecía ver un segundo reflejo en el cristal. Era solo un instante, una fracción de segundo en la que, de reojo, podía notar como si su propia silueta fuese acompañada por algo más a su espalda. Pero, aunque corría hacia el espejo de su dormitorio para verse con detalle, lo cierto era que no podía notar nada fuera de lugar. También sentía ruidos, sonidos extraños por la noche como si algo se moviera dentro de las paredes y a la cabecera de su cama, pero no tenía por qué alarmarse. A fin de cuentas, la mayoría de casas en Ellicot City —incluida la suya propia— eran propiedades viejas, y a medida que el invierno se acercaba, consideraba normal que la estructura hiciera algunos crujidos cada tanto.

Aunque a pesar de todo, lo peor de aquello era el olor. La casa había comenzado a oler extraño, como a podredumbre, a aguas estancadas y excrementos en mal estado. James, su padre, dedicó todo un fin de semana entero a revisar cada desagüe de los ochocientos metros cuadrados de terreno que bordeaban la casa, e incluso destapó varios de ellos. Sin embargo, a los dos o tres días aquel hedor volvía a aparecer. No importaba cuantas veces Claudette —su madre—, limpiara los pisos con solución perfumada, ni cuanto aromatizador de ambientes rociara en el aire, aquel hedor parecía impregnarlo todo.

Con todo, el tiempo pasó, semana a semana, mes a mes, y con el correr del año lectivo, los jóvenes no olvidaron lo que había sucedido, pero si fueron restándole importancia poco a poco, hasta que comenzaron las tragedias. En la primera semana de diciembre, cuando las familias empezaban a preparar sus casas para la llegada de las visitas familiares y los preparativos de navidad, la Continental RailRoad anunció la inauguración de una nueva línea de trenes que recorrería desde Woodlawn hasta Guilford, siendo esta la más extensa de la compañía. La noticia, como era de esperarse, sentó muy bien en la localidad, ya que daría la posibilidad a muchas familias de hacer viajes más directos para poder reunirse en aquellas fechas tan especiales, además de que el ayuntamiento aprovechó esta oportunidad para destinar parte de los fondos públicos en reabrir y restaurar las viejas estaciones consideradas como patrimonio histórico local, algo muy pedido por casi todos los alcaldes.

Se anunció pues que el primer tren de pasajeros saldría desde Westchester, llegando a la estación de Ellicot City el viernes ocho de diciembre, a las cuatro y cuarenta y cinco de la tarde. La localidad entera se vistió de fiesta para recibir el primer recorrido del gran tren de pasajeros, se organizaron puestos de comida rápida, música, guirnaldas de colores y la presencia de las autoridades regionales, quienes esperaban ansiosos la hora prevista. El clima estaba frío, como casi siempre por aquellas fechas, pero por suerte aquel día no nevaba, por lo que a pesar de que muchos estaban envueltos en chaquetones y bufandas, un agradable resplandor de sol parecía iluminar todo casi de forma perfecta.

Varios minutos antes de la hora prevista, el silbato del tren se hizo escuchar en la distancia, por sobre el sonido de la música festiva y el ruido a conversaciones de la gente que se apiñaba en el andén de la estación. Todos vitorearon, aplaudieron y levantaron los brazos, expectantes y mirando hacia las vías, en la distancia. Poco a poco, el tren comenzó a divisarse, su gran foco blanco de luz coronando la trompa de la máquina principal ya era visible desde esa distancia. Metro a metro, la enorme máquina de treinta vagones y cuatro mil toneladas se acercó a la estación Cliffway Forger, y entonces, ocurrió.

Sarah miraba entre la gente, con una amplia sonrisa curiosa, cuando la vio. A la distancia y entre el gentío había una mujer, de largo cabello negro bucleado, vestida con un uniforme azul desgastado, como si fuera ropa de alguna institución de época. En sus prendas llevaba manchas de sangre, y no podía verle el rostro, ya que una densa sombra parecía cubrirla desde la mitad del tórax hacia arriba. Era como si esa mujer tuviera colores desvaídos en sus ropas, y toda su piel estuviese en blanco y negro, como una vieja fotografía que desentonaba con el paisaje. Nadie más parecía verla, y aunque en un principio no pudo apartar su atención de aquella cosa, realmente sintió miedo cuando la vio atravesar a un hombre limpiamente, a medida que caminaba hacia ella.

