🪄Los secretos de la sangre: La llamada del Origen
Natasha salió de la universidad con pasos vacilantes, intentando comprender lo que había sucedido en la biblioteca. Aquel susurro, esa voz antigua resonando en un idioma que jamás había oído, había dejado en ella un eco que no lograba apartar. Sin embargo, mientras el frío de la noche le calaba los huesos, el cansancio se apoderaba de su cuerpo, y lo único que deseaba era regresar a casa.
El viento levantó hojas secas a su alrededor mientras caminaba hacia la parada de autobús, pero entonces un auto se detuvo a su lado, y ella giró, encontrándose con una sonrisa familiar. Riven la observaba desde el asiento del conductor.
—¿Te llevo? —ofreció, con esa calidez en los ojos que siempre lograba desarmarla.
—Gracias, Riven. —Natasha asintió, subiendo al auto. Una vez dentro, el silencio que se instaló entre ellos era tan denso como la oscuridad en el exterior.
Riven la observaba de reojo mientras manejaba, notando la palidez en su rostro y la confusión en sus ojos.
—Pareces preocupada, Nata. —comentó suavemente, rompiendo el silencio—. ¿Pasó algo en la universidad?
Ella dudó un momento antes de responder. La sensación de extrañeza persistía, pero sabía que Riven era alguien en quien podía confiar… ¿o no? Esa ligera incertidumbre surgía de algún rincón inexplicable de su mente.
—No estoy segura de cómo explicarlo. —admitió, jugando nerviosamente con sus manos—. En la biblioteca, sentí… escuché algo. Una especie de susurro. No sé, parecía un sueño, pero era tan real…
Riven la observó con mayor interés, aunque intentó no mostrar demasiada emoción.
—¿Un susurro? —preguntó con un tono neutro, ocultando su creciente curiosidad.
—Sí, y aunque no entendía las palabras, sentía que… que de algún modo me hablaban a mí. Fue extraño, como si esa voz conociera algo sobre mí que ni yo misma sé. —contestó Natasha, bajando la mirada, intentando encontrar sentido en sus propias palabras.
Riven entrecerró los ojos, manteniendo su expresión serena, pero en su interior se desataba una mezcla de preocupación y algo más profundo, algo que bordeaba la excitación. Había esperado este momento durante mucho tiempo.
Poco después, llegaron a la casa de Natasha, y antes de que ella pudiera despedirse, sus padres, Sheryl y Duvan, salieron a recibirlos. La sonrisa de Duvan era cálida y hospitalaria.
—¡Riven! Qué gusto verte de nuevo. ¿Por qué no te quedas un rato? —invitó Duvan con amabilidad, señalando la puerta de entrada—. Justo íbamos a preparar café.
Natasha los miró, agradecida por la interrupción, y, sin decir nada, se dirigió a su habitación para cambiarse. Mientras subía las escaleras, escuchaba las risas de sus padres y la voz de Riven, resonando bajo, pero amigable.
Una vez en su habitación, Natasha se quitó el abrigo y se cambió por algo más cómodo, sintiendo cómo poco a poco el cansancio se deslizaba fuera de sus músculos. Al mirarse en el espejo, notó un extraño brillo en sus ojos, algo en su expresión que no recordaba haber visto antes. Sacudió la cabeza y bajó de nuevo, dispuesta a unirse a la conversación y, tal vez, hallar alguna distracción para la inquietud que sentía.
Al entrar en la sala, vio a sus padres y a Riven conversando animadamente. La escena era casi surrealista: sus padres y el amigo de la familia, juntos y cómodos, como si compartieran un vínculo que ella no comprendía del todo.
—Natasha, ven, siéntate con nosotros. —dijo su madre, haciéndole un gesto para que se uniera al grupo.
Natasha se acomodó en un sillón, y Sheryl le ofreció una taza de café caliente, que ella aceptó con gratitud. Durante algunos minutos, conversaron de temas triviales: la universidad, el trabajo de Natasha en la biblioteca, y las amistades. Sin embargo, poco a poco, la conversación comenzó a girar hacia lo ocurrido en la universidad.
—Natasha, ¿por qué no nos cuentas un poco de la universidad. ¿Cómo te fue? —preguntó Duvan, con un tono curioso pero suave—. ¿Cómo estuvo todo hoy?
Ella asintió, jugueteando con su taza, buscando las palabras adecuadas para describir lo inexplicable.
—Creo que bien... Aunque un poco rara, en el trabajo, una anciana se me acerco, no entiendo pero sus palabras me dejaron muy pensativa. —Se detuvo, buscando en sus pensamientos—. No lo sé... —suspiro frustrada.
La sala se llenó de un silencio expectante. Sheryl y Duvan intercambiaron una mirada breve y cargada de significado, mientras que Riven observaba a Natasha intensamente, sin perder ni un solo detalle.
—A veces… —comenzó Sheryl, con una expresión algo melancólica—. A veces sentimos cosas que parecen imposibles de explicar. Especialmente en nuestra familia, tenemos una conexión muy profunda con cosas… más allá de lo ordinario. Y esa persona, quizas esta dentro de eso.
Natasha la miró, intrigada y algo confundida. Un eco de su infancia surgió en su memoria, como un destello fugaz. Recordó una noche de verano en la que, siendo muy pequeña, había visto pequeñas luces flotando en el jardín, como si fueran estrellas danzantes. Las luces se movían en patrones delicados, y una figura alada revoloteaba entre ellas, haciendo que su corazón infantil latiera de emoción.
—Cuando era niña… —murmuró Natasha, perdida en sus pensamientos—. Veía cosas. Figuras… y luces. Animales que aparecían y desaparecían. Incluso auras dn algunas personas en particular... Escuchaba un idioma que aprendi a decifrar. Pero siempre pensé que eran imaginaciones. Incluso escuchaba a seres que no veia en la lengua que Riven hoy me pregunto. No se como se arraigo eso en mi, no recordaba eso...
A medida que hablaba, Natasha sintió un calor intenso que se acumulaba en la base de su cuello, un ardor que se intensificaba con cada recuerdo que traía a la superficie. Las imágenes seguían fluyendo: una figura alta y majestuosa en un campo de flores, un castillo en un paisaje irreal y hermoso, y la sensación de estar en un lugar que no pertenecía a este mundo, un reino brillante y etéreo.
El calor comenzó a ser casi insoportable, y Natasha se llevó la mano al cuello, tratando de aliviar el ardor con pequeños quejidos.
Riven notó el cambio en ella, especialmente en sus ojos, que de pronto parecían cambiar de colores que nunca existiran, pasando del gris habitual a un tono azul profundo, luego a un verde brillante y, finalmente, a un resplandor casi plateado. Sintió una punzada en su antebrazo izquierdo y, disimuladamente, lo cubrió con la mano. El tatuaje de su linaje, un símbolo antiguo y místico, brillaba bajo la tela de su camisa, quemándole la piel con una intensidad que apenas podía soportar.
Natasha, con el pulso acelerado, lo observó entrecerrando los ojos, notando el esfuerzo que él hacía para ocultar su incomodidad. Al final, Riven se levantó, tratando de mantener la calma.
—Creo que… es hora de que me vaya —dijo, evitando su mirada directa—. Se está haciendo tarde, y todavía tengo algunas cosas que hacer. Luego continuamos esta conversación.
—Oh, claro, Riven. —contestó Duvan con una sonrisa cálida—. Gracias por acompañar a Natasha a casa y por el rato agradable.
Riven hizo una inclinación leve de cabeza y se despidió de cada uno. Natasha lo observó salir, y por un instante sintió una punzada de inquietud. Sin embargo, el ardor en su cuello la sacó de sus pensamientos.
Una vez fuera, Riven se desabotonó el saco y, con un movimiento rápido, se arremangó la camisa. Observó el tatuaje en su antebrazo, el símbolo de su linaje, que resplandecía con un brillo sobrenatural, casi como una llama ardiente. Por un momento, no entendía lo que sucedía, pero entonces recordó algo que siempre supo desde pequeño, rapidamente corrio a su auto para luego entrar y marcharce.
Dentro de la casa, Natasha respiraba de manera errática, y sus padres la observaron preocupados. Sheryl se acercó a ella, tomando su mano y ayudándola a levantarse.
—Vamos, cariño, es mejor que te recuestes un rato. —le dijo, con suavidad en la voz.