Sarah abrió grandes los ojos, dio un alarido aterrado y girándose sobre sus pies, intentó correr hacia atrás en cuanto vio la expresión cadavérica de aquella mujer espectral que se cernía sobre ella. Sin embargo, había tanta gente a su alrededor que tropezó con una señora, quien solamente atinó a mirarla sin comprender. Como si el tiempo fuera una melaza dura y pegajosa, todo ocurrió demasiado lento: dio un traspié, intentó aferrarse del hombro de la misma señora con la que había chocado, pero su pie izquierdo resbaló en el borde del andén, por lo que terminó derrumbándose a las vías, golpeándose la cadera contra uno de los rieles y haciéndose daño.

Todos dieron un grito de sorpresa al verla caer, gesticulando con los brazos para que el maquinista se detuviera, pero ya era tarde. A pesar de que accionó los frenos y las ruedas de hierro de la pesada máquina emitieron chispas al friccionar contra los rieles, ya estaba demasiado cerca de la estación cuando Sarah había caído de la plataforma, y no pudo evitar arrollarla. La joven solo sintió como si la enorme pata de un elefante le aplastara la espalda, y luego de eso, la oscuridad más absoluta en cuanto cruzó el umbral de la muerte. Su reacción nerviosa fue abrir la boca para dar un alarido, pero el tren no solo le seccionó el cuerpo a la mitad, sino que además uno de los ejes le golpeó en la nuca, haciéndole estrellar el rostro contra las piedras de las vías, deformándola y rompiéndole todos los dientes al igual que la mandíbula y el cráneo. El olor a sangre se hizo presente en el aire, algunas señoras se descompensaron ante la escena y la madre de Sarah gritó hasta perder el conocimiento, debido al shock de ver desaparecer a su hija bajo el tren.

Pálida y envuelta en lágrimas, Madison observaba la escena mientras todo su cuerpo temblaba de la impresión, al ver un brazo de Sarah al costado de los rieles, amputado y con sus uñas llenas de sangre. Solo en aquel instante comprendió el error que había cometido, aquella noche de sábado, en la casa de Alex.


*****


Aquella fue una navidad horrible para todos, principalmente para la familia Winsley, los padres de Sarah, quienes habían perdido a su única hija de la forma más trágica posible. Los más allegados a la joven asistieron al funeral, el cual por obvias razones se realizó con el ataúd cerrado, para dar las debidas condolencias y despedir a su amiga una última vez. Madison no asistió, sin embargo. Primero porque no se alegraba por la muerte de Sarah, pero tampoco le disgustaba. Ella había sido la principal bully desde que había llegado a Ellicot City y no tenía ningún tipo de empatía o aprecio por ella, para ser honesta consigo misma. Y segundo, una parte de sí tenía miedo por lo que vendría después de aquella situación. Era la principal responsable de su muerte, aunque no hubiera tenido implicancia directa, aunque no hubiera accionado con sus propias manos el mecanismo del tren que acabaría por pisarla, había jugado a la ouija aquella noche, y le había dicho palabras ininteligibles a cada uno de los chicos presentes, según le contaron después. Palabras que ahora entendía como profecías, y ya se había cumplido una de ellas.

Dudó muchísimo si comenzar el siguiente año lectivo, y cuando lo hizo, podía sentir como cada uno de los jóvenes en todo el instituto evitaba tan siquiera mirarla. Cualquier persona sentiría hasta un orgullo casi extraño, pero no era su caso. Creía que tener importancia sería distinto, y de hecho, nunca lo hubiera preferido si era a costa de sacrificar la vida otras personas. Al caminar por los pasillos notaba como todos se hacían a un lado, como si tuviera un campo de fuerza invisible que apartara a todos a su alrededor, y no solamente eso, sino que las mismas anomalías que le sucedían en su casa, comenzaron a perseguirla allá donde fuese. Los cristales de las ventanas reflejaban algo más, a su paso, y el olor a muerte parecía impregnar el aire si se quedaba mucho tiempo en un solo lugar.

Fue entonces como decidió abandonar sus estudios. creía que con el tiempo habría podido resistir aquel rechazo, pero lo cierto es que no, y en la última semana de abril decidió tomar el toro por las astas y hablar directamente con Alex. ¿Le seguía gustando? Claro que sí, pero no era ninguna tonta. Sabía que no tenía la más absoluta posibilidad con alguien como él, y aunque la tuviese, su prioridad ahora era otra: debía hacer algo al respecto con el mal que había causado, y para eso, necesitaba su ayuda. Un viernes, y a la salida de la última clase, trotó hasta alcanzar a Alex, quien avanzaba rápidamente rumbo al semáforo, para cruzar la avenida.

—¡Alex, espera! —exclamó, al llegar a su lado. Respiraba agitada, mientras que el largo cabello negro le ondeaba en la suave brisa del mediodía. El joven la vio, de reojo, e instintivamente todo su cuerpo se tensó. "Él también me tiene miedo", pensó ella, con dolor.

—¿Qué quieres? —preguntó, de forma escueta.

—Creo que la muerte de Sarah está directamente relacionada con lo que pasó esa noche, en tu casa.

—¿En serio? Vaya, eres una genio —respondió, con sarcasmo, mientras negaba con la cabeza. —Claro que está relacionado.

—No vendré más a estudiar aquí. Veo como me miran, como se alejan cuando llego a algún sitio. No quiero eso para mí, ya no más.

—Bien, entonces —musitó. El corazón se le estrujó de la angustia. A él le importaba tres cominos si ella no iba más al instituto, y de hecho, lo comprendía. Aunque no por eso podía evitar que le doliera.

—Quiero remediar esto, Alex.

—¿Cómo? —preguntó, mirándola con fijeza. —Sarah está muerta, Emily esta con una paranoia increíble, apenas siquiera puede dormir del pánico que le genera pensar en esa noche. Tom ya no es el mismo y yo estoy cagado, no te voy a mentir. ¡Carajo, Madison! ¡Trepaste a una pared con los ojos en blanco, nos dijiste un montón de cosas que al principio no tenían sentido, pero ahora vemos que nos has maldecido! ¿De verdad quieres ayudar en algo? Aléjate de nosotros, y ya.

—Te recuerdo que el de la idea de jugar a la ouija fuiste tú, Alex —respondió ella, herida en su amor propio. No había maldecido a nadie. De hecho, odiaba a esas chicas, pero tampoco al punto de querer que muriesen. No era una psicópata asesina, y que se la viera como tal era algo que no iba a permitir.

—Pero era eso, un juego, y nada más. De hecho, ni siquiera estaba funcionando hasta que dijiste esas palabras extrañas y el indicador se empezó a mover. A saber que mierda has invocado.

Madison resopló por la nariz. Cruzó la avenida junto a él en cuanto vio que los semáforos se pusieron en verde, y entonces, al llegar a la siguiente esquina, tomó a Alex por un brazo.

—¿Aún tienes la tabla? —preguntó.

—Sí, la tiré al sótano. ¿Por qué?

—Hay que romper el vínculo. No podemos jugar hasta que el ente nos deje ir porque... bueno... —hizo una pausa incomoda— Sarah está muerta y nos faltaría ella. Pero puedo quemar la tabla, y debo hacerlo yo, porque fui la que abrió el canal.

Alex pareció dudar un momento, bajó la mirada hacia el suelo y entonces negó con la cabeza.

—No sé, Madison. Creo que ya bastante caos hemos causado últimamente.

—¿Temes por tu vida?

Él la miró como si estuviera de broma.

—¡Claro que temo por mi vida, al igual que Tom y Emily!

—Entonces ayúdame a terminar con esto, por favor.

—Bien... —consintió, al fin. —¿Qué tengo que hacer?

—Llévame la tabla y el planchette a mi casa, esta noche después de las diez, que es cuando mis padres ya están acostados. Golpéame la ventana dos veces, sabré que eres tú. Mi habitación está en el patio trasero, la ventana de la izquierda. Tendré todo listo.

Alex pensó durante unos momentos, y luego asintió con la cabeza.

—Lo haré. Espérame despierta —dijo, antes de seguir con su camino.

Se alejaron en sentidos opuestos por la avenida, y el día transcurrió lentamente para Madison, quien estaba ansiosa y también preocupada por la situación. Según lo que recordaba de sus libros de ocultismo, quemar una ouija siempre daba buenos resultados, más que nada cuando el espíritu ligado a ella se negaba a despedirse, como era el caso. Aunque por otro lado, ¿realmente era un espíritu común, o se trataba de algo más? Sabía bien que cualquier espíritu común era capaz de ser omnisapiente, por lo tanto, la muerte de Sarah podía haber sido una mera casualidad utilizada por la entidad con el fin de alimentarse a través del miedo.