Natasha asintió, dejándose guiar hasta su habitación mientras sentía que su piel ardía y su visión se volvía borrosa. Antes de que Sheryl la ayudara a recostarse, Natasha alcanzó a ver su reflejo en el espejo, y lo que vio la hizo estremecerse: sus ojos, que normalmente eran grises, ahora brillaban con un fulgor intenso, cambiando de color como las olas de un mar misterioso.
Sheryl cerró la puerta de la habitación de Natasha con cuidado, y junto a Duvan permanecieron en silencio por unos segundos, escuchando la respiración pausada de su hija al otro lado. La preocupación en sus rostros era inconfundible, pero también había un brillo de certeza.
—¡Es ella, Sheryl! —murmuró Duvan con voz baja y solemne—. No hay duda alguna. Es la elegida. La señal está allí.
—¡Lo sé! —respondió Sheryl, respirando hondo y asintiendo—. Su linaje la llama, y ya no podemos detenerlo. Su naturaleza está despertando y necesitará ayuda. Pero debemos hablar con el Consejo de Orenthal y preparar el camino.
Duvan asintió, con una expresión de determinación. Tomó la mano de Sheryl y juntos se dirigieron hacia el sótano, un lugar que Natasha nunca había descubierto en toda su vida. La entrada estaba hábilmente oculta tras un mueble de la biblioteca, y con un suave movimiento de su mano, Sheryl murmuró un conjuro en voz baja. El mueble se desplazó, revelando una escalera de piedra que descendía en espiral hacia una profundidad desconocida.
Bajaron en silencio, y al llegar al final de la escalera, una vasta sala iluminada por antorchas flotantes se desplegaba ante ellos. El ambiente estaba cargado de energía antigua, y la esencia de la magia impregnaba cada rincón. En las paredes colgaban estantes con grimorios antiguos, frascos de ingredientes exóticos y reliquias místicas de un tiempo olvidado. Al fondo, en el centro de la sala, un enorme arco tallado en piedra negra se erguía como una presencia imponente. Grabados con símbolos arcanos resplandecían en tonos plateados y azulados, pulsando suavemente, como si respiraran con vida propia.
Sheryl y Duvan se detuvieron frente al arco y, sin decir nada, levantaron sus manos. Con un movimiento fluido, sus ropas cotidianas se transformaron: Sheryl llevaba ahora un vestido de seda real, negro y adornado con bordados dorados que relucían como estrellas. Duvan vestía una túnica imponente de tonos azul oscuro, con una capa que caía majestuosamente sobre sus hombros. Ambos se miraron por un instante, reconociendo la solemnidad del momento.
—Estamos por comenzar algo que podría cambiarlo todo —dijo Duvan, mirándola con gravedad—. Natasha debe ser preparada y presentada al Consejo. Pero lo haremos cuando sea el momento, cuando esté lista para aceptar su destino.
Sheryl cerró los ojos un segundo y, al abrirlos, su voz se tornó profunda y resonante mientras comenzaba a recitar un conjuro en la lengua de los Orígenes:
—Elantor Erias Y’varul Shaofther! —exclamó, y su voz reverberó en las paredes de la sala.
Al instante, el arco de piedra reaccionó al conjuro: sus grabados arcanos comenzaron a arder en un azul vibrante y, en el centro, una neblina brillante apareció, girando en espirales que se expandían y contraían. Pronto, la neblina tomó la forma de un vórtice que se abría hacia otro lugar, una extensión de bosque cubierto de niebla y luces etéreas. A través del portal se vislumbraba un cielo de tonos violeta, y un aire fresco y cargado de poder emanaba desde el otro lado, como una invitación y una advertencia a la vez.
Sheryl y Duvan tomaron sus manos una vez más, y sin más palabras, cruzaron el umbral, sintiendo una oleada de energía envolver sus cuerpos al entrar. A medida que avanzaban, el portal se fue cerrando detrás de ellos, hasta que finalmente el sótano quedó en silencio y en penumbra. Solo el eco lejano del conjuro pronunciado por Sheryl permaneció flotando en el aire, como un susurro que aguardaba el momento en que Natasha, la elegida, descubriera su verdadera identidad y el reino que estaba destinada a gobernar.
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