Decidió aferrarse a esa teoría hasta que la tarde le cedió paso a la oscuridad de la noche, albergando la esperanza que luego de aquello ya no habría nada más de lo que preocuparse. Apenas siquiera cenó con sus padres, tenía el estómago cerrado debido a los ansiosos nervios y aunque intentó mostrarse serena, aludió su falta de apetito a que no había tenido un buen día en el instituto y por lo tanto, no tenía muchas ganas de comer. Aprovechando que se había levantado de la mesa antes que ellos, rebuscó a hurtadillas en el depósito de las herramientas de su padre hasta encontrar el bidón de combustible que utilizaba para la podadora. Llenó una pequeña botellita semi vacía de lubricante que encontró en un estante, lo tapó bien y se dirigió a su habitación, entrando por la puerta trasera de la propiedad. Allí esperó, tirada boca arriba en su cama, a que sus padres se despidieran de ella con un beso de buenas noches, para dormir. Una vez que la casa se hallaba en el más absoluto silencio, salió de la habitación sin hacer ruido y se dirigió a la cocina para tomar la caja de cerillas. Luego de eso, volvió a su dormitorio y sin poder refrenar su ansiedad, se situó frente a la ventana, esperando ver a Alex.

Cuarenta minutos después, vio como entre las sombras del patio algo caía al suelo, y al momento siguiente, Alex saltando la verja de madera. Se agachó un instante para recoger la caja del suelo, y mientras caminaba hacia la casa, Madison abrió la ventana y salió a su encuentro, trepando al alfeizar de la misma con la botellita de combustible y las cerillas en una mano.

—No pensé que estuvieras despierta —dijo él, en cuanto la vio.

—No hubiera podido dormir, aunque quisiera. ¿Trajiste todo?

Como toda respuesta, Alex le ofreció la caja. Madison se acuclilló en el suelo, sobre el fino césped un poco húmedo del rocío nocturno, y la abrió. Ver de nuevo aquel tablero ouija le generó un escalofrío que le recorrió toda la espina dorsal.

—¿Crees que va a funcionar?

—Estoy segura que sí.

Sacó la ouija, dejó el planchette encima, en el medio del tablero, y abriendo la botellita de combustible la volcó entera, encima de la tabla. Una vez vacía, la arrojó a un lado, bastante lejos, y abriendo la caja de cerillas sacó dos, las sostuvo juntas y las encendió a la vez. En cuanto las dejó caer encima de la tabla, esta ardió con un potente fogonazo debido a los vapores del combustible, haciendo una gran llamarada que sobresaltó a los dos jóvenes.

—¡Mierda! —exclamó Alex, dando un pequeño saltito hacia atrás, al igual que Madison. Las llamas eran altas y potentes, y ella nunca se imaginó que algo tan pequeño podría hacer una flama tan gruesa. Ambos permanecieron un momento en silencio, solamente iluminados por el rojo resplandor del fuego, hasta que ella habló.

—Espero que esto sea suficiente. Gracias por traerla.

—No hay de qué.

—¿Puedo decirte algo?

Él la miro a través de las flamas, y asintió con la cabeza.

—Claro.

—No quería que Sarah muriera, es la verdad. Era una perra, sí. La odiaba y por algún motivo ella me odiaba a mí, o al menos le encantaba fastidiarme a diario. Por eso escucho esta música, por eso me visto así, porque de alguna manera es en lo que me convirtieron. Pero te juro que no quería hacerle ningún mal, a nadie, no es mi manera de ser —explicó. Luego lo miró, con los ojos llenos de lágrimas—. Sin embargo, entiendo que nunca me quitaré la impresión de bruja o satánica con la que todos me ven, incluido tú, así que por eso no iré más a ese instituto. Aunque mis padres se enojen o me castiguen de por vida, no lo haré. No volveré jamás a pisar esa clase, y se supone que debería sentirme aliviada, pero no. Me da tristeza.

—¿Por qué me dices todas estas cosas? —preguntó Alex, con expresión confusa.

—Porque te quiero, siempre te quise, aunque nunca fueses capaz de mirarme. Y al menos quería que lo supieras. Lo siento mucho, en verdad. Siento mucho todo esto.

Ella bajó la mirada al suelo, mientras el resplandor de las flamas iluminaba aleatoriamente parte de su cabello, sus pómulos regordetes y la chaqueta larga con la que estaba abrigada. Alex la observó con cierta congoja, y quizá también por primera vez en más de un año, con compasión. Al final, Madison no era más que un producto de las burlas, de los jalones de cabello, de los papelitos arrojados en clase y de un amor no correspondido, que había intentado buscar su lugar en un mundo hostil de la única manera que supo. Quizá la muerte de Sarah había sido responsabilidad de jugar con fuerzas que no entendían, y tal vez esas fuerzas habían utilizado a la más débil del grupo para asustarlos a todos, lo cierto es que no lo sabía y esperaba poder estar erradicando aquel mal —fuese cual fuese­— quemando esa puta ouija.

Para su sorpresa, Alex se acercó y le apoyó una mano en la mejilla. Levantó la mirada, sus ojos se encontraron y vio en ellos la expresión amigable de quien solo quiere ser condescendiente.

—Adiós, Madison —dijo.

Y permaneció allí, de pie, solamente iluminada por el calor de la ouija quemándose en su patio, mientras veía al primer y único chico que le había gustado en toda su vida, alejarse por el patio hasta trepar de nuevo la verja, marchándose. 


*****


Mientras tanto, y sin que ellos lo supieran, Emily dormía apaciblemente envuelta en la tibieza de sus mantas. La ventana de su habitación estaba abierta, enfriando el ambiente, y aunque sabía que muy posiblemente amaneciese con un poquito de dolor de garganta, ya era costumbre en ella pasar la noche de aquella forma. Le gustaba sentir el aire fresco al dormir, y por más frio que hiciese, aunque sea un ápice de ventana tenía que mantener abierto, o sentía que le faltaba el aire.

Se giró hacia la derecha, respiró hondo y su cerebro profundamente dormido decidió ignorar el olor a cadáver que impregnó la habitación, a pesar de la suave brisa que entraba desde el exterior, meciendo las cortinas blancas. A los pies de la cama, una sombra negra empezó a hacerse visible, aún más oscura que la propia oscuridad de la noche. Poco a poco, esa sombra tomó forma humana, envuelta en su trajecito de época, con delantal y de un color azul raído. Los ojos del rostro sin forma que parecía mirar a la joven chispearon en cuanto la vio, y flotando hacia la cama, se situó a su lado, para verla mejor.

El penetrante olor a muerte que despedía la entidad acabó por despertar a Emily, y justo cuando comenzaba a abrir los ojos, ésta la tocó. Apoyó una de sus manos pútridas y oscuras en el borde de la cama y al instante el calor abrasador envolvió a la joven. Solo tuvo un margen de segundo para mirar cara a cara a la espectral mujer que la miraba con fijeza, con el rostro lleno de sangre y gusanos, antes de dar el primer alarido. Emily se abalanzó de la cama con desesperación, viendo como desde su tórax hasta sus extremidades surgían llamas de fuego, como si de repente hubiera sufrido una combustión espontanea.

Gritó de forma desgarradora, mientras corrió atravesando el cuarto, se estampó contra el espejo de pared rompiéndolo en cientos de trozos que se clavaron en sus pies descalzos, y luego cayó al suelo, sacudiéndose de forma frenética y desesperada debido al shock, al sentir como el fuego le quemaba, penetrando sus tejidos y cristalizando sus globos oculares.

Justo antes de que sus padres —alertados por los alaridos de su hija— ingresaran a la habitación, el espectro se desvaneció en el aire de un segundo al otro. Al abrir la puerta, vieron con espanto como la joven convulsionaba envuelta en llamas, hasta quedarse quieta poco a poco. Nada más se estaba quemando a su alrededor, ni las mantas de la cama, ni tampoco el suelo de parqué. Las llamas devoraban el cuerpo de Emily y nada más a su alrededor, a pesar del imponente calor que despedían.

Su madre gritó y perdió la conciencia, desmayándose de la impresión. Su padre, sin embargo, corrió hasta la cama y tomando todas las mantas que podía, se las arrojó encima palmeando con las manos e intentando hacer que rodara por el suelo, para sofocar las llamas. Por desgracia, cualquier intento de salvación ya era tarde porque cuando apartó las mantas con los ojos llenos de lágrimas y las manos temblorosas, el cuerpo carbonizado de su hija sin vida parecía mirarlo en el silencio de la habitación, con una expresión torcida y la carne humeando, a pesar del aire frío que se colaba a través de la ventana abierta.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro